domingo, 31 de diciembre de 2017

Santa María, Madre del Señor

Jesús vino a salvarnos
Num 6,22-27  -  Gal 4,4-7  -  Lc 2,16-21

   Quienes promueven: consumo, injusticia, corrupción, violencia…
son lobos rapaces (Mt 7,15) que solo buscan amontonar dinero.
Las consecuencias están a la vista: pocos ricos cada vez más ricos,
a costa de una multitud de pobres cada vez más pobres (cf. DP 30).
   Muy diferente las obras y los gestos de Jesús: sana a los enfermos,
da de comer a los hambrientos, acoge y perdona a los pecadores.

Los pastores van de prisa a Belén
   El ángel se aparece no a los sacerdotes ni a los estudiosos de la ley,
sino a unos pastores que pasan la noche cuidando ovejas ajenas;
ellos saben por experiencia que el pan de cada día es algo incierto.
Sin embargo, al escuchar la Buena Noticia del nacimiento de Jesús,
van de prisa a Belén y encuentran al niño acostado en un establo.
En este niño está presente Dios como Salvador, Mesías, Señor
Ciertamente, los caminos de Dios no son como los nuestros (Is 55,8).
   Tratándose de pastores y ovejas, escuchemos a Jesús que dice:
Si uno tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja las noventa y nueve,
y va en busca de la extraviada hasta encontrarla? (Lc 15,3ss).
   En otra ocasión, Jesús se presenta como el verdadero Pastor:  
El ladrón solo viene para robar, matar y destruir.
Pero yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.
Yo soy el buen pastor que da su vida por las ovejas (Jn 10,10s).
   Durante la última cena, después de lavar los pies a sus discípulos,
Jesús les dice: Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien.
Si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies,
también ustedes deben lavarse los pies unos a otros (Jn 13,13ss).
   Mientras los malos pastores se apacientan a sí mismos…
buscan sus propios intereses… maltratan a los débiles (Ez 34,1ss);
Jesús el Pastor Bueno nos muestra el camino que debemos seguir:
tratar con amor a los que sufren hambre, a los enfermos y heridos,
a los extraviados… Solo así seremos sal y luz del mundo (Mt 5,13ss).

María, madre de Jesús y madre nuestra
   Mientras Jesús enseña a la multitud, una mujer alza la voz
y exclama: Feliz la mujer que te dio a luz y te crió.
Sin quitar méritos a su madre, Jesús amplia esta felicidad
a todos los que oyen la Palabra de Dios y la practican (Lc 11,27s).
Al respecto, María después de escuchar el mensaje del ángel Gabriel,
dice: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí tu palabra.
Precisamente, por su fidelidad y entrega a la Palabra de Dios
le seguimos suplicando: Ruega por nosotros pecadores.
   En las bodas de Caná (Jn 2,1-11), María le dice a su hijo Jesús:
No tienen vino. Luego, dirigiéndose a los servidores añade:
Hagan todo lo que Él le diga. Gracias a la intervención de su madre,
Jesús hace su primera señal milagrosa y sus discípulos creen en Él.
Desde entonces, estas palabras de María nos invitan:
a escuchar las enseñanzas de su Hijo Jesús, a ponerlas en práctica,
y a comprometernos con los necesitados como simples servidores.
Por su corazón pasan tristezas y gozos, angustias y esperanzas;
y, como toda madre, observa… escucha… y medita en su corazón.
   María acompaña a su Hijo Jesús desde Belén hasta el Calvario.
Con el corazón atravesado de dolor, escucha el testamento de Jesús:
Mujer, ahí tienes a tu hijo… Hijo, ahí tienes a tu madre (Jn 19,25ss).
María está presente allí donde la muerte es semilla de una nueva vida,
pues espera lo imposible, a saber, la Resurrección de su Hijo Jesús.

Al Niño le ponen por nombre Jesús
   Dios realiza una alianza con Abrahán, haciendo de él
-que tiene noventa y nueve años- padre de una multitud de pueblos.
Para pertenecer al pueblo de Dios, los varones deben circuncidarse.
  José y María, fieles a la tradición religiosa de su pueblo,
al octavo día del nacimiento del Niño van a Jerusalén;
allí circuncidan al Niño y le ponen por nombre Jesús (=Dios salva).
   En la Biblia, nombre y persona es lo mismo. Por eso, S. Pablo dice:
Dios exaltó a Jesús y le dio un nombre que está sobre todo nombre,
para que ante el nombre de Jesús, todos doblen las rodillas,
y todos proclamen que Jesucristo es el Señor (Flp 2,9-11).
    Que Dios infunda en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo,
para vivir felices como hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
Esta es la felicidad que les deseo para el Año Nuevo 2018.
J. Castillo A.

sábado, 30 de diciembre de 2017

La identidad de la familia cristiana (31 de Diciembre)

 

Es común hablar hoy de crisis de la institución familiar; aunque también es cierto que en los últimos estudios sociológicos la familia es considerada por los jóvenes españoles como una institución que goza de gran prestigio, por encima de otras instituciones como las políticas, militares, la enseñanza, o la misma Iglesia, que se sitúa en escalones muy inferiores.
 
Pero no nos engañemos con las estadísticas, porque tendríamos que matizar a qué familia se refieren los jóvenes en su alta valoración; tal vez sea la “familia club”, la “familia pensión”, la “familia refugio”, o la “familia último recurso”; prueba de ello es el creciente abandono del hogar por parte de parejas jóvenes, que con evidente precipitación, haciendo oídos sordos a consejos paternos  y  sin compromiso matrimonial por medio, abandonan la familia que les vió nacer para crear su propio nido de convivencia en pareja. Eso sí, geográficamente cerca de papá y mamá por si se necesita recurrir a ellos, sobre todo ante las necesidades económicas o de emergencia propias de la vida.

Tal vez sea menos valorada, o desconocida en la práctica por los jóvenes,  la “familia-comunidad de vida”, lugar de encuentro a niveles profundos, donde la comunicación entre sus miembros superan las barreras de la edad, la mentalidad y el rol familiar. Familia en la que uno se mira, a la que se consulta cuando se piensa en tomar decisiones personales importantes, y por la que uno está dispuesto a darlo todo, especialmente la renuncia a los propios caprichos si lo requiere el bien común. Este estilo de vida familiar es el más cercano al espíritu cristiano que rezuma el evangelio de Jesús.

Según criterios cristianos, ¿cómo tendría que ser una familia?, ¿qué le distinguiría de aquella que no es cristiana?, ¿dónde está el quid o punto de toque para poder decir que una familia es familia cristiana? Damos algunos flashes:

1.- En primer lugar tendremos que apuntar que la familia cristiana es el fruto de un matrimonio, de una pareja, “casados en el Señor”; que no es lo mismo que “casados por la Iglesia”. Todos sabemos que son muchos los que se casan por la Iglesia -aunque el porcentaje es también escandalosamente decreciente en España- pero ¿podemos decir que todos los que se casan por la Iglesia lo hacen a sabiendas de lo que comporta el matrimonio cristiano? Cierto que no. Cristiana es la familia formada por una pareja que comparte una experiencia religiosa común, que enriquece la vivencia humana del amor con la conciencia de la dimensión divina del mismo, y que transmite esa conciencia y experiencia por ósmosis a sus hijos. Es una familia que ha dado paso a Dios en su historia. Dios forma parte de ella como formó parte de la familia de Nazaret.

2.- En segundo lugar, la familia cristiana considera su propio ser (su amor conyugal y su fruto, que se exterioriza entre otras cosas y sobre todo en los hijos) como un “don de Dios”. El amor que edifica la familia cristiana no es mirado como fruto de un esfuerzo de los miembros de la misma, sino como don de Dios, evitando así cualquier atisbo de soberbia. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 127,1 .) Considerar el matrimonio, la familia, la propia casa, como un don de Dios, mueve a esposos, padres, hijos, abuelos, nietos, etc. a vivir la realidad del amor conyugal y familiar con gratuidad, a ver en todo ello un motivo para dar gracias a Dios, y a pedir cada día para que ese amor se conserve y crezca. La familia cristiana es una bendición de Dios, un don, un regalo que el converso contempla y acoge con gratitud.

3.- La familia cristiana tiene como modelo de relación al mismo Dios trinitario. De Dios decimos que es una familia: tres personas distintas y un solo Dios verdadero. En Dios la identidad de cada persona no se ve anulada por el lazo de unión que es el amor, sino que al contrario, la unidad de las tres personas fortalece y da sentido a la identidad de cada una. Este es el modelo de convivencia de la familia cristiana, una familia como Dios quiere, como Dios es, donde el diálogo, la comunicación de los unos con los otros, hacen posible el milagro de la unidad familiar, donde ningún miembro (marido, mujer, hijo) anula al otro, sino que reafirma su personalidad ayudándole a ser él mismo. Por eso la familia cristiana mira a Dios, para alabarle, darle gracias y aprender a amar como Él ama.

4.- La familia cristiana se ama en la dimensión de la cruz, es decir, en la dimensión del sacrificio. Cada miembro de ella piensa y vive para el otro. La vida de cada uno de sus miembros está colgada (pende, está pendiente) de la vida de los demás. La familia es el lugar donde se desarrolla de la forma más humana posible, que es la más divina, el “estado del bienestar”.

La familia cristiana, desde siempre, ha sido sagrario donde los más débiles (enfermos, inválidos, ancianos...) han encontrado asilo seguro. Ahora la sociedad, y dentro de ésta muchas instituciones eclesiales,  asumen  o tienden a asumir la tarea de cuidar a los que no pueden cuidarse a sí mismos en orfanatos, hospitales, residencias de ancianos, etc.; pero no nos engañemos, un auténtico “estado del bienestar” no puede prescindir de la familia como la más y mejor capacitada para dar auténtico calor humano a quien más lo necesita. La familia cristiana no renuncia a la ayuda que el estado (la sociedad) presta a sus tareas; es más, exige que en aquello que le afecta directamente –educación, sanidad, salarios- se muestre generoso; pero el compromiso familiar no puede tender nunca a poner el cuidado de los ancianos y enfermos, o la educación de los  niños en manos de instituciones sociales, sino que asume ella misma, hasta el límite, todo lo que directamente puede realizar a favor de sus miembros.

A veces esto supone un  arduo sacrificio, pero la familia cristiana no niega la acogida al hijo no deseado antes de nacer, al que nace inválido, al abuelo imposibilitado, o a cualquier miembro del grupo familiar que corra peligro de vivir a la intemperie. Cuidar sine die a un enfermo crónico o a un anciano -lejos de lo que predica el mundo- no es un castigo, no es enterrarse  en vida; muy al contrario, todo el que asume esa tarea con amor sabe por experiencia que es un modo de ganar la vida, un camino de salvación, un honor, un acto de heroísmo de la fe.

5.- La familia cristiana es una familia misionera: abierta a las necesidades de los que le rodean. Igual que hay un egoísmo personal, también hay otro que podríamos llamar egoísmo familiar. La familia  no puede encerrarse en sí misma. Una familia que sólo mire por los suyos, que no esté abierta a los vecinos, a los problemas del mundo en que vive, que no sea consciente de que ha de ser levadura en la masa (Lc 13,21), no es propiamente familia cristiana. Si la familia es cristiana no puede pasar desapercibida en su comunidad de vecinos, en su barrio, en su pueblo... Sabe que los problemas de las demás familias con las que convive son sus problemas, y se esfuerza buscando soluciones con los demás. El amor familiar, cuando es auténtico, tiende como todo bien a propagarse instintivamente (bonum est diffussivus sui). Una familia enclaustrada en su complacencia acaba muriendo ahogada en su propia basura, porque degenera necesariamente en el más sutil, destructivo e inimaginable egoísmo. En una cultura donde nos alientan a no meternos en problemas, a vivir la vida sin molestarse ni complicarse la vida con nadie, a hacer de la privacidad una fortaleza, la llamada de Jesús está claramente orientada a lo contrario. ¿Puede ser modelo de familia cristiana aquella que se encierra en sí? Ciertamente que no.

6.- Podríamos señalar muchísimas más características propias de la familia cristiana. Pero vamos a señalar, en línea con el plan pastoral de nuestra archidiócesis, sólo una más:  la familia cristiana es una familia vocacional. No se si la palabra es la más adecuada para decir que esta familia nace de una llamada de Dios, de una feliz atracción por la belleza del amor absolutamente gratuito de Dios en Jesucristo, y que da consistencia al hecho de "casarse en el Señor". Dicha vocación se transmite al ambiente y a los hijos.

La familia es el lugar donde se gesta el futuro. Y este futuro es una de las preocupaciones de la Iglesia de hoy:  ¿No es el descenso de matrimonios cristianos y la disminución de vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal un motivo para estar preocupados? Pues sí; y el problema no es sólo de falta de respuestas a la llamada; tras esa falta de decisión se encuentra también la falta de propuestas explícitas, de testimonios de vida familiar y personal coherentes. Podemos decir, que la familia cristiana en la actual coyuntura tiene una misión insustituible: ser un signo de la belleza del amor de Dios, una voz, en medio del desierto y la desolación, que atraiga al seguimiento a aquellos que la contemplan.

Y, de modo concreto, la familia cristiana debe proponer sin complejos a los más jóvenes la decisión de seguir a Cristo como sacerdote o  religioso; unos padres cristianos no temen que sus hijos decidan para sí ese camino, aparentemente irrelevante en nuestra sociedad pero profundamente enriquecedor para quien lo escoge, y para tantos y tantos que se beneficiarán de él. 

No perdamos energías inútiles en debates teóricos sobre divorcio, nuevos modelos de familia con matrimonio entre personas del mismo sexo o parejas de hecho, etc., son propuestas y temas que la llamada ideología de género procura sacar a la luz y, no sin astucia, desenfocar conscientemente en nombre de una libertad bastante arbitraria.


Nosotros al grano; profundicemos en los compromisos, en el quid, en el plus que nuestras familias cristianas han de aportar a la sociedad; ese plus se llama Jesucristo. La identidad que el Señor quiere y ha querido siempre para el matrimonio y la familia cristianos es la vivencia del amor hasta el límite, construir una familia con Cristo en el centro: desapegada de intereses espurios, misericordiosa como el Padre, entregada a la causa del Reino como el Hijo, fuerte, sabia, paciente, irresistiblemente atractiva y valientemente profética por la presencia del Espíritu. 

 Una familia así no va a venir caída del cielo, no nos la va a procurar las leyes ni las polémicas institucionales. Sólo poniendo la mirada en Dios (oración) y manos a la obra (acción), trabajando por construir un hogar desde criterios evangélicos como son el diálogo, el perdón, la comunión de bienes materiales y espirituales, la paciencia, la humildad, y sobre todo el amor, "que es el vínculo de la perfección" (Col 3,14), puede el cristiano hallar el camino de la familia que Dios quiere. La familia cristiana tiene su asiento en la vida y consecuente doctrina del evangelio; su riqueza está ahí, y en tiempos difíciles no estaría mal volver a esa fuente. Mejor que destruir polemizando es construir contemplando y amando.

A todos los que tenemos la suerte de vivir en el seno de una familia cristiana, ¡Felicidades en esta Fiesta de la Sagrada Familia! ! Y que todos los que buscan el calor de un hogar, encuentren en el amor familiar pistas para ello.

Casto Acedo Gómez. Diciembre 2017. paduamerida@hotmail.com

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Experiencia y esperanza

Sagrada Familia, ciclo B
Eclo 3,2-14  -  Col 3,12-21  -  Lc 2,22-40

   Cuando la experiencia de los adultos y la esperanza de los jóvenes
caminan juntos… es más fácil construir un mundo fraterno.
   En efecto: La juventud no es solo la falta de arrugas y de canas…
La vejez no es solo la edad avanzada… Ser joven es tener una causa
a la que consagrar la propia vida (Mons. Helder Cámara, en 1968).

La experiencia de Simeón y Ana, personas mayores
   En el diálogo con la samaritana, Jesús dice a sus discípulos:
Yo les he enviado a cosechar donde otros han trabajado,
ahora ustedes recogen el fruto del esfuerzo de ellos (Jn 4,38).
¿Qué frutos ofrecemos los adultos/as a las próximas generaciones?
   Simeón no es funcionario del templo. Es un hombre justo, piadoso;
y -siendo de edad avanzada- espera la liberación de su pueblo.
Por eso, cuando José y María llegan al templo llevando al niño Jesús,
Simeón -conducido por el Espíritu Santo- va al encuentro de ellos…
toma al niño Jesús en sus brazos… y bendice a Dios diciendo:
Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz,
porque mis ojos han visto la salvación… Luego, le dice a María:
Mira, este niño será acogido por unos y rechazado por otros.
Y añade: En cuanto a ti, una espada de dolor atravesará tu corazón.
En el Calvario, María está junto a su hijo Jesús crucificado (Jn 19,25).
   Ana es viuda, anciana de ochenta y cuatro años,  y profetisa.
Ella también va al templo y, desde que ve al niño Jesús, alaba a Dios
y habla del niño a todos los que esperan la liberación de Jerusalén.
Recordemos: Jesús acoge a varias mujeres como discípulas (Lc 8,1s),
y son mujeres las que proclaman a Jesús resucitado (Mt 28,5ss).
Hoy hacen falta  profetas y profetisas que anuncien el Reino de Dios:
-Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa… (Rom 16).
-Saluden a Prisca y Áquila y a la iglesia que se reúne en su casa
-Dios ha querido que en la Iglesia haya en primer lugar apóstoles,
en segundo lugar profetas, en tercer lugar maestros… (1Cor 12,28).

La esperanza de José y María, jóvenes esposos
   Después que María de Nazaret acepta ser la madre de Jesús,
va de prisa a las montañas de Judea para visitar a su prima Isabel.
Desde aquel humilde hogar, ambas mujeres gestantes elevan su voz:
*Para defender la dignidad de la mujer, frecuentemente pisoteada
por una sociedad machista: Bendita eres entre las mujeres
*Para valorar el don de la vida de los más indefensos, a saber,
los que están en el seno materno: Bendito es el fruto de tu vientre
*Para anunciar la liberación que Dios nos ofrece desde los pobres:
Dios derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes,
colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos…
   Más tarde, Jesús retomará estas palabras de María, su madre,
y anunciará un mensaje liberador a los pobres y hambrientos,
a los que lloran y son odiados, a los excluidos y despreciados (Lc 6).
   Meses después, José y María -jóvenes esposos- van a Belén.
Allí, en un establo, María da a luz a Jesús su hijo primogénito;
y, en ese establo, reciben la visita de unos pastores despreciados.
   Cuarenta días después José y María, van al templo de Jerusalén
para el rito de la purificación de la madre (Lev 12),
y para la presentación de Jesús, hijo primogénito de María (Ex 13).
   Días antes de su pasión y muerte, Jesús ingresa en Jerusalén,
y purifica el templo convertido en un lugar de negocios, exclamando:
Mi casa es casa de oración y no cueva de ladrones (Lc 19,45s).

Jesús de Nazaret crece en edad, sabiduría y gracia
   Jesús, que ha recorrido las etapas de vida de toda persona humana,
es el Camino, la Verdad y la Vida para niñosjóvenesadultos
   Al respecto, escuchemos el mensaje a los jóvenes del Vaticano II:
Ustedes jóvenes van a recibir la antorcha de manos de sus mayores
y van a vivir en el mundo en el momento
de sus más gigantescas transformaciones de su historia.
Ustedes, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas
de sus padres y maestros, van a formar la sociedad de mañana;
se salvarán o perecerán con ella… Luego, los obispos dicen:
Sobre todo para ustedes jóvenes, la Iglesia acaba de alumbrar
en su Concilio una luz, luz que alumbrará el porvenir…Y terminan:
Miren el rostro de Jesús, el héroe verdadero, humano y sabio,
el Profeta de la verdad, del amor, el amigo de los jóvenes.
J. Castillo A.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Jesús nace en un establo

Natividad de Jesús
Is 9,1-6  -  Tito 2,11-14  -  Lc 2,1-14

   ¿Qué debemos hacer, cuando el nacimiento de Jesús en un establo,
lo hemos convertido en un tiempo de consumismo desenfrenado?
¿Acogemos y servimos a los pobres que buscan una vida más digna?
¿Nos amamos los unos a los otros, como nos ama Jesús de Nazaret?
   Si no hay amor y vida, justicia y paz, ¿qué estamos celebrando?

El nacimiento de un niño pobre
   El nacimiento y la infancia de Jesús que narra el evangelista Lucas,
debemos meditarlo a la luz de su pasión, muerte y resurrección.
*En Belén, José y María tocan muchas puertas pidiendo alojamiento,
y como no hay lugar para ellos, María da a luz a Jesús en un establo.
Desde esta experiencia, Jesús pobre anuncia esta Buena Noticia:
Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece.
Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados.
Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán (Lc 6,20ss).
¿Qué hacemos por las personas oprimidas por el sistema capitalista?
*Después de dar a luz, María envuelve a Jesús en pañales.
Lo mismo hace José de Arimatea: Pide a Pilato el cuerpo de Jesús,
lo envuelve en una sábana y lo coloca en un sepulcro (Lc 23,50ss).
¿Vestimos -por amor y en silencio- a los que sufren frío y desnudez?
*Luego, el ángel del Señor se aparece a los pastores para anunciarles:
Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes el Salvador.
A Jesús, mientras ora de rodillas en el huerto de los Olivos,
se le aparece un ángel que le anima y le da fuerzas (Lc 22,41ss).
¿Actuamos con entrañas de misericordia con las personas que sufren?
*De pronto, una multitud de ángeles glorifican a Dios diciendo:
Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres.
Algo semejante sucede cuando Jesús entra en la ciudad de Jerusalén,
sus discípulos dicen: Paz en el cielo y gloria al Altísimo (Lc 19,38).
Y Jesús, ya resucitado, les dice: La paz esté con ustedes (Lc 24,36).
¿Trabajamos por una paz verdadera, basada en la verdad y justicia?

En aquella región había unos pastores
   Dios toma la iniciativa de anunciar el nacimiento de su Hijo,
a unos pastores despreciados por la sociedad y religión de esa época.
*Sin embargo, cuando la gloria de Dios los envuelve con su luz,
aquellos pastores sienten un gran temor.
Quizás tienen miedo, no a las tinieblas sino a la luz, como nosotros
que preferimos no la luz de la verdad, sino las tinieblas de la maldad:
La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas. Quien obra mal odia la luz
y no se acerca a la luz, por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz,
para que se vea que todo lo hace según la voluntad Dios (Jn 3,19ss).
*A continuación, el mensajero del Señor les dice: No tengan miedo,
Les traigo una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo.
Esta Buena Noticia es la persona de Jesús, Hijo de Dios y de María.
Su nacimiento es motivo de alegría para todos, preferentemente,
para los despreciados, los hombres y las mujeres que no valen nada.
Hoy, si la persona de Jesús ya no es Buena Noticia para nosotros…
si sus enseñanzas, obras y gestos audaces no nos dicen nada…
si le amamos con los labios, pero nuestro corazón está lejos de Él…
si somos indiferentes con sus hermanos/as que tienen hambre y sed…
estamos celebrando cualquier cosa… menos su nacimiento en  Belén.
*Luego, el ángel les anuncia que la salvación ha llegado a ellos:
Hoy, en Belén, ha nacido para ustedes el Salvador: Cristo el Señor.
Que esta salvación llegue hoy, preferentemente, a los niños y niñas:
-que nacen con el peso intolerable de la pobreza y de  la miseria…
-que caminan por nuestras calles pidiendo limosna…
-que buscan en la basura algo que tenga valor para llevarlo a casa…
-que no tienen vestido para protegerse del frío y de las lluvias…
-que van a dormir, generalmente, con el estómago vacío…
   Hace años, en la puerta del templo de una parroquia de la ciudad,
dejaron abandonado a un niño más o menos de una semana de nacido.
Es un caso más de tantos niños huérfanos de padres vivos
Mientras los que “han oído Misa entera” se van sin hacer nada,
una madre pobre con seis hijos -que va de paso- lo acoge y lo adopta.
   Teniendo presente este gesto solidario de acoger y dar vida,
les deseo a ustedes ¡Feliz Navidad!, comparable con la felicidad
de aquella humilde madre y del niño que ya tiene un hogar.
J. Castillo A.