domingo, 31 de diciembre de 2017

Santa María, Madre del Señor

Jesús vino a salvarnos
Num 6,22-27  -  Gal 4,4-7  -  Lc 2,16-21

   Quienes promueven: consumo, injusticia, corrupción, violencia…
son lobos rapaces (Mt 7,15) que solo buscan amontonar dinero.
Las consecuencias están a la vista: pocos ricos cada vez más ricos,
a costa de una multitud de pobres cada vez más pobres (cf. DP 30).
   Muy diferente las obras y los gestos de Jesús: sana a los enfermos,
da de comer a los hambrientos, acoge y perdona a los pecadores.

Los pastores van de prisa a Belén
   El ángel se aparece no a los sacerdotes ni a los estudiosos de la ley,
sino a unos pastores que pasan la noche cuidando ovejas ajenas;
ellos saben por experiencia que el pan de cada día es algo incierto.
Sin embargo, al escuchar la Buena Noticia del nacimiento de Jesús,
van de prisa a Belén y encuentran al niño acostado en un establo.
En este niño está presente Dios como Salvador, Mesías, Señor
Ciertamente, los caminos de Dios no son como los nuestros (Is 55,8).
   Tratándose de pastores y ovejas, escuchemos a Jesús que dice:
Si uno tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja las noventa y nueve,
y va en busca de la extraviada hasta encontrarla? (Lc 15,3ss).
   En otra ocasión, Jesús se presenta como el verdadero Pastor:  
El ladrón solo viene para robar, matar y destruir.
Pero yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.
Yo soy el buen pastor que da su vida por las ovejas (Jn 10,10s).
   Durante la última cena, después de lavar los pies a sus discípulos,
Jesús les dice: Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien.
Si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies,
también ustedes deben lavarse los pies unos a otros (Jn 13,13ss).
   Mientras los malos pastores se apacientan a sí mismos…
buscan sus propios intereses… maltratan a los débiles (Ez 34,1ss);
Jesús el Pastor Bueno nos muestra el camino que debemos seguir:
tratar con amor a los que sufren hambre, a los enfermos y heridos,
a los extraviados… Solo así seremos sal y luz del mundo (Mt 5,13ss).

María, madre de Jesús y madre nuestra
   Mientras Jesús enseña a la multitud, una mujer alza la voz
y exclama: Feliz la mujer que te dio a luz y te crió.
Sin quitar méritos a su madre, Jesús amplia esta felicidad
a todos los que oyen la Palabra de Dios y la practican (Lc 11,27s).
Al respecto, María después de escuchar el mensaje del ángel Gabriel,
dice: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí tu palabra.
Precisamente, por su fidelidad y entrega a la Palabra de Dios
le seguimos suplicando: Ruega por nosotros pecadores.
   En las bodas de Caná (Jn 2,1-11), María le dice a su hijo Jesús:
No tienen vino. Luego, dirigiéndose a los servidores añade:
Hagan todo lo que Él le diga. Gracias a la intervención de su madre,
Jesús hace su primera señal milagrosa y sus discípulos creen en Él.
Desde entonces, estas palabras de María nos invitan:
a escuchar las enseñanzas de su Hijo Jesús, a ponerlas en práctica,
y a comprometernos con los necesitados como simples servidores.
Por su corazón pasan tristezas y gozos, angustias y esperanzas;
y, como toda madre, observa… escucha… y medita en su corazón.
   María acompaña a su Hijo Jesús desde Belén hasta el Calvario.
Con el corazón atravesado de dolor, escucha el testamento de Jesús:
Mujer, ahí tienes a tu hijo… Hijo, ahí tienes a tu madre (Jn 19,25ss).
María está presente allí donde la muerte es semilla de una nueva vida,
pues espera lo imposible, a saber, la Resurrección de su Hijo Jesús.

Al Niño le ponen por nombre Jesús
   Dios realiza una alianza con Abrahán, haciendo de él
-que tiene noventa y nueve años- padre de una multitud de pueblos.
Para pertenecer al pueblo de Dios, los varones deben circuncidarse.
  José y María, fieles a la tradición religiosa de su pueblo,
al octavo día del nacimiento del Niño van a Jerusalén;
allí circuncidan al Niño y le ponen por nombre Jesús (=Dios salva).
   En la Biblia, nombre y persona es lo mismo. Por eso, S. Pablo dice:
Dios exaltó a Jesús y le dio un nombre que está sobre todo nombre,
para que ante el nombre de Jesús, todos doblen las rodillas,
y todos proclamen que Jesucristo es el Señor (Flp 2,9-11).
    Que Dios infunda en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo,
para vivir felices como hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
Esta es la felicidad que les deseo para el Año Nuevo 2018.
J. Castillo A.

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