jueves, 27 de agosto de 2020

La locura de la cruz (Domingo 30 de Agosto)

 

El amor suele ir precedido de la seducción. Un enamorado es aquel cuyo ánimo (alma) ha sido cautivado (seducido) por alguien a quien rinde su voluntad. La persona enamorada con pasión experimenta un cambio radical en su vida, tanto es así que los que le conocieron cuerdo y formal, ven cómo el amor vuelve extraño y ridículo al enamorado. Los vecinos comentan: “¡quién le ha visto y quién le ve! ¡A este se le ha ido la cabeza!, ¿se habrá vuelto loco?”. Otros se burlan de su nueva personalidad. Pero a él le da lo mismo, porque quien ha encontrado el tesoro escondido vende todo lo demás para adquirirlo y da saltos y gritos de alegría sin importarle lo que diga la gente (cf Mt 13,44). Así es. El amor deshace nuestras máscaras y pone en marcha una sana locura. 

Amor y locura son con frecuencia compañeros de camino, de tal modo que el alma enamorada pasa a ser una desconocida para los que la frecuentaban antes. ¡Qué bien expresa G. Kalil Gibrán la locura de la conversión en su poema "El loco"!: “Me preguntáis porqué enloquecí. Fue así. Un día, mucho antes de que nacieran algunos dioses, desperté de un profundo letargo y descubrí que me habían robado todas mis máscaras –sí; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas-. Corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando: “¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!”. Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, algunas personas, llenas de horror, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome, gritó: “¡Mirad! ¡Es un loco!”. 

La seducción de Dios
 
El profeta Jeremías cuenta su conversión en clave de seducción: «Me sedujiste, Señor y me dejé seducir» (Jr 20,7). También nosotros, los que creemos en Dios y queremos seguir su camino, hemos sentido la «seducción de Dios», una atracción no violenta, un enamoramiento al que no se ha podido negar la voluntad. El seducido por Dios, como el loco de la parábola de K. Gibrán, es motivo de burla: «todos se burlaban de mi … La palabra del señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día» (Jr 20,7b.8b), pero él no puede negar ni acallar la evidencia: «la palabra en mis entrañas era fuego ardiente..., intentaba contenerla y no podía» (Jr 20,9). 

La seducción es una especie de locura, una fuerza interior que arrastra a cumplir los deseos del amado aunque rompan con lo acostumbrado o sean ajenos a la razón. Así, cuando quien seduce es Jesús, el seducido se ve abocado a vivir una vida nueva que choca con la mentalidad ambiente: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24). En un entorno donde priman la afirmación del propio yo y la búsqueda compulsiva del placer, estas palabras rechinan, como rechinaron a san Pedro, porque piden lo contrario a lo habitual: no vivir para uno mismo sino para el otro, porque  la voluntad queda totalmente atada al amado. Por eso se mofarán de él y 
le llamarán loco o imbécil porque, según el esquema mental de los cuerdos, ha perdido la razón. 

La negación de uno mismo que pide Jesús (Mt 16,24) no es consecuencia del gusto por lo masoquista, ni está movida por el temor al castigo eterno si no se siguen unas normas. Todo lo contrario. Lo que mueve al enamorado de Cristo a situarse en segundo plano no es el miedo sino el amor; la negación de sí es la condición necesaria para la «afirmación de Dios», tal como Juan Bautista lo entendió: «el que viene detrás de mí es más que yo» (Jn 1,27). Por eso, el Bautista deja su protagonismo y orienta a los hombres hacia Jesús.


Amar, negarse a sí mismo, humildad.

La misma negación que pide Jesús la aconseja san Pablo: «os exhorto a presentar vuestros cuerpos como hostia viva» (Rm 12,1) La vida cristiana impone una dedicación de cuerpo y alma al Señor. No se trata en el cristianismo de inmolar cosas y animales, de hacer sacrificios de «lo que tenemos», sino de inmolarse a sí mismo, darle a Dios «lo que somos», mediante una vida nueva no acomodada a éste mundo. Negarse a sí mismo supone una ascética de la vida, una negación de la propia voluntad para hacer la voluntad del Padre. Se trata, en definitiva, de ser humilde. 

El mundo nos quiere llevar por el camino de la afirmación del propio yo como lo mejor: ganar mucho dinero, destacar en algo, buscar un futuro «firme»... Negarse a sí mismo es optar por la pobreza, la humildad y la obediencia, virtudes que hoy como siempre, son motivo de mofa y escarnio para los que no están en la órbita de la fe evangélica. Éstos rechazan y persiguen al humilde, al pobre y a quien es dócil a la Palabra; tienden a cargar sus responsabilidades sobre hombros ajenos. Se niegan -como Pedro al reprender a Jesús: "Eso no puede pasarte"- a aceptar la realidad del sufrimiento; les cuesta reconocer que la moneda del amor tiene una cara, pero también una cruz. 
 
 Dejando a un lado el sistema burgués imperante, y visto con los ojos del loco de amor, quien se niega a sí mismo y carga con su cruz no malogra su vida sino que la encuentra. Porque, a fin de cuentas,  ¿quién vive más? 

*¿El que lanza serpientes por la boca cuando es poseído por la soberbia o el que se niega a sí mismo callando y esperando el diálogo pacífico? 

*¿Vive más y mejor el que se instala en el miedo a perder su puesto relevante o el que se niega a sí mismo valorándose en su justa medida y disfrutando el lugar que ocupa? 

*¿Es más feliz quien abandona a sus padres al cuidado de una institución pudiendo atenderlos o quien se niega a sí mismo y, cargando su cruz, goza de la compañía de los que antes le cuidaron a él? 

*¿Vive más alegre el que se preocupa constantemente de su comodidad o el que se despreocupa de sí mismo y vive pendiente de los demás? 

*¿Es más feliz el que se deja llevar por sus criterios egoístas o quien se niega a sí mismo orientando su vida con la sabiduría del evangelio?
 
Traduce y lee en primera persona del singular las preguntas que se acaban de lanzar. En la cruz está la desaparición, el abandono total de uno mismo al Padre. El mismo Dios, en Jesucristo crucificado, se niega a sí mismo por ti. En la cruz se esconde el Salvador. En abrazar tu cruz de cada día te juegas la vida: «El que pierda su vida por mí, la salvará» (Mt 16,25). Si lo haces así has descubierto el verdadero amor, y tendrás tu recompensa, porque quien “deja casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mi y por el evangelio, recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanas, hermanos, madres, hijos y tierras, aunque con persecuciones y en el mundo futuro la vida eterna” (Mc 10,30). 

Quien se deja seducir por Cristo y carga con su cruz, a pesar de las burlas (persecuciones), hará suya la segunda parte del poema de Kalil Gibrán: “Alcé la cabeza para mirarlo -al joven que desde la azotea de su casa le acusaba de ser un loco-, y por vez primera el sol besó mi rostro desnudo y mi alma se encendió de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité: “¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!” Fue así como enloquecí. Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad no ser comprendido, pues quienes nos comprenden nos esclavizan. Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón”.
 
La libertad y la seguridad tienen para el loco un precio: soledada e incomprensión; es decir, cruz.  Los cuerdos y seguros de sí mismo consideran la cruz, y con ella a Cristo crucificado, como una estupidez y una locura. El mismo san Pedro lo creyó así antes de la Pascua (cf Mt 16,22). Pero la experiencia de la resurrección le llevó a entender que lo que en Dios parece locura no es sino sabiduría que supera a la de los hombres (cf 1 Cor 1,22-25).

Casto Acedo Gómez. Septiembre  2020paduamerida@gmail.com .  

miércoles, 26 de agosto de 2020

Carguen con mi cruz y síganme

22º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A

Jer 20,7-9  -  Rom 12,1-2  -  Mt 16,21-27

   ¿Por qué hay autoridades que usando mal el poder que tienen,
persiguen y asesinan a quienes dan vida, arriesgando su propia vida?
   ¿Es delito salvar la vida de la madre tierra y de los seres humanos?
   ¿Cómo se explica que entre nosotros hay “creyentes” que buscan
ser piedra de tropiezo, en vez de servir y comprometerse para liberar?
   ¿Qué significa, hoy, cargar con nuestra cruz y seguir a Jesús?

Jesús anuncia su muerte y resurrección
   Jesús manifiesta a sus discípulos que va a la ciudad de Jerusalén,
donde va a sufrir, le van a matar, pero al tercer día resucitará.
   Una persona como Jesús de Nazaret que enseña con autoridad…
y hace el bien, es peligroso pues va contra los intereses de los poderosos.
A éstos, no les conviene que: los ciegos vean… los cojos caminen…
los leprosos sanen… los sordos oigan… los muertos resuciten…
los pobres sean evangelizados (Mt11,2ss).
   Sin embargo, un mundo solidario, justo, humano y fraterno es posible,
siempre y cuando los cristianos tuviéramos la capacidad de:
ver…  oír… hablar… levantarnos… caminar…  seguir a Jesús.
*Ver. ¡Cuánta falta nos hace ver con el corazón a las personas
que viven en la pobreza y miseria, y comprometernos por liberarlos!
*Oír los lamentos, quejas, súplicas… de los débiles y oprimidos,
y, con ellos, desautorizar a los que hablan y no cumplen lo que dicen.
*Hablar. No se trata de ser voz de los que no tienen voz,
sino que las mujeres y los hombres que sufren, hablen y denuncien.
*Levantarse. ¡Hasta cuándo viviremos esclavizados y de rodillas
ante el perverso sistema neoliberal y el consumismo desenfrenado!
*Caminar con los excluidos, despreciados, azotados, crucificados
y marginados como seres de segunda clase… para que tengan vida.
*Seguir a Jesús es participar en su misión sobre el Reinado de Dios:
Maestro, ¿dónde vives?... Vieron dónde vivía y se quedaron con Él…
Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel (Jn 1,35-51).

Ponte detrás de mí, Tentador (Satanás)
   Pedro confiesa que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo,
y, al mismo tiempo, tiene miedo de aceptar las consecuencias,
pues se trata de un Mesías que vino a servir y a dar su vida.
Por eso, lleva aparte a Jesús y se atreve a reprenderle diciendo:
¡Dios no lo permita, Señor, eso no te puede suceder!
   La respuesta de Jesús es muy dura: ¡Ponte detrás de mí, Satanás,
tú piensas como los hombres, no piensas como Dios!.
Jesús rechaza la actitud de Pedro que pretende ser piedra de tropiezo,
pero también le pide tomar su puesto de discípulo: Sígueme.
*Recordemos que Jesús, caminando a orillas del lago de Galilea,
al ver a Simón y a su hermano Andrés que son pescadores, les dice:
Síganme y yo haré de ustedes pescadores de personas (Mt 4,18ss).
*Ahora, conociendo los defectos y cualidades de Pedro, Jesús le dice:
Ponte detrás de mí, es decir, sígame; y no seas Satanás (Tentador).
*Más tarde, Jesús resucitado le dirá una vez más: Sígame (Jn 21,20).
   Y nosotros, ¿pensamos como Dios o pensamos como los hombres?
¿Seguimos el camino de Dios o el de los hombres? (Is 55,8).

El que quiera seguirme que cargue con su cruz
   A continuación, Jesús anuncia las condiciones para ser discípulo:
El que quiera venir detrás de mí: que se niegue a sí mismo…
que cargue con su cruz… que me siga… Tengamos presente
que no se trata de “la cruz” como adorno material,
instrumento de prestigio, o imagen para hacer falsos juramentos.
*Seguir a Jesús es identificarnos con Él, sin buscar fama ni poder,
es renunciar a toda ambición personal, al individualismo, al egoísmo.
*Seguir a Jesús es ir -como Él- por el camino del amor y del servicio:
a las personas marginadas, aunque tengamos que sufrir incluso morir.
*Acoger y comer con los despreciados, como hace Jesús, es peligroso,
sin embargo, esos gestos valen más que muchos discursos y promesas.
*Cargar con la cruz por fidelidad al Evangelio de Jesús es aceptar
el odio y la oposición de los demás (familiares, amigos, vecinos).
   La vida es un don, y debemos estar dispuestos a darla, a ofrecerla,
pues, el amor más grande es dar la vida por los amigos (Jn 15,13).
Al respecto, Jesús nos dice: Si uno quiere salvar su vida, la perderá;
pero, quien pierde su vida por mí, la conservará. ¿De qué le vale
a una persona ganar todo el mundo, si pierde su vida?
J. Castillo A.

jueves, 20 de agosto de 2020

Conocer a Jesús (23 de Agosto)


Las "imágenes-ideas" de Jesús

De todos es conocido el test de Roschach, una prueba psicoanalítica que consiste en presentar al sujeto una serie de láminas dobladas con unas manchas con formas muy ambiguas. Mirando los borrones que dibujan las manchas, al modo de quien pudiera mirar las formas de unas nubes, el paciente va describiendo lo que ve. Las respuestas a cada ficha pueden ser muy variadas, tantas como el número de personas que las interpreten. La prueba da pistas al psicoanalista a fin de determinar hipótesis sobre el funcionamiento de la mente del paciente. 

Pues bien, si pusiéramos ante una persona el nombre de Jesucristo (también nos serviría la palabra Dios), o una imagen o dibujo del mismo, y le preguntáramos que le sugiere esa palabra, podríamos obtener valiosas pistas acerca de la personalidad, la fe y la espiritualidad de esa persona, pues el nombre de Jesús es como un test de Rochach propuesto por Dios a la persona. 

¿No es lo que hace el mismo Jesús con los discípulos en el retiro de Cesarea de Filipo? Los reúne y les hace dos preguntas. La primera es acerca de lo que ellos oyen acerca de quién es Él. Y salen respuestas de lo más variopintas: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.» 

Respuestas variadas. Cada cual proyecta en Jesús sus ideas aprendidas, sus experiencias y sus expectativas. Tal como ha ocurrido a lo largo de los siglos. Y así,  para los gnósticos y videntes es un ser celestial que conoce y da a conocer todo; para el pensamiento griego arriano se trata de un hombre excepcional, un semidios; para los monarcas de la edad media y los señores del renacimiento un rey; para el siglo de las luces un maestro sublime; para los amantes de la revolución francesa, y más recientemente para muchos revolucionarios de izquierdas, un republicano descamisado comprometido en la causa de la liberación de los pobres y oprimidos de la tierra, el primer socialista; más cerca en el tiempo tenemos la idea de un Cristo hippy, superstar, maestro espiritual de la nueva era de acuario, mago que puede hacerte vivir experiencias alucinantes (mística evasiva), ejemplo perfecto de no-dualidad, maestro interior o cósmico, etc. 

No cabe duda de que la pregunta de Jesús es un test donde podríamos analizar el pensamiento de muchos. Por sus respuestas podríamos averiguar qué es lo que creen en verdad, incluso cuáles son sus aspiraciones más ocultas. Porque el nombre “Jesucristo”, como la palabra “Dios”, no es una palabra cualquiera. Contiene en sí las aspiraciones más íntimas y elevadas de la persona. Estudiar las respuestas dadas a la pregunta sobre Jesús lo largo de los siglos nos daría para escribir no solamente una historia de la teología, también podríamos extraer de ellas una historia de la filosofía, de la sociología e incluso del arte de los últimos veinte siglos. 


Jesús ¿quién eres Tú?

Pero, personalmente, interesa más profundizar en la segunda pregunta del Maestro a los suyos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Imagino a los discípulos atropellándose para dar respuestas a la primera pregunta, y frunciendo el ceño o agachando la cabeza ante la segunda. Ésta no se dirige solamente al intelecto o a la simple observación del mundo. Va directa al corazón. Jesús, posando su  a  mirada a la vez interrogativa y misericordiosa sobre los suyos, lanza una pregunta que cada cual debe escuchar en segunda persona del singular, –Tú, ¿Quién dices que soy?-. Esta pregunta, salida de los labios de Jesús,  provocó y sigue provocando ecos profundos en la interioridad de cada cual. 

No estamos ante una pregunta dirigida a la inteligencia sino a la conciencia. Aparentemente es similar a la primera, pero lo cierto es que es muy distinta. Hay distancias entre una pregunta y otra, la que existe entre “conocer la religión” y “ser religioso”, entre estar bautizado y haber nacido a la vida del Espíritu, entre respetar las creencias de otros y responder personalmente a la propia fe, entre "ser practicante" (ritos) y "ser creyente" (vida). Tú, ¿Quién dices que soy?. Esta pregunta directa de Jesús acerca de sí obliga a responder desde la experiencia  personal. No es lo mismo saber de Jesús que haber sentido su presencia en la propia vida; tan distinto como haber oído hablar del coronavirus y haberlo sufrido en la propia carne. Estamos ante el reconocimiento  del "Cristo interior". 

En el momento crucial de la “crisis de Galilea”, cuando Jesús comienza a darse cuenta de que muchos le siguen porque “comisteis pan hasta hartaros” (cf Jn 6,26), lo que Jesús pide a los suyos es que definan sus intenciones, la verdadera razón de su seguimiento. ¿No es esta también una buena pregunta para cada persona hoy? La misma que Jesús hará a Pedro después de resucitar. "Tú, ¿me amas? (cf Jn 21,15-17), ¿hasta qué punto me sientes en tu vida?"

Lo que Jesús encontró fue la callada por respuesta. De principio todos se callan; las prisas que se dieron por responder a “lo que dicen otros” desaparecen. El "Cristo interior" pide una respuesta al  "hombre interior", y emerge el silencio. Es tiempo de meditar. 

En silencio meditativo nace la respuesta de Simón Pedro, que tomó la palabra y dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Aquello debió sonar raro. Los otros discípulos debieron pensar que Pedro, el tosco pescador de Galilea, hacía gala de  un atrevimiento excesivo. Tal vez habían hablado entre ellos acerca de la identidad del Maestro, y algunos habrían apostado a que fuera de verdad el salvador esperado por el pueblo de Israel. Eran muchos los que acudían a él llamándole el Hijo de David, el liberador prometido que restauraría el esplendor de Israel. ¿Sería realmente Él?

Afirmar de una persona, por muy buena que sea, “tú eres el mismo Dios vivo entre nosotros (Enmanuel) traspasaba los límites de la razón humana. Dicho en lenguaje más directo: "Tú eres Dios", Dios hecho hombre. Y Jesús, sin asomo de vanidad sino con humildad,  lo ratifica: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”. Una gran lección para todos, que aprendemos aquí que sólo como don y revelación de Dios podemos conocer la verdadera naturaleza de Jesús. 

 Jesús te busca a ti

¿Quién es Jesús? Más allá de la respuesta de Pedro, la pregunta sigue abierta y esperando ser respondida por cada persona. Si Dios es misterio, y Jesús es Dios encarnado, la persona divino-humana de Jesús es misterio siempre abierto a nuevas posibilidades de comprensión y vivencia. La respuesta a esta pregunta no se puede encerrar en la letra, aunque ésta se adorne con la consideración de declaración dogmática. Las doctrinas, como los evangelios, o como los métodos de oración y la oración misma, no son mas que mapas que nos sirven de apoyo para  dejarnos encontrar por Jesús y  reconocerle en la experiencia del encuentro.

"Jesús, ¿quién eres tú?" Pregunta cuya respuesta sólo él nos puede dar. Buscas a Jesús, pero en última instancia, es Jesús el que te busca a ti. ¿Para qué llevó Jesús a sus discípulos a Cesarea de Filipo si no para dárseles a conocer? ¿Para qué te invita cada domingo a escuchar su palabra y a compartir su mesa? 

Cuando te adentras en el misterio del Verbo encarnado, cuando entras en relación con Él, acabas por descubrir que ya desde hacía mucho tiempo Él te buscaba a ti, y que sólo has llegado a conocerle porque Él se adelantó a revelarte su nombre: Jesús, Dios salva. Tus experiencias de sanación, sus acciones salvadoras incidiendo en tu vida, son anteriores a tu credo. 

El “Cristo de la fe”, es inseparable del “Cristo de la historia”, su acción en tu vida, los acontecimiento en los que lo has vivido y sentido, han dado lugar  a lo que  crees de y sobre Él. Por eso, al igual que tu vida sigue abierta a la sorpresa de Dios, también tu fe permanece siempre abierta; y  sería un error cerrarla diciendo que ya es completa. Cada día debes responder con tu vida a la fe que pones en Él. Porque la fe no es una colección de artículos o definiciones, sino una apuesta viva y constante. Los dogmas de fe no son pesados monolitos de hormigón que impiden seguir adelante, sino cimientos sólidos sobre los que seguir edificando tu vida.


Sobre esta piedra 

Jesús alaba y felicita a Pedro. No  lo hace porque por sus estudios y observaciones hubiera llegado a conocer la fe verdadera acerca de Él y mereciera un premio -las preguntas que Jesús no forman parte de un concurso televisivo-; lo felicita por creer y confesar la fe recibida de Dios. Pedro es dichoso, bienaventurado como la Virgen María, por haber recibido por revelación de Dios la maravilla de sentir a Dios presente y actuante, algo que suele permanecer oculto a los sabios y entendidos de este mundo (cf Lc 10,219).

Tras la felicitación, Jesús, da a Pedro el título de mayordomo piedra de la comunidad que se formará después de la Pascua. Jesús le dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. La liturgia de este domingo obliga a meditar en estas palabras. La primera lectura quiere que nos fijemos en esto. Son palabras dichas en el libro de Isaías a Sobná, mayordomo del palacio: “Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá” (Is 22,20-22). A Pedro le da Jesús los mismos poderes: ser el mayordomo (“mayor de la casa”) de la Iglesia. 

No viene  mal recordar también las palabras que sigue diciendo Jesús: “Tú eres Pedro (piedra) y sobre esta piedra (fe de Pedro) edificaré mi Iglesia”. ¿A qué se refiere Jesús? ¿A la persona de Pedro o a la fe que acaba de profesar esa persona?, ¿sobre qué cimientos se edifica la Iglesia?, ¿se edifica sobre Pedro (el Papa Francisco en nuestros días) o sobre la fe apostólica que representa el Papa Francisco? 

La pregunta no es retórica. Y de la respuesta que se dé a ella se puede deducir un modo u otro de entenderse como cristiano y como Iglesia. La fe en el Primado de Pedro no se debe confundir con la “papolatría”. La piedra, el cimiento, la roca de la Iglesia, en última instancia, es Cristo (cf 1 Cor 10,4). El hecho de que nuestra Iglesia tenga un mayordomo no nos exime de ser buenos siervos dispuestos a trabajar para el Señor. 

El punto de referencia último de nuestra vida de fe no es el Papa y la Iglesia que preside en la fe, sino Jesucristo, al cual confesamos como Hijo de Dios. El mayordomo organiza, ordena, distribuye tareas, tiene el deber de garantizar que en la casa se cumpla la voluntad del Señor; y es de justicia reconocerle al papa su labor de "siervo de los siervos de Dios";  pero la vida de los fieles, su mirada, está en el Señor. Sólo éste garantiza la vida y razón de ser de la casa común.  “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores” (Sal 126,1), jefe de obra incluido. 


Conclusión 

Concluyamos haciéndonos la pregunta clave que hemos lanzado en esta reflexión: “Tú, ¿quién dices que es Jesús?”. Hay quien se limita a decir “yo, lo que diga Pedro”. Y no está mal que reflexiones sobre lo que Pedro dice; sobre todo si te sirve de orientación para el encuentro con el Maestro. Pero a ti se te pide una respuesta personal de fe, un credo vital, una respuesta práctica que sólo se puede pronunciar con una vida de relación personal y  servicio al Señor de la casa. 

El buen funcionamiento de la casa de la Iglesia no depende solamente de Pedro. ¡Bastante responsabilidad tiene ya el Papa como para que le carguemos la nuestra!. Hay quienes se conforman con decir: “yo creo lo que cree Pedro”, como si la fe fuera la simple adhesión a unas enseñanzas, por muy verdaderas que sean. No basta decir “estoy con Pedro”, es más, sería traición decir “estoy con Pedro” cuando se usa como excusa para descafeinar la adhesión a la persona de Jesús y su Reino. ¡Doctores tiene la santa Iglesia!, se solía decir antes para justificar la propia ignorancia, que a la postre no era sino la propia desidia e indiferencia ante los compromisos de fe.

Sabemos que esos compromisos son duros. A veces Pedro y los siervos, la misma Iglesia, santa y pecadora a la vez, se resiste  a llevar la fe de Jesús adelante; sobre todo cuando aparece la cruz en el horizonte. Entonces se pone en evidencia la fragilidad de una iglesia muy humana. Cuando el idilio del hombre con la fe (¡daría mi vida por ti!) toca la realidad de la cruz viene las crisis (¡no le conozco!). Pero esta es una cuestión que abordaremos al hilo del evangelio del próximo domingo. Hoy te basta escuchar a Jesús que te dice: Tú, ¿quién dices que soy yo?, escucharte a ti mismo  diciéndote “¿quién es Jesús para mí?”, y mira a ver si tu vida es tan ideal como idealista tu creencia. 

¡Ah! y, siguiendo el test Roschach, no te olvides de mirarte a ti mismo en tu imagen de Jesús. Luego, borra todo lo que piensas y sientes sobre Él; silencia tu pensamiento, tu imaginación y tus deseos acerca de su persona y deja que sea el "Cristo interior" quien se te de a conocer en el silencio. Recuerda a san Agustín: "Yo te buscaba fuera, y tú estabas dentro".  Mírale. Con el tiempo podrás reconocerte a ti mismo en Él. Ya sabes que "el misterio del hombre (lo que eres) sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (Jesucristo)" (Gaudium et Spes, 22).

Mérida, 23 de Agosto de 2020. paduamerida@gmail.com

miércoles, 19 de agosto de 2020

Para nosotros, ¿quién es Jesús?

21º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 22,19-23  -  Rom 11,33-36  -  Mt 16,13-20

¿Las enseñanzas y obras de Jesús son el centro de nuestra vida diaria?
¿Imitamos a Jesús en su amor por los insignificantes y marginados?
¿Podemos seguir a Jesús sin haberle conocido y sin dar testimonio?
¿En qué sentido nuestra Iglesia es santa y pecadora?

Jesús es el Profeta
   Jesús pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Sus discípulos responden: Unos dicen que eres Juan Bautista…
otros que eres Elías… Jeremías… o algún otro profeta
*La gente sencilla que oye sus enseñanzas y ve sus obras,
identifica a Jesús como un Profeta del amor, la justicia, la paz…
comprometido con los pobres y no con el poder y prestigio externo.
*Juan Bautista, profeta que renuncia a muchas cosas superfluas,
vive… viste… y se alimenta… de una manera muy sencilla (Mt 3,4).
También Jesús, el Profeta de Nazaret, desde su experiencia dice:
Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo sus nidos,
pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt 8,20).
¿Renunciamos al consumismo, al poder y a la fama mundana?
*El profeta Elías, por su parte, denuncia al rey Ajab de Samaría
por haber asesinado a Nabot para robarle sus tierras (1Re 21).
Varias veces, Jesús denuncia a las autoridades religiosas porque:
-Observan el descanso sabático a costa de la vida de los enfermos…
-Devoran los bienes de las viudas haciendo largas oraciones…
-Han convertido el templo en una cueva de ladrones…
¿Denunciamos a los creyentes que valoran el dinero y no la vida? 
*El profeta Jeremías es consagrado profeta desde el seno materno,
para arrancar y derribar… para edificar y plantar (Jer 1,10).
Jesús, desde Galilea, anuncia que está cerca el Reinado de Dios… y,
viviendo pobre entre los pobres, tiene autoridad moral para proclamar:
Felices ustedes los pobres… Felices ustedes que me dan de comer
¿Anunciamos la Buena Noticia de Jesús con palabras y obras?

Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo
   A continuación Jesús pregunta: Y según ustedes, ¿quién soy yo?
Simón, hijo de Jonás, responde: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
*En aquella época, los judíos esperaban un Mesías triunfalista,
un rey poderoso que los libraría de la dominación del imperio romano.
Esta esperanza dista mucho de lo que había dicho  el profeta Isaías:
-Miren a mi servidor, a mi elegido… Sobre él, he puesto mi Espíritu,
para que promueva la justicia entre todas las naciones (42,1).
-Mi servidor los liberará, al cargar la maldad de todos ellos (53,11).
Por eso, el Hijo del Hombre vino a servir y a dar su vida (Mt 20,28),
y se hizo obediente hasta la muerte y muerte en una cruz (Flp 2,8);
*Si queremos ver a Jesús, el Hijo de Dios, no miremos a las nubes;
miremos a los niños, jóvenes, adultos y ancianos excluidos…
En estos rostros sufrientes está Jesús, el Hijo de Dios (DP 31ss),
pues, lo que hacemos a uno de sus hermanos: hambrientos,
sedientos, enfermos… es a Él que lo estamos haciendo (Mt 25,40).
En este contexto, Jesús nos da a conocer el verdadero rostro de Dios:
Padre bueno… misericordioso… compasivo… amigo de la vida…
para  que vivamos como hijos del Padre y hermanos entre nosotros.

Iglesia santa y pecadora
   Pedro como cualquiera de nosotros, tiene cualidades y limitaciones.
Ahora bien, si Jesús le dice: -Feliz eres Simón, hijo de Jonás
-Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… no es por
méritos de Pedro, sino porque Jesús reza por él para que
no falle su fe y, ya convertido, fortalezca a sus hermanos (Lc 22,31).
   Lo mismo sucede con la Iglesia, es santa pero también pecadora.
Al respecto, escuchemos al papa Francisco (Audiencia, 2 oct. 2013):
¿Pero en qué sentido la Iglesia es santa si vemos que la Iglesia…
en su camino a lo largo de los siglos, ha tenido tantas dificultades,
problemas, momentos oscuros? ¿Cómo puede ser santa una Iglesia
formada por seres humanos, por pecadores? ¿Hombres pecadores,
mujeres pecadoras, sacerdotes pecadores, religiosas pecadoras,
obispos pecadores, cardenales pecadores, Papa pecador?...
Luego, añade: No es santa por nuestros méritos, sino porque Dios
la hace santa, es fruto del Espíritu Santo y de sus dones…
¿Somos una Iglesia que llama y acoge con los brazos abiertos
a los pecadores, o somos una Iglesia cerrada en sí misma?
J. Castillo A.

jueves, 13 de agosto de 2020

Mirar con los ojos de Dios (Domingo 16 de Agosto)

Lecturas:  Isaías 56,1.6-7Salmo 66,2-3.5.6 y 8Romanos 11,13-15.29-32Mateo 15,21-28


Todos tendemos a dividir las cosas según los matices externos que presentan y según nuestros criterios subjetivos. Así establecemos divisiones entre los hombres según el color de la piel (negros - blancos, mulatos - amarillos), según la ideología (centro-derecha-izquierda), las religiones (cristiano-ateo-musulmán-judío...), la clase social (ricos-pobres), la formación académica (titulados-sin estudios), la procedencia (extranjeros-nacionales; del norte-del sur; andaluces – valencianos - extremeños – vascos ...),etc.

Este afán divisorio, esta afición por lo específico, nos lleva con frecuencia a minusvalorar lo genérico, que es con mucho lo más importante, porque todos somos, antes que nada, personas, seres humanos, hijos e hijas de Dios con una dignidad inviolable. Cuando la mirada deja de ser rastrera (a ras de tierra) y se sitúa en las alturas (desde Dios), desaparecen las fronteras físicas, políticas, sociales e incluso religiosas. Como decía aquel estribillo de tanto éxito en su momento, ¿De qué color es la piel de Dios? ¿Negra, amarilla, roja, blanca? Todos los colores son iguales a los ojos de Dios. 

Cuando lúcidamente prevalece el valor de la persona sobre cualquier otra condición, cuando miramos con los ojos de Dios, desaparecen las divisiones entre los hombres, sin detrimento de las diferencias accidentales.

La salvación de Jesús es universal.

La universalidad de Jesús y su mensaje de salvación es un tema central del evangelio. No se limitó Jesús a predicar la Buena Nueva al pueblo judío; también “salió y se retiró al país de Tiro y Sidón” (Mt 15,21), ciudades paganas, oficialmente habitadas por infieles. Él sale a la búsqueda de todos y a él acuden en busca de ayuda gente de toda raza, mentalidad y condición. 

En la fiesta de la Epifanía, el evangelio de los magos de oriente que nos narra san Mateo (2,1-12) destaca la universalidad de la salvación, que cumple las expectativas de los profetas del Antiguo Testamento y que el mismo evangelio recoge,: “Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos”. (Mt 8,11-12).

Lo que en el citado texto de san Mateo se afirma en general, se particulariza en el encuentro de Jesús con la mujer cananea narrado  por el mismo evangelista  (Mt 14,22-33). El diálogo un tanto “áspero” de Jesús con la mujer de Canaán y el desenlace del cruce de palabras, ponen de relieve la diferencia entre la manera nacionalista judía de entender a Dios y la manera cristiana que rompe con los sectarismo y proclama la universalidad (catolicidad).

Para empezar, tengamos en cuenta la distancia social que en la época de Jesús era obligada entre una mujer extranjera y un rabino judío (así consideraban muchos a Jesús). Sin embargo, esta mujer ve en el predicador del Reino el último recurso para la sanación de su hija; su amor de madre le lleva a implicarse hasta el límite para conseguir su propósito. A sabiendas de que no tiene otro modo de acceder a Jesús: “se puso a gritarle: Ten compasión de mí, Señor". Los discípulos, molestos por tanto grito e insistencia, interceden por ella ante el maestro: “Atiéndela, que viene detrás gritando”.

Jesús entonces, para sorpresa de quienes le conocen, responde desmarcándose de la mujer y como alineándose con el grupo de fariseos fanáticos y nacionalistas que desprecian a los que no son judíos: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel” (Mt 15,24). Una respuesta dura, algo así como decir: “¿y a mí qué? No me importa lo que te pase, yo soy el médico del pueblo de al lado, del pueblo judío, no tengo nada que ver contigo que eres extranjera y, además, mujer”.


Lo importante es la fe.

La madre cananea, movida por el amor a su hija y la fe en que el predicador de Galilea la puede sanar, sin ceder ante la provocación y el desprecio, sigue adelante, se abre paso, se postra ante Jesús “y le pidió de rodillas: Señor, socórreme”. Para sorpresa nuestra Jesús le responde con un dicho de la época que denota cierto desprecio: "no está bien echar a los perros el pan de los hijos”; al decir esto llama indirectamente “perra” a la mujer (los judíos consideraban como perros a los paganos ) y se reafirma en su postura: “yo he venido para el pueblo elegido, mi hijo Israel, y no puedo perder el tiempo con los paganos”.

Pero la mujer no se rinde: “También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Con estas palabras se sitúa en el último lugar, acepta el envite de humildad que Jesús le ha lanzado, no tiene inconveniente en considerarse una “perra” indigna de recibir las atenciones del Señor, y desde su abajamiento sigue orando: “al menos deja que pruebe las migajas de tu mesa, esas que ni siquiera se le niegan a los perros”.

Como ocurrió con el centurión pagano que pidió la curación de su siervo (cf Mt 8,5-15), esta mujer recibe finalmente la alabanza de Jesús por su fe: “Mujer, que grande es tu fe”. Y la fe, depurada en el combate espiritual (constancia e insistencia de la oración) encuentra finalmente respuesta: “que se cumpla lo que deseas. Y en aquel momento quedó curada su hija”.

Unas conclusiones

¿Qué enseñanzas podemos extraer de este texto? Anotemos algunas:

* La fe es un don de Dios, y el mismo Dios la pone a prueba, con su silencio, incluso con experiencias que en un momento dado parecen decirte que Él no está contigo sino en tu contra. Esto le ocurrió a la mujer cananea, a pesar de lo cual su fe no desfalleció, tal como mostró con su oración insistente y perseverante. Si permaneces fiel en la adversidad, si depuras tu fe en el combate espiritual, verás finalmente escuchados tus lamentos y sanadas tus heridas.

Todos los hombres están invitados a comer en la mesa el “pan de los hijos”ese pan que es el mismo Señor dándose como alimento (cf Jn 6,35). Y no está bien que se eche este pan a los perros (cf Mt 7,6), porque no lo valorarían, pero tampoco es correcto negárselo a quien lo pide con humildad, sea de la condición que sea. 

Jesús, que ha venido “para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4), anuncia un mensaje de sanación universal. El Reino de los cielos, la justicia, el amor, la paz, el entendimiento entre los hombres, que predica Jesús tienen un alcance global. No es un privilegio para ti y para unos pocos elegidos (sean éstos los judíos de entonces o los católicos de ahora), sino don “para todos” (“sangre-vida derramada por todos para el perdón de los pecados". Mt 26,28”). 

*Con Jesús se cumple la profecía de Isaías: “A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores,… los traeré a mi Monte Santo” (Is 56,6). Dios no está cerrado a nadie que se acerque a Él con buena voluntad. Hemos de acercarnos a Él con humildad y sin despreciar  a nadie por el color de su piel, sus ideas, sus creencias, o cualquier otra diferencia superficial.

Sólo cuando la humanidad entera esté unida y sentada en la mesa del Padre se podrá hablar de la plenitud del Reino; te toca a ti y a mí trabajar porque el pobre Lázaro, que por compasión come las migajas de la mesa (cf Lc ), por justicia y misericordia se pueda sentar junto a ti y a todos en la mesa de la riqueza.

* En fin, la misericordia de Dios que se deja ver en Jesucristo no necesita pasar por el tamiz de ninguna cultura (judía, árabe, griega, china, europea, etc.) para ser comprendida y asimilada; el sufrimiento y el amor con que cauterizar las heridas del doliente tienen el mismo color en todas las gentes de todos los tiempos y lugares. ¿No es universal el lenguaje del amor compasivo? Tu Dios es “Padre nuestro” (Mt 6,9), y no puedes entender su ser sin los hermanos, todos los hermanos. ¿Acaso te crees mejor que alguno de ellos? “Dios nos dejó en desobediencia a todos para tener misericordia de todos” (Rm 11,32). Si dejas de lado a cualquiera de ellos pecas de soberbia y te apartas de Dios.


La oración de esta tarde.
(Un cuento hasídico)

Me gustaría terminar la reflexión de hoy con un cuento leído por el representante judío en el encuentro entre representantes de judaísmo, cristianismo e islam, habido en Gniezno (Polonia) en septiembre de 2005, con el lema "Europa en diálogo". 

"¿Puedo esta tarde, antes de que vayamos al lugar en el que juntos -cristianos, judíos y musulmanes- vamos a rezar por el futuro de Europa, contar un cuento hasídico?:

El rabino Pinjas le hizo a sus discípulos la pregunta de cómo se reconoce el instante en que termina la noche y comienza la mañana.  
-"¿Es el momento en el que ha aclarado tanto, que ya somos capaces de distinguir a un perro de una oveja?, preguntó un discípulo. 
-"En absoluto", respondió el rabino. 
-"¿Es el instante en que distinguimos una palmera datilera de una higuera?", inquirió otro. 
-"Tampoco", respondió el rabino. "
-¿Y cuando llega entonces la mañana?", preguntaron los discípulos. 
-"Es cuando miramos a la cara a cualquier ser humano y distinguimos en él a nuestro hermano o hermana", dio el Rabino Pinjas. "Hasta que no lo logramos, todavía es de noche".

* * *

Jesús, nuestro maestro, no tuvo en cuenta la nacionalidad ni la condición de mujer de la cananea. Él es la Luz a la que debemos acercarnos para salir de la noche oscura de la discriminación entre hermanos y hermanas por cualquier razón o motivo. Ha venido para iluminar y sanar a todos; incluso a quienes nos se profesan de su religión (no obligó a la cananea a hacerse judía para admirar su fe y apiadarse de ella). Las divisiones que hacemos entre las personas recurriendo a razas, ideologías, naciones, cultura, religión, condición sexual, etc. no son sino nubarrones que impiden ver la esencia de todo: el amor de Dios derramado en Cristo Jesús. Cuando miramos a la cara a cualquier ser humano y no distinguimos en él a nuestro hermano o hermana, es que aún estamos en la noche. Cristo, Luz del mundo, aún no ha amanecido en nosotros. Una verdad tan simple como real. 

No pongas color a Dios porque no tiene un color definido. Si acaso su color es el del arco iris. Si hemos sido hechos a su imagen y semejanza (cf Gn 1,26), entonces todos los colores son suyos.

Casto Acedo Gómez. Agosto 2020.  paduamerida@gmail.com.