viernes, 6 de julio de 2018

A Jesús le desprecian en su tierra

14º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Ez 2,2-5  -  2Cor 12,7-10  -  Mc 6,1-6

   Cuando Jesús vuelve a Nazaret, su tierra natal,
sus paisanos y familiares, que le han visto crecer en medio de ellos,
no pueden creer que Dios se manifiesta en lo humilde y en lo débil.
   Actualmente, ¿valoramos la sabiduría de la gente sencilla?
¿Somos capaces de aceptar la fuerza evangelizadora de los pobres

¿No es éste el carpintero?
   No olvidemos que en una sociedad enferma se considera enfermo,
precisamente, a la persona sana. Y esto es lo que sucede con Jesús.
   Cuando Él vuelve a Nazaret, acompañado de sus discípulos,
un sábado va a la sinagoga y se pone a enseñar a la gente.
Sus paisanos que le escuchan, se escandalizan y preguntan:
¿De dónde saca esa sabiduría y ese poder de sanar? Y, le desprecian
sin decir su nombre: ¿No es éste el carpintero, el hijo de María?
A Jesús le desprecian también porque come con pecadores (Mc 2,16)
y, además, porque Él da más importancia a la vida del ser humano,
y no a la observancia rutinaria del descanso sabático (Mc 3,1-6).
   En nuestra sociedad injusta y racista,  hace falta valorar:
la milenaria sabiduría del Hombre Andino y Amazónico,
que busca salvar la vida de sus semejantes y de la madre tierra.
Sin embargo, los que tienen el poder económico, político y militar,
responden criminalizando toda protesta y persiguiendo a los líderes.
   Hace falta hacer realidad lo que dijeron nuestros obispos en Puebla:
El compromiso con los pobres y los oprimidos
y el surgimiento de las Comunidades de Base,
han ayudado a la Iglesia a descubrir
el potencial evangelizador de los pobres,
en cuanto ellos la interpelan constantemente,
llamándola a la conversión; y porque muchos de ellos
realizan en su vida los valores evangélicos de: solidaridad, servicio,
sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios (n.1147). 

Un profeta es despreciado en su tierra
   Jesús para darnos vida plena: toma la condición de servidor
se hace semejante a los seres humanos… se humilla
haciéndose obediente hasta la muerte en una cruz (Fil 2,6ss).
   Desde esta opción, Jesús tiene autoridad moral para denunciar:
la hipocresía de los escribas que: andan con amplios ropajes,
les encanta ser saludados, buscan los primeros asientos y puestos,
hacen oraciones para devorar los bienes de las viudas (Mc 12,38ss).       
   Por todo esto, los vecinos de Nazaret rechazan a Jesús, porque
conocen ciertos aspectos de su vida, pero no lo que realmente es.
Además, Él no “adoctrina” como hacen los escribas y fariseos,
sino que enseña con autoridad… y sana a los enfermos (Mc 1,21ss).
   Jesús que vino a liberar a los oprimidos, es rechazado por su pueblo
que sigue oprimido por funcionarios de la religión y los terratenientes.
   Al decir que un profeta es despreciado en su tierra y en su casa,
Jesús afirma públicamente que es Profeta y, al mismo tiempo,
se coloca en la larga lista de los profetas despreciados por el pueblo,
pues la misión del profeta, generalmente, trae consigo persecuciones:
   En la primera lectura de hoy, Dios le dice al profeta Ezequiel:
Hijo de hombre, yo te envío a Israel, pueblo rebelde… Esto les dirás,
te escuchen o no, sabrán que hay un profeta en medio de ellos.
   Así sucede con el profeta Amós, a quien el sacerdote Amasías dice:
¡Vete de aquí!, si quieres ganarte la vida profetizando hazlo en Judá.
No profetices aquí en Betel, donde está el templo real (Am 7,12s).
   Jesús deja Nazaret y sigue enseñando a sus discípulos:
El que a ustedes escucha a mí me escucha,
el que a ustedes desprecia a mí me desprecia;
y quien me desprecia, desprecia al Padre que me envió (Lc 10,16).
   Pablo también da testimonio de los momentos dolorosos que sufrió:
El tiempo que pasó en la cárcel. Los azotes y pedradas que recibió.
Las veces que estuvo al borde de la muerte. Los peligros al viajar,
con hambre y sed, con frío y sin abrigo… (2Cor 11,22ss).
Y, desde esta experiencia, escribe: No apaguen el fuego del Espíritu.
No desprecien el don de profecía (1Tes 5,19s).
   No tengamos miedo a dar la vida, porque como dice Tertuliano
(155-220): La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos.
   Felices ustedes cuando los hombres les odien, expulsen, insulten,
y desprecien su nombre a causa del Hijo del Hombre (Lc 6,22).
J. Castillo A.

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