miércoles, 5 de marzo de 2014

Tentaciones de cada día

I Domingo de Cuaresma (ciclo A)
Gen 2,7-9; 3,1-7  -  Rom 5,12-19  -  Mt 4,1-11
 
Jesús sale de  Nazaret, donde se había criado, cuando tenía treinta años; y va hacia el río Jordán para ser bautizado por el profeta Juan. Luego se retira al desierto, donde lleva una vida de ayuno y oración, para ver el camino que ha de seguir en el anuncio del Reino de Dios; desechando toda ambición económica… religiosa… y política…

Ordena que estas piedras se conviertan en pan
Después de un largo ayuno, Jesús tiene hambre. Sin embargo,
se resiste a utilizar a Dios para convertir las piedras en pan, pues
no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de Dios.
Jesús no es una persona egoísta que busca su propio interés,
por eso, al ver el hambre que padecen las personas que le siguen,
pide a sus discípulos compartir el pan con los hambrientos (Mt 14).
Quienes, hoy, tienen poderes económicos y tecnológicos extraen
de las entrañas de nuestra madre tierra: gas… petróleo… minerales… 
y dan trabajo (pan) a los habitantes del lugar por cierto tiempo.
Sin embargo, pocos privilegiados se aprovechan de esas riquezas,
dejando sumergidas en la pobreza y exclusión a inmensas mayorías.
Ante estas injusticias, ¿podemos permanecer ciegos, sordos y mudos?
Para el profeta Isaías, el ayuno que agrada a Dios consiste en:
Romper las cadenas de la injusticia. Dejar libres a los oprimidos.
Acabar con toda tiranía. Compartir tu pan con el hambriento. Vestir
al desnudo. Hospedar al forastero. Socorrer al necesitado (Is 58).
Ante el consumismo esclavizador que solo favorece a los ricos,
tiene actualidad las palabras de S. Gregorio de Nisa (siglo IV):
Tal vez des limosna, pero ¿de dónde la sacas si no es robando?
Si el pobre supiera de donde viene tu limosna, lo rehusaría y te diría:
No sacies mi sed con las lágrimas de mis hermanos. No des al pobre
el pan que amasaste con la sangre de mis compañeros en la miseria.
Devuelve a tu semejante lo que injustamente le has quitado. ¿Para
qué consolar a un pobre, si por otro lado creas cien pobres más?...

Desde el templo de Jerusalén
Luego, el tentador propone a Jesús ingresar a la ciudad de Jerusalén
descendiendo triunfalmente desde la parte más alta del templo;
y no debe tener miedo, porque los ángeles de Dios le van a proteger. 
Jesús no vino a este mundo para buscar figuración, prestigio, honor… 
Vino a entregar su vida para que nosotros tengamos vida plena.
Acerca del templo, el profeta Jeremías hizo la siguiente denuncia:
No se engañen diciendo: ¡El templo del Señor! ¡El templo del Señor!
Si enmiendan su conducta y sus acciones, si juzgan rectamente,
si no oprimen a los emigrantes, a los huérfanos y a las viudas;
si no derraman sangre inocente en este lugar,
si no dan culto a otros dioses para desgracia de ustedes mismos;
entonces yo les dejaré vivir en esta tierra que di a sus antepasados…
¿Creen que este templo es una cueva de ladrones? (Jer 7,1-11).
Más tarde, en el sermón de la montaña, Jesús dirá a sus seguidores:
No el que me diga: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los cielos,
sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo.
Aquel día muchos me dirán: Señor, en tu nombre hemos predicado…
hemos expulsado demonios… y hemos realizado muchos milagros…
Pero yo les diré: No les conozco, aléjense de mí, malhechores (Mt 7).

Los reinos y las grandezas de este mundo
Finalmente, desde una montaña muy alta, Jesús contempla el mundo
con sus injusticias, corrupciones, mentiras, opresiones, guerras…
Siguiendo la voluntad del Padre misericordioso, Jesús vino para
introducir en este mundo el Reino de la verdad, justicia y paz.
Sus enseñanzas no las impone con poder, las ofrece con amor.
Toda su vida es un ejemplo de servicio a los oprimidos: El que quiera
ser el primero, que se haga servidor de los demás (Mt 20,20-28).
En nuestros días, los seguidores de Jesús, debemos despojarnos
de ataduras temporales, confabulaciones y prestigios ambiguos;
solo así nuestra misión de servicio será más transparente y fuerte.
Son palabras de nuestros obispos en Medellín (1968) y continúan:
Que se presente cada vez más nítido en Latinoamérica
el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual,
desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida
en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres.  
J. Castillo A.

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