jueves, 24 de junio de 2021

Fe, sanación y Eucaristía (Domingo 27 de Junio)

La liturgia de la Palabra de este domingo nos habla de dos personas que logran la sanación (salvación) gracias a la fuerza y autenticidad de su fe. 

La primera es una mujer que padecía hemorragias, y que había gastado su fortuna en médicos buscando remedio a su enfermedad, símbolo ésta de tantas y tantos como gastan dinero, tiempo y esperanzas en cosas que no dan la vida.  

Y por otro lado Jairo, el jefe de la sinagoga, cuya fe llega hasta el límite; Jairo, con su hija enferma y con todo en contra cuando le anuncian su fallecimiento, sigue confiando en el Dios capaz de sacar vida donde sólo hay muerte.

La hemorroísa confía en el poder de "Jesús que pasa", y no duda en acercarse a Él esperando la sanación. Y así sucede.  La resurrección de la hija de Jairo es toda una muestra del poder de la fe incluso cuando ésta parece un absurdo.

La sanación (salvación), fruto de la fe.
 
Lo que sana y resucita no son la práctica de unos ritos, no estamos ante unos actos de magia, sino ante unos actos de fe en el poder de Jesús. "No temas, basta que tengas fe" pide Jesús a Jairo para recuperar a su hija. Del mismo modo, la mujer enferma muestra su fe con el gesto de acercarse a Jesús y tocarlo confiando en la curación.

Estamos ante personas que recurren a Dios una vez agotadas todas las salidas posibles desde las ciencias humanas; la medicina del mundo ha fallado vaciando el corazón de esperanzas. Es hora de ir más allá, de dar un paso en el vacío, de dejarse llevar por los impulsos del corazón hacia Aquel que intuimos puede evitar lo inevitable. En ambos casos se trata de una fe que “había oído hablar de Jesús” y sale a su encuentro. 

El acercamiento a Jesús y el milagro, lo hemos dicho, no son el efecto lógico de un acto de ritualismo mágico que produce automáticamente el efecto esperado tras realizar las palabras y gestos adecuados. No. En ambos casos juega un papel protagonista la fe y la esperanza de curación, creer que el poder de Dios no tiene límites. Una fe que se abre paso procesualmente. 

En el caso de Jairo, sus allegados se revelan como un obstáculo a la fe: “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?” (Mc 5,35). La noticia de la muerte de su hija y las palabras disuasorias de los suyos podrían haber llevado a Jairo a desistir de su empeño, pero se fía de Jesús que le abre un margen de esperanza: “basta que tengas fe” (Mc 5,36). Y este padre sigue confiando cuando, entre el alboroto del llanto y el duelo se reían de Jesús y su supuesta ingenuidad al afirmar que “la niña no está muerta, está dormida” (Mc 5,39). Jairo había pedido a Jesús: “ven, pon las manos sobre la niña para que se cure y viva” (Mc 5,23), había reconocido en Él el poder de sanar, de salvar, y de dar la vida más allá de toda lógica; y su apuesta por Jesús no quedó frustrada.

Jairo es ejemplo correcto de cómo responder con fe a los proyectos de Dios. Se trata de mantener la confianza en su palabra aunque las risas sarcásticas de los incrédulos inviten al desánimo. Siempre encontrarás en tu camino quien no comprenda o no quiera comprender tu obstinación creyente, siempre habrá quien se ría de ti, de tu fe, de tus prácticas religiosas, de la doctrina que profesas, de tu participación en los sacramentos. Es algo con lo que tienes que contar. Cuando esto ocurre, estás viviendo la prueba de la fe, la noche en que la fe se curte y madura, la oscuridad en la que crece la luz de la esperanza. 

Es fácil creer en los momentos buenos de la vida, y podríamos decir que en estos momentos la misma fe no es necesaria por la evidencia de la luz; pero en la oscuridad de la noche, en la tormenta de los problemas, en los límites de la desesperación, cuando Dios parece ajeno y las burlas de los hombres arrecian, la afirmación-aceptación o negación-rechazo de Dios por parte del hombre revelan la verdad o falsedad de la fe.
 



Tocar a Jesús en la Eucaristía.
 

Dios se revela “con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas” (Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 2).

Palabra y gesto. Sacramento. En las curaciones que comentamos se da la palabra (“pensando que con solo tocarle el vestido curaría” Mc 5,27; “Talitha qumi, contigo hablo, niña, levántate” Mc 5,41) y el gesto de “acercarse y tocar” por parte de la mujer y de “tomar de la mano” por parte de Jesús. Cada vez que participas en la Eucaristía te acercas y tocas el cuerpo de Jesús. Puedes hacerlo de modo rutinario, o con la conciencia despierta. Ese mismo que tocas al comulgar, viene a ti y puede hacer el milagro que esperas.

Refiriéndose a la comunión eucarística san Juan Crisóstomo escribe: "Vamos, como la hemorroísa a tocar la orla de la vestidura de Jesucristo, o por mejor decir, vamos a poseerle todo entero: pues tenemos ahora su cuerpo en nuestras manos. Ya no es sólo su vestido el que permite tocar, sino que nos presenta su mismo cuerpo para que lleguemos a comerle. Acerquémonos, pues, con ardiente fe, los que estamos enfermos. Si los que entonces tocaron solamente la orla de sus vestidos sintieron tan grande efecto, ¿qué no podrán esperar los que aquí le reciben todo entero?”.

Algo parecido encontramos en santa Teresa de Ávila: “Sabemos que mientras no consume el calor natural los accidentes del pan está con nosotros el buen Jesús. Lleguémonos, pues, a Él. Si cuando andaba en el mundo, con sólo tocar sus ropas sanaba a los enfermos, ¿por qué dudar entonces, si tengo fe, de que estando tan dentro de mí hará milagros y nos dará lo que le pidamos, estando como está en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje” (Camino, 34,8).


San Pablo dice a los Corintios que “quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación. Por ello hay entre vosotros muchos enfermos y no pocos han muerto” (1 Cor 11,29-30). Leído en contrario, una buena comunión ¿no podrá curar la enfermedad y librar de la muerte? “La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf Jn 6,54.58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa S. Pablo (cf 1 Co 11,30)” (Catecismo de la Iglesia, 1509).

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No tengas miedo de creer en el Señor de los milagros. Sabemos que la fe auténtica se manifiesta en las buenas obras. Pero no te quedes encerrado en la horizontalidad de la fe. Cuando los remedios humanos fallan -así ocurrió con la enfermedad incurable de la hemorroísa y con la muerte de la niña- nos queda el recurso a Jesús.
 
Y volviendo a la Eucaristía, no reduzcas a creencia etérea (irreal) tu fe en la presencia real de Cristo en el pan y el vino eucarísticos. El que curó a la hemorroísa y resucitó a la hija de Jairo ¿no es el mismo que está en la Eucaristía? ¿No curará hoy también las enfermedades de los que se acercan a Él con fe? ¿No puede despertar a la vida a quien se ha dormido? ¿Qué sentido tienen las palabras del sacerdote antes de la comunión: "una palabra tuya bastará para sanarme"?


Muchos enfermos van a Lourdes o a otros lugares a pedir la curación. ¿No deberían de acudir con mucha más fe y fervor a la Asamblea Eucarística del domingo? Muchos lugares y personas parecen tener el don de curación, y de todos los lugares acuden a ellos los que buscan ser sanados. De Jesús sabemos que tiene ese don. Trabajemos para que los que viven enfermos o desolados, los que han perdido el rumbo, los niños, y todos los hombres, conozcan y acudan a la milagrosa fuente de agua viva de la Eucaristía. 


 El día que los fieles acudan a la misa dominical con el mismo entusiasmo que a otros lugares donde buscan el milagro, el Señor hará mayores prodigios que los que hace allí. Y te dirá: "tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud" (Mc 5,34).
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Casto Acedo. junio 2021paduamerida@gmail.com.

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