martes, 12 de enero de 2021

Seguir a Jesús (Domingo 17 de Enero)


Todo sacerdote, religioso o religiosa, monje o monja, se ha visto obligado en algún momento de su vida a explicar el porqué lo dejó todo para seguir al Señor, cuál fue el momento y cuáles las circunstancias que provocaron la decisión de entregarse totalmente al servicio de Dios. Prácticamente todos acaban resumiendo su experiencia diciendo: me llamó Dios y dije sí. 

En España se publicó hace algunos años se publicó un libro que tuvo gran éxito en ventas; su título: Si tú me dices ven, lo dejo todo, pero dime ven. Este “pero dime ven” marca una diferencia importante. Parece indicar que lo que está frenando al interesado no es su propia voluntad sino la ausencia de llamada. 

¿No estará pasando ésto con la vocación a la vida religiosa (y por extensión a la vida cristiana en general)? Dios sigue hoy diciendo “ven”. Y hay un número considerable de personas que están esperando que alguien les diga: Dios te ama, te está esperando, no tengas miedo de dejarlo todo para irte con Él. Tal vez lo que falta no es el emisor (Dios) sino el altavoz (apóstol). Hay quien dice sí a Dios, pero se sienten incapaces de repercutir su llamada en otros; están acomplejados o poco formados para ser a su vez voz de Dios para otros.


Toda vocación tiene su historia

En las narraciones bíblicas, tanto Elí, el sacerdote del templo donde estaba el arca de la alianza, como Juan Bautista, el predicador del Jordán, sirvieron de mediadores de Dios; el primero ayudó a Samuel a reconocer la voz que le llamaba por su nombre (1 Sam 3,8-9) , y el segundo no dudó en animar a sus propios discípulos para que fueran tras Jesús (Jn 1,35). En ambos casos entran en juego unas personas con cierta experiencia de Dios que iluminan al que busca para que acierte en el encuentro. 

Una primera sugerencia: nos quejamos con frecuencia de la falta de respuesta al seguimiento, pero ¿no se esconde tras la crisis de vocaciones a la vida cristiana y a la vida sacerdotal y religiosa, el silencio tanto de palabra como de testimonio de los mismos que presentamos la queja? ¿Tienen las personas de nuestro siglo facilidad para cruzarse con el Evangelio como respuesta  a sus inquietudes y búsquedas? ¿No les estaremos ocultando de modo más o menos consciente el camino del encuentro con Jesús? 

La Sagrada Escritura recoge multitud de historias de vocación: Abrahám, Moisés, Samuel, Isaías, María de Nazaret, primeros discípulos de Jesús, Pablo… ¿por qué se da tanta importancia a ese momento de la llamada? Sencillamente porque marca el comienzo de algo importante. ¿Quién no recuerda el momento en que conoció a tal o cual persona que tanto le influyó? Nadie echa en el olvido el tiempo, el lugar y las circunstancias que marcaron el inicio de una amistad, el punto de arranque de una vida nueva, el instante en que se encontró con la persona a la que ama. Son momentos que nadie olvida; por eso se recuerdan y se cuentan con detalle: “serían las cuatro de la tarde” (Jn 1,39), un dato aparentemente banal para alguien ajeno a lo ocurrido. 


Llegados a este punto podrías preguntarte: ¿Cuál es tu relato de tu vocación? ¿Cómo sucedieron las cosas? ¿Sabrías concretar el momento fuerte de la llamada de Dios? Porque tú también oíste un día la voz de Dios que pronunció tu nombre; un día Cristo se manifestó en tu vida, entró a formar parte de tu historia y te llamó: en la catequesis que recibiste en tu infancia, en tu juventud o ya siendo adulto, en el testimonio de un hombre de fe cercano, en la lectura-meditación-escucha de la Palabra aquel día concreto en que todo parecía estar previsto para sentir a Dios muy cerca… 

Conviene revivir aquel momento; como lo hace Juan hoy en su Evangelio. Pero no solo lo revive, también lo cuenta. Y tú, ¿a quién se lo has contado? El recuerdo y transmisión de la propia experiencia vocacional es la mejor herramienta para un plan de pastoral vocacional. Y no hablo sólo de vocación a la vida sacerdotal o religiosa sino a la vida cristiana.

Se trata de poner sobre la mesa una experiencia personal que mueva a los que escuchan a buscar, a salir también ellos al encuentro de Jesús. Con tu relato vocacional te haces apóstol y catequista de tus hijos, de tus hermanos, de tus amigos, de tus compañeros de trabajo..., porque un apóstol y catequista es aquel ha encontrado la Buena Noticia del amor de Jesús y la cuenta a otros.


Consejos para reavivar tu vocación cristiana

Cuando piensas en aquellos momentos en que emprendiste el seguimiento de Jesús con ilusión tal vez te asalte la nostalgia y eches de menos la frescura de los primeros pasos. La vocación cristiana, si no se cuida con cariño, corre el peligro de agriarse. Por eso encontramos a menudo cristianos malhumorados. No son mala gente, pero han perdido el buen rollo del amor primero. ¿No estarás tú entre estos? Si es así, unos consejos para rejuvenecer tu vocación: 

* Dios te sigue hablando, escúchale. Si tu vida está excesivamente centrada en el trabajo, si vives disperso o agobiado por la rentabilidad económica de tus horas, párate, haz silencio; Dios tiene algo que decirte; abre el oído y vuelve a decir: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,10). Tu diálogo de amor con Dios no termina con el "sí quiero", continúa en el día a día. Dos amantes tienen siempre algo que compartir, bien sean unas palabras o unos momentos de presencia en el ámbito del silencio, 

*También en tus relaciones cercanas te habla Dios. Abre los ojos a lo cotidiano de tu hogar, de tu parroquia o de tu comunidad religiosa. ¿Vives el amor sin límites? Contempla tu relación matrimonial, tu modo de ser sacerdote o religioso, esposo o esposa, padre o madre, hijo o hija... observa cómo fluye el amor que das y que recibes. Responde con generosidad a la llamada que Dios te dirige desde ahí: ¿qué quieres de mí, Señor? ¡Facilita que Dios pueda vivir entre los tuyos; acércaselo!. Enseña a tus hijos a escuchar su voz; que oigan de tus labios el relato de tu vocación, la historia de cómo, cuando y dónde te salió Dios al encuentro. ¿Has contado tu conversión a los tuyos como tu gran aventura?

* Mírate en tu trato con vecinos y amigos. Tal vez muchos son ateos o viven en la lejanía de Dios, ajenos a la vida espiritual. Ámalos como Cristo los ama. Tu espíritu compasivo y tus buenas relaciones con ellos son la mejor semilla vocacional. Aprende también a hacer una lectura creyente de todo lo que ves y sientes con los que te rodean. Dios te habla también en la historia de personas que no le conocen o no llegan a entenderlo; ellos ponen ante ti el reto de mantenerte en la fe en medio de un mundo de increencia; no les juzgues, ámalos mientras oras por ellos. Da gracias a Dios por el don de la fe, y cultiva en ti el deseo de compartir lo que has recibido. 

* Ante situaciones de injusticia, pobreza, marginación, hambre, enfermedad... o cualquier otro modo de sufrimiento no pases de largo. ¡Escucha! La voz de Dios se hace ahí apremiante. ¿Taparás tus oídos para no oír el grito de los que sufren? ¿Cerrarás tus ojos ante la injusticia? Dios te está hablando, gritando, ¿no le oyes? Te está diciendo: “¡ven!”.


* * *

“Maestro, ¿dónde vives? El les dijo: Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día. Serían las cuatro de la tarde” (Jn 1,28-29). No sabemos qué ocurrió o de qué hablaron Juan y Andrés en su primer encuentro con Jesús. Nada concreto sabemos de lo que les encandiló de Jesús ni porqué fue así. Pero fue un momento importante en la vida de Juan. La mención tan precisa de la hora lo demuestra. 

Él y Andrés se acercaron a instancias de Juan Bautista, que les indicó el camino: “Este es el cordero de Dios” (Jn 1,36). Luego Simón, sorprendido por el entusiasmo de su hermano Andrés, “Hemos encontrado al Mesías”, le dijo (1,41), se deja llevar a presencia de Jesús. 

De testimonio en testimonio, de relato en relato, el encuentro se va produciendo. Y así, bajo la mirada atenta y penetrante de Jesús, va germinando la Iglesia: “Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el Hijo de Juan, te llamarás Pedro” (1,42). También tú hoy te acercas con otros a Jesús que os pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,37). Le manifiestas el deseo de estar con él; y entras en la casa del Señor. Cuando salgas fuera ¿guardarás el mismo recuerdo que guardaron Juan y Andrés de su encuentro con el Señor? ¿Contarás a otros tu experiencia?

Casto Acedo. Enero 2021. paduamerida@gmail.com

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