II Domingo de Cuaresma (ciclo A)
Gen 12,1-4 - 2Tim 1,8-10
- Mt 17,1-9
Para anunciar el Reino de Dios, Jesús tuvo muchas dificultades, tanto
de las autoridades religiosas como de sus propios discípulos. Así
por ejemplo, cuando anuncia su pasión,
muerte y resurrección, Pedro
le reprende… Santiago y Juan buscan los primeros puestos… Jesús
para animarlos sube con ellos a una montaña donde les muestra, anticipadamente,
la victoria de la vida sobre la muerte.
Señor,
¡qué bien estamos aquí!
Jesús llama a Pedro, a Santiago y a Juan, y los lleva a una
montaña;
allí
se transfigura, y aparecen Moisés y Elías conversando con Él.
Fue
entonces cuando Pedro dice: Señor, ¡qué bien estamos aquí!
En
el fondo, Pedro tiene miedo y no sabe lo que dice (Mc 9,6).
También
hoy, muchos preferimos vivir cómodamente instalados,
en
nuestra propia orilla, sin
preocuparnos de las personas que sufren.
En
cambio, si pasamos a la otra orilla
veremos otra realidad.
Allí
están: los que tienen el rostro desfigurado por el hambre y
la sed;
los
forasteros y desnudos, despojados de la tierra en que nacieron;
los
enfermos abandonados, los encarcelados injustamente (Mt 25).
Al
ver esta realidad, ¿podemos decir: Señor, qué bien estamos aquí?
Sin embargo, el 6 y 7 de marzo, un numeroso grupo de
funcionarios
y
empresarios peruanos estuvieron en Nueva York, para difundir
lo
siguiente: ‘el Perú es un país atractivo para la inversión comercial’.
Somos un país ‘atractivo’
porque: -aquí el sueldo mínimo mensual
es
de $ 267 dólares, mientras los ministros ganan $ 10,700 dólares;
-se
ha reducido las exigencias del cuidado del medio ambiente,
-se
ha exonerado la Consulta Previa a 14 grandes empresas mineras,
-se
adormece a los pobres con muchísimos programas paliativos, etc.
Ante
estas y otras injusticias que claman al cielo, escuchemos la voz
de
Dios: Caín, ¿Qué has hecho? La
sangre de tu hermano Abel,
que has derramado en la tierra, pide justicia. Por eso,
maldito seas
y quedas expulsado de la tierra que ha bebido esa sangre (Gen 4).
Este
es mi Hijo, escúchenlo
Mientras Pedro está hablando, una nube luminosa les cubre
y
desde el interior de la nube se oye la voz del Padre que dice:
Éste
es mi Hijo muy amado, mi predilecto. Escúchenlo.
Lo
importante ya no son los representantes de la Ley y los Profetas,
sino
Jesús -el Hijo amado de Dios- a quien
debemos escuchar.
Meditemos
sobre las Bienaventuranzas y el Juicio de las naciones:
*Jesús al ver a sus seguidores les dice: Felices ustedes los pobres…
los que tienen hambre… los que lloran… los que son
perseguidos.
Pero, ¡ay de ustedes
los ricos… los satisfechos… los que ríen! (Lc
6).
*Y en el Juicio de las naciones, Jesús
dice a los buenos: Vengan,
benditos de mi Padre, tomen
posesión del Reino; porque tuve hambre
y me dieron de comer… Les aseguro, lo que ustedes han hecho a
uno
de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron.
En
cambio, a los malos les dice: Apártense
de mí, malditos, porque
tuve hambre y no me dieron de comer… Lo que no hicieron con
mis hermanos más pequeños, tampoco lo hicieron conmigo (Mt 25).
*Al respecto, S. Juan Crisóstomo dice: ¿De que sirve adornar la mesa
de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de
hambre?
En nuestro país, ‘atractivo para las inversiones’,
lamentablemente,
hay
hombres y mujeres que buscan en la basura algo que tenga valor
para:
-hacer crecer el sueldo, -disimular el hambre, -sobrevivir…
Jesús nunca permanece indiferente ante el sufrimiento humano,
sus
palabras y sus obras son para nosotros un ejemplo que imitar.
*Animados por su palabra que nos dice: Levántense, no tengan miedo,
reflexionemos
cuando Jesús y sus discípulos dan de comer a la gente:
Al desembarcar, Jesús ve
la multitud… se compadece porque
eran
como ovejas sin pastor… y se pone a enseñarles muchas cosas…
Como atardecía, los discípulos le dicen: El lugar es
despoblado
y ya es muy tarde; despídelos
para que vayan a los pueblos vecinos
a comprar algo para comer. Jesús les dice: Denles ustedes de comer.
Luego, Jesús toma
en sus manos los cinco panes y los dos pescados…
mira al cielo… pronuncia la bendición… parte los panes…
y se los da a sus
discípulos para que los repartan entre la gente…
Todos comieron hasta quedar satisfechos (Mc 6). No necesitan irse.
*Cuando escuchamos las palabras de Jesús
y las ponemos en práctica,
entonces sí podemos decir: ¡Señor, qué bien estamos aquí! J. Castillo A.
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