jueves, 25 de febrero de 2021

La noche y la luz (Domingo II Cuaresma)


Abrahán

La primera lectura de la  liturgia del segundo domingo de Cuaresma pone en el punto de mira a Abrahán, el padre de la fe. Buen referente para el tiempo de Cuaresma. Su historia es bien conocida para quién se adentra en la lectura de la Biblia.

Resulta sorprendente que en ella no se diga nada del Abrahán anterior  al encuentro con Dios. Sólo se apunta que era hijo de un arameo errante, procedente de Ur de los caldeos ( cf Gn 15,7), es decir, que vivió en el entorno del centro cultural, económico y político más importante de su época: Babilonia. Pero, a pesar de tener muchos bienes y vivir en una buena tierra, su vida no debía de ser muy gratificante.

La insatisfacción vital y la sed de felicidad fue el punto de partida que le pone en actitud de escucha y espera. Actitud que da resultado: "Abrahán, deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré" (Gn 12,1). Y desde el país de los Zigurats, las torres de Babel, el lugar de los intereses, la confusión y el orgullo (cf Gn 11,1-9), donde en teoría tendría asegurado un próspero porvenir mundano, Abrahán emprende el incierto camino de la fe con la esperanza de saciar su inquietud. 

Esta es la primera lección del padre de la fe: reconoció su insatisfacción y estuvo dispuesto a seguir la llamada de Dios dejando las seguridades en las que vivió hasta entonces. "Abrahán salió de Harán, tal como el Señor le había ordenado" (Gn 12,4), con la esperanza puesta en una promesa: “de tu descendencia nacerá una gran nación; te bendeciré y te haré famoso, y serás una bendición para otros” (Gn 12,2).

Un segundo momento importante para entender la fe de Abrahán es el nacimiento de Isaac. ¿Cómo ser padre de multitudes si Sara, su mujer,“era muy anciana y había dejado de tener sus periodos de menstruación” (18,11)?. Dios le pide nuevamente una prueba de su fe: creer que no todo está acabado, que la promesa de ser padre de multitudes se verá cumplida. A pesar de su vejez "tu esposa Sara tendrá un hijo". (cf Gn 15,1-6; 17,18-19; 18,9-10) Así ocurre, y la tristeza y frustración de Abrahán  se vuelven alegría y esperanza. Dios no deja de mostrarle su amor a quien confía en Él.


La noche más oscura

Sin embargo, con el nacimiento de Isaac aún no ha alcanzado Abrahán méritos suficientes para ser considerado con propiedad “padre de la fe”. Será puesto de nuevo a prueba; Dios le va a dar la oportunidad de un mayor crecimiento en fe. Y para ello le pondrá en crisis, en una situación límite que le obligará a pasar por la noche más oscura: “Toma a tu hijo único, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto”. (Gn 22,1). 

¿Qué sentiría Abrahám ante ese imperativo divino? Debió vivir en lo hondo de su ser la paradoja a la que con frecuencia es sometida la vida del creyente. Isaac era la alegría de la casa del patriarca, su esperanza, su futuro; un don especial de Dios para él. Y ahora se le pide renunciar. Tiene sentido renunciar a todo lo opuesto a Dios, pero renunciar a lo que Dios te ha dado en compensación a tu fidelidad es incomprensible. 

La petición de Dios resulta tan escandalosa que el mismo redactor del texto ha de comenzar previniendo al lector: “Después de algún tiempo Dios puso a prueba a Abrahán” (22,1). Una prueba de fe; la petición de sacrificar al hijo va a poner en jaque la personalidad creyente del padre, le va a introducir en la noche, donde se verá obligado a preguntar: “¿está o no está el Señor conmigo? (cf Ex 17,7).

La disposición favorable a cumplir lo mandado y la pronta disponibilidad a cumplir algo tan doloroso  es una prueba evidente de que Abrahán había alcanzado un elevado grado en su vida de fe. ¿Dónde se apoyaría para no dudar a la hora de seguir el "insensato" (por carente de sentido) mandato de Dios? Posiblemente pesaron mucho en la memoria de Abrahán sus experiencias previas. El Señor ya le había mostrado antes su amor dándole una tierra y un hijo. Ahora le pide un nuevo imposible. ¿Cómo cumplirá el Señor su promesa de ser padre de naciones si le quieta a su único hijo? El patriarca crucifica sus pensamientos y se deja llevar por la decisión de Dios. Apoyado en el amor y la fidelidad que le mostró en situaciones anteriores, se pone en marcha hacia el monte Moria.

El monte Moria es para Abrahán el lugar de la prueba, el paso por la experiencia de la más oscura y tenebrosa noche. Tal vez el Señor pudo haberle ahorrado ese trago, como pudo habérselo ahorrado a su Hijo en el Calvario, pero no lo hizo (cf Rm 8,32). ¿Qué sentimientos embargarían al padre subiendo al monte en compañía de su hijo? ¿Qué sentiría cuando le dijo: "padre, tenemos la leña y el fu ego, pero ¿dónde está el cordero para el sacrifico?. Dios proveerá", respondió el padre" (Gn 22.7-8). Sin duda Abrahán subió al monte envuelto en las sombras de la noche. Llegó al límite de la fe apostándolo todo por  Dios: "llegado al sitio que le había dicho, levantó el altar, apiló la leña, alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo" (Gn 22,9-10). 

El final no es tan oscuro como esperaba el oferente, sino luminoso. A la más oscura noche le sucede el alba y la luz. El Señor detiene la mano del padre y le ofrece un carnero como sustituto de su sacrificio. Queda patente para él que Dios no quiere sacrificios humanos, algo propio de los falsos dioses que sólo pueden afirmarse en la negación de sus fieles. El ser de Dios es amor y vida; el cordero que sustituye a Isaac será una profecía del misterio de la Cruz, donde Dios  encarnado sustituye a los que deberían morir por su pecado, los hijos de Abrahán (cf Rm 5,6-9). 


Entrar en cuaresma es abrazar la noche

La Cuaresma es tiempo oportuno para adentrarnos con Abrahán en la  en la noche; para contemplarnos en esos momentos en que el Señor nos pone en situaciones de oscuridad. La renuncia a todo por Dios, propio de la vida espiritual,  trae necesariamente consigo la noche.  Al dejar atrás nuestras seguridades materiales o espirituales, al desaparecer de nuestros pies el suelo del dinero, el prestigio o la honra, un suelo sobre el que parecíamos caminar seguros, sucede el vacío, el miedo, la oscuridad. Al despojarnos todo lo caduco en  que teníamos puesta la vida  entramos noche; y esto es bueno, porque el vacío de todo es el prefacio de la plenitud y la luz, la puerta  abierta a lo imperecedero, del espacio de Dios.

Son muchas las enseñanzas que podemos extraer de Gn 22. 

* La primera es que a Dios no se le conoce por el catecismo sino en la vida. La auténtica catequesis no es la de los conceptos sino la de la experiencia. Quienes piensan que son creyentes porque conocen intelectualmente el evangelio y la doctrina cristiana están equivocados. A Dios sólo se le conoce en la práctica del amor, y la fe sólo se verifica y madura en la vida, y más en concreto en las dificultades que la vida presenta. Hubo de pasar Abrahán por la noche de la fe para entender que el Dios que le llamó no es un dios de venganza y violencia sino de amor y vida.  Somos duros de mollera, y Dios lo sabe; tal vez por eso nos pone a menudo en noche, porque en las oscuridades de la vida es cuando preguntarnos por Él y prestamos atención a  su presencia y podemos conocerle de veras. 

* Otra enseñanza de Gn 22 es que el sacrifico que Dios quiere de nosotros no es material sino espiritual. Al final, aunque al texto que comentamos  se le llama habitualmente del Sacrificio de Isaac, no hubo ningún sacrificio de sangre. Aunque sí hubo sacrificio espiritual. Se cumple en Abrahám lo que predicaban los profetas y ratificó la carta a los Hebreos: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo -pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mi— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad. Primero dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley. Después añade: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para afirmar lo segundo.” (Hb 10,6-9).

Meditar este párrafo de la carta a los Hebreos es un buen apoyo para vivir una auténtica cuaresma cristiana, evitando reducirla a unos ejercicios de ascética consistentes en la elección particular de unos sacrificios. Hay que sospechar de las cruces (propósitos) que selecciona uno mismo; cuando soy yo mismo quien escojo qué hacer me lo pongo fácil; el mérito está en tomar la cruz que se te da, no la que tú propones. Las cruces redentoras son las que Dios manda, las que vienen con la vida misma, incluida la obligación moral de ayudar a otros a llevar la suya; estas son las cruces que hay que abrazar. Y deberíamos acostumbrarnos a entender que cada obstáculo que hallamos en nuestro camino no es una piedra para el tropiezo sino una  oportunidad para superarse y crecer en fe. ¿Dónde sino podemos practicar la compasión y la misericordia? 


Cruz y Tabor

El Evangelio de la transfiguración que se propone este domingo es también iluminador para lo que llevamos dicho sobre Abrahán. Conviene mirar la experiencia del monte Tabor (Mc 9,2.10) desde el contraste que le proporciona el monte Moria, o el monte Calvario. De hecho, siempre hay un antes y un después de cadas una de las  experiencias místicas del Tabor.

El Evangelio de Marcos narra, antes de subir Jesús al monte, lo que se ha dado en llamar “la crisis de Galilea”, un momento en el que el éxito fulgurante de la predicación y los milagros obliga a Jesús a ser realista, a hacerle ver a los suyos que tanto éxito es sólo la cara de la moneda de la vida. En Cesarea de Filipo les dijo a los suyos que la moneda del Reino también tiene una cruz, que Él sería perseguido, torturado y llevado a la muerte. Pedro le recrimina esas palabras y Jesús le reprende dejando claro que ser discípulo lleva consigo sacrificios y la misma muerte (Mc 8,31-38). 

A continuación, y tal vez debido al desánimo que generaron esas palabras en los discípulos, Jesús sube con Pedro, Santiago y Juan, al monte Tabor donde disfrutan la experiencia de la transfiguración. Es una experiencia mística, un éxtasis de luz que les impresiona hasta el punto de quedarse mudos; es algo inefable, se quedan sin saber qué decir (Mc 9,6), pero con un deseo grande de que ese momento se prolongue eternamente. El Tabor es el contrapunto al Calvario; aunque de hecho ambos forman parte de la misma realidad que es la Pascua.

El después del Tabor es el descenso de la montaña, la salida del éxtasis, la vuelta a la realidad de uno mismo, el regreso a la vida en lo que tiene de oscuridad, de lucha y de sufrimiento. El gozo de la oración fortalece para  el camino de la cruz, camino de Jerusalén, donde el Hijo del Hombre va a ser crucificado y resucitará (Mc 8,31).

Si Abrahán aprendió en Moria que Dios no quiere la muerte, los discípulos aprendieron en el Tabor que, paradójicamente, por el sacrificio de la propia vida se entra en comunión con la vida de Dios. Lo vivido en el Tabor es un adelanto de lo que está por venir si cada cual da muerte en sí mismo a todo lo que no es Dios.

También aquí, en la consideración del gozo del Tabor, viene bien una enseñanza para quienes hacen de la vida cristiana una Pascua sin Cuaresma. Tal Pascua no existe. Como deja claro san Juan de la Cruz en su dibujo de la subida del monte, no hay día sin noche; sólo purgando nuestras mentiras en la noche tenemos acceso a la luz; sólo negándonos, siendo nada, llegamos a la cima donde sólo mora honra y gloria de Dios. Cuaresma es tiempo de poner en ese monte la mirada y repetirte una y otra vez que solo Dios basta.

* * *



Hay un canto de Taizé que puede iluminarte este domingo: “En nuestra oscuridad, enciende la llama de tu amor, Señor”. Es una buena oración para la Cuaresma.

¿Qué es lo que iluminó a Abrahán en la noche de Moria? Sin duda alguna el amor de Dios, su fidelidad ya experimentada al darle una tierra y un hijo. Pero fué más allá. El corazón de Abrahán no se estancó en los dones de amor recibidos sino que, inflamado en ese  amor que expresaban los dones recibidos, se despegó de ellos y siguió profundizando en su relación con Dios.

La fe va siempre más allá, te da y sigue dándote cruces donde puedes ver la insignificancia de las cosas que te atan: ideas o ídolos que ocupan tu corazón y que cuando llegan los momentos críticos dejan ver su falsedad. Es la llama del amor de Dios la que da luz para conocer lo que realmente vale, lo que Dios quiere.

En Cuaresma mira tus noches con la memoria puesta en el amor que el Señor te ha mostrado hasta ahora. Su amor, no el tuyo. Puedes orar escuchando y haciendo tuyo el canto de Taizé citado antes: "En nuestra oscuridad enciende la llama de tu amor, Señor". En mi oscuridad, Señor, enciende tu luz; no permitas que olvide tanto amor como me has dado.

La paciencia de Dios para contigo, su amor, es la luz que te sostiene en la noche.

* * *

Otro comentario a la liturgia de hoy en;

Casto Acedo. Febrero 2021. paduamerida@gmail.com. 

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