14º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Ez 2,2-5
- 2Cor 12,7-10 - Mc
6,1-6
Cuando Jesús vuelve a Nazaret, su tierra
natal,
sus
paisanos y familiares, que le han visto crecer en medio de ellos,
no
pueden creer que Dios se manifiesta en
lo humilde y en lo débil.
Actualmente, ¿valoramos la sabiduría de la gente sencilla?
¿Somos
capaces de aceptar la fuerza
evangelizadora de los pobres?
¿No
es éste el carpintero?
No olvidemos que en una sociedad enferma
se considera enfermo,
precisamente,
a la persona sana. Y esto es lo que sucede con Jesús.
Cuando
Él vuelve a Nazaret, acompañado de sus discípulos,
un
sábado va a la sinagoga y se pone a
enseñar a la gente.
Sus
paisanos que le escuchan, se escandalizan
y preguntan:
¿De dónde saca esa sabiduría y ese poder de sanar? Y, le
desprecian
sin
decir su nombre: ¿No es éste el carpintero,
el hijo de María?
A
Jesús le desprecian también porque come con pecadores (Mc 2,16)
y,
además, porque Él da más importancia a la vida del ser humano,
y
no a la observancia rutinaria del descanso sabático (Mc 3,1-6).
En nuestra sociedad injusta y
racista, hace falta valorar:
la milenaria sabiduría del Hombre Andino y Amazónico,
que
busca salvar la vida de sus
semejantes y de la madre tierra.
Sin
embargo, los que tienen el poder económico, político y militar,
responden
criminalizando toda protesta y persiguiendo a los líderes.
Hace
falta hacer realidad lo que dijeron nuestros obispos en Puebla:
El compromiso con los pobres y los
oprimidos
y el surgimiento de las Comunidades de
Base,
han ayudado a la Iglesia a descubrir
el
potencial evangelizador de los pobres,
en cuanto ellos la interpelan constantemente,
llamándola
a la conversión; y porque
muchos de ellos
realizan en su vida los valores evangélicos de: solidaridad, servicio,
sencillez y disponibilidad para acoger
el don de Dios
(n.1147).
Un
profeta es despreciado en su tierra
Jesús para darnos vida plena: toma la condición de servidor…
se
hace semejante a los seres
humanos… se humilla…
haciéndose
obediente hasta la muerte
en una cruz
(Fil 2,6ss).
Desde
esta opción, Jesús tiene autoridad moral para denunciar:
la
hipocresía de los escribas que: andan con
amplios ropajes,
les encanta ser saludados, buscan los
primeros asientos y puestos,
hacen oraciones para devorar los bienes
de las viudas
(Mc 12,38ss).
Por
todo esto, los vecinos de Nazaret rechazan a Jesús, porque
conocen ciertos aspectos de su vida,
pero no lo que realmente es.
Además,
Él no “adoctrina” como hacen los escribas y fariseos,
sino
que enseña
con autoridad… y sana a los enfermos (Mc 1,21ss).
Jesús
que vino a liberar a los oprimidos, es rechazado por su pueblo
que
sigue oprimido por funcionarios de la religión y los terratenientes.
Al decir que un
profeta es despreciado en su
tierra y en su casa,
Jesús
afirma públicamente que es Profeta y,
al mismo tiempo,
se
coloca en la larga lista de los profetas
despreciados por el pueblo,
pues
la misión del profeta, generalmente, trae consigo persecuciones:
En
la primera lectura de hoy, Dios le dice al profeta Ezequiel:
Hijo de hombre, yo te envío a Israel,
pueblo rebelde… Esto les dirás,
te escuchen o no, sabrán que hay un profeta en medio de ellos.
Así
sucede con el profeta Amós, a quien
el sacerdote Amasías dice:
¡Vete de aquí!, si quieres ganarte la
vida profetizando hazlo en Judá.
No
profetices aquí en Betel,
donde está el templo real (Am 7,12s).
Jesús
deja Nazaret y sigue enseñando a sus discípulos:
El que a ustedes escucha a mí me escucha,
el que a ustedes desprecia a mí me desprecia;
y quien me desprecia, desprecia al Padre que me envió (Lc 10,16).
Pablo
también da testimonio de los momentos dolorosos que sufrió:
El tiempo que pasó en la cárcel. Los azotes y pedradas que recibió.
Las veces que estuvo al borde de la
muerte. Los peligros al viajar,
con hambre y sed, con frío y sin abrigo… (2Cor
11,22ss).
Y,
desde esta experiencia, escribe: No
apaguen el fuego del Espíritu.
No desprecien el don de profecía (1Tes 5,19s).
No
tengamos miedo a dar la vida, porque
como dice Tertuliano
(155-220):
La
sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos.
Felices
ustedes cuando los hombres les odien, expulsen, insulten,
y desprecien su nombre a causa del Hijo
del Hombre
(Lc 6,22).
J. Castillo A.
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