I Domingo de
Adviento, ciclo B
Is 63,16-19; 64,1-8 - 1Cor
1,3-9 -
Mc 13,33-37
No podemos permanecer indiferentes ante la exclusión social de hombres y mujeres, que además de ser explotados y oprimidos, son tratados como sobrantes
y desechables por el ‘dios dinero’.
Tampoco ser cómplices de la destrucción de nuestra madre
tierra, por la explotación
irracional y la industrialización salvaje. El mensaje de Jesús nos pide vivir en
constante Adviento (venida), solo así podemos decir: Padre nuestro, venga a nosotros tu Reino…
El dueño de casa da a cada uno su tarea
En el Evangelio de hoy, Jesús narra a sus discípulos una
parábola,
para explicarles que ha llegado ‘su hora’, el momento de
ausentarse.
Y, justamente, antes de padecer y morir, quiere dejar ‘la
casa’,
es decir, la comunidad de sus seguidores, bien
organizada:
Da a cada uno de ellos su tarea. Y les pide: estar
atentos, vigilantes.
Anunciar el Reino de Dios, como lo hizo
Jesús, no es fácil:
Este hombre hace
muchos milagros. Si lo dejamos seguir así,
todos creerán en
Él… Desde ese día decidieron darle muerte (Jn 11).
También los seguidores de Jesús, encontrarán los mismos
problemas:
Les entregarán a
los tribunales, les azotarán en las sinagogas,
serán llevados ante
las autoridades para dar testimonio de mí…
Serán odiados por
todos a causa de mi nombre,
pero el que
persevere hasta el final se salvará (Mc 13,9ss).
Han pasado muchos siglos desde que
Jesús pronunció este mensaje.
Hoy, ¿permanecemos vigilantes en la tarea que Dios nos
ha confiado?
Sería lamentable formar parte de una comunidad cristiana dormida:
-incapaz de ‘ver’ el sufrimiento y de ‘oír’ el lamento de
los pobres,
-preocupada por las apariencias externas y el consumismo
material,
-esclava de ceremonias ajenas a las enseñanzas y gestos
de Jesús.
Muy diferente, estar atentos para anunciar el Reino de Dios,
con palabras y con el testimonio de nuestras obras. De
esta manera,
ponemos el hombro para hacer realidad una sociedad más
fraterna.
Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: Vigilen
Nuestra madre tierra en la que habitamos, está gravemente
herida.
Todos somos culpables de haber llegado a esta peligrosa
realidad,
sin embargo, tienen más responsabilidad los pocos
multimillonarios
que se han vuelto más ricos a costa de la pobreza de
países enteros…
Sobre la idolatría del dinero y dictadura
de la economía sin rostro,
el Papa Francisco dice: Mientras las ganancias de unos pocos crecen,
las ganancias de la
mayoría se quedan cada vez más lejos.
Y añade: Este
desequilibrio proviene de ideologías que defienden
la autonomía
absoluta de los mercados y la especulación financiera.
Entre las causas, señala: A todo ello se añade una corrupción
ramificada y una
evasión fiscal egoísta de dimensiones mundiales.
Respecto al medio ambiente, denuncia: En este sistema, que tiende
a destruir todo
para acrecentar beneficios, cualquier cosa frágil,
como el medio
ambiente, queda indefensa ante los intereses
del mercado
divinizado, convertidos en regla absoluta (E.G.
n.56).
La madre tierra puede vivir sin el ser humano, pero el ser
humano
no puede vivir sin la madre tierra. Por eso, debemos estar vigilantes.
Ojalá -antes que sea demasiado tarde- todos los
responsables
de la opresión del ser humano y de la destrucción de la
madre tierra,
cambien y se conviertan… escuchando la sabiduría de los pobres.
Francisco, el Pobre
de Asís (1182-1226), alaba
a Dios por nuestra
hermana madre
tierra que nos sustenta produciendo muchos frutos.
El Jefe Indio
Seattle, en 1856, dijo al gobernador de Washington:
Ustedes deben
enseñar a sus hijos que la tierra es sagrada
y que cada sombra
que se refleja en el agua clara del lago
habla de la
historia y de los recuerdos de mi pueblo.
El murmullo del
agua es la voz del padre, de mi padre.
Los ríos son
nuestros hermanos. Ellos sacian nuestra sed.
Los ríos llevan
nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos e hijas.
Díganles a sus
hijos que los ríos son hermanos nuestros y de ustedes,
trátenlos con la
misma delicadeza con que tratarían a un hermano.
Sé que el hombre
blanco no piensa así. La tierra no es su hermana,
sino su enemiga. Él
la conquista y la abandona. Trata a su madre,
la tierra, y a su
hermano, el río, apenas como cosas que se pueden
comprar, explotar y
vender; como si fueran objetos. Su voracidad
arruinará la
tierra, y se irá dejando atrás solo un desierto.
J. Castillo A.
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