jueves, 4 de marzo de 2021

¿Con Jesús, o contra Jesús? (Domingo III Cuaresma)


Los cuatro evangelios narran el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo. San Juan al inicio de su vida pública (Jn 2,13-25), los otros tres en los días previos a la pasión (Mc 11,15,18; Mt 21,12-17; Lc 19,45-48). Y no hay duda de que este hecho fue el detonante de la detención y muerte de Jesús: “Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús” (Mc 11,18).

Jesús y el templo

Pero "¿qué hizo Jesús en el templo? (1) Tenemos la imagen tradicional, enriquecida por las prédicas oídas a lo largo de nuestra vida, de que en el templo están vendiendo y comprando ilegalmente, incluso extorsionando y robando. Entonces Jesús, airado por ello, purifica el templo para que allí se rece: ´Mi casa será llamada casa de oración´. Al templo hay que ir a rezar, en lugar de ir a comprar, vender o robar. 

Esta es la lectura habitual del texto, pero no es la más apropiada. Lo que se vende en el atrio del templo no son mercancías comunes, artículos para el consumo, sino todo lo necesario para la realización del culto. Y lo que hace Jesús es un signo profético en línea con los profetas del Antiguo Testamento.

San Marcos, al describir la escena, parece citar casi directamente a al profeta Jeremías. Creo que merece la pena leer el texto del libro del profeta para entender el evangelio de hoy en su justa medida:
Palabra que el Señor dirigió a Jeremías: 
-«Ponte a la puerta del templo y proclama allí lo siguiente:

Así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel: 

Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y os permitiré habitar en este lugar. No os fiéis de palabras engañosas repitiendo: ´El templo del Señor!´, ´El templo del Señor!´, ´ El templo del Señor!¨. Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si practicáis la justicia unos con otros, si no oprimís al emigrante, al huérfano y a la viuda; si no derramáis en este lugar sangre inocente, si no seguís a otros dioses para vuestra desgracia, entonces os dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde antiguo y para siempre. 

Pero vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven para nada. No podéis robar, matar, cometer adulterio, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses que no conocéis, y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ´Estamos seguros´, y seguir cometiendo las mismas abominaciones. ¿Acaso tomáis este templo consagrado a mi nombre por una cueva de ladrones?” (Jr 7,1-11).

Este texto ayuda a entender el sentido profundo de la santa ira de Jesús cuando observa el comercio cultual del templo: ¡Ladrones! ¡Bandidos! 

¿Quiénes son los bandidos? ¿Los que estaban en el patio vendiendo palomas y cambiando dinero? No, los bandidos son los que van a rezar al templo. Pero no por ir a rezar, sino porque el ir a rezar es la forma de tranquilizarse ante Dios después de haber matado, adulterado y oprimido al pobre antes de entrar allí. ¿No es algo que  ocurre y me ocurre a mi? 

Cuando nos miramos a nosotros mismos con sinceridad en esta verdad comprendemos por qué Caifás, que tomó la decisión de eliminar a Jesús, no era tan mala persona. Solamente entenderemos este evangelio, y la verdad de la muerte de Jesús, cuando detrás de la imagen de Caifás podamos reconocernos, al menos en parte.

El sumo sacerdote comprendió que la predicación de Jesús comprometía uno de los pilares fundamentales del pueblo de Israel: la institución del templo, con sus sacerdotes y sanedritas, sus ritos y ceremonias, su buena relación con el imperio romano. Por eso había dicho Caifás: "¿Es que no entendéis que conviene que uno muera por el pueblo antes de que perezca la nación entera?" (Jn 11,50). Paradójicamente, estas palabras que apuntan a la condena a muerte de Jesús expresan lo que realmente va a ocurrir. El mismo evangelio lo reconoce: "Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos" (vv 51-52). Al final, Cristo resucitado será el nuevo templo que reúne al Pueblo.

Caifás sabía de la importancia del templo de Jerusalén para mantener la autonomía judía frente al poder romano; y además está convencido de que el funcionamiento del templo es la forma correcta de dar culto a Dios. Y ahora viene un idealista a quien no se le ocurre otra cosa que proclamar que a Dios hay que adorarle en espíritu y verdad (Jn 4,24), que no tiene que haber distinciones entre judíos y gentiles, hombres y mujeres, gente rica y pobre, sanos y enfermos, porque Dios quiere a todos con amor infinito. Esto es subvertir el orden establecido de toda la vida. Y así lo único que puede llegar es el caos. 

¿No me siento identificado con estas afirmaciones?  Si no estoy dispuesto a seguir sus enseñanzas la única solución posible al dilema que me plantean es quitar de en medio a ese tal Jesús si persiste en ellas. 


Contra la falsedad religiosa 

Con su acción profética en el templo Jesús desenmascara la falsedad de prácticas religiosas que no responden a la voluntad de Dios. ¿Qué prácticas son esas? Pues todas y ninguna en concreto. Todo depende del espíritu, de la actitud con que se realizan dichas prácticas. Son inmorales los actos de culto que sólo consiguen afianzarte en tus injusticias; no puedes ´estar seguro´ en tus rezos si la misericordia está lejos de tu corazón; sólo puedes rezar con satisfacción y gozo si tu vida es conforme a los mandatos del Señor.

Tarde o temprano, a todo el que conoce a Jesús, le  llega el dilema de Caifás: o escucharle o barrerle de su vida. Es la eterna tentación, el eterno problema que cada cual, cada cuaresma, ha de resolver. "El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama" (Mt 12,30). La tibieza del punto medio es lo que provoca la ira de Jesús que no soporta las medias tintas de quien quiere nadar y guardar la ropa, rezar y pecar, ser santo y criminal a un tiempo. Jesús nunca se mostró duro con los que se saben pecadores, pero sí con los que presumen de santidad sin ser santos, esos que ni quieren entrar en el templo ni dejan entrar a los que quieren (cf Mt 26,13-26)

La expulsión de los mercaderes del templo es una advertencia ante la tergiversación diabólica de la religión. Con su gesto profético Jesús pone en evidencia que es falsa toda espiritualidad que se reduce al intimismo devoto de unas prácticas de piedad (fuga mundi); es despreciable la fe que ampara el rechazo de aquellos que no creen ni rezan con y como nosotros; falsa la oración que se limita al intercambio de favores (do ut des), haciendo de la relación con Dios un comercio; es indigno y condenable usar de la religión para hacer negocio; tampoco es loable la fe que desprecia el compromiso social o político, la que considera que mezclarse institucionalmente en la lucha por la justicia no es bueno para la Iglesia. También la vida políticas ha sido redimida por Jesucristo y hay que hacer llegar la santidad a ese ámbito.

La política del sanedrín judío ampara las medias tintas, bendice la confusión del servicio a Dios y al César; y  por eso ha de purificarse.  Jesús, tomando el látigo y arrojando al suelo las mesas de los cambistas critica duramente el pietismo conformista que calla ante la injusticia. Al obrar así se sitúa en el punto de mira de los jefes religiosos de su tiempo. El atrevimiento le costará la vida. Le acusaron de ir contra el templo (Mt 26,59-66), pero no era cierto; Él solo pretendía colocar cada cosa en su sitio: "dad al cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21); pero primero Dios,  primero la misericordia (cáritas), luego los ritos (liturgia) y las leyes; “si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).


Adoradores en Espíritu y en verdad

"La piedra que rechazaron los arquitectos es ahora la piedra angular" (Hch 4,11). El verdadero encuentro con Dios, en adelante, se dará en el templo que es Jesucristo, sacramento del Padre: “hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,21). 

Y yendo a más en nuestra reflexión podemos decir que el verdadero culto se da en la interioridad del corazón: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo”, (1 Cor 6,9); Santa Teresa de Jesús dirá que somos morada de Dios, que para avanzar en la vida hemos de adentrarnos en nosotros mismos; y la puerta para entrar es la oración. Eso sí, Dios quiere orantes auténticos, verdaderos, humildes, compasivos, “adoradores en espíritu y en verdad” (Jn 4,23).

Así pues, el culto que Dios quiere es que nos adentremos en la persona de Jesucristo -"vivir en Cristo" dirá san Pablo- , que vivamos en Él y que Él viva en nosotros. Dar culto a Dios es dejar que su misericordia fluya por las venas de mi ser facilitándome una constante conversión a Dios (abrazando a Cristo crucificado) y a los hermanos (volverme al sacramento que es Cristo escondido en el rostro de los crucificados del mundo). “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9,13;12,7). El gesto de Jesús fustigando a fariseos y saduceos puso y pone en evidencia mi falsedad cuando hago de la liturgia un cómodo colchón donde adormecer mi conciencia.

La Cuaresma nos ofrece la oportunidad de despertar la conciencia a una vida vivida desde el corazón, una espiritualidad  enraizada en lo más profundo del alma, que no confunde los medios con los fines, que sabe que es importante la vida oracional y sacramental como medio de santificación, pero también sabe que la santificación no son los medios sino la vida misma vivida en la compasión. Jesús, más que arrojar fuera del templo los objetos y rituales necesarios para un culto digno,  expulsa a los que mercadean con ellos, a los que hacen de ellos un fin, dando de lado al verdadero culto, el que se hace en  espíritu y en verdad, en justicia y en misericordia.

En mitad de la Cuaresma la pregunta es: ¿cómo evalúo mi conversión cuaresmal? ¿Por la abundancia de mis actos piadosos o por una relación personal más cercana a Dios y al sufrimiento de los pobres? ¿Qué valoro más: mi religión o mi espiritualidad, mis prácticas cultuales o mi corazón humilde? ¿Qué echaré más de menos esta semana santa: las procesiones y actos de fervor popular o la existencia de una fraternidad cristiana en consonancia con el evangelio de Jesús? Son preguntas que podría reflexionar y meditar en esta semana. ¿Soy templo del Espíritu santo, o es mi interioridad una cueva de ladrones?

Merece la pena dedicar tiempo a aclarar la calidad de mi vida cristiana.

Casto Acedo. paduamerida@gmail.com. Marzo 2019


[1] El texto-comentario de hoy está inspirado en BUSTO SAIZ, J-R. Cristología para empezar, Sal Terrae (Santander, 1991), 69 ss. Es interesante leer todo el capítulo para comprender en profundidad el pasaje evangélico del templo.

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