lunes, 29 de marzo de 2021

Solidaridad y fraternidad (Jueves Santo)

Transcribo par este día la entrada que para el Jueves Santo publiqué hace años en este mismo blog. No viene mal repetir las reflexiones y meditaciones. Seguro que en cada momento nos sugieren sentimientos y llamadas nuevas. 


Solidaridad y fraternidad

Hay un vocablo que, en los tiempos que corren, ha adquirido carta de ciudadanía para nuestra sociedad,  una palabra que condensa el no va más de la moral laicista. me refiero al  término “solidaridad”. No hay foro público donde no se canten loas a la actitud solidaria para con los marginados y los marginales. En tiempos de valores blandos parece que practicar la solidaridad es haber alcanzado la meta de las posibilidades éticas del ser humano.

Sin embargo, mirada en profundidad, "solidaridad" no deja de ser un término pobre. No cabe duda de que solidarizarse con alguien parece indicar algo muy bueno. ¿Cómo no va a serlo cuando se trata de una buena y efectiva disposición para ayudar a los demás?. Ahora bien, parece que la solidaridad apela más a la lógica de la mente que al impulso del corazón; puede tratarse de un estar contigo, pero sin darme del todo, de compartir mi tiempo, mi saber, mi dinero, pero no mi persona.

Me parece más completo y profundo hablar de "fraternidad". Ser fraterno es algo más que optar por una causa. Puedo o no puedo solidarizarme con tal o cual persona o grupo sufriente, con este o aquel colectivo marginado; pero si soy hermano la cuestión no es si puedo o no puedo ser solidario, la cuestión es que no existe tal cuestión, porque si entiendo al otro como parte de mí, su gozo es mi gozo y su dolor mi dolor.

En la fraternidad entra en juego lo más sagrado de mi persona: mi mismo ser interior, mi sangre y mi carne, que hace míos los gozos y los dolores de mis hermanos. Así, cuando mi hermano está en apuros, no tengo que decidir si ponerme de su parte o no porque la decisión ya está tomada; mi hermano es parte de mí, y darle la espalda sería un atentado contra mi propia dignidad personal. Ser hermano es, pues, mucho más que ser solidario. Puedo dejar de ser solidario apoyado en tal o cual excusa más o menos convincente, y puedo hacerlo sin que se produzca en mí una ruptura personal; pero no puedo dejar de ser hermano de mi hermano sin que mi naturaleza me lo reproche y mis entrañas se resientan.

En la misma linea, y muy acertadamente, en una charla de hace unos años, el Papa Francisco, decía con rotundidad que Cáritas no es una ONG, no es una sociedad paralela a la Iglesia que practica puntualmente la solidaridad para con los pobres; Cáritas es la Iglesia viviendo la fraternidad , "poniendo la propia carne en el asador, haciéndote pobre con los pobres, cambiando radicalmente de estilo de vida".  (lo puedes ver y escuchar en http://www.youtube.com/watch?v=OcZpKXA9KYk).


Amor fraterno

De nuestro Señor Jesucristo no se dice que fuera solidario con los pobres, ni que optara por ellos, sino que “siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Cuando se dice que cargó con nuestros pecados no se está diciendo que hizo una relación de pecados de la humanidad y la presentó al Padre junto con un manifiesto solidario a favor de los culpables. ¡No! Cristo se encarnó como hermano, y como tal sufrió con y por nosotros. "Al que no tuvo pecado Dios le hizo pecado para reconciliarnos con Él” (2 Cor 5,21).

Cristo no es la mano solidaria del Padre-patrón que, desde el cielo, soluciona nuestras vidas haciendo gestiones administrativas, sino el hermano que codo con codo, se hace familia de la humanidad y convive sufriendo y gozando con ella. Nos enseñó así que Dios no quiere palabras bonitas y celebraciones simbólicas de solidaridad, sino que vivamos en comunión, que construyamos el Reino de la fraternidad encarnados en la comunidad humana.

El Jueves Santo es el día del amor fraterno, día de la “fraternidad”, de la entrega total al prójimo. Evitemos, pues, el deslizamiento profano hacia una solidariad puntual y de salón. 

La Iglesia no somos una asociación para la defensa de la cultura cristiana, ni para la promoción de los valores humanos, aunque éstos sean de inspiración evangélica; somos ante todo una fraternidad que vive del y para el amor de Dios. Por ello, más que discursos solidarios que vacíen nuestros bolsillos a favor de los pobres, necesitamos sentimientos de fraternidad que vacíen todo nuestro ser en disponibilidad al prójimo según el modelo de Jesús de Nazaret, que “se despojó de su rango pasando por uno de tantos” (Flp 2,7).

No se trata tanto de ayudar a los pobres cuanto de que no haya pobres; o lo que es lo mismo, de ser todos pobres en el sentido más evangélico del término. Jesús no sólo dio pan, se dio el mismo como pan. Sin los mismos sentimientos de Cristo Jesús, sin sentir al hermano como parte tuya, como tu propia carne, sólo tendrás solidaridad indolente, ideología disfrazada de cristianismo.


No es posible la celebración de la Cena del Señor sin sentir como propio el palpito del corazón del hermano, sin dejar que nos inunde la sensación (el sentimiento) de que todos los que se reúnen en la tarde del Jueves Santo a celebrar la Cena del Señor, somos algo más que vecinos aficionados a las mismas prácticas piadosas. Dios nos ha dado una familia, una comunidad, para que la amemos con la misma ternura y dedicación con que la amó Jesús. Todo lo demás son asuntos secundarios. Ya lo dijo san Pablo: aunque fuera solidario repartiendo mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas en un gesto simbólico de protesta, si no tengo amor no soy nada (cf 1 Cor 13, 1-2).

Casto Acedo Gómez. Marzo 2021.  paduamerida@gmail.com.
 

jueves, 25 de marzo de 2021

Entrar en la Semana Santa (Domingo de Ramos)


Vamos a celebrar una Semana Santa un tanto especial, aunque no viviremos la sequía cultual del año pasado, cuando los templos estuvieron cerrados al público y cada uno hubo de buscar el alimento espiritual como mejor pudo.

Este año esperamos que sea más leve, aunque la presencia cansina de la pandemia, los cierres perimetrales, el toque de queda y las limitaciones en el contacto social, marcará la vivencia de estos días.

Ya que no vas a estar recluido en casa, puedes aprovechar para procurarte una semana santa donde no falten las celebraciones comunitarias en la parroquia con las debidas medidas sanitarias y al mismo tiempo, dada las limitaciones, puedas buscar momentos de soledad para acallar, orar y meditar. La pandemia requiere ser asimilada en lo que tiene de atención sanitaria y ajuste económico, pero no menos en lo que tiene de espiritual. Y referente a esto último no estará de más que te preguntes acerca de tu vivencia cristiana de la pandemia. ¿Qué me ha dicho Dios en este último año? ¿Qué ha cambiado en mi modo de entender a Dios y en mi modo de vivir mi fe? 

La Semana Santa es una excelente oportunidad para entrar en ti y discernir cristianamente todo lo que en estos días pasa por tu cabeza y tu corazón. Ya sabes que el ambiente secularizado en que vivimos no invita a interioridades, que ha decaído la práctica de hacer una lectura creyente de la vida y los días de la semana santa suelen leerse más como oportunidad de asueto para unos y de negocio turístico para otros. ¿Podrás desmarcarte de todo esto? Merece la pena hacer un esfuerzo. Difícil, pero posible.

Aquí tienes unas notas para enfocar la Semana Santa de un modo nuevo.


Estrenar vida

La primavera despegó hace unos días. La Semana de Pascua no se celebra en estas fechas por casualidad. Son fechas en las que la vida comienza a florecer. En el sur huele a azahar y tomillo. Los cerezos y almendros florecen, en los parques y jardines brotan las plantas y el ambiente huele a flores. La creación está de estreno estos días. Un viejo refrán español reza que el el “el domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos”, o dicho con otras palabras: quien no renueva (compra, adquiere) algo en su vida estos días es que está manco, paralizado o muerto. Así, el Domingo de Ramos, es cada año una llamada a renovar, a dar los últimos  retoques al traje nuevo tejido en el taller de vida espiritual que ha sido la Cuaresma. Para la renovación deseada el primer paso es entrar con Jesús en la Ciudad Santa. ¡Anímate!

¡Estrena vida! Date la oportunidad; no dejes que el racionalismo y el materialismo consumista del hombre viejo  emboten tu mente; abre la puerta de tu corazón y deja que Jesús, que viene a ti humilde y pacífico, a lomos de un asno,  entre en tu casa, en tu interioridad. Para facilitarle la entrada aléjate de todo lo que te disperse, disfruta de tiempos de silencio, de lecturas espirituales sólidas, de la charla con quien te pueda ayudar a conocer a Jesús y conocerte más a ti mismo o a ti misma. Deja por unos días el cuidado obsesivo de tu piel y dedica tiempo a cultivar tu interior.


Turismo interior

Puedes planear para estos días un viaje de turismo interior, un viaje por los parajes y paisajes de tu alma. Para ello has de huir de los ruidos exteriores e interiores, porque en el silencio oyente (obediente) puedes encontrar el espacio vital que necesitas para un cambio de vida. 

Haz una procesión de silencio recorriendo tu morada interior; echando mano de santa Teresa contémplate como un castillo habitado en su centro por un Rey. Vives en las periferias del castillo, enajenado, lejos de ti, y en estos días Dios te empuja a  centrarte, a apropiarte de tu vida, a mirarte y vivirte desde el centro donde Él te habita. 

La procesión de Ramos, que este año queda suprimida por causas sabidas, es todo un símbolo del paso que te invito a dar. Partimos  de la Plaza pública (exterioridad), foro profano por excelencia, lugar de mercado y negocios, ágora de discusiones y polémicas, punto de fricciones económicas e ideológicas, y desde ahí nos dirigimos al templo  (interioridad),  ámbito de lo sagrado, zona de escucha, espacio de silencio, morada de Dios. 

Dejando atrás el dominio de la sensualidad, el cálculo y de la razón práctica, adéntrate en el reino de lo sagrado, donde el Misterio te abre a lo insospechado. Semana Santa es tiempo para experimentar más allá de los sentidos, lo que “ni el ojo vio, ni el oído oyó; lo que Dios tiene preparado para los que lo aman” (1 Cor 2,9). Ese Misterio insondable no es un nuevo descubrimiento de la física, ni el último teorema matemático, ni la más reciente moda filosófica, ni una nueva emoción; es una persona: Jesucristo, “misterio mantenido en secreto durante siglos, y revelado ahora para nuestra salvación” (Rm 16,25-26).

Para ayudarte en el proceso de recogimiento y turismo interior, para tu encuentro con Jesús, la Iglesia te ofrece una serie de protocolos: bendición de ramos, misa de la cena del Señor, memoria de la Pasión, adoración de la Cruz, renovación del bautismo, mesa eucarística…, además de otras muchas oportunidades, como pueden ser los viacrucis o las horas santas. Todos estos recursos los tienes a tu disposición para lograr un mayor acercamiento a Dios, se deja ver más que nunca estos días.


Procesionar con Cristo

Dedícate estos días santos a procesionar con Cristo sin ritualismos ni teologías, tocando la Verdad desnuda,  palpándola con los dedos del alma, con los pies descalzos, sintiendo en tu piel el Misterio que es Dios. Y si sientes que "Dios es", y que tú eres con Él, nada ni nadie podrá descolocar tu vida. Porque en Cristo encuentras toda la verdad que eres y todo el amor que estás llamado a ser y a vivir.

Entrar en la Semana Santa es entrar en Cristo, en su Persona. Así lo recomienda san Gregorio Nacianceno:
“Si eres Simón Cirineo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con Él como un ladrón, como el buen ladrón confía en tu Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación. Entra en el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que, fuera, quede muerto el murmurador con sus blasfemias. Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo. Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüentos. Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás también quizá a los Ángeles o incluso al mismo Jesús”. (Oficio de Lectura del Sábado de la V Semana de Cuaresma).

Aprovecha la oferta

En fin, aprovecha la oferta. La Semana Santa es tiempo de viajar, pero hacia adentro; no se trata de hacer turismo pasando de por los lugares y las personas que encuentras sólo para distraerte, sin pararte en ellas. En un viaje espiritual los pasos que das hacia dentro de ti implican despertarte a la realidad que eres, abandonar tu zona de confort y reconocer los paisajes oscuros de tu alma. Limpiar esos parajes conlleva tiempo y dolor, pero merece la pena.

Aunque no todo son noches. También tendrás tiempo para refrescarte en las playas del Espíritu y calentar tu alma exponiéndote a la luz del sol de la Palabra; no te faltará tiempo para saborear la dulzura del amor del Padre y empaparte del buen olor de Cristo que, especialmente en estos días de Pascua, embriaga con su aroma tu historia.

Dios te ofrece partir hacia un viaje interior, te hace una oferta espiritual de temporada. Y no se me ocurre nada mejor para el domingo de Ramos que aconsejarte que aproveches la oportunidad. En Semana Santa tendrás más tiempo para adentrarte en tu continente interior; un buen mapa para ello es el evangelio, un buen guía Jesucristo. ¡Buen viaje! Y espero encontrarte contigo para celebrar el éxito de tu travesía espiritual. Nos vemos en el banquete de la Vida que celebramos el próximo Jueves Santo y repetiremos en la celebración de la Pascua la noche del Sábado y el Domingo de Resurrección. 

Casto Acedo. Abril 2021. paduamerida@gmail.com

viernes, 19 de marzo de 2021

"Ha llegado la hora" (21 de Marzo, 5º de Cuaresma)


Estamos en vísperas de Semana Santa. El próximo domingo es Domingo de Ramos, y el fin de semana siguiente celebramos el Triduo Pascual, donde se cumplen la palabra de Jesús que anuncia que“ si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto” (Jn 12,24). En la misma línea la liturgia del Viernes Santo cantará: ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! / Jamás el bosque dio mejor tributo / en hoja, en flor y en fruto”. Se acerca, pues, la Pascua, la fiesta “florida” y “fructificante”.

El Evangelio de san Juan, después de su primer signo (Bodas de Caná, Jn 2,1-12), narra el episodio del templo (Jn 2,13-22), que se leyó hace dos semanas, y que será la causa principal de los problemas que Jesús tendrá con los poderes de este mundo. Siguiendo el cuarto evangelio podemos observar cómo el conflicto entre los saduceos y Jesús irá in crescendo hasta culminar en “la hora”, es decir en el momento de la cruz, punto álgido del choque entre la luz y las tinieblas.

“Ha llegado la hora” (Jn 12,22)

“La hora” es una expresión frecuente en el cuarto evangelio:
-“Todavía no ha llegado mi hora” (2,4), dice Jesús a su Madre en las bodas de Caná.
-“Llega la hora –ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos serán adoradores en espíritu y en verdad” (4,23), le dice Jesús a la mujer samaritana.
-“Querían detenerle, pero ninguno le echó mano, porque todavía no había llegado su hora” (7,30; cf 8,20).
-“Ha llegado la hora de que sea glorificado el hijo del hombre”,… “Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”, (12,27-28).
-”Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (13,1).
-“La mujer, cuando va a dar a luz está triste, porque ha llegado su hora” (16,21).
-“Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado” (17,1).
La hora es el momento cumbre del “conflicto”, el instante en que el amor gratuito de Dios choca frontalmente con las dinámicas sociales, políticas y religiosas ajenas al Reino. Es el kairós, el instante en que los planes de Dios desenmascaran la mentira de los hombres; el instante fatal en que el amor de Dios libra el combate último con el mal que oprime a la humanidad. Es "la hora" en que convergen todas las luchas, la hora punta de una batalla que Jesús no quiso, pero que hubo de aceptar como destino inevitable a causa de la cerrazón de la humanidad. "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).


Podemos decir que "la hora" no es algo buscado sino algo que sobreviene, como un instante que se pone a prueba la fidelidad del Hijo. Si la referimos a la cruz, es evidente que no fue voluntariamente escogida por Jesús, sino el resultado previsible de una opción de vida concreta. “Nadie me quita la vida. La doy yo voluntariamente” (Jn 10,18). Esta frase no indica que Jesús caminara gozoso deseando y buscando el sufrimiento y la muerte; Él no  quiso ni deseó el trance del Calvario. “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42).

Pero realidades indeseables se cruzan en su camino. ¿La causa? La coherencia de vida de Jesús que hacem de Él un peligro  para los poderes del mundo, y estos reaccionan violentamente contra Él. Se produce una guerra no querida por Dios sino buscada por quienes al mirarse en Jesús ven al descubierto su pecado y nos e soportan a así mismos. Jesús de Nazaret, sumo bien, es insoportable para los malos, que reaccionan contra Él viéndose obligado a entrar en guerra con ellos. El resultado es la victoria del bien. La secuencia del domingo de resurrección lo definirá poéticamente:
“Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
Abrazar "la hora"

Nosotros solemos referir "la hora” al momento de la muerte (“le ha llegado su hora”, decimos de quien ha muerto). Y en parte es así; aunque reducir el significado de "la hora" a ese momento de la muerte física es empequeñecer su sentido, que no se refiere sólo a la muerte como final, sino también a la muerte de cada día (mortificación) y su consecuente resurrección: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna” (12,24-25).

En la vida de toda persona hay una “hora”, unos momentos  en los que chocan los deseos mundanos que aprisionan al alma (riqueza, poder, honores...) con los deseos de libertad que vienen de Dios (pobreza, humildad, honestidad...); entonces entran en conflicto la mentira y la verdad, la luz y las tinieblas, el pecado y la santidad. Es “la hora”, es hora de morir,  de soltar amarras, y hora de resucitar, de volar en libertad.

Desde el principio de su llamada Jesús invita a la muerte del ego, a dejar todo por el Reino. Pedro, Santiago y Juan dejaron las redes, pues eran pecadores (Mt 4,20), habían dejado también "tierra, casa, padre, hermanos y hermanas" para conseguir el premio del ciento por uno (Mt 19,29)

Pasar de la mediocridad de una vida de esclavo  y adentrarse en la vida espiritual con Jesús exige venderlo todo (Cf Mt 13,44), ir soltando todo lo que no es Dios para darle todo el espacio a Él,  morir a todo aquello a lo que estoy apegado para apegarme, valga la paradoja, a Jesucristo, el Único que garantiza mi libertad, porque para liberarme de mis esclavitudes, para ganar la libertad para mí, murió y resucitó Cristo (cf Gal 5,1).

Cuando Jesús aconsejó al joven rico que lo vendiera todo y lo diera a los pobres (Mt 19,219, le estaba invitando a abrazar "la hora", la oportunidad de morir a lo viejo para resucitar a lo nuevo. No se puede nadar y guardar la ropa, andar según el Espíritu no es compatible con una vida mundana. O conmigo o contra mi, dice Jesús  (Lc 11,23). En el tramo final de la Cuaresma la liturgia nos obliga a decidir. 

Ha llegado la hora. Es hora de soltar mi ego; hora de desprenderme de la frágil seguridad que me dan las posesiones materiales; hora de morir a ideas fijas y a creencias vacías, hora de romper la imagen de buena persona que me impide ser en verdad mejor; es hora de soltar lo que te impide amar, sonreír, volar, ser libre, vivir el cielo ya en la tierra; es hora de dar paso a la fe, el momento Getsemaní, hora de morir con Cristo para resucitar con Él; 

Todo el peso de "la hora" se condensa en el misterio de la cruz. Ella  es el estandarte de la victoria sobre la maldad. Victoria que no es la de la humillación del verdugo sino la del perdón y la misericordia, la del amor de Dios que, de modo admirable,  no responde al odio con más odio. Si la cruz hubiera degenerado en venganza, como el mismo mal desea, el amor habría sido derrotado. Pero no, la cruz de Jesús engrandece el amor de Dios, lo glorifica, porque en ella no se revela Dios como rey vengativo sino como Padre misericordioso, no se manifiesta como enemigo sino como aliado: “Llegan días en que haré una alianza nueva: meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Todos me conocerán cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados” (cf Jr 31-34). Esta promesa se cumple en la cruz. La sangre de la cruz estampa la firma de Dios en el pacto de la Alianza esperando también tu firma.


* * *
A unos pasos de la Semana Santa has de saber que se acerca la hora de la victoria. Basta entrar en batalla con Jesús. Con Él puedes vencer tus incoherencias (pecados); es más, Cristo ya las ha vencido por ti. Créelo, ten fe en que Jesús ya lo ha conseguido para ti lo que tú mismo has procurado tantas veces sin éxito. 

En tu nombre Jesús ya ha glorificado el nombre de Dios, ha limpiado con su perdón tus blasfemias, ¿crees esto? Si lo crees formas ya parte del grupo de los que ya saben que el amor y la vida son más fuertes que el odio y que la muerte. La fuerza de Dios está contigo. Glorifica al Padre con la misma gloria con que el Hijo lo glorificó, con la coherencia de una vida dispuesta al testimonio (martirio, sacrificio, cruz).

Casto Acedo Gómez.
Marzo 2021

miércoles, 10 de marzo de 2021

Los ojos en Él (Domingo IV de Cuaresma)

 

... Curas, serpiente blanca, a quien te mire
con ojos de pasión, que el duelo humano
recogiste entero...

…Y tú, blanco Dragón de nuestra cura, 
del Árbol de la muerte suspendido,
todo el veneno del dolor recoges.
Que es terrible tu amor, Dragón de fuego,
de quien las aguas de la vida manan.

(M. de Unamuno, El Cristo de Velázquez, 1ª Parte,XXXVI)
 
Me fascina la fuerza y el simbolismo tan depurado con los que Unamuno describe el poder sanador de la fe en el Crucificado. Y al meditar estos versos inspirados por el Cristo de Velázquez,  figura humano-divina suspendida en la cruz austera, pura luz que brilla en la noche, “Dragón blanco de nuestra cura”, se me abre una puerta a la esperanza.


Mirar la Serpiente, mirar al Crucificado

“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Jn 3,14-15). Este texto de san Juan hace referencia a un pasaje del Antiguo Testamento donde se cuenta que Israel, durante la travesía del desierto, vivió momentos de tiniebla por abandonar los caminos del Señor. Las consecuencias del abandono se describen como castigo divino:
“Envió entonces Dios contra el pueblo serpientes abrasadoras, que mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel. Convencidos de su pecado el pueblo acude a Moisés: ´Hemos pecado por haber hablado contra Dios y contra ti. Intercede ante Dios para que aparte de nosotros las serpientes´. Moisés intercedió por el pueblo. Y dijo Dios a Moisés: ´Hazte un Abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá´. Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida” ( Nm 21,4-9).
En las narraciones mitológicas más antiguas la serpiente es un símbolo ambivalente; su veneno es mortal, pero el cambio de piel la relaciona con la regeneración, con la vida que surge de la muerte. 

El evangelio de san Juan proclamado este domingo habla de una serpiente colocada en un estandarte. La serpiente es el símbolo del dios griego Hermes,  mensajero de los dioses en la cultura griega, y muy relacionado con la química y la farmacopea. El libro del Génesis presenta a este animal como símbolo del demonio tentador, astuto (Gn 3,1), pero destinado por su maldad a vivir arrastrándose y mordiendo el polvo de la tierra (Gn 3,14). 

Pero la cita del evangelista Juan encuentra su principal referencia en el texto del libro de los Números y los relatos del Génesis más que en la mitología griega. 

Jesucristo crucificado, el sumo bien, es comparado al estandarte de la serpiente de bronce levantada en medio del campamento de Israel: todos los que mordidos por las serpientes (símbolo del mal y el pecado) levantan la vista hacia ella quedan curados, como son salvos de la oscuridad quienes levantan con fe la vista al Crucificado.

Mirada como símbolo de la cruz de Cristo, el estandarte con la serpiente pendiendo de ella tiene para los cristianos un significado ambivalente. En ella se concentran el veneno del hombre, capaz de odiar y matar al inocente, y el amor de Dios que ama perdonando y sanando. La segunda realidad eclipsa a la primera, tanto como para poder cantar en la noche de Pascua que “¡necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz culpa que mereció tal redentor!”

¿Feliz culpa? ¿Acaso la culpa puede hacer feliz al hombre? ¿No es esto una contradicción? No, si se admite que no es el pecado el que salva, no son las picaduras del mal las que dan la vida; es Jesucristo quien clavado en la cruz por (a causa y en beneficio de) nuestro pecado, carga ahí todo el dolor y los efectos mortales que la mordedura del mal traen consigo. “Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Cor 5,19-21).

Dios nos ha creado para que nos dediquemos a las buenas obras; esa es nuestra naturaleza original; pero vista la debilidad humana y su sometimiento al maligno, es finalmente en el amor gratuito de Dios-crucificado donde hallamos la vida y somos reconducidos al estado de inocencia que nunca debimos perder; la vuelta se da elevando los ojos y mirando a la cruz; basta con nuestra fe-confianza; “porque estáis salvados por su gracia mediante la fe” (cf Ef 2,4-10).


De la esclavitud a la libertad, 
de las tinieblas a la luz.

Desterrados, exiliados, abandonados, despreciados, arrojados a la desesperación, esclavos en la Babilonia que es el mundo del consumo, el individualismo, el sinsentido, las prisas…, el mensaje evangélico invita hoy a mantener viva la fe en el que puede liberarnos de la situación de esclavitud: “Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha, que se me peque la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías” (Sal 136,5.6). Son palabras del salmo 136 que el pueblo, de vuelta a Jerusalén, recita llorando de alegría  mientras contempla la ciudad. Mantener la mirada en la Ciudad Santa y desear volver a ella jugó un papel muy importante en la perseverancia y fortaleza del pueblo de Israel durante el exilio. Deseo y esperanza que se ve cumplida con la liberación y el regreso de los cautivos.

Darle la espalda a la Cruz, olvidarse de Jerusalén, conduce a la desesperanza, a entrar en una espiral de oscuridad y  muerte, dar la razón al mal. Abrazar esa oscuridad es vivir en el pecado, pues “todo el que obra perversamente detesta la luz” (Jn 3,20). Y esa perversión es mayor en tanto que “la luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz" (Jn 3,19). Pero quien se mantiene fiel a la promesa del regreso a casa, con la mirada puesta en nuestro caso a Jesucristo, "los ojos en Él", como dice santa Teresa, consigue vencer el miedo y atravesar finalmente las tinieblas accediendo al Reino de la luz. 


Tiempo de ver (mirar) a Dios

Se acerca la Semana Santa, y en ella la Pascua, palabra que significa “paso”: de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios. La cuaresma te urge a dejar de ser oscuro, a abandonar el bando de las tinieblas, a abrir los ojos y entrar en la órbita de la luz. Es tiempo de ver a Dios.

¿Cómo llegar a la visión de Dios? “Ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. … De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones. El alma del hombre tiene que ser pura, como un espejo brillante. Cuando en el espejo se produce el orín, no se puede ver el rostro de una persona; de la misma manera, cuando el pecado está en el hombre, el hombre ya no puede contemplar a Dios. Pero puedes sanar si quieres. Ponte en manos del médico y él punzará los ojos de tu alma y de tu corazón. ¿Qué medico es este? Dios, que sana y vivifica mediante su Palabra y su sabiduría” (San Teófilo de Antioquía, Oficio de lectura; miércoles III de cuaresma).

Al inicio de esta reflexión he comentado la luz del Cristo de Velázquez y su contraste con la oscuridad que sirve de fondo al cuadro. La Pascua que esperamos es la emergencia de la luz, su triunfo sobre la oscuridad. Vivimos tiempos de crisis; y no solo a causa de la pandemia del covid; también hay una pandemia de fe y esperanza, una desconfianza y desaliento a nivel económico, político y religioso que paraliza la voluntad de amar. 

Muchas personas viven en oscuridad, sin encontrar motivos para vivir; tal vez tú mismo, o tu misma, estés en ese grupo; la causa de sus tinieblas pueden estar, exteriormente,  en el zarpazo del paro, la pandemia u otras enfermedades, o en problemas familiares difíciles, que parecen no tener para ti otra puerta que la desesperación; otras veces el motivo es interno, tal vez no acabas de dar con la brújula interior que te señale el norte a seguir, o  puede que te hayas cansado de luchar y lleves demasiado tiempo una incómoda existencia gris (¿no sería mejor decir no-existencia?). 

Pues bien, en el núcleo de tus oscuridades la liturgia de hoy te invita  a levantar la vista y mirar al que ha sido elevado; a contemplar en la cruz, es decir, en la oscuridad, la luz del inmenso amor que Dios te tiene.

Es un buen ejercicio cuaresmal colocarte ante una imagen o cuadro del crucificado, -o basta con la imaginación, como propone san Ignacio en sus ejercicios-; puedes situarte ante la belleza del Cristo de Velázquez, que muestra maravillosamente ese contraste entre la luz de amor consumado que irradia Jesús y las tinieblas que adornan el fondo del lienzo. ¿Tus tinieblas?. Entre Cristo y ellas está  el madero de la cruz, para los hombres instrumento de odio y de pecado y para Dios instrumento de activo amor paciente; basta que mires esa imagen sin prejuicios, saboreando por la fe el beso de Dios que es el amor del crucificado. "Por ti murió y resucitó" (cf 1 Cor 15,3-4). La contemplación del amor de Dios en la cruz despertará tus sentidos y brotará un renuevo de fe del tronco seco de tu ser. Estás cerca de la Pascua.

También en la Eucaristía tienes la elevación de las especies eucarísticas: en la consagración, y en la invitación a la comunión: "Este es el cordero que quita el pecado del mundo". Es un momento para que contemples, para que vivas el instante haciendo un acto de fe, esperanza y amor, un momento de gracia, un kairós, en el que la luz del amor de Dios ahuyenta tus sombras. 

Contempla y vive.

Casto Acedo. Marzo 2021.
 paduamerida@gmail.com.

jueves, 4 de marzo de 2021

¿Con Jesús, o contra Jesús? (Domingo III Cuaresma)


Los cuatro evangelios narran el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo. San Juan al inicio de su vida pública (Jn 2,13-25), los otros tres en los días previos a la pasión (Mc 11,15,18; Mt 21,12-17; Lc 19,45-48). Y no hay duda de que este hecho fue el detonante de la detención y muerte de Jesús: “Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús” (Mc 11,18).

Jesús y el templo

Pero "¿qué hizo Jesús en el templo? (1) Tenemos la imagen tradicional, enriquecida por las prédicas oídas a lo largo de nuestra vida, de que en el templo están vendiendo y comprando ilegalmente, incluso extorsionando y robando. Entonces Jesús, airado por ello, purifica el templo para que allí se rece: ´Mi casa será llamada casa de oración´. Al templo hay que ir a rezar, en lugar de ir a comprar, vender o robar. 

Esta es la lectura habitual del texto, pero no es la más apropiada. Lo que se vende en el atrio del templo no son mercancías comunes, artículos para el consumo, sino todo lo necesario para la realización del culto. Y lo que hace Jesús es un signo profético en línea con los profetas del Antiguo Testamento.

San Marcos, al describir la escena, parece citar casi directamente a al profeta Jeremías. Creo que merece la pena leer el texto del libro del profeta para entender el evangelio de hoy en su justa medida:
Palabra que el Señor dirigió a Jeremías: 
-«Ponte a la puerta del templo y proclama allí lo siguiente:

Así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel: 

Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y os permitiré habitar en este lugar. No os fiéis de palabras engañosas repitiendo: ´El templo del Señor!´, ´El templo del Señor!´, ´ El templo del Señor!¨. Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si practicáis la justicia unos con otros, si no oprimís al emigrante, al huérfano y a la viuda; si no derramáis en este lugar sangre inocente, si no seguís a otros dioses para vuestra desgracia, entonces os dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde antiguo y para siempre. 

Pero vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven para nada. No podéis robar, matar, cometer adulterio, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses que no conocéis, y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ´Estamos seguros´, y seguir cometiendo las mismas abominaciones. ¿Acaso tomáis este templo consagrado a mi nombre por una cueva de ladrones?” (Jr 7,1-11).

Este texto ayuda a entender el sentido profundo de la santa ira de Jesús cuando observa el comercio cultual del templo: ¡Ladrones! ¡Bandidos! 

¿Quiénes son los bandidos? ¿Los que estaban en el patio vendiendo palomas y cambiando dinero? No, los bandidos son los que van a rezar al templo. Pero no por ir a rezar, sino porque el ir a rezar es la forma de tranquilizarse ante Dios después de haber matado, adulterado y oprimido al pobre antes de entrar allí. ¿No es algo que  ocurre y me ocurre a mi? 

Cuando nos miramos a nosotros mismos con sinceridad en esta verdad comprendemos por qué Caifás, que tomó la decisión de eliminar a Jesús, no era tan mala persona. Solamente entenderemos este evangelio, y la verdad de la muerte de Jesús, cuando detrás de la imagen de Caifás podamos reconocernos, al menos en parte.

El sumo sacerdote comprendió que la predicación de Jesús comprometía uno de los pilares fundamentales del pueblo de Israel: la institución del templo, con sus sacerdotes y sanedritas, sus ritos y ceremonias, su buena relación con el imperio romano. Por eso había dicho Caifás: "¿Es que no entendéis que conviene que uno muera por el pueblo antes de que perezca la nación entera?" (Jn 11,50). Paradójicamente, estas palabras que apuntan a la condena a muerte de Jesús expresan lo que realmente va a ocurrir. El mismo evangelio lo reconoce: "Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos" (vv 51-52). Al final, Cristo resucitado será el nuevo templo que reúne al Pueblo.

Caifás sabía de la importancia del templo de Jerusalén para mantener la autonomía judía frente al poder romano; y además está convencido de que el funcionamiento del templo es la forma correcta de dar culto a Dios. Y ahora viene un idealista a quien no se le ocurre otra cosa que proclamar que a Dios hay que adorarle en espíritu y verdad (Jn 4,24), que no tiene que haber distinciones entre judíos y gentiles, hombres y mujeres, gente rica y pobre, sanos y enfermos, porque Dios quiere a todos con amor infinito. Esto es subvertir el orden establecido de toda la vida. Y así lo único que puede llegar es el caos. 

¿No me siento identificado con estas afirmaciones?  Si no estoy dispuesto a seguir sus enseñanzas la única solución posible al dilema que me plantean es quitar de en medio a ese tal Jesús si persiste en ellas. 


Contra la falsedad religiosa 

Con su acción profética en el templo Jesús desenmascara la falsedad de prácticas religiosas que no responden a la voluntad de Dios. ¿Qué prácticas son esas? Pues todas y ninguna en concreto. Todo depende del espíritu, de la actitud con que se realizan dichas prácticas. Son inmorales los actos de culto que sólo consiguen afianzarte en tus injusticias; no puedes ´estar seguro´ en tus rezos si la misericordia está lejos de tu corazón; sólo puedes rezar con satisfacción y gozo si tu vida es conforme a los mandatos del Señor.

Tarde o temprano, a todo el que conoce a Jesús, le  llega el dilema de Caifás: o escucharle o barrerle de su vida. Es la eterna tentación, el eterno problema que cada cual, cada cuaresma, ha de resolver. "El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama" (Mt 12,30). La tibieza del punto medio es lo que provoca la ira de Jesús que no soporta las medias tintas de quien quiere nadar y guardar la ropa, rezar y pecar, ser santo y criminal a un tiempo. Jesús nunca se mostró duro con los que se saben pecadores, pero sí con los que presumen de santidad sin ser santos, esos que ni quieren entrar en el templo ni dejan entrar a los que quieren (cf Mt 26,13-26)

La expulsión de los mercaderes del templo es una advertencia ante la tergiversación diabólica de la religión. Con su gesto profético Jesús pone en evidencia que es falsa toda espiritualidad que se reduce al intimismo devoto de unas prácticas de piedad (fuga mundi); es despreciable la fe que ampara el rechazo de aquellos que no creen ni rezan con y como nosotros; falsa la oración que se limita al intercambio de favores (do ut des), haciendo de la relación con Dios un comercio; es indigno y condenable usar de la religión para hacer negocio; tampoco es loable la fe que desprecia el compromiso social o político, la que considera que mezclarse institucionalmente en la lucha por la justicia no es bueno para la Iglesia. También la vida políticas ha sido redimida por Jesucristo y hay que hacer llegar la santidad a ese ámbito.

La política del sanedrín judío ampara las medias tintas, bendice la confusión del servicio a Dios y al César; y  por eso ha de purificarse.  Jesús, tomando el látigo y arrojando al suelo las mesas de los cambistas critica duramente el pietismo conformista que calla ante la injusticia. Al obrar así se sitúa en el punto de mira de los jefes religiosos de su tiempo. El atrevimiento le costará la vida. Le acusaron de ir contra el templo (Mt 26,59-66), pero no era cierto; Él solo pretendía colocar cada cosa en su sitio: "dad al cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21); pero primero Dios,  primero la misericordia (cáritas), luego los ritos (liturgia) y las leyes; “si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).


Adoradores en Espíritu y en verdad

"La piedra que rechazaron los arquitectos es ahora la piedra angular" (Hch 4,11). El verdadero encuentro con Dios, en adelante, se dará en el templo que es Jesucristo, sacramento del Padre: “hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,21). 

Y yendo a más en nuestra reflexión podemos decir que el verdadero culto se da en la interioridad del corazón: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”, (1 Cor 6,9); Santa Teresa de Jesús dirá que somos morada de Dios, que para avanzar en la vida hemos de adentrarnos en nosotros mismos; y la puerta para entrar es la oración. Eso sí, Dios quiere orantes auténticos, verdaderos, humildes, compasivos, “adoradores en espíritu y en verdad” (Jn 4,23).

Así pues, el culto que Dios quiere es que nos adentremos en la persona de Jesucristo -"vivir en Cristo" dirá san Pablo- , que vivamos en Él y que Él viva en nosotros. Dar culto a Dios es dejar que su misericordia fluya por las venas de mi ser facilitándome una constante conversión a Dios (abrazando a Cristo crucificado) y a los hermanos (volverme al sacramento que es Cristo escondido en el rostro de los crucificados del mundo). “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9,13;12,7). El gesto de Jesús fustigando a fariseos y saduceos puso y pone en evidencia mi falsedad cuando hago de la liturgia un cómodo colchón donde adormecer mi conciencia.

La Cuaresma nos ofrece la oportunidad de despertar la conciencia a una vida vivida desde el corazón, una espiritualidad  enraizada en lo más profundo del alma, que no confunde los medios con los fines, que sabe que es importante la vida oracional y sacramental como medio de santificación, pero también sabe que la santificación no son los medios sino la vida misma vivida en la compasión. Jesús, más que arrojar fuera del templo los objetos y rituales necesarios para un culto digno,  expulsa a los que mercadean con ellos, a los que hacen de ellos un fin, dando de lado al verdadero culto, el que se hace en  espíritu y en verdad, en justicia y en misericordia.

En mitad de la Cuaresma la pregunta es: ¿cómo evalúo mi conversión cuaresmal? ¿Por la abundancia de mis actos piadosos o por una relación personal más cercana a Dios y al sufrimiento de los pobres? ¿Qué valoro más: mi religión o mi espiritualidad, mis prácticas cultuales o mi corazón humilde? ¿Qué echaré más de menos esta semana santa: las procesiones y actos de fervor popular o la existencia de una fraternidad cristiana en consonancia con el evangelio de Jesús? Son preguntas que podría reflexionar y meditar en esta semana. ¿Soy templo del Espíritu santo, o es mi interioridad una cueva de ladrones?

Merece la pena dedicar tiempo a aclarar la calidad de mi vida cristiana.

Casto Acedo. paduamerida@gmail.com. Marzo 2019


[1] El texto-comentario de hoy está inspirado en BUSTO SAIZ, J-R. Cristología para empezar, Sal Terrae (Santander, 1991), 69 ss. Es interesante leer todo el capítulo para comprender en profundidad el pasaje evangélico del templo.