17ª Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
2Re 4,42-44 - Ef
4,1-6 -
Jn 6,1-15
DAR DESDE NUESTRA POBREZA
Jesús y sus discípulos pasan
a la otra orilla del lago de Galilea.
Al
ver a más de cinco mil personas, Jesús no permanece indiferente,
piensa
en el
hambre
que tienen y, gracias a la generosidad de un joven,
bendice
y reparte los cinco panes de cebada
y los dos pescados.
Hoy,
¿qué hemos hecho de la Buena Noticia que Jesús anunció?
¿Dónde
compraremos pan para darles de comer?
A esta pregunta de Jesús, Felipe responde con cierto pesimismo:
el
salario de doscientos días no basta para
darles un pedazo de pan.
Tenemos
recursos suficientes para solucionar este problema,
sin
embargo, hay culpables que solo buscan amontonar dinero,
a
costa del hambre de millones de
niños, jóvenes y adultos.
Al
respecto, meditemos en el siguiente texto del Eclesiástico:
Robar algo a los pobres y ofrecérselo a
Dios
es como matar un hijo delante de su
padre.
La
vida del pobre depende del poco pan que tiene,
quien se lo quita, es un asesino.
Quitarle el sustento al prójimo es como matarlo,
no dar al obrero el salario justo es quitarle la vida (34,20ss).
El Papa Francisco, en Santa Cruz, Bolivia
(9 julio 2015), pregunta:
¿Qué
puedo hacer yo, artesano, vendedor ambulante,
transportista,
trabajador excluido si ni siquiera tengo
derechos laborales?
¿Qué
puedo hacer yo, campesina, indígena, pescador que apenas
puedo resistir el avasallamiento de las
grandes corporaciones?
¿Qué
puedo hacer yo, desde mi villa, mi chabola, mi población,
mi rancherío cuando soy diariamente
discriminado y marginado?...
El
Papa responde: Pueden hacer mucho.
Ustedes, los más humildes,
los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho.
Ciertamente,
los pobres, los insignificantes, los despreciados…
pueden
hacer mucho, como aquel joven del
Evangelio de hoy,
que
desde su pobreza comparte todo lo
que tiene.
Aquí
hay un joven que tiene cinco panes y dos pescados
Aquel joven (no sabemos su nombre) da
todo lo que tiene:
cinco
panes de cebada
-el pan de los pobres- y dos pescados.
Lo
mismo hace la pobre viuda, en el templo de Jerusalén,
desde su pobreza, da todo lo que tiene para vivir (Mc 12,41ss).
Cuando el joven rico se va triste, Jesús
dice a sus discípulos:
Es más fácil para un camello pasar por
el ojo de una aguja,
que para un rico entrar en el Reino de
Dios.
Y
ante el asombro de sus discípulos, Jesús añade:
Para
los hombres es imposible, pero no para Dios (Mc 10,23-27).
La
conversión de Zaqueo es un claro ejemplo (Lc 19,1-10).
Por eso, para Jesús el centro de su mensaje
es compartir el pan,
con
sus hermanos y hermanas que tienen hambre… (Mt 25,31ss).
Jesús
toma los panes, da gracias y los reparte
Hablar de pan es hablar de
salud, educación, vivienda, trabajo…
Para
crear una sociedad fraterna, hace falta compartir,
dar, recibir:
nadie es tan pobre que no puede dar, ni tan rico que no puede recibir.
Las
primeras comunidades cristianas se caracterizan precisamente:
Por tener una sola alma y un solo
corazón…
No
había entre ellos ningún necesitado,
porque lo que poseían
campos o casas los vendían, y entregaban
el dinero a los apóstoles
quienes repartían a cada uno según su
necesidad
(Hch 4,32-35).
En
el siglo II, S. Justino dice que durante la celebración de la Misa:
Cada uno, según su voluntad, da lo que
puede, para socorrer:
-a los huérfanos y a las viudas, -a los
que por enfermedad
o por cualquier otra causa están
necesitados, -a los encarcelados,
-a los forasteros de paso, -a cuantos
padecen necesidad.
Los
santos Padres insisten: Alimenta al que muere de hambre,
porque si no lo alimentas lo asesinas (Vaticano II, GS, n.69).
El
Papa Francisco nos pide salir, partir,
pasar a la otra orilla:
*Prefiero una Iglesia herida y manchada por salir a la calle,
antes que una Iglesia enferma por el
encierro y la comodidad…
mientras fuera hay una multitud hambrienta
y Jesús nos repite sin cansarse: Denles ustedes de comer (EG, n.49).
*Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez
y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido,
hacia las periferias y las fronteras (GE, 2018, n.135).
J. Castillo A.
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