miércoles, 12 de marzo de 2014

Escuchar y poner en práctica

II Domingo de Cuaresma (ciclo A)
Gen 12,1-4  -  2Tim 1,8-10  -  Mt 17,1-9

Para anunciar el Reino de Dios, Jesús tuvo muchas dificultades, tanto de las autoridades religiosas como de sus propios discípulos. Así por ejemplo, cuando anuncia su pasión, muerte y resurrección, Pedro le reprende… Santiago y Juan buscan los primeros puestosJesús para animarlos sube con ellos a una montaña donde les muestra, anticipadamente, la victoria de la vida sobre la muerte.

Señor, ¡qué bien estamos aquí!
Jesús llama a Pedro, a Santiago y a Juan, y los lleva a una montaña;
allí se transfigura, y aparecen Moisés y Elías conversando con Él.
Fue entonces cuando Pedro dice: Señor, ¡qué bien estamos aquí!
En el fondo, Pedro tiene miedo y no sabe lo que dice (Mc 9,6).
También hoy, muchos preferimos vivir cómodamente instalados,
en nuestra propia orilla, sin preocuparnos de las personas que sufren. 
En cambio, si pasamos a la otra orilla veremos otra realidad.
Allí están: los que tienen el rostro desfigurado por el hambre y la sed;
los forasteros y desnudos, despojados de la tierra en que nacieron;
los enfermos abandonados, los encarcelados injustamente (Mt 25).
Al ver esta realidad, ¿podemos decir: Señor, qué bien estamos aquí?
Sin embargo, el 6 y 7 de marzo, un numeroso grupo de funcionarios
y empresarios peruanos estuvieron en Nueva York, para difundir
lo siguiente: ‘el Perú es un país atractivo para la inversión comercial’.
Somos un país ‘atractivo’ porque: -aquí el sueldo mínimo mensual
es de $ 267 dólares, mientras los ministros ganan $ 10,700 dólares;
-se ha reducido las exigencias del cuidado del medio ambiente,
-se ha exonerado la Consulta Previa a 14 grandes empresas mineras,
-se adormece a los pobres con muchísimos programas paliativos, etc.
Ante estas y otras injusticias que claman al cielo, escuchemos la voz
de Dios: Caín, ¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano Abel,
que has derramado en la tierra, pide justicia. Por eso, maldito seas
y quedas expulsado de la tierra que ha bebido esa sangre (Gen 4).

Este es mi Hijo, escúchenlo
Mientras Pedro está hablando, una nube luminosa les cubre
y desde el interior de la nube se oye la voz del Padre que dice:
Éste es mi Hijo muy amado, mi predilecto. Escúchenlo.
Lo importante ya no son los representantes de la Ley y los Profetas,
sino Jesús  -el Hijo amado de Dios- a quien debemos escuchar.
Meditemos sobre las Bienaventuranzas y el Juicio de las naciones:
*Jesús al ver a sus seguidores les dice: Felices ustedes los pobres…
los que tienen hambre… los que lloran… los que son perseguidos.
Pero, ¡ay de ustedes los ricos… los satisfechos… los que ríen! (Lc 6).
*Y en el Juicio de las naciones, Jesús dice a los buenos: Vengan,
benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino; porque tuve hambre
y me dieron de comer… Les aseguro, lo que ustedes han hecho a uno
de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron.
En cambio, a los malos les dice: Apártense de mí, malditos, porque
tuve hambre y no me dieron de comer… Lo que no hicieron con
mis hermanos más pequeños, tampoco lo hicieron conmigo (Mt 25).
*Al respecto, S. Juan Crisóstomo dice: ¿De que sirve adornar la mesa
de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre?
En nuestro país, ‘atractivo para las inversiones’, lamentablemente,
hay hombres y mujeres que buscan en la basura algo que tenga valor
para: -hacer crecer el sueldo, -disimular el hambre, -sobrevivir…
Jesús nunca permanece indiferente ante el sufrimiento humano,
sus palabras y sus obras son para nosotros un ejemplo que imitar.
*Animados por su palabra que nos dice: Levántense, no tengan miedo,
reflexionemos cuando Jesús y sus discípulos dan de comer a la gente:
Al desembarcar, Jesús ve la multitud… se compadece porque eran
como ovejas sin pastor… y se pone a enseñarles muchas cosas…
Como atardecía, los discípulos le dicen: El lugar es despoblado
y ya es muy tarde; despídelos para que vayan a los pueblos vecinos
a comprar algo para comer. Jesús les dice: Denles ustedes de comer.
Luego, Jesús toma en sus manos los cinco panes y los dos pescados…
mira al cielo… pronuncia la bendición… parte los panes…
y se los da a sus discípulos para que los repartan entre la gente…
Todos comieron hasta quedar satisfechos (Mc 6). No necesitan irse.
*Cuando escuchamos las palabras de Jesús y las ponemos en práctica,
entonces sí podemos decir: ¡Señor, qué bien estamos aquí!
J. Castillo A.

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