sábado, 8 de agosto de 2020

Soy yo, no tengan miedo

19º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
1Re 19,9-13  -  Rom 9,1-5  -  Mt 14,22-33

   Jesús despide a la gente y, luego, Él solo sube a la montaña a orar;
en el silencio de la noche, busca estar a solas con el Padre.
   Entre tanto, sus discípulos se embarcan, para ir a la otra orilla,
en medio de un mar embravecido… con olas que sacuden la barca…
el viento en contra… lejos de la tierra… en medio de la oscuridad…
   Estas frases llenas de simbolismo, expresan: angustia… miedo…
inseguridad… incertidumbre… Y Jesús no está con ellos.

Pasar a la otra orilla
   Actualmente, hacen falta creyentes y personas de buena voluntad,
que dejando de lado la indiferencia pasen a la otra orilla, para:
*Alimentar a los niños, jóvenes, adultos y personas ancianas; todos
ellos -como Lázaro (Lc 16)- sufren el grave problema del hambre.
Esperan una mano amiga que los acojan para compartir el pan.
Jamás debemos olvidar que Jesús nos dice: Denles ustedes de comer.
*Practicar lo que dijeron los obispos en el Concilio Vaticano II:
Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias
de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo, sobre todo
de los pobres y de cuantos sufren, son también gozos y esperanzas,
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (GS, n.1).
*Solidarizarnos con los trabajadores explotados con bajos salarios,
porque: La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa,
porque la considera como su misión, su servicio, como verificación
de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente
la Iglesia de los pobres (Juan Pablo II, L.E. 1981, n.8).
*Anunciar lo que dice y hace Jesús, de tal manera que su mensaje
se encarne en las diversas culturas de nuestra Costa, Sierra y Selva.
Para ello debemos: Meternos dentro de la cultura de cada pueblo
descalzos y en silencio, respetando y escuchando;
valorizar al pobre e inculturarse en su cultura para crear desde él
una sociedad nueva… (Conferencia Episcopal Ecuatoriana, 1994).

¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!
   A la madrugada, Jesús va al encuentro de sus discípulos.
La barca/comunidad es agitada por la tormenta pero no se hunde.
Jesús se acerca caminando sobre las aguas, y no le reconocen;
pensando que es un fantasma, se asustan y gritan de miedo.
   Jesús les tranquiliza diciendo: ¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!
*Ánimo. Jesús viene a infundirnos energía y a darnos esperanza.
*Soy yo. Es el Hijo de Dios, el Salvador, el Pan de vida (Jn 6,35;
cf. 8,12;  10,9;  10,11;  11,25s;  14,6;  15,5).
*No tengan miedo. La presencia de Jesús nos ofrece confianza,
para avanzar en medio de los peligros y de las dificultades.
   Hoy, necesitamos oír estas sencillas palabras de Jesús, porque,
la historia de la Iglesia nos muestra este hecho: cuando todo va bien,
se aleja del Evangelio…y cuando es perseguida, crece su fe en Jesús.
   En nuestros días, es preocupante que muchas comunidades cristianas
se ven amenazadas por una dura realidad y gritan a Jesús suplicándole:
¡Señor, sálvanos que perecemos! Otras comunidades, en cambio,
luchan cada vez con menos fuerzas y sin ver resultados visibles.
En medio de estos problemas, Jesús -el Hijo del Padre misericordioso-
está donde menos lo esperamos: en medio de la oscuridad,
en medio del caos y de las olas, aunque nos cueste tanto reconocerlo.

Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?
   Pedro le pide a Jesús ir hacia Él caminando sobre las aguas.
Camina un trecho, pero al sentir la fuerza del viento, tiene miedo
y, como empieza a hundirse, grita: ¡Señor, sálvame!
Esta petición de ayuda parece estar inspirada en el Salmo 69,2s:
Sálvame, Dios mío, porque estoy a punto de ahogarme.
Me hundo en el pantano profundo y no tengo donde apoyar los pies.
Jesús le toma de la mano y dice: Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?
   Si nos fijamos solo en las fuerzas del mal, podemos hundirnos…
Pero, si levantamos a Dios nuestras manos vacías y gritamos:
¡Señor, sálvanos!, viviremos una experiencia de fe,
pues Jesús -el Emmanuel- está con nosotros (Mt 1,23;  18,20;  28,20).
   Luego, Jesús sube a la barca, el viento se calma, y sus discípulos
se postran ante Él y confiesan: Realmente eres Hijo de Dios.
Se trata de Jesús de Nazaret, despreciado y perseguido por unos,
pero reconocido como Hijo de Dios por otros (Mt 27,54).   
J. Castillo A.

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