jueves, 10 de junio de 2021

Creer que se cree (Domingo 20 de Junio)

"El hombre no hallará paz verdadera hasta los cuarenta años de edad. No será en su corazón un hombre celestial antes de haber cumplido dicha edad. ¡Tantas cosas le tienen ocupado! La naturaleza le impele de acá para allá, inestable, emprende cosas diversas, es el yo quien domina, cuando se creía que era Dios. No se pueden quemar etapas, no puede el hombre antes de tiempo llegar a la paz verdadera y perfecta y hacerse del todo celestial. Sólo es posible por gracia de Dios, dada con abundancia excepcional, como ha sucedido en muchos casos” (J. Taulero, 1300-1361).

“Creer que se cree”
 
Hubo un momento de mi vida que el citado texto de Taulero  me hizo pensar mucho acerca de la fe. En él se da entender que el crecimiento espiritual es un proceso  y que difícilmente se alcanza la madurez espiritual antes de los “cuarenta años de edad”. Y deduje: quizá hablamos de la fe con demasiada superficialidad; vivimos “creyendo que creemos", cuando la verdad de fondo es que, más que en Dios, la fe la tenemos en nosotros mismos, en nuestras posibilidades. Más que creyentes somos unos "creídos": antes de los cuarenta (madurez)“la naturaleza le impele de acá para allá, inestable, emprende cosas diversas, es el yo quien domina, cuando se creía que era Dios”.

Anselm Grün, autor espiritual benedictino, tomó el texto de Taulero como punto de referencia para escribir un pequeño tratado: La mitad de la vida como tarea espiritual; en él da a entender que no se es espiritual hasta hasta experimentar la propia insignificancia, hasta que la experiencia aprieta hasta hacer sentir la propia impotencia por la enfermedad, el agotamiento o el fracaso.  La debilidad y la muerte, que hasta entonces eran cosas de otro, pasan a ser realidades posibles para uno mismo. 

Llegados a este punto tendemos o a engañarnos creándonos una fachada de hombre exitoso y feliz, o bien acabamos por aceptar la dura realidad haciendo un ejercicio de humildad. En este segundo caso  llegamos a la conclusión de que la fe que hasta entonces parecíamos tener no era tal,  “creía  que creía en Dios", pero en realidad la fe la tenía puesta en mí mismo, en mis capacidades y poderes, en mi estatus social... la realidad de la propia indigencia física y espiritual acaba por descubrirme la verdad de lo que soy: criatura necesitada.


La experiencia de Job

Para llegar a ser un hombre de fe probada, se ha de pasar por la experiencia de la noche, algo imposible de alcanzar por  razonamientos y estudios sin vivirlo en la propia carne.  Ejemplo plástico de ello es la historia bíblica de Job, que hubo de superar la prueba de la tormenta perfecta en su vida. Lo había tenido todo: riqueza material (campos y ganados) y afectiva (esposa, hijos y amigos); y de pronto Dios aparece como tormenta perfecta que hunde el navío de su vida quedándole prácticamente sin nada. 

Su primera reacción: un grito desgarrador al cielo, ¿por qué me ha puesto Dios en esta situación, a mí, que quise ser siempre fiel a sus preceptos? (cf Job 31). Job entra en crisis. 

Ha llegado para Job la hora de la prueba, la hora de confiar en Dios y solamente en él, porque ya no tiene nada más a qué asirse. No puede esperar nada de sus riquezas (las ha perdido), ni de sus capacidades físicas (está enfermo), ni de su familia (sus hijos han muerto), incluso su mujer se muestra hostil (“¿Todavía persistes en tu honradez? Maldice a Dios y muérete”, le dice. Jb 2,9) y sus amigos quieren solucionarlo todo con buenas palabras buscando razones que expliquen su dolor sin negar a Dios. Lo único que se les ocurre decirle al amigo es que busque en sí mismo o en los suyos la culpa; si Dios es el que premia y castiga, tiene que haberla. ¿Hay motivos para seguir confiando y esperando en una situación así? ¿Hay motivos para vivir?

A Job, finalmente, se le abrirá una luz en la noche. Pero antes habrá de reconocer que “creía que creía” en Dios cuando en realidad su confianza estaba puesta mayormente en sus bienes y sus afectos. Y así era. 

Sus primeras quejas lo ponen en evidencia -cf Cap 31, donde expone su inocencia-. De la queja pudo surgir el Job ateo; sin embargo no fue así, la experiencia de la noche oscura le llevó a la fe auténtica, la de un Dios poderoso (Job 38,1.8-11) al que no puede comprender pero sin el cual todo carece de sentido; en su desgracia no reniega de Él sino que se abandona totalmente en sus manos. ¿No es la misma experiencia de Jesús en la cruz? (cf Mt 27,46). 

Dios le hace ver a Job su inmenso poder, su soberanía universal (cf Jb 38,1.8-11), y Job reconocerá que se ha excedido en sus exigencias; su propia justicia no es suficiente para salvarle si la gracia de Dios no está de su parte. Sin Dios nada puede: ¿Quién soy yo para pedirle cuentas? “Hablé a la ligera, ¿qué puedo responderte? Hablé una vez, pero no volveré a hacerlo” (Jb 40,4-5). Sólo le queda el silencio contemplativo como respuesta de fe.
 

“¿No te importa que nos hundamos?”
 
Job “creía que creía”, pero en realidad su fe no alcanza la madurez hasta pasar por la oscuridad del dolor, la soledad y el abandono. Cuando las preguntas no encuentran respuesta, la fe se pone a prueba, y superado el obstáculo, queda purificada. El silencio de Dios pone a prueba la fe. 

Todos hemos vivido momentos difíciles, épocas o situaciones en las que Dios parece estar totalmente ausente: una enfermedad incurable propia o de un pariente, vecino o conocido al que apreciamos, un fracaso familiar, una tragedia cercana, una decepción afectiva, etc. Entonces todo parece temblar, los cimientos de nuestra existencia -la fe y los valores en que siempre hemos confiado- se resquebrajan y se ponen en riesgo de zozobra.

Crisis económica (desconfianza del mundo de las finanzas), de valores (valoración del tener y el hacer sobre el ser),  crisis social (poca fe en los políticos e instituciones públicas), eclesial (escándalos eclesiásticos) y personal (falta de sentido de la vida) ... ¿No hay en el fondo de todo esto una crisis de fe en Dios? Como previó Nietzsche, la muerte de Dios (“Dios ha muerto, nosotros lo hemos matado al olvidarnos de él”) ha dado lugar a la muerte del hombre (“¿Qué haremos ahora que la tierra ha perdido su sol?”). 

En un mundo sin Dios, y con una iglesia sostenida hasta ahora sobre bases más propiamente sociológicas que religiosas, podemos decir que la institución se ve zarandeada por el mar de la agitación y está a punto de hundirse. Y en medio del oleaje ¿qué hacer? Volvernos al único que nos puede salvar:  “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” (Mc 4,38).
 
Dios parece dormir ajeno a nuestros problemas. Sin embargo Él va con nosotros en la barca. Nos deja experimentar el miedo, la impotencia ante las situaciones difíciles, pero no nos abandona. Basta volver a Él, convertirnos, hacer una lectura de nuestra historia no desde los discursos humanos (teologías retóricas, discursos ateos, datos sociológicos) sino desde la Palabra de Dios que nos habla al corazón reprochándonos nuestra falta de confianza. 

Y Dios responde. Muchos lo han experimentado en su vida cuando han dejado a Dios el timón; primeramente se han beneficiado de la acción de Dios –calma la tempestad-, luego han comprendido la causa de sus miedos y naufragios –“¿porqué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?” (Mc 4,40).


¿Está Dios conmigo?

Vamos en la barca con Jesús. Hay tempestad, tiempos difíciles, y hay miedo. Tu vida se zarandea. ¿Estará Dios conmigo? Luchas con todas tus fuerzas para evitar el naufragio. Pero ves que tus esfuerzos son inútiles. Estás a punto de abandonar la barca de la Iglesia para ahog
arte en el mar tenebroso. Es un momento crítico. Está en juego tu madurez espiritual.


Puedes negar a Dios para afirmar tu vida de espaldas a Él. Será inútil, porque tus posesiones y poderes son limitados y están abocados a desaparecer. La otra salida está en seguir creyendo a pesar de las dudas, abrazarte a la esperanza de un Dios que no te fallará. Achicas aguas a la espera de que la mano de Dios ponga fin a la tempestad: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31,6; Lc 23,46), no te comprendo pero “aumenta mi fe” (Lc 17,5). La esperanza te mantiene en la lucha por sobrevivir.

Acude a Dios. Pero no lo hagas con la arrogancia del “¿no te importa que perezcamos?” (Mc 4,38), sino con la humildad del que sabe que todo es gracia. “Hágase en todo tu voluntad” (Mt 6,10; 26,42).

A esta conv
icción de fe llegó Job, que a pesar del absurdo del dolor reprocha las críticas de sus amigos (enemigos) y profesa su fe en Dios más allá de la experiencia y los razonamientos humanos: “¿Por qué me perseguís como Dios y no os hartáis de escarnecerme? ¡Ojalá se escribieran mis palabras! ¡Ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y con plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que mi redentor vive y que al fin se alzará sobre el polvo; después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios”. (Jb 19,22-26).

 Esto es fe. Ahora Job, como Jesús en Getsemaní, demuestra que lejos de pertenecer al grupo de los que “creen que creen” está entre los que gozan de una fe auténtica y saludable, capaz de sufrir la noche sin hundirse.

Casto Acedo GómezJunio 2021.  paduamerida@gmail.com 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog