miércoles, 3 de julio de 2019

Anunciar el Reino de Dios

14º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Is 66,10-14  -  Gal 6,14-18  -  Lc 10,1-12.17-20

   Al iniciar su viaje a Jerusalén, Jesús entra en la región de Samaría.
Allí, designa a setenta y dos discípulos, y los envía de dos en dos,
delante de Él, a todos los pueblos y lugares a donde tenía que ir.
Probablemente, la mayoría de estos discípulos son samaritanos,
que van a anunciar la Buena Noticia del Reino a sus propios paisanos.
   De esta manera, el Evangelio llega a los despreciados y excluidos.

Salgan a los caminos de los pueblos y de las ciudades
   En nuestros días, hace falta que los seguidores de Jesús
nos desinstalemos, dejando nuestras seguridades y comodidades,
para salir al encuentro de las personas privadas de sus derechos,
y abandonadas en el camino: con hambre, enfermas, sin ropas…
Al respecto, recordemos las acciones del samaritano (Lc 10,25ss).
   Si así lo hacemos, el anuncio del Reinado de Dios y su justicia,
va a despertar la ira de los lobos disfrazados con piel de ovejas.
Sin embargo, jamás debemos responder con violencia,
pues, siguiendo las enseñanzas y el ejemplo de Jesús, debemos:
*Rogar al Dueño de los campos que mande trabajadores,
porque la cosecha es abundante y los obreros son pocos.
*Levantar la vista y ver que los campos están listos para la siega.
El segador recibe su paga, y junta frutos para la Vida eterna,
además el sembrador participa en la alegría del segador (Jn 4,35ss).
*Ser simples servidores como Jesús quien, guiado por el Espíritu,
pasó por este mundo haciendo el bien y sanando a los enfermos (…).
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo (Hch 10,36ss).
   Los cristianos jamás debemos quedarnos cómodamente instalados:
En el Evangelio aprendemos la sublime lección
de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (Lc 6,20;  9,58),
y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja,
sin poner nuestra confianza en el dinero
ni en el poder de este mundo (Lc 10,4ss). (DA, 2007, n.30).

Al entrar en una casa digan: Paz a esta casa
   El mensaje de la Paz, está presente en la vida de Jesús, desde:
su nacimiento, cuando los ángeles dicen: Paz en la tierra (Lc 2,14);
hasta su resurrección, cuando anuncia a sus seguidores:
La paz esté con ustedes (Lc 24,36ss). 
   Los discípulos no deben detenerse en el camino, pero sí en una casa.
*Así lo hace Jesús… mientras va de camino, entra en un pueblo,
y una mujer llamada María, lo recibe en su casa (Lc 10,38ss).
*Recordemos que la venida del Espíritu Santo tiene lugar en una casa,
donde están reunidos los discípulos de Jesús,
con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes (Hch 1,14).
*Cuando el apóstol Pablo pide que saluden a Prisca y Áquila, añade:
saluden a la comunidad que se reúne en su casa (Rom 16,5).
   Hoy, si deseamos una sociedad donde reine la paz y la justicia,
hagamos todo lo posible para que en la casa (hogar, familia),
hayan hijos de paz, personas abiertas a la novedad del Evangelio.
Para ello, el discípulo-misionero debe permanecer en la misma casa,
pues la evangelización de la familia necesita tiempo y dedicación.

Alégrense porque sus nombres ya están escritos en el cielo
   Sobre esta alegría que Jesús anuncia a los setenta y dos discípulos,
sigamos reflexionando en los siguientes textos:
*No tengan miedo, les vengo a comunicar una Buena Noticia,
una gran alegría para todo el pueblo:
Hoy ha nacido para ustedes el Salvador, Cristo Jesús (Lc 2,10s).
*Felices ustedes, cuando la gente les insulten y les persigan,
y cuando por mi causa les calumnien con toda clase de mentiras.
Alégrense y estén contentos, porque será grande la recompensa
que recibirán en el cielo (Mt 5,11s).
*Les he dicho todo esto para que mi alegría esté en ustedes,
y ustedes sean plenamente felices (Jn 15,11).
*Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégrense!
Que todos les conozcan como personas bondadosas (Flp 4,4s)
*La Alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera
de los que se encuentran con Jesús.
Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado,
de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo
siempre nace y renace la alegría (EG, 2013, n.1). 
J. Castillo A.

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