jueves, 20 de agosto de 2020

Conocer a Jesús (23 de Agosto)


Las "imágenes-ideas" de Jesús

De todos es conocido el test de Roschach, una prueba psicoanalítica que consiste en presentar al sujeto una serie de láminas dobladas con unas manchas con formas muy ambiguas. Mirando los borrones que dibujan las manchas, al modo de quien pudiera mirar las formas de unas nubes, el paciente va describiendo lo que ve. Las respuestas a cada ficha pueden ser muy variadas, tantas como el número de personas que las interpreten. La prueba da pistas al psicoanalista a fin de determinar hipótesis sobre el funcionamiento de la mente del paciente. 

Pues bien, si pusiéramos ante una persona el nombre de Jesucristo (también nos serviría la palabra Dios), o una imagen o dibujo del mismo, y le preguntáramos que le sugiere esa palabra, podríamos obtener valiosas pistas acerca de la personalidad, la fe y la espiritualidad de esa persona, pues el nombre de Jesús es como un test de Rochach propuesto por Dios a la persona. 

¿No es lo que hace el mismo Jesús con los discípulos en el retiro de Cesarea de Filipo? Los reúne y les hace dos preguntas. La primera es acerca de lo que ellos oyen acerca de quién es Él. Y salen respuestas de lo más variopintas: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.» 

Respuestas variadas. Cada cual proyecta en Jesús sus ideas aprendidas, sus experiencias y sus expectativas. Tal como ha ocurrido a lo largo de los siglos. Y así,  para los gnósticos y videntes es un ser celestial que conoce y da a conocer todo; para el pensamiento griego arriano se trata de un hombre excepcional, un semidios; para los monarcas de la edad media y los señores del renacimiento un rey; para el siglo de las luces un maestro sublime; para los amantes de la revolución francesa, y más recientemente para muchos revolucionarios de izquierdas, un republicano descamisado comprometido en la causa de la liberación de los pobres y oprimidos de la tierra, el primer socialista; más cerca en el tiempo tenemos la idea de un Cristo hippy, superstar, maestro espiritual de la nueva era de acuario, mago que puede hacerte vivir experiencias alucinantes (mística evasiva), ejemplo perfecto de no-dualidad, maestro interior o cósmico, etc. 

No cabe duda de que la pregunta de Jesús es un test donde podríamos analizar el pensamiento de muchos. Por sus respuestas podríamos averiguar qué es lo que creen en verdad, incluso cuáles son sus aspiraciones más ocultas. Porque el nombre “Jesucristo”, como la palabra “Dios”, no es una palabra cualquiera. Contiene en sí las aspiraciones más íntimas y elevadas de la persona. Estudiar las respuestas dadas a la pregunta sobre Jesús lo largo de los siglos nos daría para escribir no solamente una historia de la teología, también podríamos extraer de ellas una historia de la filosofía, de la sociología e incluso del arte de los últimos veinte siglos. 


Jesús ¿quién eres Tú?

Pero, personalmente, interesa más profundizar en la segunda pregunta del Maestro a los suyos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Imagino a los discípulos atropellándose para dar respuestas a la primera pregunta, y frunciendo el ceño o agachando la cabeza ante la segunda. Ésta no se dirige solamente al intelecto o a la simple observación del mundo. Va directa al corazón. Jesús, posando su  a  mirada a la vez interrogativa y misericordiosa sobre los suyos, lanza una pregunta que cada cual debe escuchar en segunda persona del singular, –Tú, ¿Quién dices que soy?-. Esta pregunta, salida de los labios de Jesús,  provocó y sigue provocando ecos profundos en la interioridad de cada cual. 

No estamos ante una pregunta dirigida a la inteligencia sino a la conciencia. Aparentemente es similar a la primera, pero lo cierto es que es muy distinta. Hay distancias entre una pregunta y otra, la que existe entre “conocer la religión” y “ser religioso”, entre estar bautizado y haber nacido a la vida del Espíritu, entre respetar las creencias de otros y responder personalmente a la propia fe, entre "ser practicante" (ritos) y "ser creyente" (vida). Tú, ¿Quién dices que soy?. Esta pregunta directa de Jesús acerca de sí obliga a responder desde la experiencia  personal. No es lo mismo saber de Jesús que haber sentido su presencia en la propia vida; tan distinto como haber oído hablar del coronavirus y haberlo sufrido en la propia carne. Estamos ante el reconocimiento  del "Cristo interior". 

En el momento crucial de la “crisis de Galilea”, cuando Jesús comienza a darse cuenta de que muchos le siguen porque “comisteis pan hasta hartaros” (cf Jn 6,26), lo que Jesús pide a los suyos es que definan sus intenciones, la verdadera razón de su seguimiento. ¿No es esta también una buena pregunta para cada persona hoy? La misma que Jesús hará a Pedro después de resucitar. "Tú, ¿me amas? (cf Jn 21,15-17), ¿hasta qué punto me sientes en tu vida?"

Lo que Jesús encontró fue la callada por respuesta. De principio todos se callan; las prisas que se dieron por responder a “lo que dicen otros” desaparecen. El "Cristo interior" pide una respuesta al  "hombre interior", y emerge el silencio. Es tiempo de meditar. 

En silencio meditativo nace la respuesta de Simón Pedro, que tomó la palabra y dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Aquello debió sonar raro. Los otros discípulos debieron pensar que Pedro, el tosco pescador de Galilea, hacía gala de  un atrevimiento excesivo. Tal vez habían hablado entre ellos acerca de la identidad del Maestro, y algunos habrían apostado a que fuera de verdad el salvador esperado por el pueblo de Israel. Eran muchos los que acudían a él llamándole el Hijo de David, el liberador prometido que restauraría el esplendor de Israel. ¿Sería realmente Él?

Afirmar de una persona, por muy buena que sea, “tú eres el mismo Dios vivo entre nosotros (Enmanuel) traspasaba los límites de la razón humana. Dicho en lenguaje más directo: "Tú eres Dios", Dios hecho hombre. Y Jesús, sin asomo de vanidad sino con humildad,  lo ratifica: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”. Una gran lección para todos, que aprendemos aquí que sólo como don y revelación de Dios podemos conocer la verdadera naturaleza de Jesús. 

 Jesús te busca a ti

¿Quién es Jesús? Más allá de la respuesta de Pedro, la pregunta sigue abierta y esperando ser respondida por cada persona. Si Dios es misterio, y Jesús es Dios encarnado, la persona divino-humana de Jesús es misterio siempre abierto a nuevas posibilidades de comprensión y vivencia. La respuesta a esta pregunta no se puede encerrar en la letra, aunque ésta se adorne con la consideración de declaración dogmática. Las doctrinas, como los evangelios, o como los métodos de oración y la oración misma, no son mas que mapas que nos sirven de apoyo para  dejarnos encontrar por Jesús y  reconocerle en la experiencia del encuentro.

"Jesús, ¿quién eres tú?" Pregunta cuya respuesta sólo él nos puede dar. Buscas a Jesús, pero en última instancia, es Jesús el que te busca a ti. ¿Para qué llevó Jesús a sus discípulos a Cesarea de Filipo si no para dárseles a conocer? ¿Para qué te invita cada domingo a escuchar su palabra y a compartir su mesa? 

Cuando te adentras en el misterio del Verbo encarnado, cuando entras en relación con Él, acabas por descubrir que ya desde hacía mucho tiempo Él te buscaba a ti, y que sólo has llegado a conocerle porque Él se adelantó a revelarte su nombre: Jesús, Dios salva. Tus experiencias de sanación, sus acciones salvadoras incidiendo en tu vida, son anteriores a tu credo. 

El “Cristo de la fe”, es inseparable del “Cristo de la historia”, su acción en tu vida, los acontecimiento en los que lo has vivido y sentido, han dado lugar  a lo que  crees de y sobre Él. Por eso, al igual que tu vida sigue abierta a la sorpresa de Dios, también tu fe permanece siempre abierta; y  sería un error cerrarla diciendo que ya es completa. Cada día debes responder con tu vida a la fe que pones en Él. Porque la fe no es una colección de artículos o definiciones, sino una apuesta viva y constante. Los dogmas de fe no son pesados monolitos de hormigón que impiden seguir adelante, sino cimientos sólidos sobre los que seguir edificando tu vida.


Sobre esta piedra 

Jesús alaba y felicita a Pedro. No  lo hace porque por sus estudios y observaciones hubiera llegado a conocer la fe verdadera acerca de Él y mereciera un premio -las preguntas que Jesús no forman parte de un concurso televisivo-; lo felicita por creer y confesar la fe recibida de Dios. Pedro es dichoso, bienaventurado como la Virgen María, por haber recibido por revelación de Dios la maravilla de sentir a Dios presente y actuante, algo que suele permanecer oculto a los sabios y entendidos de este mundo (cf Lc 10,219).

Tras la felicitación, Jesús, da a Pedro el título de mayordomo piedra de la comunidad que se formará después de la Pascua. Jesús le dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. La liturgia de este domingo obliga a meditar en estas palabras. La primera lectura quiere que nos fijemos en esto. Son palabras dichas en el libro de Isaías a Sobná, mayordomo del palacio: “Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá” (Is 22,20-22). A Pedro le da Jesús los mismos poderes: ser el mayordomo (“mayor de la casa”) de la Iglesia. 

No viene  mal recordar también las palabras que sigue diciendo Jesús: “Tú eres Pedro (piedra) y sobre esta piedra (fe de Pedro) edificaré mi Iglesia”. ¿A qué se refiere Jesús? ¿A la persona de Pedro o a la fe que acaba de profesar esa persona?, ¿sobre qué cimientos se edifica la Iglesia?, ¿se edifica sobre Pedro (el Papa Francisco en nuestros días) o sobre la fe apostólica que representa el Papa Francisco? 

La pregunta no es retórica. Y de la respuesta que se dé a ella se puede deducir un modo u otro de entenderse como cristiano y como Iglesia. La fe en el Primado de Pedro no se debe confundir con la “papolatría”. La piedra, el cimiento, la roca de la Iglesia, en última instancia, es Cristo (cf 1 Cor 10,4). El hecho de que nuestra Iglesia tenga un mayordomo no nos exime de ser buenos siervos dispuestos a trabajar para el Señor. 

El punto de referencia último de nuestra vida de fe no es el Papa y la Iglesia que preside en la fe, sino Jesucristo, al cual confesamos como Hijo de Dios. El mayordomo organiza, ordena, distribuye tareas, tiene el deber de garantizar que en la casa se cumpla la voluntad del Señor; y es de justicia reconocerle al papa su labor de "siervo de los siervos de Dios";  pero la vida de los fieles, su mirada, está en el Señor. Sólo éste garantiza la vida y razón de ser de la casa común.  “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores” (Sal 126,1), jefe de obra incluido. 


Conclusión 

Concluyamos haciéndonos la pregunta clave que hemos lanzado en esta reflexión: “Tú, ¿quién dices que es Jesús?”. Hay quien se limita a decir “yo, lo que diga Pedro”. Y no está mal que reflexiones sobre lo que Pedro dice; sobre todo si te sirve de orientación para el encuentro con el Maestro. Pero a ti se te pide una respuesta personal de fe, un credo vital, una respuesta práctica que sólo se puede pronunciar con una vida de relación personal y  servicio al Señor de la casa. 

El buen funcionamiento de la casa de la Iglesia no depende solamente de Pedro. ¡Bastante responsabilidad tiene ya el Papa como para que le carguemos la nuestra!. Hay quienes se conforman con decir: “yo creo lo que cree Pedro”, como si la fe fuera la simple adhesión a unas enseñanzas, por muy verdaderas que sean. No basta decir “estoy con Pedro”, es más, sería traición decir “estoy con Pedro” cuando se usa como excusa para descafeinar la adhesión a la persona de Jesús y su Reino. ¡Doctores tiene la santa Iglesia!, se solía decir antes para justificar la propia ignorancia, que a la postre no era sino la propia desidia e indiferencia ante los compromisos de fe.

Sabemos que esos compromisos son duros. A veces Pedro y los siervos, la misma Iglesia, santa y pecadora a la vez, se resiste  a llevar la fe de Jesús adelante; sobre todo cuando aparece la cruz en el horizonte. Entonces se pone en evidencia la fragilidad de una iglesia muy humana. Cuando el idilio del hombre con la fe (¡daría mi vida por ti!) toca la realidad de la cruz viene las crisis (¡no le conozco!). Pero esta es una cuestión que abordaremos al hilo del evangelio del próximo domingo. Hoy te basta escuchar a Jesús que te dice: Tú, ¿quién dices que soy yo?, escucharte a ti mismo  diciéndote “¿quién es Jesús para mí?”, y mira a ver si tu vida es tan ideal como idealista tu creencia. 

¡Ah! y, siguiendo el test Roschach, no te olvides de mirarte a ti mismo en tu imagen de Jesús. Luego, borra todo lo que piensas y sientes sobre Él; silencia tu pensamiento, tu imaginación y tus deseos acerca de su persona y deja que sea el "Cristo interior" quien se te de a conocer en el silencio. Recuerda a san Agustín: "Yo te buscaba fuera, y tú estabas dentro".  Mírale. Con el tiempo podrás reconocerte a ti mismo en Él. Ya sabes que "el misterio del hombre (lo que eres) sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (Jesucristo)" (Gaudium et Spes, 22).

Mérida, 23 de Agosto de 2020. paduamerida@gmail.com

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