viernes, 29 de enero de 2021

¿Con qué autoridad? (Domingo 31 de Enero)

 

De Jesús se dice en el Evangelio que “no enseñaba como los escribas, sino con autoridad” (Mc 1,22). 

La autoridad de Jesús

¿De dónde procede la autoridad de las personas? Tradicionalmente se considera que la autoridad emana del linaje (nobleza), de un don de Dios que elige para una misión (sociedades teocráticas), o del pueblo (democracia). 

No vamos a discutir ahora sobre estos modos y maneras de recibir el poder y de ejercitarlo. Pero es bueno saber acerca del origen de la autoridad de Jesús. En  una ocasión le preguntaron sobre su actividad sanadora y profética: "¿con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?", y Jesús buscó la manera de no responder (cf Mt 21,23-27). 

Tal vez no respondió porque la respuesta ya estaba dada; bastaba aceptar que la autoridad de Jesús no viene de fuera de Él sino de su misma persona; posee una autoridad que se asienta en la sinceridad de "su ser" y la coherencia de este con "su hacer". La unión de ambos elementos conforman el Evangelio o Buena Noticia.
 
Él había dicho: “Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve”. (Lc 22, 25-26). Así lo hizo Él, que siendo el mayor se hizo el menor (cf Flp 2,1-11). 

Jesús gozó de la autoridad de quien seduce por su ternura en las relaciones y su palabra liberadora. No vence sino que convence; su coherencia rinde corazones e inteligencias. De este modo quien le sigue no lo hace constreñido por la obligación sino atraído por la libertad y el amor. 

Cuando se actúa en conexión con la propia vocación de servicio al Reino, respetando, amando y profetizando la verdad con la propia vida y con la palabra valiente, la fuerza de Dios se manifiesta; y ocurre que “hasta a los espíritus inmundos se les manda y obedecen” (cf Mc 1,27). Tal vez nuestros fracasos en la vida espiritual y testimonial esté en que uno de los dos elementos (interioridad o compromiso), o ambos, no hay uno sin lo otro, andan extraviados.


La autoridad en la Iglesia 
 
Nos preguntamos a menudo acerca de la situación de la Iglesia y su relevancia social. Solemos escuchar esta queja: la Iglesia va mal, los templos están vacíos o sólo ocupados por personas mayores, la moral cristiana no está de moda, etc. Tras estas palabras hay como un sentimiento de que la Iglesia ha perdido autoridad, no tiene poder ni influencia. Pero ¿cuál debe ser  el poder de la Iglesia? , porque hubo tiempos de autoritarismo, de abuso de autoridad, de imposición; y tal vez los tiempos actuales están pasando la factura de aquellos errores.

Cuando la Iglesia tuvo en España poder político y económico ejerció no pocas veces un ordeno y mando alienante a los que el pueblo de Dios se sometió sin apenas reacción crítica. La  autoridad evangélica, sin embargo, no puede nacer de la amenaza o la imposición violenta, 
sea ésta física o moral, sino de la acogida y la compasión.

La tan deseada renovación o reforma de la Iglesia tiene mucho que ver con recuperar su misión sanadora y profética, es decir, con volverse a Jesús y su evangelio, cumplir su misión, y dejar que desde ahí brote la única autoridad decente: la que es fruto de la coherencia entre el ser, el decir y el hacer.

No puedo exigir obediencia si yo mismo no soy obediente a las exigencias del Reino. Por eso, la Iglesia ha de alejarse de una vez por todas del estado confesional de otros tiempos, donde la autoridad religiosa se ejerció no en pocos casos como poder político-social. No es propio de Dios la imposición sino la paciencia amorosa.

Nadie permanece hoy en la Iglesia por sometimiento -y si es así habría que revisar esa permanencia- sino por experiencia y convicción personal. Y aquí juega un papel básico el testimonio de comunidades de referencia donde se palpe la experiencia de Dios y los consiguientes valores evangélicos. Hablo de comunidades donde la vivencia de la espiritualidad cristiana sea más decisiva que el mero ritualismo religioso. 


Volver al Evangelio

Los primeros cristianos ejercieron una fuerte influencia sobre quienes los observaban. "Eran bien vistos de todo el pueblo". Su estilo de vida fraterna, su sencillez, su gozo en la alabanza, su perseverancia en la oración común,  atraían a otras personas que se iban agregando al grupo de los creyentes (cf Hch 2,42-47).

La coherencia entre fe y obras, teología y praxis, fue clave para que el atractivo y la autoridad moral que emanan de la persona de Jesús y su mensaje pudiera extenderse y diera paso a las primeras comunidades cristianas. 

¡Abramos los ojos!. Hoy vivimos en una España todavía cargada de signos y ritos cristianos; se siguen repitiendo ceremonias y celebraciones, pero da la impresión de ser actos propios de una religiosidad popular que ha perdido hondura espiritual. La desconexión entre lo que se dice creer y lo que se hace es a menudo abismal. Y como consecuencia del "dicen y no hacen", fariseísmo que denuncia Jesús duramente (cf Mt 23,1-3), se pierde el respeto a la religión. Es verdad que Jesús dice de los fariseos "haced y cumplid lo que os digan" (v.3), pero ¿quién va a hacerlo si no tiene antes una fuerte experiencia de Dios capaz de puentear los escándalos de la institución?

Seamos sinceros: hay que recuperar en la Iglesia la frescura del evangelio. Una tarea difícil cuando en muchas de nuestras comunidades y organizaciones religiosas siguen primando unos intereses que no son los de Jesucristo. Cuando los principios que rigen una comunidad no son los mismos que Él predicó estamos ante una apropiación indebida de la institución y sus ministerios. 

Mirando a uno mismo, tal vez una de las tareas más delicadas, pero necesaria para la purificación eclesial, sea la de aprender a reconocernos como "okupas" de una casa que no es nuestra. Es triste que muchas comunidades cristianas, que por esencia deberían ser casas de misericordia para todos, especialmente para los más pobres y los más pecadores, solo sean grupos de  "perfectos", de personas que se han apropiado de la casa  haciendo de ella un club de cátaros, cuando la razón de existir de la Iglesia está en ser refugio y hospital de pecadores. Una Iglesia de perfectos pierde su credibilidad. Eso le pasó a los fariseos; su falsa perfección quedó en evidencia ante la  misericordia de Jesús. La gente se admiró de la sinceridad de Jesús, de la claridad y caridad con que habló y actuó. Los fariseos tenían autoridad legal, Jesús autoridad moral. 

Recuperar esa autoridad moral es algo urgente en y para la Iglesia. No es bueno añorar tiempos de autoritarismo vergonzoso; es hora de ganar autoridad evangélica mediante el servicio humilde a Dios en los hombres. Sólo una Iglesia seducida por el Espíritu de Jesús y capaz de seducir por el modo de vida comunitario y personal de sus miembros, será capaz de echar fuera los espíritus inmundos de la corrupción, la violencia y la mentira, realidades tan presentes hoy como lo estuvieron siempre. Articular comunidades hondamente tocadas por el Espíritu (espiritualidad) de Jesús es un reto que no podemos eludir.



Casto Acedo Gómez. 
Enero 2021

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