jueves, 9 de octubre de 2014

Invita a malos y buenos

XXVIII Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 25,6-10  -  Flp 4,12-14.19-20  -  Mt 22,1-14

INVITA A MALOS Y BUENOS
Dios quiere que sus hijos compartan los bienes de la creación, como en un gran banquete, participando todos de la misma mesa. Lamentablemente, hay personas que rechazan este proyecto de Dios,  como los terratenientes y negociantes -de ayer y de hoy- quienes prefieren ‘amontonar’ riquezas materiales, en vez de ‘compartirlas’; y, lo que es peor, maltratan y asesinan a los enviados de Dios.

Aquellos invitados no han sido dignos
   Jesús recorre pueblos y ciudades anunciando la Buena Noticia
del Reino de Dios a todos: malos y buenos… ricos y pobres… 
Sin embargo, salvo algunas excepciones, los ricos de aquel entonces
solo buscan acabar con el Profeta de la misericordia y compasión.
   Hoy también, hay ricos que rechazan la invitación de Dios:
vivir como hijos de un mismo Padre… y hermanos entre nosotros…
¿Hasta cuándo los poderosos gobernarán a los países pobres?
¿Cómo se explica que los países que más armas venden al mundo,
son también los países que están encargados de la paz mundial?
¿Hay voluntad política para acabar con los negociantes de drogas?
¿Quiénes son los propietarios de los bancos que más narcodólares
lavan y que guardan la mayor cantidad de dinero robado?
¿Es justo que la industrialización salvaje y descontrolada,
después de explotar a los pobres, los excluyen como algo desechable?
¿De qué sirven tantos discursos y promesas sobre el cambio climático,
cuando los directos responsables no cambian su estilo de vida?
¿Por qué los que contaminan y destruyen ferozmente los derechos
de las personas pobres y de nuestra madre tierra, jamás van presos?
 ¿Qué futuro tendrán las próximas generaciones al recibir un planeta
con aguas envenenadas y recursos naturales agotados?
   Que nuestra participación en la Cena del Señor, nos comprometa
a trabajar para que el pan y el vino que ofrecemos, sean fruto
de una tierra fértil e incontaminada, y de un trabajo humano justo.

Salgan e inviten a todos a la boda
   El banquete está listo pero aquellos invitados no han sido dignos.
Dios no se desanima, sus servidores irán a los cruces de los caminos.
Se trata de salir del centro para ir a los barrios pobres donde están
los hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos…
Se trata de invitarlos, acogerlos y comer con ellos, como hace Jesús.
   Para comprender plenamente la celebración de la Cena del Señor,
tengamos presente que en las comidas realizadas por Jesús, muchos
publicanos y pecadores estaban en la mesa con Él, precisamente
porque son los enfermos quienes tienen necesidad de médico,
y que Él vino a llamar no a los justos sino a los pecadores (Mt 9).
Lo mismo hace el padre misericordioso al dar el mejor banquete
cuando vuelve su hijo menor, lo que irritó al hermano mayor (Lc 15).
   Los preferidos de Dios y los destinatarios de su Reino son aquellos
que no cuentan para nada según los criterios de este mundo;
no por sus méritos, sino por un amor gratuito de Dios Padre.
Los que nos consideramos ‘justos y buenos’, generalmente, tratamos
a los excluidos de: haraganes, aprovechadores, alcohólicos, tontos,
hipócritas, antipáticos, envidiosos, malos, violentos, etc. Pero nunca
nos preguntamos por las causas que los han llevado a esa situación.
   Jamás debemos olvidar que los pobres son criaturas de un sistema
perverso que desde hace siglos los fabrica por centenares de millones,
con la única finalidad de que los ricos sean cada vez más ricos.
Este capitalismo salvaje sigue creciendo sin parar, gracias también 
a la complicidad de una multitud de ‘gente buena’ como nosotros,
que seguimos apostando por los que roban pero hacen obras.
En un mundo donde tenemos inmensas riquezas naturales,
la pobreza es un crimen abominable contra la misma humanidad.
   En este contexto, cristianos y personas de buena voluntad debemos
convertirnos, cambiar nuestro estilo de vida, llevar un vestido nuevo:
Todos ustedes, como elegidos de Dios, santos y amados, revístanse
de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre,
y paciencia. Si alguien tiene motivo de queja contra otro,
sopórtense y perdónense mutuamente.
Así como el Señor les perdonó también ustedes perdonen a los demás.
Pero, por encima de todo esto, revístanse del amor,
que es el vínculo de la perfección (Col 3,12-14;  Gal 3,26s;  Apc 19,8). 
J. Castillo A.


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