martes, 2 de febrero de 2021

Presentación del Señor (2 de Febrero)

Dios es presentado (se presenta) en el templo

Fiesta de la presentación del Señor y de la purificación de María, fiesta de la luz. La candelaria es el nombre popular de esta fiesta que en muchos de nuestros pueblos es celebrada con gran alegría.

Aunque las circunstancias de este año deslucirán los festejos externos y no habrá candelas que quemar, no por ello dejamos de recordar  el simbolismo de las candelas donde se queman todos los trastos viejos, signo de la necesaria purificación interior para afrontar la primavera cuaresmal-pascual tras el duro invierno espiritual.

La fiesta de la Presentación del Señor y Purificación de María prolonga las solemnidades propias de la Navidad, en las que el punto central es el misterio de la Encarnación. Jesús, semejante en todo a nosotros menos en el pecado (Hb 4,15) se iguala a todos los niños judíos del siglo I, y es presentado en el templo tras la cuarentena del nacimiento. María, que no necesitaba purificación alguna, por ser Inmaculada desde su concepción, se somete al rito común a toda mujer judía. Es un Misterio: Jesús es presentado en el templo, aunque podemos decir más bien que, como hará en su vida pública, Él mismo se presenta en la casa de su Padre (cf Mt 21,12-14 y par.).

La carta a los Hebreos que se proclama en la liturgia de este día ilumina estos misterios de la humanidad de Cristo. “Lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre” (Hb 2,14). Fiel al principio de que lo que no se asume no puede ser salvado, Dios se hace hombre en Jesús de Nazaret. Con su venida “tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados” (Hb 2,16-18).

La salvación se da de igual a igual. En caso contrario corre el peligro de transformarse en manipulación y dominio. Si la grandeza de Dios se impusiera a nuestra insignificancia no saldríamos nunca del Antiguo Testamento, donde la visión de Dios se vivía como “fuerte y terrible” (Dt 10,17), “un Dios celoso, que castiga el pecado de los padres en los hijos” (Ex 20,5). El miedo a la ira divina es la fuerza principal que obligaba a cumplir los mandamientos. El encuentro con un Dios así, lejano e irascible, es imposible. “Mi rostro –dice Dios- no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida”. (Ex 33,20).

Como anota san Juan de la Cruz para explicarnos la posibilidad o no de la unión con Dios, “dos contrarios, según nos enseña la filosofía, no pueden caber en un sujeto” (Subida I,4,2 ). El Nuevo Testamento pone remedio a la distancia e inadecuación entre Dios y la persona humana con el misterio de la Encarnación. Dios y el hombre, finitud e infinitud, pueden ya vivir en unión. ¿Cómo?

El infinito que es Dios se abaja a la finitud de la carne, y el hombre finito va ser divinizado por la gracia a fin de poder ser elevado a Dios. Es un misterio de incomprensible e inefable amor el hecho de que, para superar la distancia que nos separa, no se nos exija de principio la cualidad de ser totalmente puros y perfectos para entrar en la vida de Dios; es Dios -¡asómbrate!- quien se abaja a tu miseria y te auxilia con sus dones.


Los ancianos Ana y Simeón forman parte de todos aqellos que se benefician del cambio que trae consigo la Nueva Alianza. Simeón, “impulsado por el Espíritu fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús… lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora… mis ojos han visto a tu salvador” (Lc 2,27.30). Simeón vió a Dios y pudo seguir viviendo.

También Ana, mujer viuda y muy avanzada en años, “alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén” (v.38). La escena que protagonizan estos ancianos recuerda la profecía de Joel. “Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños” (Joel, 3,1; Hch 2,17). Estos ancianos, en medio del barullo de la multitud que acudía al templo, tuvieron una mirada contemplativa, fraguada en la oración y el silencio, y recibieron el don de ver y abrazar al mismo Dios, cumpliendo así todas sus esperanzas. A Simeón “le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes e ver al Mesías del Señor” (v.26).

La Fiesta de la Candelaria es la fiesta de la Luz. Fiesta de la iluminación y de los iluminados (entiéndase en sentido positivo). Dios se ha encarnado como “Luz para alumbrar a las naciones … y gloria de Israel” (v 32). Ese niño que en Nazaret, “iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría y de gracia" (v 40), será Luz del mundo (Jn 8,12), llama que vencerá a la oscuridad del mal y prenderá y alentará el corazón de los que se le acercan; Luz para las personas (Lc 12,49) y los pueblos; en Él se dará el encuentro y la unión de Dios con el hombre para que éste pueda realizar su más alta vocación (cf Gaudium et Spes, 19).


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Día de la vida consagrada

Hoy también se celebra el Día de la vida consagrada, que nos invita a pensar en los religiosos y religiosas, monjes y monjas, que como hicieron en su día Ana y Simeón han consagrado su vida a Dios, ya sea para la actividad evangelizadora o caritativa o para la contemplación y la alabanza, matices estos de "vida activa" o "vida contemplativa" que a la postre resultan complementarios. En ambos casos se trata de una vocación hermosa, con una enorme dosis de entrega generosa y de testimonio necesario para la Iglesia.

Santa Teresa comenta la escena del evangelio de este día, poniendo a Simeón como prototipo de quien, consagrado o consagrada al Señor en la vida y perseverante en la oración, anhela el don de encontrarse con Él y, por gracia del Espíritu Santo, recibe una respuesta positiva a su esperanza.

Hace este comentario la santa al glosar el Padrenuestro en su exclamación “santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino” (Camino de Perfección, 31,1-2). En lo vivido por Simeón santa Teresa ve el momento de entrada en la “oración de quietud, adonde a mí me parece comienza el Señor… a dar a entender que oye nuestra petición y comienza ya a darnos su reino aquí, para que de veras le alabemos y santifiquemos su nombre y procuremos lo hagan todos”.

La oración de quietud, dirá santa Teresa, es similar a la que vivió Simeón. Su dedicación a Dios en la oración fue premiada finalmente por el Espíritu Santo, que le ilumina y le impulsa a acercarse al templo, donde María y José presentan al Niño. En ese momento se le concede verlo y reconocerlo como Dios entre la multitud. Esto, dice la santa, “es ya cosa sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos. Porque es un ponerse el alma en paz, o ponerla el Señor con su presencia, por mejor decir, como hizo al justo Simeón, porque todas las potencias se sosiegan. Entiende el alma, por una manera muy fuera de entender con los sentidos exteriores, que está ya junto cabe su Dios, que con poquito más llegará a estar hecha una misma cosa con El por unión".

"Esto no es porque lo ve con los ojos del cuerpo ni del alma. Tampoco no veía el justo Simeón más del glorioso Niño pobrecito; que en lo que llevaba envuelto y la poca gente con El que iban en la procesión, más pudiera juzgarle por hijo de gente pobre que por Hijo del Padre celestial; mas dióselo el mismo Niño a entender”.

La experiencia de quietud o recogimiento gozoso en la oración, la gracia y la alegría de ver a Dios en la Luz de esta fiesta, la entiende Teresa como un stop, un momento en el que Dios regala sus dones en vistas a seguir adelante por los caminos de Dios. “Es como un amortecimiento interior y exteriormente, que no querría el hombre exterior (digo) el cuerpo, porque mejor me entendáis, que no se querría bullir, sino como quien ha llegado casi al fin del camino descansa para poder mejor tornar a caminar, que allí se le doblan las fuerzas para ello”.

Desde estas palabras podemos entender el porqué de la celebración del Día de la vida consagrada en la fiesta de la Presentación. Este día es una oportunidad para abrir los ojos a la visión de Dios que se acerca a nosotros. Lo podemos ver encarnado en la Palabra, en la comunidad, en la eucaristía (sacramentos) y en los pobres. Se hace presente en las personas, las circunstancias y los acontecimientos cotidianos. Para descubrirlo y poder disfrutarlo se precisa vivir en espíritu contemplativo, como Ana y Simeón, en oración constante, a la espera de recibir el don del Espíritu Santo, que Dios da a quien quiere y cuando quiere, y que despertará nuestros sentidos espirituales para ver a Dios en sí, en todos y en todas las cosas.

Termino mi comentario de hoy con un deseo que es a su vez plegaria: que la celebración de esta fiesta nos conceda la gracia de no ceder en la determinación de orar y el don de reconocer a Jesús entre la multitud de personas, cosas y acontecimientos que psan ante nosotros cada día. Y que el gozo de hallarle redoble nuestras fuerzas para que, como María, podamos llevar nuestras cruces (cf Lc 2,35) y, como hicieron Simeón y Ana, demos testimonio gozoso y valiente de nuestra fe allí donde estemos. 

Y pedir, finalmente, que en su misericordia, no deje el señor de iluminar y fortalecer a jóvenes que opten por seguir la vocación a la vida consagrada.

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Nota:  
Es tradición presentar en la Iglesia a los niños bautizados durante el año. Este año este gesto no se hará o quedará reducido a causa de la pandemia. Os enlazo una reflexión sobre la "presentación de los niños al Señor", con una oración al final que puede servir para hacer ese rito en privado. 

Casto Acedopaduamerida@gmail.com. Febrero 2021

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