jueves, 18 de febrero de 2021

Adentrarse en el desierto (Domingo I Cuaresma)

Desierto y vida

La Cuaresma nos llama a entrar en nosotros mismos y mirar desde ahí nuestras circunstancias vitales. ¿Qué otra cosas sino viene a significar que “el Espíritu empujó a Jesús al desierto" (Mc 1,12)? 

El desierto es el lugar del despojo, de la vida expuesta en desnudez total. Más que un lugar es una situación, un estado de cosas, el entorno y las circunstancias vitales en las que se ve arrojada la persona;  en el desierto se viven situaciones-límite  que obligan a tomar decisiones trascendentales.

No hay en el desierto nada con que adornarse, nada que pueda proteger el cuerpo del sol, de los vientos y de las tormentas de arena; el agua escasea tanto para el sustento como para el aseo. ¡Tendré que soportar mi propio olor! ¿Comida? Escasa.  Solo me queda comerme el coco.  Eso sí, las serpientes y alimañas vagan buscando algo que devorar; hay que precaverse. En el desierto estoy sólo y en peligro,  condenado a  mirarme a mí mismo, pensar en mí mismo, escucharme a mí mismo, … En un lugar así se madura o se muere.

El desierto moderno es la Ciudad. Estando en medio de una multitud que me  despersonaliza descubro la antigua sabiduría del  Kempis: “cuantas veces estuve entre los hombres volví menos hombre" (L. 1, 20,2). Existe un desierto de asfalto, donde se vive entre fieras, atrapado una y otra vez por las garras del consumo, sugestionado y excitado por el "gran hermano", zarandeado por la vorágine del relativismo; un desierto donde me siento solo, muy solo. Y viene a mí la tentación. 

¿Dónde hallar la seguridad y estabilidad que anhelo cuando Dios parece desvanecerse? Las más de las veces me abandono a mí mismo, tiro la toalla y busco fuera de mí una salida, me rindo a los ídolos que el mundo me ofrece o mi mente inventa y de los que espero alcanzar una vida feliz. Comienzo así un camino de apego a las cosas, un sutil sometimiento al poder, el placer y a la seguridad que se me presentan como cimiento sólido para vivir. Pero, ¿son realmente fiables esos ídolos?   


Desierto y noche

Entrar en el desierto es entrar en noche. ¿Quién no ha experimentado nunca ese estado en el que todo pierde color, en el que buscas una salida y no la encuentras, donde de Dios sólo percibes su ausencia? 

La vida suele arrojarnos a la noche del desierto cada vez que pone ante nosotros un problema, un dolor o un sufrimiento que ponen en jaque nuestras seguridades. En esas desgracias que nos salen al paso o que nos hemos acarreado, solemos ver un enemigo a evitar. Sin embargo, el evangelio nos invita a no huir de ellas sino a afrontarlas. 

Cuando llega la noche, en el silencio del desierto surgen preguntas que piden respuesta ¿Habrá alguien más en este lugar inhóspito? ¿Hallaré a alguien a quien sentir, mirar, hablar o escuchar? Si me esfuerzo por caminar ¿alcanzaré ese oasis del que me hablaron? La duda va debilitando la fortaleza de mi fe, que azuzada por la mentalidad del mundo, puede salir más fortalecida o puede sucumbir en la prueba. 

"El Espíritu empujó a Jesús al desierto". No es el demonio el que le empuja sino el Espíritu. Le lleva a un lugar donde estuvo "cuarenta días siendo tentado por Satanás. Vivía con las fieras y los ángeles le servían" (Mc 1,13) [1]. En el desierto de la encarnación fue probado el Hijo y salió tirunfador (cf Hbr 4,15; 5,1-10).

Si Jesús fue probado en el desierto está claro que las pruebas no son una maldición sino una oportunidad. ¿Cómo crecer espiritualmente si no es siendo sometidos a la prueba? Detrás de cada gran hombre de fe y santidad hay una historia de pecado y de gracia. De pecado porque ha deseado y a veces consentido en huir de sí mismo en la noche de la fe, y de gracia porque al fin ha comprendido que la cruz no hay que evitarla sino abrazarla. Y así lo ha hecho. 

El paradigma de la santidad es el Crucificado.  La Cruz es el desierto por excelencia. Tomarla es acompañar a Jesús en el  desierto. En la cruz, vaciándose de todo poder, honor y gloria mundanas, Jesús vence definitivamente al Tentador. La victoria se da por el despojo de todo (kénosis), incluso de la pretensión de que Dios deba estar necesariamente conmigo: "¡Dios mio, Dios mío, ¿por qué me has abandonado!" (Sal 22,1; Mt 27,46).  Las cruces son oportunidades que se nos ofrecen para madurar espiritualmente; en la noche, en oscuridad de fe, cada uno decide si realmente está con Dios (asirse a su voluntad) o con los ídolos (apegarse al mundo).


En Cuaresma examina tu vida

Toca, pues decidir: Dios (garante de mi libertad) o mi ego (esclavo de las pasiones). Examina tu vida:

1. ¿Qué valor concedes a los bienes sensuales? ¿Temerosos de no ser nadie me aferro al pan con ansiedad? ¿Acumulo y acumulo dinero, como si eso pudiera salvarme de la soledad que me aturde? Si es así, no acabo de asimilar que "no solo de pan vive el hombre", que hay otras cosas tan o más importantes. No me basta comer si no sé para qué como. Lo importante no son los medios para vivir sino la vida misma. Resumir mi vida al acto de consumir es rebajarme a la categoría de cerdo. ¿Acaso es Dios mi vientre? (cf Rm 16,18; Flp 3,18-19; Sant 5,1-6).

2. ¿Dedicas mucho tiempo al cultivo y la defensa de tu ego ocultando tu verdadero yo? La entrada en el desierto del silencio y la sequedad desmonta la imagen que tengo de mí mismo. Me creía seguro y la prueba me desespera, me creía con fuerzas y ahora percibo mis limitaciones, me creía inmortal y en la noche me veo cercano a la muerte.

En el desierto de la ciudad me engaño a mí mismo y tiendo a ocultarme y a ocultar lo que no me gusta de mi. ¿Me ocurre esto? ¿Me avergüenza reconocer mis debilidades y defectos? ¿Temo ser rechazado si digo lo que pienso o siento realmente o me oculto callando o disimulando mi lenguaje, adulando a unos y a otros? La mentira puede hacer de mí un camaleón de ideas que cambia de color en función del lugar en que está expuesto. Hoy rojo, mañana azul, pasado amarillo. Todo para ocultar ese mi color gris natural.

3. Y finalmente: ¿Te gusta mandar? ¿Cómo te sientes cuando otros no siguen tus directrices? Para completar la fachada de un hombre de mundo, además de dinero y buena imagen, se necesita el discreto barniz del poder. Discreto, porque el medio ambiente social dice que hay que ser humildes, pero sin dejar de afirmar el propio poderío públicamente. ¿Quién no ha presumido nunca de lo que sabe, lo que hace o del cargo que ocupa? ¿Quién no se molesta cuando no se le tiene en cuenta para algo importante?

Según los criterios del mundo no eres nada si no destacas más que otros en alguna faceta. Tienes que ser el primero en algo, y si es en todo, mejor. Por eso, quien conoce sus límites y teme  que otros le superen, se dedica a zancadillear. Una crítica por aquí, un chismorreo por allá, y poco a poco voy apagando las luces que me hagan sombra. No me doy cuenta de que así me rodeo yo mismo de una oscura soledad, porque las sombras que tiendo sobre otros acaban por oscurecerme a mí.

Se dice que la humildad es una buena virtud, pero al mimos tiempo se piensa que para triunfar en la vida tengo que pasar a caballo como aristócrata entre los aldeanos. Entonces me respetarán. Si la violencia verbal no basta pasaré a la otra. Acusación, culpabilización del enemigo y a por él, que hay permiso. Así piensa quien ambiciona el poder y genera la guerra que destruye a muchos antes de caer él mismo. Examínate.


* * *
Una estancia en el desierto mal encajada, una huída hacia atrás, un no gustarte a tí mismo cuando te miras en el espejo que es Jesucristo, te conduce a repetir los parámetros de siempre: apego al dinero, apego a la propia imagen y apego al poderío del ego.

Comentando los pasajes en los que los evangelios narran las tentaciones de Jesús dice Dostoievsky en su novela Los Hermanos Karamazov: “Si algún día hubo sobre la tierra un milagro auténtico y resplandeciente, este tuvo lugar el día de esas tentaciones. El sólo hecho de haber formulado esas tres preguntas constituye un milagro … Resumen prediciendo al mismo tiempo toda la historia ulterior de la humanidad; y estas son las tres formas en la que se cristalizan todas las contradicciones insolubles de la naturaleza humana”.

Son las tres formas en las que ahora y siempre es tentada el ser humano, la Iglesia y el mundo. Merece la pena detenerse a analizar cómo andamos de apego al dinero, a la propia imagen y al poder que se me ha dado y puedo ejercer sobre los demás. Son bienes que me pueden ayudar o esclavizar. Todo depende de que ponga o no ponga en ellos mi felicidad. 

En la importancia que conceda a estos elementos en mi vida me juego mucho; y no sólo a nivel religioso o espiritualista sino a un nivel espiritual, que abarca la humano y lo divino; me juego tener una vida vendida a la mentira (sometimiento a ídolos, hipocresía, ira destructiva) o una vida verdadera (verdad, libertad, dignidad).  No debes olvidar que "las cosas se adueñan de ti cuando les das el poder de hacerte feliz". ¿A quién (perdonas) o a qué (cosas) le has concedido ese poder sobre ti? Una buena meditación para la cuaresma.

Casto Acedo. Febrero 2021. paduamerida@gmail.com

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[1] La tradición de la Iglesia ha visto en este pasaje un resumen de la vida espiritual: toda una vida (40 días) soportando tentaciones (fieras) y contando con la ayuda de Dios (ángeles). 

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