Evangelio: Lc 10,1-12.17-20
Echando mano de un lenguaje propio del mundo mercantil se suele decir que la Iglesia tiene un buen producto que vender, pero le falla el marketing. No acierta a colocar satisfactoriamente la mercancía en el mundo tan complejo que nos ha tocado vivir. Grave problema si tenemos en cuenta que la vocación cristiana es cuestión de seguimiento, pero también de misión, y para lograr ésta es muy importante el tema de la comunicación.
Quien ha encontrado la moneda del Reino vive la urgencia de decirlo a otros (cf Lc 15,8-9); es natural que la alegría y el bien, sin son tales, tiendan espontáneamente a expandirse. Pero no somos ingenuos y sabemos que, en un mundo amante de las formas, no podemos dejar a la espontaneidad el modo de anunciar el Evangelio; Jesús no sólo pide a los suyos comunicar que ha llegado el Reino, también les da unas pautas para ser buenos comunicadores. ¿Cuáles son esas pautas? Buceando en el texto de Lucas 10,1-12, me atrevo a extraer cuatro: sencillez, humildad, respeto a la libertad y paz.
1. Sencillez en los medios utilizados: “No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias” (v. 4); son preferibles los medios pobres y dignos a los ricos y escandalosamente ostentosos. En la sencillez se revela lo importante; Dios no bendice la apariencia sino el corazón de las personas y de los hechos (cf 1 Sam 16,7).
El mensaje no necesita de montajes deslumbrantes y espectaculares, ni de anuncios solemnes con los que cegar los ojos y la mente de los destinatarios; basta una predicación sencilla que ilumine. Un altavoz potente molesta más que convence. Frente a liturgias y lenguajes recargados que con sus excesos pueden ocultar más que desvelar la verdad que se expone, Dios escogió la sencillez de la vida vivida, explicada y predicada desde abajo. ¿Algo más pobre y bajo que la cruz? ¿Algo más sencillo de entender que una parábola? ¡Dios nos libre de gloriarnos en otra cosa que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo! (Gal 6,14), "que Dios ha escogido lo necio del mundo para confundir a los sabios" (1 Cor 1,27).
El mensaje no necesita de montajes deslumbrantes y espectaculares, ni de anuncios solemnes con los que cegar los ojos y la mente de los destinatarios; basta una predicación sencilla que ilumine. Un altavoz potente molesta más que convence. Frente a liturgias y lenguajes recargados que con sus excesos pueden ocultar más que desvelar la verdad que se expone, Dios escogió la sencillez de la vida vivida, explicada y predicada desde abajo. ¿Algo más pobre y bajo que la cruz? ¿Algo más sencillo de entender que una parábola? ¡Dios nos libre de gloriarnos en otra cosa que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo! (Gal 6,14), "que Dios ha escogido lo necio del mundo para confundir a los sabios" (1 Cor 1,27).
2. Una segunda cualidad del buen comunicador es la humildad: es decir, estar bien convencido de que lo importante no es el transmisor, sino Jesús, que confía el mensaje a los suyos. El reino y su eficacia no son posesión del enviado, sino del que lo envía: “os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo” (v.19) El apóstol es un siervo del poder de Dios, sembrador de una semilla ajena en un campo que no le pertenece. No se anuncia a sí mismo, sino a Alguien que le supera, que está muy por encima de él.
El predicador ha de situarse al mismo nivel que aquellos a los que se dirige, sin privilegios de ningún tipo: “comed y bebed lo que tengan” (v.7). No comunica bien el evangelio quien lo hace desde el escalón superior, sino desde el último escalón, que es el más universal. ¿Habrían escuchado los pobres al Maestro si hubiera hablado desde la “cátedra de Moisés” (cf Mt 22,6-12) y no desde la pobreza de Belén y la humildad de Nazaret?
3. Un evangelizador se mueve en el respeto por la libertad de sus oyentes. Respeto, pero al mismo tiempo denuncia que haga caer en la cuenta de su error a aquellos que no acogen el mensaje; y perseverancia en el anuncio: “Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: `hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios´” (v. 11).
Hoy como ayer son muchos los que se niegan a aceptar la Palabra; y a esos no hay que despreciarlos, aunque sí es conveniente hacerles ver su distancia. Quizá pueda sorprendernos la forma de decirlo (lo de sacudirse el polvo de los pies), pero al fin y al cabo esa expresión no hace sino indicar que se respeta la libertad de cada uno, pero no se bendice ni acepta indiscriminadamente cualquier postura ante la predicación, máxime si se tiene en cuenta que de la acogida o no del mensaje depende el éxito (“descansará sobre ellos la paz”) o el fracaso (“aquel día será más llevadero para Sodoma que para este pueblo”) de la misión, que no es otra que acercar la vida de Dios al hombre.
Sobre sacudirse el polvo de los pies, un aviso para navegantes cristianos: son muchos los padres (más las madres) que se sienten culpabilizados al ver que sus hijos no siguen el evangelio y las costumbres cristianas que ellos a su vez recibieron y que les han querido transmitir. A éstos la expresión "sacudirse el polvo" les puede ayudar para alejar de sí mismos el sentimiento de culpa. A éstos les digo que han hecho lo que tenían que hacer: sembrar. El crecimiento no depende del sembrador, sino de Dios y de la tierra que recibe la semilla. Habéis sembrado; si no veis el fruto no perdáis la paz, "¡sacudíos el polvo de los pies!”, ¡sacudíos la culpa!
El predicador ha de situarse al mismo nivel que aquellos a los que se dirige, sin privilegios de ningún tipo: “comed y bebed lo que tengan” (v.7). No comunica bien el evangelio quien lo hace desde el escalón superior, sino desde el último escalón, que es el más universal. ¿Habrían escuchado los pobres al Maestro si hubiera hablado desde la “cátedra de Moisés” (cf Mt 22,6-12) y no desde la pobreza de Belén y la humildad de Nazaret?
3. Un evangelizador se mueve en el respeto por la libertad de sus oyentes. Respeto, pero al mismo tiempo denuncia que haga caer en la cuenta de su error a aquellos que no acogen el mensaje; y perseverancia en el anuncio: “Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: `hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios´” (v. 11).
Hoy como ayer son muchos los que se niegan a aceptar la Palabra; y a esos no hay que despreciarlos, aunque sí es conveniente hacerles ver su distancia. Quizá pueda sorprendernos la forma de decirlo (lo de sacudirse el polvo de los pies), pero al fin y al cabo esa expresión no hace sino indicar que se respeta la libertad de cada uno, pero no se bendice ni acepta indiscriminadamente cualquier postura ante la predicación, máxime si se tiene en cuenta que de la acogida o no del mensaje depende el éxito (“descansará sobre ellos la paz”) o el fracaso (“aquel día será más llevadero para Sodoma que para este pueblo”) de la misión, que no es otra que acercar la vida de Dios al hombre.
Cuando la predicación no es aceptada la responsabilidad no recae sobre el evangelizador sino sobre el oyente que rechaza el mensaje. Es verdad que a todos nos gustaría que fueran cada vez más los que conocieran el don que Dios nos ha hecho con la fe; pero cuando no es así, cuando hay rechazo de Dios y su evangelio, hay que asumir que al apóstol le basta con sembrar y esperar sin prisas ni juicios, alejando de sí mismo el fantasma de la culpabilidad escrupulosa.
4. Finalmente, el misionero debe ser en todo momento agente de paz. Según las narraciones evangélicas, cuando Jesús resucitado se hace presente entre sus discípulos les saluda diciendo: «paz a vosotros; la paz sea con vosotros» (cf Jn 20,19.21.26). La paz es el resumen y la conclusión de lo mejor que Dios nos comunica. Por eso Jesús dice a sus comunicadores: “cuando entréis en una casa decid primero: ´paz a esta casa´. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros” (vs. 5-6
Evangelizar es contagiar paz. Hay que huir del evangelizador que transmite violencia, miedos y malhumor. La dulzura de la paz es condimento necesario de la predicación cristiana; sin ella se agria el mensaje, porque deja de nutrir la vida y produce malestar y vómitos.
Evangelizar es contagiar paz. Hay que huir del evangelizador que transmite violencia, miedos y malhumor. La dulzura de la paz es condimento necesario de la predicación cristiana; sin ella se agria el mensaje, porque deja de nutrir la vida y produce malestar y vómitos.
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Comunicando evangelio el discípulo enriquece su entorno. Predicar el reino es también un beneficio para el propio apóstol, que evangelizando se evangeliza a sí mismo. Buscar los mejores medios y el mejor estilo de evangelización, siguiendo los consejos de Jesús, no es apostar por una escenificación grandiosa y triunfalista; el mejor evangelizador es aquel que con su vida transmite sencillez, humildad, respeto y, sobre todo, paz.
Detrás del relato de cada conversión -piensa en la tuya- encontramos siempre el testimonio vivo de alguien que ha despertado la conciencia del converso. ¿Quién fue la persona que te impactó con su vida ejemplar? ¿De quién se sirvió Dios para que te convirtieras? Medítalo y, para tu apostolado sigue sus pasos.
Casto Acedo. paduamerida@gmail.com. Julio 2019
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