miércoles, 29 de octubre de 2014

Iglesia servidora

XXXI Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Mal 1,14-2,10  -  1Tes 2,7-13  -  Mt 23,1-12

   En Jerusalén, los sumos sacerdotes, escribas, fariseos, herodianos…
buscan arrestar a Jesús con preguntas que son verdaderas trampas.
Él, después de responder, los deja y habla a la gente y a sus discípulos
para prevenirles contra la hipocresía de las autoridades religiosas.
   Que las advertencias de Jesús nos ayuden a examinarnos, pues
han pasado a nosotros muchos vicios de los fariseos (San Jerónimo).

Estén vigilantes
   Los maestros de la ley y los fariseos: *No hacen lo que dicen.
Quienes anunciamos la Palabra de Dios, tengamos presente que:
El hombre contemporáneo escucha más a gusto
a los que dan testimonio que a los que enseñan,
y si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio (EN, 41).
*Ponen pesadas cargas sobre las espaldas de la gente.
Si los pobres supieran de dónde vienen esas ayudas las rehusarían:
A veces el destinatario de las ayudas (de organismos internacionales
y de ONGs) resulta útil para quien lo ayuda y, así, los pobres sirven
para mantener costosos organismos burocráticos, que destinan
a la propia conservación un porcentaje demasiado elevado de esos
recursos que deberían ser destinados al desarrollo (CV, n.47).
*Todo lo hacen para que la gente los vea.
Renunciamos para siempre a la apariencia y realidad de la riqueza,
especialmente, en el vestir y en símbolos de metales preciosos…
Rechazamos a los nombres y títulos que expresan grandeza y poder
(Pacto de las catacumbas, firmado por 40 obispos, 16 nov.1965).
*Buscan  ocupar los primeros puestos y asientos.
Cuando entra a la asamblea un rico con anillos de oro y ropa lujosa,
ustedes le dicen: Siéntate en el primer lugar. En cambio, al pobre
que entra con ropas sucias, le dicen: Siéntate en el suelo o quédate
allí de pie. Al actuar así, ¿no están juzgando con pésimos criterios? 
(Stgo 2,1-9). ¿Hasta cuándo los últimos seguirán siendo los últimos?

Todos ustedes son hermanos
   En nuestra Iglesia ‘santa y pecadora’ -con el paso de los siglos-
se ha acumulado mucho polvo: riquezas, privilegios, manera de vestir
heredada de otras épocas, títulos que expresan poder y grandeza,
enormes edificios y palacios, vehículos propios a veces lujosos,
el exagerado secreto en que se mantiene el movimiento económico...
Todo ello, como leemos en el Documento de Medellín, ha llevado
al convencimiento de que nuestra Iglesia es rica y aliada de los ricos.
   Sin embargo, al principio no fue así. Jesús al enviar a los Doce para
anunciar el Reino de Dios y sanar a los enfermos, les dice: Den gratis
lo que gratuitamente han recibido. No lleven oro ni plata ni cobre
ni provisiones para el camino; ni dos túnicas ni sandalias ni bastón,
pues el trabajador tiene derecho a su alimento (Mt 10,5ss).
   Jesús no quiere que entre sus seguidores se usen los títulos de:
‘maestro’, ‘padre’, ‘jefe’… -como hacían los escribas y fariseos-
por vanidad, ambición, y para dominar a los demás. Por eso, quienes
se dejan guiar por la mentalidad de los maestros de la ley y fariseos,
lamentablemente, harán del Mensaje de Jesús un conjunto de normas,
no para amar a Dios y al prójimo, sino para controlar las conciencias,
dejando a los creyentes sin base para actuar como seres libres.
   Muy diferente, cuando los que tienen ciertos dones o talentos,
los ponen al ‘servicio’ del crecimiento de toda la comunidad:
El que quiera ser grande, que se haga servidor de los demás,
y el que quiera ser el primero, deberá ser sirviente de ustedes;
como el Hijo del hombre que no vino para ser servido, sino
para servir y dar su vida como rescate de la humanidad (Mt 20,26ss).
   Siendo hermanos: que los ‘maestros’ enseñen sin esperar beneficios;
que los ‘profetas’ sean capaces de renunciar… denunciar… anunciar;
que los ‘sabios’ guíen hacia la verdad y libertad, la justicia y paz;
que los primeros lugares sean para los pequeños, débiles y pobres;
que demos más importancia a las pequeñas comunidades reunidas
en una casa, y no solo a las masivas concentraciones religiosas.
   Para seguir reflexionando: Así como Cristo Jesús, por nosotros,
se hizo pobre siendo rico; así también la Iglesia, aunque necesite
de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida
para buscar la gloria de este mundo, sino para anunciar la humildad
y la abnegación con su propio ejemplo (LG, n.8). 
J. Castillo A. 

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