13ª Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Sab 1,13-15; 2,23s - 2Cor
8,7-15 -
Mc 5,21-43
El Evangelio de hoy nos presenta la
historia de dos mujeres:
*una
adolescente que nace para vivir pero muere antes de tiempo, y
*una
mujer adulta considerada impura por sufrir pérdidas de sangre.
Jesús
misericordioso
y compasivo, las acoge y las libera de:
-la
exclusión social, -la opresión masculina, -la marginación religiosa.
No
así las autoridades del templo que las desprecian y discriminan.
Jovencita,
a ti te digo, levántate
Jairo, jefe de la sinagoga, pertenece al
grupo que rechaza a Jesús.
Sin
embargo, al reconocer que la “sinagoga” no da vida a su hija,
se acerca a Jesús…se postra a sus pies…y
le suplica con insistencia:
mi
hija está agonizando, ven, pon las
manos sobre ella para que viva.
Mientras
caminan a su casa, llegan algunos vecinos y le dicen:
Tu
hija ha muerto,
¿para qué seguir molestando al Maestro?
Pero
Jesús anima a Jairo y le dice: No temas, basta que tengas fe.
En
aquella época, las hijas dependían totalmente del padre.
La
hija de Jairo, con sus doce años de edad,
vive un momento crítico:
*hasta
entonces, era su padre quien decidía “lo que debe de hacer”,
*en
adelante, también su padre decidirá “con quien se casará”, y
*una
vez casada, “dependerá del esposo” quien en cualquier momento
la
puede abandonar, sin que ella diga algo para defender sus derechos.
¿Vale
la pena llevar una vida adormecida, dependiente, sin libertad?
Cuando
llegan a la casa de Jairo, había gritos y llantos… Entonces,
Jesús
dice a la gente: La muchacha no está muerta sino dormida.
Luego,
la coge de la mano y le dice: Jovencita, a ti te digo, levántate.
Dejando
de lado lo que dicen los “expertos”, Jesús toca un cadáver;
pero,
en lugar de quedar contaminado, sucede lo contrario: da vida.
Hoy,
el consumismo desenfrenado y una religión mal entendida,
también
“adormecen y esclavizan” a un sector de nuestra población.
Buena
oportunidad para acoger a las nuevas
generaciones y decirles:
levántense, ofreciéndoles
“alternativas” que den sentido a sus vidas.
Hija,
tu fe te ha sanado, vete en pan
Mientras Jesús va a la casa de Jairo,
acompañado de mucha gente,
se acerca una mujer, enferma y
desconocida, pero con fe profunda.
Ella
sufre, desde hace doce años, problemas de una hemorragia.
Por
este motivo vive marginada por ser: pobre, mujer, y ahora impura;
además,
hace impuro lo que toca: objetos, seres humanos…(Lev 15).
Y
algo más, para recuperar su salud,
ha gastado todo lo que tiene
en
manos de distintos médicos, pero en vez de mejorar se puso peor.
¿Hasta
cuándo el derecho a tener salud seguirá siendo un comercio?
¿A
dónde acudir para recuperar nuestra salud y vivir con dignidad?
¿Por
qué nos sentirnos culpables, si somos
víctimas de un sistema?
Aquella
mujer no pierde la esperanza, ella ha
oído hablar de Jesús,
el
Profeta de Nazaret, que acoge a
todos con amor, dándoles vida.
Para
encontrarse con Él, esta buena mujer busca su
propio camino;
actuará
en silencio, pues le da vergüenza hablar de su enfermedad,
pero
con una fe profunda: con solo tocar su vestido, quedaré sana.
Una
vez que ella recupera la salud, Jesús pregunta a la gente:
¿Quién
me ha tocado el vestido? Pregunta ingenua, aparentemente,
pero
Jesús ofrece a la mujer una oportunidad para salir del anonimato.
Ella
asustada, se acerca…se postra a sus
pies…confiesa la verdad…
Fue
entonces cuando Jesús le dice: Tu fe te ha sanado, vete en paz…
La
acción liberadora de Jesús es total, libera a aquella mujer:
de su enfermedad y también de la marginación social y religiosa.
Marcos no dice nada sobre lo que pasó
después con aquella mujer.
Sin
embargo, subrayemos la novedad radical del Maestro Jesús
que
admite entre sus seguidores a un
grupo de mujeres:
Junto a la cruz estaban unas mujeres, mirando desde lejos:
María Magdalena, María, la madre de
Santiago y de José, y Salomé.
Ellas habían seguido y servido a Jesús cuando estaba en Galilea.
Con ellas había otras, que subieron con Él a Jerusalén (Mc 15,40s).
Recordemos también a las mujeres colaboradoras de san Pablo,
en
la formación de comunidades domésticas
y en la predicación:
*Les recomiendo a nuestra hermana Febe,
diaconisa de la Iglesia de Cencreas (Corinto) para que la reciban…
Ella ha protegido a muchos empezando por
mí.
*Saluden a
Prisca y a su esposo Áquila, mis colaboradores,
saluden también a la comunidad que se reúne en su casa.
*Saluden a
Andrónico y Junia, apóstoles notables (Rom 16,1ss).
J. Castillo A.
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