jueves, 13 de agosto de 2020

Mirar con los ojos de Dios (Domingo 16 de Agosto)

Lecturas:  Isaías 56,1.6-7Salmo 66,2-3.5.6 y 8Romanos 11,13-15.29-32Mateo 15,21-28


Todos tendemos a dividir las cosas según los matices externos que presentan y según nuestros criterios subjetivos. Así establecemos divisiones entre los hombres según el color de la piel (negros - blancos, mulatos - amarillos), según la ideología (centro-derecha-izquierda), las religiones (cristiano-ateo-musulmán-judío...), la clase social (ricos-pobres), la formación académica (titulados-sin estudios), la procedencia (extranjeros-nacionales; del norte-del sur; andaluces – valencianos - extremeños – vascos ...),etc.

Este afán divisorio, esta afición por lo específico, nos lleva con frecuencia a minusvalorar lo genérico, que es con mucho lo más importante, porque todos somos, antes que nada, personas, seres humanos, hijos e hijas de Dios con una dignidad inviolable. Cuando la mirada deja de ser rastrera (a ras de tierra) y se sitúa en las alturas (desde Dios), desaparecen las fronteras físicas, políticas, sociales e incluso religiosas. Como decía aquel estribillo de tanto éxito en su momento, ¿De qué color es la piel de Dios? ¿Negra, amarilla, roja, blanca? Todos los colores son iguales a los ojos de Dios. 

Cuando lúcidamente prevalece el valor de la persona sobre cualquier otra condición, cuando miramos con los ojos de Dios, desaparecen las divisiones entre los hombres, sin detrimento de las diferencias accidentales.

La salvación de Jesús es universal.

La universalidad de Jesús y su mensaje de salvación es un tema central del evangelio. No se limitó Jesús a predicar la Buena Nueva al pueblo judío; también “salió y se retiró al país de Tiro y Sidón” (Mt 15,21), ciudades paganas, oficialmente habitadas por infieles. Él sale a la búsqueda de todos y a él acuden en busca de ayuda gente de toda raza, mentalidad y condición. 

En la fiesta de la Epifanía, el evangelio de los magos de oriente que nos narra san Mateo (2,1-12) destaca la universalidad de la salvación, que cumple las expectativas de los profetas del Antiguo Testamento y que el mismo evangelio recoge,: “Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos”. (Mt 8,11-12).

Lo que en el citado texto de san Mateo se afirma en general, se particulariza en el encuentro de Jesús con la mujer cananea narrado  por el mismo evangelista  (Mt 14,22-33). El diálogo un tanto “áspero” de Jesús con la mujer de Canaán y el desenlace del cruce de palabras, ponen de relieve la diferencia entre la manera nacionalista judía de entender a Dios y la manera cristiana que rompe con los sectarismo y proclama la universalidad (catolicidad).

Para empezar, tengamos en cuenta la distancia social que en la época de Jesús era obligada entre una mujer extranjera y un rabino judío (así consideraban muchos a Jesús). Sin embargo, esta mujer ve en el predicador del Reino el último recurso para la sanación de su hija; su amor de madre le lleva a implicarse hasta el límite para conseguir su propósito. A sabiendas de que no tiene otro modo de acceder a Jesús: “se puso a gritarle: Ten compasión de mí, Señor". Los discípulos, molestos por tanto grito e insistencia, interceden por ella ante el maestro: “Atiéndela, que viene detrás gritando”.

Jesús entonces, para sorpresa de quienes le conocen, responde desmarcándose de la mujer y como alineándose con el grupo de fariseos fanáticos y nacionalistas que desprecian a los que no son judíos: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel” (Mt 15,24). Una respuesta dura, algo así como decir: “¿y a mí qué? No me importa lo que te pase, yo soy el médico del pueblo de al lado, del pueblo judío, no tengo nada que ver contigo que eres extranjera y, además, mujer”.


Lo importante es la fe.

La madre cananea, movida por el amor a su hija y la fe en que el predicador de Galilea la puede sanar, sin ceder ante la provocación y el desprecio, sigue adelante, se abre paso, se postra ante Jesús “y le pidió de rodillas: Señor, socórreme”. Para sorpresa nuestra Jesús le responde con un dicho de la época que denota cierto desprecio: "no está bien echar a los perros el pan de los hijos”; al decir esto llama indirectamente “perra” a la mujer (los judíos consideraban como perros a los paganos ) y se reafirma en su postura: “yo he venido para el pueblo elegido, mi hijo Israel, y no puedo perder el tiempo con los paganos”.

Pero la mujer no se rinde: “También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Con estas palabras se sitúa en el último lugar, acepta el envite de humildad que Jesús le ha lanzado, no tiene inconveniente en considerarse una “perra” indigna de recibir las atenciones del Señor, y desde su abajamiento sigue orando: “al menos deja que pruebe las migajas de tu mesa, esas que ni siquiera se le niegan a los perros”.

Como ocurrió con el centurión pagano que pidió la curación de su siervo (cf Mt 8,5-15), esta mujer recibe finalmente la alabanza de Jesús por su fe: “Mujer, que grande es tu fe”. Y la fe, depurada en el combate espiritual (constancia e insistencia de la oración) encuentra finalmente respuesta: “que se cumpla lo que deseas. Y en aquel momento quedó curada su hija”.

Unas conclusiones

¿Qué enseñanzas podemos extraer de este texto? Anotemos algunas:

* La fe es un don de Dios, y el mismo Dios la pone a prueba, con su silencio, incluso con experiencias que en un momento dado parecen decirte que Él no está contigo sino en tu contra. Esto le ocurrió a la mujer cananea, a pesar de lo cual su fe no desfalleció, tal como mostró con su oración insistente y perseverante. Si permaneces fiel en la adversidad, si depuras tu fe en el combate espiritual, verás finalmente escuchados tus lamentos y sanadas tus heridas.

Todos los hombres están invitados a comer en la mesa el “pan de los hijos”ese pan que es el mismo Señor dándose como alimento (cf Jn 6,35). Y no está bien que se eche este pan a los perros (cf Mt 7,6), porque no lo valorarían, pero tampoco es correcto negárselo a quien lo pide con humildad, sea de la condición que sea. 

Jesús, que ha venido “para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4), anuncia un mensaje de sanación universal. El Reino de los cielos, la justicia, el amor, la paz, el entendimiento entre los hombres, que predica Jesús tienen un alcance global. No es un privilegio para ti y para unos pocos elegidos (sean éstos los judíos de entonces o los católicos de ahora), sino don “para todos” (“sangre-vida derramada por todos para el perdón de los pecados". Mt 26,28”). 

*Con Jesús se cumple la profecía de Isaías: “A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores,… los traeré a mi Monte Santo” (Is 56,6). Dios no está cerrado a nadie que se acerque a Él con buena voluntad. Hemos de acercarnos a Él con humildad y sin despreciar  a nadie por el color de su piel, sus ideas, sus creencias, o cualquier otra diferencia superficial.

Sólo cuando la humanidad entera esté unida y sentada en la mesa del Padre se podrá hablar de la plenitud del Reino; te toca a ti y a mí trabajar porque el pobre Lázaro, que por compasión come las migajas de la mesa (cf Lc ), por justicia y misericordia se pueda sentar junto a ti y a todos en la mesa de la riqueza.

* En fin, la misericordia de Dios que se deja ver en Jesucristo no necesita pasar por el tamiz de ninguna cultura (judía, árabe, griega, china, europea, etc.) para ser comprendida y asimilada; el sufrimiento y el amor con que cauterizar las heridas del doliente tienen el mismo color en todas las gentes de todos los tiempos y lugares. ¿No es universal el lenguaje del amor compasivo? Tu Dios es “Padre nuestro” (Mt 6,9), y no puedes entender su ser sin los hermanos, todos los hermanos. ¿Acaso te crees mejor que alguno de ellos? “Dios nos dejó en desobediencia a todos para tener misericordia de todos” (Rm 11,32). Si dejas de lado a cualquiera de ellos pecas de soberbia y te apartas de Dios.


La oración de esta tarde.
(Un cuento hasídico)

Me gustaría terminar la reflexión de hoy con un cuento leído por el representante judío en el encuentro entre representantes de judaísmo, cristianismo e islam, habido en Gniezno (Polonia) en septiembre de 2005, con el lema "Europa en diálogo". 

"¿Puedo esta tarde, antes de que vayamos al lugar en el que juntos -cristianos, judíos y musulmanes- vamos a rezar por el futuro de Europa, contar un cuento hasídico?:

El rabino Pinjas le hizo a sus discípulos la pregunta de cómo se reconoce el instante en que termina la noche y comienza la mañana.  
-"¿Es el momento en el que ha aclarado tanto, que ya somos capaces de distinguir a un perro de una oveja?, preguntó un discípulo. 
-"En absoluto", respondió el rabino. 
-"¿Es el instante en que distinguimos una palmera datilera de una higuera?", inquirió otro. 
-"Tampoco", respondió el rabino. "
-¿Y cuando llega entonces la mañana?", preguntaron los discípulos. 
-"Es cuando miramos a la cara a cualquier ser humano y distinguimos en él a nuestro hermano o hermana", dio el Rabino Pinjas. "Hasta que no lo logramos, todavía es de noche".

* * *

Jesús, nuestro maestro, no tuvo en cuenta la nacionalidad ni la condición de mujer de la cananea. Él es la Luz a la que debemos acercarnos para salir de la noche oscura de la discriminación entre hermanos y hermanas por cualquier razón o motivo. Ha venido para iluminar y sanar a todos; incluso a quienes nos se profesan de su religión (no obligó a la cananea a hacerse judía para admirar su fe y apiadarse de ella). Las divisiones que hacemos entre las personas recurriendo a razas, ideologías, naciones, cultura, religión, condición sexual, etc. no son sino nubarrones que impiden ver la esencia de todo: el amor de Dios derramado en Cristo Jesús. Cuando miramos a la cara a cualquier ser humano y no distinguimos en él a nuestro hermano o hermana, es que aún estamos en la noche. Cristo, Luz del mundo, aún no ha amanecido en nosotros. Una verdad tan simple como real. 

No pongas color a Dios porque no tiene un color definido. Si acaso su color es el del arco iris. Si hemos sido hechos a su imagen y semejanza (cf Gn 1,26), entonces todos los colores son suyos.

Casto Acedo Gómez. Agosto 2020.  paduamerida@gmail.com.

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