miércoles, 31 de julio de 2019

El peligro de la avaricia

18º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Ec 1,2.  2,21-23  -  Col 3,1-5. 9-11  -  Lc 12,13-21

   Mientras Jesús sigue enseñando, un hombre se acerca y le dice:
Maestro, dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo.
   Jesús rechaza intervenir en asuntos familiares de herencia.
Pero, al narrar una parábola va a la raíz del problema: la avaricia,
pues hay personas que buscan tener más, echando a perder su vida.

La avaricia rompe la fraternidad
   Jesús conoce los abusos que comenten los terratenientes en Galilea.
Su avaricia no tiene límites: despojan a los campesinos de sus tierras,
los explotan y, en vez de compartir con ellos los frutos de la tierra,
construyen nuevos y grandes graneros para amontonar sus cosechas,
son unos egoístas, viven para: descansar, comer, beber, disfrutar
   Hoy, ante la ambición de personas privadas y de entidades públicas,
examinemos nuestra manera de vivir, a la luz de los siguientes textos:
*Los guardianes de mi pueblo están ciegos, no se dan cuenta de nada.
Todos ellos son perros mudos, que no pueden ladrar.
Se pasan la vida echados y soñando, les encanta dormir.
Son perros hambrientos que nunca se llenan.
Son autoridades que no entienden nada, cada uno sigue su camino,
solo buscan sus propios intereses (Is 56,10s).
*Los sacerdotes no me buscan, dice el Señor.
Los maestros de la ley no me reconocen.
Las autoridades se rebelan contra mí.
Los profetas hablan en nombre de Baal (una divinidad antigua),
siguiendo a ídolos que no sirven para nada (Jer 2,8).
*Renunciamos a ser llamados de palabra o por escrito
con nombres y títulos que indican grandeza y poder
(Eminencia, Excelencia, Monseñor).
Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre (…).
Evitaremos fomentar o adular la vanidad de nadie con la intención
de recomendar o solicitar dones (Pacto de las Catacumbas, nov 1965).

Necio, ¿para quién será lo que has amontonado?
   Jesús de Nazaret que vive pobre entre los pobres,
no tiene reparos en denunciar -llamando necio- a aquel terrateniente;
y le pregunta: ¿Para quién será lo que has acumulado?
   En nuestros días, los que amontonan oro y plata,
no solo destruyen la madre tierra, nuestra casa común,
sino que pisotean los derechos más elementales de los trabajadores.
Son hombres y mujeres con mucho poder económico y político.
Denunciarlos, ayer y hoy, tiene un costo: persecución… muerte…
Sin embargo, el pequeño rebaño de Jesús no debe permanecer mudo.
   A quienes: -prefieren el individualismo, y no lo comunitario…
-dan culto al dios-dinero”, en lugar de servir al prójimo…
-buscan el placer egoísta, en vez de dar vida a los necesitados…
Jesús -el Profeta de Nazaret- les hace estas serias denuncias:
*Ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen su consuelo (Lc 6,24ss).
*Un empleado no puede estar al servicio de dos señores (…).
Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas (Lc 16,13).
Qué difícil es para los ricos entrar en el Reino de Dios!
Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja,
que a un rico entrar en el Reino de Dios (Lc 18,24s).
   Sin embargo, Jesús que vino a salvar lo perdido nos sigue diciendo:
El Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio.
Recordemos que tratándose del joven rico, Jesús dice a sus discípulos:
Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios (Lc 18,27).
   Acaparar riquezas materiales es una tentación generalizada,
incluso muchas personas pobres sueñan ser como los ricos.
Ojalá los ricos cada vez más ricos, a costa de la miseria de los pobres,
reflexionen en la siguiente denuncia que está en la carta de Santiago:
¡Oigan esto, ustedes los ricos!
¡Lloren y griten por las desgracias que van a sufrir!
Sus riquezas están podridas. Sus ropas están apolilladas.
Su oro y su plata se han oxidado y eso atestigua contra ustedes.
Han amontonado riquezas en estos días, que son los últimos.
El salario que no han pagado a los que trabajaron en sus campos,
clama contra ustedes y ha llegado a los oídos de Dios misericordioso.
Ustedes han llevado en la tierra una vida de lujo y placeres,
han engordado como ganado y se acerca el día de la matanza.
Han condenado y asesinado al inocente indefenso (Stgo 5,1-6).
J. Castillo A.

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