martes, 1 de junio de 2021

Amor fraterno (Corpus Christi)



Hablar del amor es como hablar de Dios, ambas son realidades que escapan a nuestra inteligencia porque la superan situándose en el ámbito del misterio. Se han escrito muchos tratados sobre el amor, unos con más éxito que otros, pero ninguno de ellos ha logrado ni logrará encerrar en letra fija y muerta lo que es cambiante y vivo. ¡Gracias a Dios! Porque cuando a Dios o al amor se les reduce y encierra en estructuras mentales o institucionales, lo único que se consigue retener es una mala parodia de los mismos.

El amor ¿sentimiento o decisión?

Muchos de los tratados sobre el amor suelen reducir su esencia a “sentimiento”. Es cierto que el amor es un sentimiento, pero ¿es sólo un sentimiento? Tal vez el amor erótico (eros), entendido como experiencia del amor con que soy amado, sí sea sólo sentimiento; pero ¿se puede amar cuando el sentimiento no acompaña? Hay momentos y circunstancias en los que el sentimiento gratificante de amar o ser amado no está presente; entonces es la voluntad la que debe imponer el amor como fruto de una acción de la inteligencia que mueva a obrar el bien para el otro sin el apoyo del corazón. Podríamos hablar entonces de amor como “caridad” (ágape), totalmente gratuito, ya que ni siquiera tiene el premio de la satisfacción afectiva.

En los grupos cristianos de Encuentro Matrimonial aprendí que, más allá de los sentimientos, y sin desprecio de los mismos cuando son buenos, “amar es una decisión”. Si bien es verdad que la relación de pareja suele comenzar con un enamoramiento, es decir, con una emotiva atracción, lo que finalmente garantiza la perseverancia y perdurabilidad del amor no son los sentimientos, que suelen ser volubles e involuntarios las más de las veces, sino la decisión de amar.

J. M. Cabodevilla que expresa muy bien la idea de un amor verdaderamente humano y cristiano:
“No hay otra posible definición del amor: el amor son las obras –no las buenas razones- que acreditan el amor. ...  Nunca la Escritura entiende el amor a Dios como una efusión, sino como una observancia y sometimiento cordial a su ley. Al hablar de este amor, en su versión más tierna, la nupcial, san Pablo considera siempre a la esposa en actitud rendida de servicio a su Señor. Nadie deberá sonrojarse de no sentir ningún amor a Dios. Si fe es creer lo que no vemos, ¿no resulta lógico suponer que el amor correlativo a esa fe será amar lo que no se siente? Lo mismo que es posible una ardiente fe con dudas, una exquisita virginidad con tentaciones, una gran intrepidez en medio del temor y del pavor, así es posible también, y frecuente, un amor muy subido acompañado de extrema aridez. Los sentimientos no califican el amor; a menudo lo traicionan; sirven para enmascarar su ausencia, satisfaciendo así al alma y manteniéndola en el engaño y la esterilidad. Por el contrario, las obras ... son la única prueba fehaciente del amor, y, algo más: su única sustancia, su única viabilidad. En este mundo de aquí abajo, así como el alma no puede tener vida si no es encarnada en un cuerpo, tampoco el amor puede sobrevivir si no es encarnado en obras” (La impaciencia de Job, ed. BAC, -Madrid, 1967- 458-459).
Toca ahora aplicar este texto y su inteligencia del amor al mundo en que vivimos, y que muchos definen como tremendamente individualista (se mira todo desde y en función de uno mismo), narcisista (idólatra de la propia imagen e incapaz de ver al otro), hedonista (lo primero y principal es mi propia satisfacción) e insolidario (donde se valora mucho la solidaridad, pero siempre que sea la del otro, y si es mía a condición de que sea indolora).


Amar en la dimensión de la cruz

En otro movimiento de Iglesia, en este caso las Comunidades Neocatecumenales, oí decir que al amor vivido en la aridez, en la noche oscura de los sentidos, bien se le puede llamar “amor en la dimensión de la cruz”. ¡Buena apreciación! Porque ¿quién se atrevería a creer que el amor que Jesucristo vive en los momentos de la pasión y la cruz sea un amor emotivo y gratificante para sus sentidos? Jesús no fue un masoquista. No disfrutó el momento álgido de su entrega, sino que lo sufrió. Su amor fue un amor de decisión: “Padre mío, hágase tu voluntad” (Mt 26,42). Estas petición dirigida al Padre en el silencio doloroso de Getsemaní pone en evidencia la decisión de amar que Dios toma al encarnarse en Jesús de Nazaret, decisión que no ignora que la naturaleza humana lleva consigo indefectiblemente pequeñas o grandes dosis de sufrimiento y dolor.

La solemnidad del Corpus Christi es un día en que la Iglesia quiere recordarnos que el hecho de la Encarnación de Dios en Jesucristo no es sólo un misterio para contemplar, sino también un ejemplo a seguir. El hecho de que Dios se adentre en la historia de los hombres tomando un “cuerpo” (entended cuerpo como palabra abarcadora de toda la realidad del hombre) supone que habrá de pasar por los mismos avatares por los que pasamos nosotros, los humanos. Y en el lote de inconvenientes humanos entra la incertidumbre del futuro, el dolor físico y espiritual, el ocasional vacío de sentido, etc. ¿Qué sintió Jesús en los momentos de su pasión? ¿Qué le movió a no desertar cuando la lógica sentimental le hablaba de ausencia o no-existencia del Padre? Desde luego no fueron los efluvios místicos de una oración gratificante, ni el apoyo unánime de los suyos (que le abandonaron); debió de ser su voluntad decidida de llevar a cabo la obra iniciada.

En los tiempos del covid,  de desánimo y crisis económica para muchos, todos nos sentimos invitados a tomar conciencia de la situación de dificultad que atraviesan muchas familias y muchas personas. De hecho, la mayoría estamos sentimentalmente concienciados del problema, pero falta la decisión firme de actuar. ¿Quién se está moviendo de verdad ante la crisis? ¿Quién está dando pasos decisivos –“decisivo” viene de “decisión”- hacia una austeridad personal y social de hecho? ¿Quién se preocupa acompañar a quien sufre a fin de que halle un sentido para su vida?  ¿Quién mira por los que se sienten solos y humanamente perdidos en su vida? ¿Quién abraza la cruz de Cristo viviente en los hermanos?

Cada día acuden a los comedores sociales de Cáritas multitud de indigentes, gente sin techo o sin los suficientes recursos económicos para vivir dignamente; son numerosas las familias que acuden a Cáritas solicitando ayuda primaria: pan, leche para los niños, pago de recibos de luz, gas, medicinas, etc. También son muchos los que demandan "escucha y atención", personas que les acojan y les ayuden a salir de su desorientación y su soledad.

Los voluntarios de Cáritas, personas sencillas y decididas a amar, hacen lo que pueden; pero “hacen”. Eso es amar: obrar. Sin embargo, se echa de menos la respuesta social general a la situación generada por la crisis. Parece como si los bancos, las grandes empresas de comunicación y los propagandistas del hedonismo hubiesen anestesiado las conciencias. Como si interesaran pobres que faciliten una mano de obra barata, y personas de baja autoestima que no griten solicitando sus derechos.

El amor tiene una dimensión profética, de denuncia social, a la que le sigue casi segura la cruz de la persecución y el desprecio. Es el precio del amor genuino a los más pobres, el precio de la libertad; "amor en la dimensión de la cruz".



Ver, iluminar con el evangelio y actuar.

De otro movimiento eclesial, la Acción Católica, aprendí que no basta analizar las causas de los problemas; tampoco se solucionan haciendo una crítica evangélica de los mismos, sólo cuando al ver y al enjuiciar evangélico prosigue una acción adecuada para solucionar las situaciones de injusticia (pecado) habremos cerrado el círculo de la vida cristiana auténtica.

Los jóvenes han expulsado de su vocabulario la palabra “sacrificio” como sinónimo de amor, algo que las viejas generaciones tuvieron siempre muy presente. Nuestros mayores tenían asumido que el amor es algo más que un sentimiento gratificante; amar supone sacrificios. Creo que eso es lo que caracteriza la madurez humana; se es maduro cuando se comienza a entender que la vida, y todo lo que trae consigo, no se te da sino que la tienes que trabajar tú mismo. Es decir, una persona alcanza la madurez cuando abandona el infantilismo de un amor de conveniencia (eros) y empieza de veras a vivir el amor de donación (ágape), a pesar de los inconvenientes, a menudo dolorosos y molestos, que éste tiene.

Cuando en algunos foros se dice que nuestra crisis económica es una crisis de valores espirituales tal vez se esté apuntado esto mismo: hay crisis de amor maduro. Tal vez la renovación de nuestra Iglesia y la renovación de la sociedad pase por reformarnos en el sentido auténtico del amor.

En Jesús de Nazaret tenemos un modelo de amor pleno. Los evangelios dan a entender que Jesús nunca usó de su poder a favor suyo, ni en los momentos más críticos de su vida: “Que baje ahora de la cruz y creeremos en él” (Mt 27,42). No bajó de la Cruz, siguió siendo fiel a su decisión de amar; murió como vivió: molestándose por los demás sin tener en cuenta su propio bienestar. Su realización personal se certifica procurando la realización de los otros. Una lección para nuestra cultura que a veces justifica su negativa a ayudar al prójimo amparándose en aquello de "no voy a echar a perder mi vida".

Con su vida entregada al servicio de Dios y del prójimo (amor a Dios y al prójimo) Jesús dio a entender que mientras vivamos preocupados solo por nuestros intereses particulares no tendremos remedio. Hasta que no comprendamos que quien quiera ganar su vida ha de perderla antes (cf Lc 17,33), que el bien de los hermanos es nuestro propio bien, que ayudar al otro es ayudarse a sí mismo, no habrá el verdadero amor, y no tendremos futuro.

* * *
En el día del amor fraterno, día de caridad, que es la fiesta de Corpus Christi, déjate empapar por el sentido de amor y donación que tiene la Eucaristía. Participa de ella hasta el fondo, implicándote en una mor efectivo, porque la practica el culto eucarístico sólo tiene validez si la decisión de amar se corona con actos de amor. No basta con que veas llorar al que sufre y que llores con él su dolor, no basta informarte de sus derechos y meditar en el amor que Dios le tiene, sólo el amor activo es una digna respuesta a las preguntas que te haces sobre Dios y sobre el hombre. Es la enseñanza fundamental de Jesús en la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37). ¡Vete y haz tú lo mismo! 

Casto Acedo. paduamerida@gmail.com. Junio 2017.

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