Domingo de
Pentecostés (ciclo A)
Hch 2,1-11 - 1Cor
12,3-7.12-13 - Jn 20,19-23
los
cristianos debemos defender la dignidad humana de todos,
preferentemente,
de aquellos hermanos nuestros pobres y excluidos.
Solo
con el Espíritu del amor podemos construir
un mundo nuevo,más
humano y fraterno; donde todos animados por el Espíritu Santo,vivamos
como hijos de Dios Padre y como
hermanos en Jesucristo.
Les
oímos hablar las grandezas de Dios en nuestras lenguas
Antes, el misionero partía a tierras muy
lejanas para evangelizar,
llevando
consigo: el hábito de su congregación, sus devociones,
su
cultura y la estructura mental propia de los años de su formación.
Con
frecuencia, el nativo tenía que
convertirse, primero al idioma,
a
la cultura y a la civilización de la ‘iglesia dominante’
y,
luego, con ese vestido prestado, ir al encuentro de Jesús.
Está
claro que Jesús de Nazaret no ha encontrado a la persona nativa,
sino
a un ser alienado, lejos de sí y con un ropaje cultural prestado.
Tampoco
podemos decir que ya tenemos una liturgia
inculturada,
por
el simple hecho de haber introducido música y bailes típicos.
Lo
que importa es celebrar nuestra fe en categorías culturales propias,
y
esto no es una concesión de Roma, sino un derecho de toda cultura.
En
efecto,
una fe
se vuelve cultura cuando ha sido
totalmente acogida,
seriamente
reflexionada y plenamente vivida (Juan Pablo II, 1982).
No
olvidar que los mejores agentes de la inculturación del Evangelio
son
las mismas personas que pertenecen a las distintas culturas.
Así
como los discípulos de Jesús -bajo la inspiración del Espíritu-
encuentran
el lenguaje adecuado para anunciar el Reino de Dios:
en
Jerusalén, Judea, Samaría, y hasta los confines de la tierra…
también
nosotros, conducidos por el mismo Espíritu, acerquémonos
a
las diversas culturas de hoy -descalzos y en silencio, respetando
y
escuchando- de manera que nuestros interlocutores puedan
decir:
Oímos hablar las
maravillas de Dios en nuestras propias culturas.
Reciban
el Espíritu Santo
La tarde del
domingo en que Jesús resucitó de entre los muertos,
sus
discípulos siguen con miedo y están encerrados en una casa.
Sin
embargo, Jesús se hace presente en medio de ellos,
les
muestra sus heridas como signo de su presencia real, y dice:
La paz sea con
ustedes.
Al ver a Jesús, ellos se llenan de alegría.
La
paz es señal de la presencia de Dios: Él es Dios
de Paz (Jue 6,24).
En
adelante, la paz de Jesús será el distintivo de sus seguidores:
Al entrar en una
casa digan primero: Paz para esta casa (Lc 10,5).
Paz
significa también vida y vida plena para todos (Jn 10,10),
porque
el Reino de Dios no es cuestión de comida
o de bebida,
es ante todo
justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo (Rom 14,17).
Luego Jesús sopla sobre ellos diciendo: Reciban el Espíritu Santo.
Este
gesto nos recuerda lo que hizo Dios al crear al ser humano:
Sopló en su
nariz aliento de vida y se convirtió en un ser viviente.
El
nacimiento de la Iglesia viene a ser una nueva
creación.
Por
eso, sin el Espíritu Santo la Iglesia no tiene vida,
es
incapaz de introducir en el mundo: esperanza, consuelo y amor.
Podrá
difundir -con seguridad y firmeza- hermosos mensajes,
pero
sin comunicar la vida de Dios ni afianzar la fe de los creyentes.
En
este contexto, escuchemos al papa Pablo VI: El
Espíritu Santo
es quien, hoy
igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada
evangelizador
que se deja conducir por Él; y pone en sus labios
las palabras que
por sí solo no podría hallar, predisponiendo también
el alma del que
escucha para hacerla abierta y acogedora
de la Buena
Nueva y del Reino anunciado (EN, 1975, n.75).
A continuación,
Jesús les habla sobre la reconciliación fraterna:
A
quienes ustedes perdonen los pecados, les serán perdonados.
Cuando
hay hermanos nuestros que tienen quejas contra nosotros,
¿tiene
sentido ‘oír Misa entera’, sin antes
reconciliarnos? (Mt 5,23s).
¿Se
justifica ‘ir a Misa’ con motivo de
una fiesta patronal y, después,
mientras unos
pasan hambre, otros están borrachos? (1Cor 11,21).
El
abismo que hay entre ricos y pobres, no se soluciona con limosnas
ni
con programas paliativos; se debe ir a las causas de las injusticias.
Por
eso, sigamos implorando: Ven, Padre
amoroso del pobre. Riega
lo que es árido.
Sana lo que está enfermo. Calienta lo que es frío.
Lava lo que está manchado. Endereza lo que está
desviado.J. Castillo A.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog