XXXII Domingo,
Tiempo Ordinario, ciclo A
Sab 6,12-16 - 1Tes
4,13-18 - Mt 25,1-13
Cierto día, el
filósofo griego Diógenes de Sínope (412-323 a.C.), se
aparece -en pleno día- caminando por las calles de Atenas. Lleva
una lámpara encendida y dice: Busco una persona honesta. Diógenes
va apartando a todos los que se cruzan en su camino, pues
solo encuentra personas corruptas…
Con
las lámparas encendidas
Mirando con los
ojos de Jesús, en nuestras comunidades cristianas:
hay
personas prudentes… pero también hay personas necias…
Todos,
como peregrinos en esta tierra, esperamos la venida de Jesús.
Sin
embargo, unos: participan en el banquete del Reino, porque oyen
el
mensaje de Jesús y lo practican; tienen
las lámparas encendidas.
Los
otros: oyen pero no hacen; a éstos Jesús les dice: No los conozco.
La
parábola nos recuerda lo que Jesús dijo en el sermón del monte:
No se enciende una lámpara para meterla en un
cajón,
sino que se la
pone en el candelero para que alumbre a
todos.
Así debe brillar
la luz de ustedes ante los demás, para que viendo
sus buenas
obras, glorifiquen al Padre del cielo (Mt 5,15s).
Durante
la celebración del bautismo de niños, el celebrante dice:
A ustedes,
padres y padrinos, se les confía acrecentar esta luz.
Que sus hijos,
iluminados por Cristo, caminen como
hijos de la luz.
Y, perseverando
en la fe, puedan salir al encuentro del Señor.
¿Sigue
ardiendo en nosotros el fuego que trajo Cristo? (Lc 12,49).
Jesús
que es la luz del mundo (Jn 8,12), le
dice a Nicodemo:
La luz vino al
mundo, y los hombres prefieren las tinieblas a la luz,
porque sus
acciones son malas. Quien obra el mal
odia la luz,
y no se acerca a
ella, para que no se descubra su maldad (Jn 8,19ss).
Ahora
bien, mientras en el Imperio Incaico se condenaba: el robo,
la
pereza, la mentira. Hoy en una sociedad mayoritariamente cristiana,
hay
autoridades que juran por Dios y los Santos Evangelios y, luego,
como
sepulcros
blanqueados: hacen obras pero roban y mienten…
El
testimonio de las obras
En nuestras
comunidades cristianas hacen falta profetas
de Dios,
que
con palabras y obras, defienden los derechos de los pobres,
de
las viudas, de los huérfanos, de los emigrantes, de los excluidos.
Así
lo hizo el profeta Amós que predicó en el siglo VIII a.C.,
denunciando a los necios, responsables de tantas
injusticias:
¡Ay de los que
convierten la justicia en veneno y pisotean el derecho,
odian al que
juzga rectamente y aborrecen al que dice la verdad!
Ustedes, que han
pisoteado al pobre exigiéndole parte de su cosecha,
si construyen
casas lujosas con piedras talladas, no las habitarán;
si plantan viñas
selectas, no beberán de su vino. Yo conozco
sus crímenes y
sus innumerables pecados: oprimen al inocente,
aceptan
sobornos, atropellan al pobre en el tribunal (5, 7.10-12).
Sin
el testimonio de las obras, nuestra labor pastoral pierde su sabor:
Si
la sal se vuelve insípida,
¿con qué se le devolverá su sabor? Solo
sirve para
arrojarla a la basura y que la pise la gente (Mt 5,13ss).
Diferente el camino de las personas sencillas, prudentes, sabias:
Cuando
todavía no había luz eléctrica, un hombre camina de noche.
Mientras
va caminando un amigo lo reconoce, se acerca y le dice:
¿Qué haces Guno?
Tú eres ciego y no ves,
sin embargo,
caminas llevando una lámpara encendida.
El
ciego le responde: Conozco de memoria las
calles de este pueblo,
si llevo esta
lámpara encendida, no es para ver mi camino, soy ciego;
sino para que otros encuentren su camino cuando me ven a
mí.
Cuánta
falta nos hace servir a los demás sin esperar recompensa,
como
hacen muchos pobres que dan y comparten
desde su pobreza.
Alumbrar
a los demás, no es tarea fácil (Cf. Jn 9). Es necesario:
-Seguir
a Jesús, pues Él es el Camino, la Verdad
y la Vida (Jn 14,6).
-Hacer
realidad el mensaje de las Bienaventuranzas y del Juicio final.
-Buscar primero el Reino de Dios y su justicia
(Mt 6) y no los adornos
superfluos de los templos y de las imágenes;
pues todos nosotros
somos imágenes de Dios y templos del Espíritu
Santo (1Cor 3,16).
-Defender
los derechos de todas las personas y de la madre tierra,
dejando de lado las ambiciones de poder
político y económico.
-Arriesgarse,
como Jesús, entregando la vida por los demás; porque,
la piedra
despreciada por los arquitectos es ahora piedra principal;
esa es la obra
del Señor que nos deja maravillados (Mt
21,42).
J. Castillo A.
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