miércoles, 3 de febrero de 2021

Curar, orar, predicar (Domingo 7 de Febrero)



El primer capítulo del Evangelio de san Marcos es denso. En él, tras una presentación breve de Juan bautista que prepara para la venida del Salvador, Jesús es bautizado; luego es tentado en el desierto para inmediatamente comenzar su trabajo misionero en Galilea. Lo hace llamando a cuatro pescadores para que le sigan, predicando en las sinagogas y obrando milagros.

La liturgia de hoy nos invita a contemplarlo en plena tarea. Sale de la sinagoga, donde (lo veíamos el domingo pasado) dió unas enseñanzas y donde curó a un hombre poseído por un espíritu impuro. Hoy se nos dice que al salir de la sinagoga fue a casa de Simón, cuya suegra estaba en cama con fiebre. Jesús la cura. La gente está admirada de él. “La población entera se agolpaba en la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios” (v. 33).

Como vemos, el inicio de la vida pública de Jesús es especialmente triunfal. “Todo el mundo te busca” (v. 37), le dijeron. Pero Él no se deja llevar por los halagos. Ni siquiera por la tentación de establecerse y crear escuela en el lugar donde ya ha sentado cátedra. “Vámonos a otra parte -apremia a los suyos- para predicar allí también; que para esto he salido” (v. 38).

Pero vayamos por partes y contemplemos la actividad de Jesús a partir de tres verbos que resumen su quehacer y que se conjugan entre ellos: Curar, orar, predicar.


Curar

El texto de hoy, además de indicar que Jesús curó a muchos, narra en concreto una curación: la de la suegra de Simón Pedro. “Le hablaron de ella; se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles” (Mc 1,31). En muy pocas palabras nos da el evangelio las claves de su modo de actuar:

* “Le hablaron de ella” y así se enteró de que padecía una enfermedad. Jesús atento a la realidad que le envuelve. Pudo haber pasado de largo, hacer como que no se entera, o simplemente ignorar a la enferma; a fin de cuentas era una mujer, una simple ama de casa, alguien irrelevante. Sin embargo el evangelista, por la rapidez de la actuación de Jesús, nos da a entender que esa mujer sí era importante para Jesús.

* Por eso "se acercó": Jesús no analiza el sufrimiento, ni se limita a comentarlo, ni polemiza sobre él; se acerca. Hay en este gesto una identificación de Jesús con el samaritano de la parábola de san Lucas (10,25-37). No pasa de largo, se acerca. Es hermoso contemplar ese detalle de Jesús dándose en cercanía, tocando el sufrimiento en corto. Una lección de grandeza para un mundo, el nuestro, que se conforma con un conocimiento virtual o estadístico de la realidad. Cuando el papa Francisco habla de “salir a las periferias”, ¿no se refiere a esto?

* "La tomó de la mano": tocar a una persona que sufre es importante; es un gesto (sacramento), una forma de transmitir vida, de decir que se está, de hacer saber a la persona herida que no es marginada, no es un ser apestado por la enfermedad o la desgracia. El contacto físico, que tanto echamos de menos en estos días de covid, es importante para sentirse amado. No podemos olvidar que somos carne y necesitamos del calor del abrazo, palpar el cariño en el roce de la piel, sentir la mano que se nos tiende.  

* "La levantó": Con su apoyo Jesús cura, levanta al abatido. Con ese gesto de tomar la mano de la mujer y ayudarle a ponerse en pie le devuelve su dignidad;  hace a esa mujer sentirse salvada de la enfermedad que le obligaba a la postración. Levantarse es recuperar la vida; no en vano se usa este verbo –levantar- para indicar tanto el triunfo de la cruz (Jn 8,28) como la resurrección (Flp 2,9) y la ascensión (Mc 16,18)

* "Y se puso a servirles": La curación no es para un simple "estar bien”, sino para volver a una vida de servicio. Podríamos preguntarnos acerca de la meta que esperamos alcanzar en nuestra tarea evangelizadora. Se trata de levantar, de sanar los corazones afligidos, de curar las dolencias de los que sufren la enfermedad, la marginación y la esclavitud del pecado. Pero la curación, la conversión, no concluye con un “estar bien”, un “sentirse a gusto” en sentido afectivo-material, sino que debe encaminar al servicio, a la adquisición de los mismos sentimientos y actitudes de Cristo Jesús (Fp 2,5): sentirnos y ser servidores de Dios y del prójimo. Hacer creer a los catecúmenos que entrar en la Iglesia es entrar en el cielo es engañarles, algo propio de las sectas. Entrar en la Iglesia es unirse a los que cruzan el desierto de la vida codo con codo, compartiendo el sequedal y el oasis. Jesús no sana para dar un regusto espiritual, sino para fortalecer a la persona para que sea fiel en el servicio a Dios y al prójimo.


Orar

“Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó al descampado y allí se puso a orar” (Mc 1,35). Sorprende el giro que da el texto. De la actividad casi frenética del día el texto pasa  a la serenidad y el silencio de la noche.

Lo más lógico debería ser que Jesús quedara satisfecho de todo lo obrado y durmiera a pierna suelta gozando el éxito. Sin embargo, como hombre sujeto a tentaciones, no debía ignorar que el éxito lleva en sí mismo una tentación muy sutil: la del endiosamiento y la consiguiente soberbia.

Cuando todo va bien también es importante la oración; y a veces  más necesaria que en los momentos de dificultad. En situaciones difíciles parece que el recurso al poder de Dios surge casi espontáneo; los problemas nos enseñan a ser humildes y a levantar la mirada a lo alto; sin embargo, los triunfos nos hacen creer que somos unos genios. “Seréis como dioses”, dijo la serpiente a Adán (Gn 3,4). Cuando nos vemos arriba nos olvidamos de lo de abajo, y también de Dios.

El detalle de Jesús orante en la noche pone de manifiesto que es necesario orar no sólo en Getsemaní sino también en tiempos de triunfo. Porque si en el sufrimiento la tentación es renegar de Dios, en los momentos de gloria la tendencia es a olvidarse de Él y montarse uno mismo el propio altar.

¿Cómo sería la oración de Jesús en esas madrugadas, en esa oscuridad que apunta al amanecer? Imagino una oración de alabanza y acción de gracias al Padre, pero también una oración de petición: no me dejes caer en la tentación de la soberbia. Se necesita la fortaleza del Padre para que el cansancio misionero no incite al abandono; pero también se necesita mucha humildad para no dejarse seducir por la vanagloria.


Predicar

El tercer verbo que se conjuga hoy es el de la predicación. Jesús predicaba. La gente escuchaba. Se quedaban admirados. Aquí también surge una tentación: la de hacerte una capillita y rodearte de discípulos amantes y obedientes; ser un telepredicador ante quien se rinden las masas.

Jesús no es un predicador instalado, pagado de sí, que reclama una clientela que alimente su ego. No se queda en un lugar cómodo a verlas venir.  Jesús es un predicador itinerante, sin residencia fija, “sin un lugar donde reclinar la cabeza” (Mt 8,20), dispuesto siempre a ir más allá: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido” (Mc 1,38).

Jesús enseñaba en las sinagogas, pero no se limitó a ellas. ¡Qué buena enseñanza para la Iglesia de hoy y de siempre! Nuevamente podemos referir al papa Francisco cuando habla de “Iglesia en salida”. Una Iglesia que no permanece quieta esperando que vengan a ella los que la necesitaren, sino que sale de sus espacios sagrados para aventurarse a ser Iglesia más allá de la institución y los templos. Porque no se trata de traer personas a la institución eclesial sino de mirar, promover y hacer visible el Reino de Dios más allá de lo religioso.

Cuando hayas anunciado el evangelio en un lugar, te dice Jesús, “vámonos a otra parte” , no te instales, no te quedes ahí, en tu zona de confort espiritual, en tu hermoso Tabor; queda todavía mucho camino que recorrer, mucho que cambiar en tu corazón y en el mundo. Cuando sientas la tentación del aburguesamiento, cuando empieces a estar cómodamente instalado o instalada en una religiosidad confortable, escucha a Jesús que te repite: “vámonos a otra parte”, aún queda mucho  por andar.

* * *

Jesús conjuga hoy para nosotros los tres verbos que necesitamos para ser Iglesia fiel al Reino de Dios: creer, esperar, amar.

* Escuchar y predicar la Palabra. Cultivar la fe con una escucha atenta y una predicación arriesgada y novedosa, nada burguesa;  predicación de gestos y palabras que salgan de los templos y  lleguen a las periferias.

* Orar, contemplar, celebrar; es decir, intimar y refugiarse en Jesús  para vivir  una esperanza serena, sin depresiones ni triunfalismos, anclados en su Persona  como única garantía de que la barca de la Iglesia no se hundirá.

* Y amar como Él amó, con un corazón samaritano, acercándonos al sufrimiento, tocando, sanando y devolviendo la dignidad a aquellos a los que les ha sido arrebatada.

Las claves para avanzar en la vida cristiana es, pues,  muy simple: consiste en conjugar bien los verbos que hemos comentado. Orar, predicar y sanar son tres caras de una misma realidad: el Evangelio. Predicar sin amar y sin interiorizar en la oración lo predicado es un despropósito; sanar (amar) sin hacerlo desde la profundidad del corazón que se conoce a sí mismo en la oración,  puede dar lugar al autoengaño de quien cree que ama a Dios y al prójimo cuando solo ama su propio protagonismo; y orar sin asiento en la Palabra y sin vivir el amor, es pura beatería. 

El evangelio de este domingo nos permite ver a Jesús realizando su misión por la conjugación de los tres verbos citados. Déjate seducir  y arrastrar por Él. Deja todo lo que te ata y escucha que te dice: “¡Vámonos a otra parte!”.

Casto Acedo. paduamerida@gmail.com. Febrero 2021

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