sábado, 30 de diciembre de 2017

La identidad de la familia cristiana (31 de Diciembre)

 

Es común hablar hoy de crisis de la institución familiar; aunque también es cierto que en los últimos estudios sociológicos la familia es considerada por los jóvenes españoles como una institución que goza de gran prestigio, por encima de otras instituciones como las políticas, militares, la enseñanza, o la misma Iglesia, que se sitúa en escalones muy inferiores.
 
Pero no nos engañemos con las estadísticas, porque tendríamos que matizar a qué familia se refieren los jóvenes en su alta valoración; tal vez sea la “familia club”, la “familia pensión”, la “familia refugio”, o la “familia último recurso”; prueba de ello es el creciente abandono del hogar por parte de parejas jóvenes, que con evidente precipitación, haciendo oídos sordos a consejos paternos  y  sin compromiso matrimonial por medio, abandonan la familia que les vió nacer para crear su propio nido de convivencia en pareja. Eso sí, geográficamente cerca de papá y mamá por si se necesita recurrir a ellos, sobre todo ante las necesidades económicas o de emergencia propias de la vida.

Tal vez sea menos valorada, o desconocida en la práctica por los jóvenes,  la “familia-comunidad de vida”, lugar de encuentro a niveles profundos, donde la comunicación entre sus miembros superan las barreras de la edad, la mentalidad y el rol familiar. Familia en la que uno se mira, a la que se consulta cuando se piensa en tomar decisiones personales importantes, y por la que uno está dispuesto a darlo todo, especialmente la renuncia a los propios caprichos si lo requiere el bien común. Este estilo de vida familiar es el más cercano al espíritu cristiano que rezuma el evangelio de Jesús.

Según criterios cristianos, ¿cómo tendría que ser una familia?, ¿qué le distinguiría de aquella que no es cristiana?, ¿dónde está el quid o punto de toque para poder decir que una familia es familia cristiana? Damos algunos flashes:

1.- En primer lugar tendremos que apuntar que la familia cristiana es el fruto de un matrimonio, de una pareja, “casados en el Señor”; que no es lo mismo que “casados por la Iglesia”. Todos sabemos que son muchos los que se casan por la Iglesia -aunque el porcentaje es también escandalosamente decreciente en España- pero ¿podemos decir que todos los que se casan por la Iglesia lo hacen a sabiendas de lo que comporta el matrimonio cristiano? Cierto que no. Cristiana es la familia formada por una pareja que comparte una experiencia religiosa común, que enriquece la vivencia humana del amor con la conciencia de la dimensión divina del mismo, y que transmite esa conciencia y experiencia por ósmosis a sus hijos. Es una familia que ha dado paso a Dios en su historia. Dios forma parte de ella como formó parte de la familia de Nazaret.

2.- En segundo lugar, la familia cristiana considera su propio ser (su amor conyugal y su fruto, que se exterioriza entre otras cosas y sobre todo en los hijos) como un “don de Dios”. El amor que edifica la familia cristiana no es mirado como fruto de un esfuerzo de los miembros de la misma, sino como don de Dios, evitando así cualquier atisbo de soberbia. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 127,1 .) Considerar el matrimonio, la familia, la propia casa, como un don de Dios, mueve a esposos, padres, hijos, abuelos, nietos, etc. a vivir la realidad del amor conyugal y familiar con gratuidad, a ver en todo ello un motivo para dar gracias a Dios, y a pedir cada día para que ese amor se conserve y crezca. La familia cristiana es una bendición de Dios, un don, un regalo que el converso contempla y acoge con gratitud.

3.- La familia cristiana tiene como modelo de relación al mismo Dios trinitario. De Dios decimos que es una familia: tres personas distintas y un solo Dios verdadero. En Dios la identidad de cada persona no se ve anulada por el lazo de unión que es el amor, sino que al contrario, la unidad de las tres personas fortalece y da sentido a la identidad de cada una. Este es el modelo de convivencia de la familia cristiana, una familia como Dios quiere, como Dios es, donde el diálogo, la comunicación de los unos con los otros, hacen posible el milagro de la unidad familiar, donde ningún miembro (marido, mujer, hijo) anula al otro, sino que reafirma su personalidad ayudándole a ser él mismo. Por eso la familia cristiana mira a Dios, para alabarle, darle gracias y aprender a amar como Él ama.

4.- La familia cristiana se ama en la dimensión de la cruz, es decir, en la dimensión del sacrificio. Cada miembro de ella piensa y vive para el otro. La vida de cada uno de sus miembros está colgada (pende, está pendiente) de la vida de los demás. La familia es el lugar donde se desarrolla de la forma más humana posible, que es la más divina, el “estado del bienestar”.

La familia cristiana, desde siempre, ha sido sagrario donde los más débiles (enfermos, inválidos, ancianos...) han encontrado asilo seguro. Ahora la sociedad, y dentro de ésta muchas instituciones eclesiales,  asumen  o tienden a asumir la tarea de cuidar a los que no pueden cuidarse a sí mismos en orfanatos, hospitales, residencias de ancianos, etc.; pero no nos engañemos, un auténtico “estado del bienestar” no puede prescindir de la familia como la más y mejor capacitada para dar auténtico calor humano a quien más lo necesita. La familia cristiana no renuncia a la ayuda que el estado (la sociedad) presta a sus tareas; es más, exige que en aquello que le afecta directamente –educación, sanidad, salarios- se muestre generoso; pero el compromiso familiar no puede tender nunca a poner el cuidado de los ancianos y enfermos, o la educación de los  niños en manos de instituciones sociales, sino que asume ella misma, hasta el límite, todo lo que directamente puede realizar a favor de sus miembros.

A veces esto supone un  arduo sacrificio, pero la familia cristiana no niega la acogida al hijo no deseado antes de nacer, al que nace inválido, al abuelo imposibilitado, o a cualquier miembro del grupo familiar que corra peligro de vivir a la intemperie. Cuidar sine die a un enfermo crónico o a un anciano -lejos de lo que predica el mundo- no es un castigo, no es enterrarse  en vida; muy al contrario, todo el que asume esa tarea con amor sabe por experiencia que es un modo de ganar la vida, un camino de salvación, un honor, un acto de heroísmo de la fe.

5.- La familia cristiana es una familia misionera: abierta a las necesidades de los que le rodean. Igual que hay un egoísmo personal, también hay otro que podríamos llamar egoísmo familiar. La familia  no puede encerrarse en sí misma. Una familia que sólo mire por los suyos, que no esté abierta a los vecinos, a los problemas del mundo en que vive, que no sea consciente de que ha de ser levadura en la masa (Lc 13,21), no es propiamente familia cristiana. Si la familia es cristiana no puede pasar desapercibida en su comunidad de vecinos, en su barrio, en su pueblo... Sabe que los problemas de las demás familias con las que convive son sus problemas, y se esfuerza buscando soluciones con los demás. El amor familiar, cuando es auténtico, tiende como todo bien a propagarse instintivamente (bonum est diffussivus sui). Una familia enclaustrada en su complacencia acaba muriendo ahogada en su propia basura, porque degenera necesariamente en el más sutil, destructivo e inimaginable egoísmo. En una cultura donde nos alientan a no meternos en problemas, a vivir la vida sin molestarse ni complicarse la vida con nadie, a hacer de la privacidad una fortaleza, la llamada de Jesús está claramente orientada a lo contrario. ¿Puede ser modelo de familia cristiana aquella que se encierra en sí? Ciertamente que no.

6.- Podríamos señalar muchísimas más características propias de la familia cristiana. Pero vamos a señalar, en línea con el plan pastoral de nuestra archidiócesis, sólo una más:  la familia cristiana es una familia vocacional. No se si la palabra es la más adecuada para decir que esta familia nace de una llamada de Dios, de una feliz atracción por la belleza del amor absolutamente gratuito de Dios en Jesucristo, y que da consistencia al hecho de "casarse en el Señor". Dicha vocación se transmite al ambiente y a los hijos.

La familia es el lugar donde se gesta el futuro. Y este futuro es una de las preocupaciones de la Iglesia de hoy:  ¿No es el descenso de matrimonios cristianos y la disminución de vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal un motivo para estar preocupados? Pues sí; y el problema no es sólo de falta de respuestas a la llamada; tras esa falta de decisión se encuentra también la falta de propuestas explícitas, de testimonios de vida familiar y personal coherentes. Podemos decir, que la familia cristiana en la actual coyuntura tiene una misión insustituible: ser un signo de la belleza del amor de Dios, una voz, en medio del desierto y la desolación, que atraiga al seguimiento a aquellos que la contemplan.

Y, de modo concreto, la familia cristiana debe proponer sin complejos a los más jóvenes la decisión de seguir a Cristo como sacerdote o  religioso; unos padres cristianos no temen que sus hijos decidan para sí ese camino, aparentemente irrelevante en nuestra sociedad pero profundamente enriquecedor para quien lo escoge, y para tantos y tantos que se beneficiarán de él. 

No perdamos energías inútiles en debates teóricos sobre divorcio, nuevos modelos de familia con matrimonio entre personas del mismo sexo o parejas de hecho, etc., son propuestas y temas que la llamada ideología de género procura sacar a la luz y, no sin astucia, desenfocar conscientemente en nombre de una libertad bastante arbitraria.


Nosotros al grano; profundicemos en los compromisos, en el quid, en el plus que nuestras familias cristianas han de aportar a la sociedad; ese plus se llama Jesucristo. La identidad que el Señor quiere y ha querido siempre para el matrimonio y la familia cristianos es la vivencia del amor hasta el límite, construir una familia con Cristo en el centro: desapegada de intereses espurios, misericordiosa como el Padre, entregada a la causa del Reino como el Hijo, fuerte, sabia, paciente, irresistiblemente atractiva y valientemente profética por la presencia del Espíritu. 

 Una familia así no va a venir caída del cielo, no nos la va a procurar las leyes ni las polémicas institucionales. Sólo poniendo la mirada en Dios (oración) y manos a la obra (acción), trabajando por construir un hogar desde criterios evangélicos como son el diálogo, el perdón, la comunión de bienes materiales y espirituales, la paciencia, la humildad, y sobre todo el amor, "que es el vínculo de la perfección" (Col 3,14), puede el cristiano hallar el camino de la familia que Dios quiere. La familia cristiana tiene su asiento en la vida y consecuente doctrina del evangelio; su riqueza está ahí, y en tiempos difíciles no estaría mal volver a esa fuente. Mejor que destruir polemizando es construir contemplando y amando.

A todos los que tenemos la suerte de vivir en el seno de una familia cristiana, ¡Felicidades en esta Fiesta de la Sagrada Familia! ! Y que todos los que buscan el calor de un hogar, encuentren en el amor familiar pistas para ello.

Casto Acedo Gómez. Diciembre 2017. paduamerida@hotmail.com

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