Santísima
Trinidad (ciclo A)
Ex 34,4-9 - 2Cor
13,11-13 - Jn 3,16-18
Sobre la
Santísima Trinidad no basta repetir de memoria ciertos términos
filosóficos como naturaleza, persona,
relación, (CCE,251s). Lo
que importa: -es amar porque Dios Padre nos ha amado primero;
-es
dar vida, como el Hijo de Dios que entrega su vida por
nosotros;
-es
volver a nacer del agua y del Espíritu Santo (Jn 3,1-21).
Solo
así haremos realidad una vida digna para todos, sin marginar
ni
abandonar a nadie, pues todos los seguidores de Jesús debemos
amar
a Dios nuestro Padre y amarnos los unos a los otros.
El Padre nos ama
A Nicodemo,
fariseo importante entre los judíos, Jesús le dice:
Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único.
Nosotros
creemos en Dios, Padre misericordioso, que nos ha creado
a
su imagen y semejanza (Gen 1,26s). En
su corazón de Padre bueno
y
compasivo, ocupa un lugar privilegiado: los
pobres, los forasteros,
las viudas, los
huérfanos (Ex 22,20ss;
Deut 24,17; Is 1,17).
Cuando
nace Juan el Bautista, su padre Zacarías bendice a Dios
con
estas palabras: Por las entrañas de
misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el
‘Sol’ que nace de lo alto, para iluminar a los que viven
en tinieblas y
en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos
por el camino de
la paz
(Lc 1,78s).
Jesús,
al darnos a conocer el rostro misericordioso del Padre, dice:
Amen a sus
enemigos, oren por sus perseguidores. Así serán hijos
del Padre del
cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos,
y hace llover
sobre justos y pecadores (Mt 5,43ss).
Ese
mismo rostro se halla en la parábola del padre misericordioso,
quien
al ver que su hijo menor vuelve, se le
remueven las entrañas,
corre a su
encuentro, le abraza y le cubre de besos (Lc 15).
Este
Padre ama y bendice a todos, a nadie olvida ni excluye:
Dios es Padre,
más aún, es Madre. No quiere nuestro mal,
solo quiere
hacernos el bien a todos (Juan Pablo I, 1978).
Jesús, el Hijo de
Dios, vino a salvar
Siguiendo la
conversación con Nicodemo, Jesús le dice:
Dios
envió a su Hijo al mundo no para condenar, sino para salvar.
Así
es Dios, ama al mundo y ha enviado a su Hijo, no para condenar,
sino
para salvar; no para dominar, sino para servir y dar vida plena.
Al
respecto el profeta Isaías enumera las obras que a Dios le agrada:
Romper las cadenas injustas. Deshacer los
candados opresores.
Dejar libres a
los oprimidos. Acabar con toda tiranía.
Partir tu pan
con el hambriento. Hospedar al pobre sin casa.
Vestir al
desnudo. Socorrer a tu hermano necesitado.
Entonces tu luz brillará como el
amanecer. Tus heridas sanarán.
Tu justicia te
abrirá camino. La gloria de Dios te acompañará.
Si clamas a
Dios, te oirá. Si le pides ayuda, te dirá: -aquí estoy.
Cuando quitas de ti la opresión y no
insultas ni calumnias a otros,
si das tu pan al
hambriento y sacias al necesitado; entonces tu luz
brillará en las
tinieblas (Is 58,6-10;
Mt 5,1-12; Mt 25,31-46).
Para
saber algo sobre el amor de Dios, tenemos un camino:
la persona de
Jesús y su Evangelio. No es fácil defender la vida
de
los que sufren, pero vale la pena seguir el ejemplo de Jesús:
El amor más
grande que se puede tener es dar la vida por sus amigos.
Volver a nacer
del agua y del Espíritu
En aquel diálogo,
Jesús le dice a Nicodemo: Nadie puede
entrar
en el Reino de
Dios, si no vuelve a nacer del agua y
del Espíritu…
El viento sopla
donde quiere, oyes su ruido, pero no sabes de dónde
viene ni a dónde
va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu.
Volver
a nacer significa: conversión, cambiar nuestra manera de vivir.
El Espíritu de la verdad es vida y da vida:
al universo entero…
a
nuestra Madre tierra… y a cada uno de los seres humanos…
Sin
embargo, hoy en día, millones de hermanos nuestros en África
y
América Latina viven en la pobreza y miseria, porque han sido
y
siguen siendo despojados de sus riquezas naturales y culturales.
En
esta fiesta de la Santísima Trinidad, los cristianos debemos
defender
la vida de todos pues somos imágenes de Dios, en particular,
de
los que sufren injustamente: ¿No saben
ustedes que son templos
de Dios, y que
el Espíritu de Dios vive en ustedes? Si alguien
destruye el
templo de Dios, Dios le destruirá, porque el templo de
Dios es santo, y ese templo son ustedes (1Cor 3,16s).J. Castillo A.
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