miércoles, 13 de junio de 2018

Parábolas del Reino

11º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Ez 17,22-24  -  2Cor 5,6-10  -  Mc 4,26-34

   Jesús anuncia con parábolas, la Buena Noticia del Reino de Dios:
vida y amor… gracia y santidad… verdad y libertad… justicia y paz.
   También nosotros seguidores de Jesús, debemos comprometernos,
no con proyectos paliativos (cambiar algo para que nada cambie),
sino anunciando  el Reino de Dios y su justicia, como lo hace Jesús.

El Reino de Dios es como una semilla
   En una ocasión, Jesús enseña a la gente diciendo:
El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra.
En la semilla hay vida latente para desarrollarse por sí sola,
pero necesita la participación del hombre: sembrar, regar, cultivar…
El Reino de Dios es una gracia, un don, un regalo que Dios nos hace,
y también una tarea de nuestra parte.
   El Reino es una gracia de Dios, pues tanto amó Dios al mundo,
que envió a su Hijo único, no para juzgar sino para salvar (Jn 3,16s).
Para ello, como toda semilla, Jesús realiza un camino muy humilde:
Nace pobre en un establo…Vive en Nazaret, un pueblo despreciado…
Recorre pueblos sanando enfermos y acogiendo a los marginados…
Pasa su vida haciendo el bien. Sin embargo, es asesinado muy pronto:
Si así tratan al árbol verde, ¿qué no harán con el seco? (Lc 23,31).
   El Reino de Dios es tarea de la persona que lo acoge libremente.
Por eso, Jesús llama a un grupo de seguidores para que vivan con Él
y, después, los envía a anunciar el Reino de Dios, diciéndoles:
No lleven nada fuera de un bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero
Para anunciar el Reino, lo que importa no son las cosas materiales,
sino el testimonio, que nuestras palabras estén respaldadas por obras.
   Necesitamos reconocer que Dios hace crecer la semilla del Reino,
y los creyentes y personas de buena voluntad servidores, como Jesús:
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo mandado,
digan: somos simples servidores,
solamente hemos cumplido nuestro deber (Lc 17,10).

El Reino de Dios es como el grano de mostaza
   En la región marginada de Galilea, Jesús no permanece indiferente:
al ver el sufrimiento de tantas personas y al oír sus quejas y lamentos.
Sus enseñanzas no son frases teóricas para aprenderlas de memoria,
sino que parten de la vida real de un pueblo oprimido y marginado.
   Cuando Jesús compara el Reino de Dios con el grano de mostaza,
las personas sencillas lo aceptan y aprueban…no así los terratenientes.
En efecto, la mostaza de cualquier especie se multiplica con rapidez,
acabando con las plantas útiles; además, ya convertida en arbusto,
vienen los pajaritos, otra plaga que perjudica la agricultura.
   El Reino que Jesús anuncia es un mensaje que mueve el piso,
a los terratenientes y poderosos de todos las épocas, porque:
Dios humilla al árbol elevado y eleva al árbol humilde (1ª lectura).
Al oír a Jesús, ¿cuál será la reacción del terrateniente ambicioso,
que amontona su cosecha sin compartirla? (Lc 12,16-21).
   También hoy, como dicen nuestros Obispos en Aparecida (2007):
Una industrialización salvaje y descontrolada,
de nuestras ciudades y del campo, va contaminando el ambiente
con toda clase de desechos químicos y orgánicos.
Lo mismo hay que alertar con las industrias extractivas de recursos
que -cuando no proceden a controlar y contrarrestar
sus efectos dañinos sobre el ambiente circundante-,
producen la eliminación de bosques, la contaminación del agua,
y convierten las zonas explotadas en inmensos desiertos (DA, n. 473).
   Cuánta falta nos hace oír a Jesús que nos sigue diciendo:
El que quiera salvar su vida la perderá. En cambio, quien la pierda
por mí y por la Buena Noticia del Reino de Dios, la salvará.
¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si pierde su vida?
¿Qué precio pagará el hombre a cambio de su vida? (Mc 8,35s).
   Por eso, felices los desposeídos, ellos heredarán la tierra (Mt 5,5),
felices los niños, los jóvenes, los adultos y las personas mayores,
que protegen la vida de nuestra madre tierra y la vida del ser humano.
   Al respecto, Mons. Luis Vallejos (1917-1982), dijo lo siguiente:
Hermano campesino, te doy gracias porque no desesperas ni decaes.
Y, especialmente, te agradezco el pan y el vino
fruto de la tierra y de tu trabajo diario.
Ellos son el Cuerpo y la Sangre de tu vida (31 enero 1982). 
J. Castillo A.

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