miércoles, 4 de junio de 2014

Padre amoroso del pobre

Domingo de Pentecostés (ciclo A)
Hch 2,1-11  -  1Cor 12,3-7.12-13  -  Jn 20,19-23

   
Conducidos por el Espíritu Santo, Padre amoroso del pobre,
los cristianos debemos defender la dignidad humana de todos,
preferentemente, de aquellos hermanos nuestros pobres y excluidos.
Solo con el Espíritu del amor podemos construir un mundo nuevo,más humano y fraterno; donde todos animados por el Espíritu Santo,vivamos como hijos de Dios Padre y como hermanos en Jesucristo.

Les oímos hablar las grandezas de Dios en nuestras lenguas
   Antes, el misionero partía a tierras muy lejanas para evangelizar,
llevando consigo: el hábito de su congregación, sus devociones,
su cultura y la estructura mental propia de los años de su formación.
Con frecuencia, el nativo tenía que convertirse, primero al idioma,
a la cultura y a la civilización de la ‘iglesia dominante’
y, luego, con ese vestido prestado, ir al encuentro de Jesús.
Está claro que Jesús de Nazaret no ha encontrado a la persona nativa,
sino a un ser alienado, lejos de sí y con un ropaje cultural prestado.
   Tampoco podemos decir que ya tenemos una liturgia inculturada,
por el simple hecho de haber introducido música y bailes típicos.
Lo que importa es celebrar nuestra fe en categorías culturales propias,
y esto no es una concesión de Roma, sino un derecho de toda cultura.
En efecto, una fe se vuelve cultura cuando ha sido totalmente acogida,
seriamente reflexionada y plenamente vivida (Juan Pablo II, 1982).
No olvidar que los mejores agentes de la inculturación del Evangelio
son las mismas personas que pertenecen a las distintas culturas.
   Así como los discípulos de Jesús -bajo la inspiración del Espíritu-
encuentran el lenguaje adecuado para anunciar el Reino de Dios:
en Jerusalén, Judea, Samaría, y hasta los confines de la tierra…
también nosotros, conducidos por el mismo Espíritu, acerquémonos
a las diversas culturas de hoy -descalzos y en silencio, respetando
y escuchando- de manera que nuestros interlocutores puedan decir:
Oímos hablar las maravillas de Dios en nuestras propias culturas
 
Reciban el Espíritu Santo
   La tarde del domingo en que Jesús resucitó de entre los muertos,
sus discípulos siguen con miedo y están encerrados en una casa.
Sin embargo, Jesús se hace presente en medio de ellos,
les muestra sus heridas como signo de su presencia real, y dice:
La paz sea con ustedes. Al ver a Jesús, ellos se llenan de alegría.
La paz es señal de la presencia de Dios: Él es Dios de Paz (Jue 6,24).
En adelante, la paz de Jesús será el distintivo de sus seguidores:
Al entrar en una casa digan primero: Paz para esta casa (Lc 10,5).
Paz significa también vida y vida plena para todos (Jn 10,10),
porque el Reino de Dios no es cuestión de comida o de bebida,
es ante todo justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo (Rom 14,17).
   Luego Jesús sopla sobre ellos diciendo: Reciban el Espíritu Santo.
Este gesto nos recuerda lo que hizo Dios al crear al ser humano:
Sopló en su nariz aliento de vida y se convirtió en un ser viviente.
El nacimiento de la Iglesia viene a ser una nueva creación.
Por eso, sin el Espíritu Santo la Iglesia no tiene vida,
es incapaz de introducir en el mundo: esperanza, consuelo y amor.
Podrá difundir -con seguridad y firmeza- hermosos mensajes,
pero sin comunicar la vida de Dios ni afianzar la fe de los creyentes.
En este contexto, escuchemos al papa Pablo VI: El Espíritu Santo
es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada
evangelizador que se deja conducir por Él; y pone en sus labios
las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también
el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora
de la Buena Nueva y del Reino anunciado (EN, 1975, n.75).
   A continuación, Jesús les habla sobre la reconciliación fraterna:
A quienes ustedes perdonen los pecados, les serán perdonados.
Cuando hay hermanos nuestros que tienen quejas contra nosotros,
¿tiene sentido ‘oír Misa entera’, sin antes reconciliarnos? (Mt 5,23s).
¿Se justifica ‘ir a Misa’ con motivo de una fiesta patronal y, después,
mientras unos pasan hambre, otros están borrachos? (1Cor 11,21).
El abismo que hay entre ricos y pobres, no se soluciona con limosnas
ni con programas paliativos; se debe ir a las causas de las injusticias.
Por eso, sigamos implorando: Ven, Padre amoroso del pobre. Riega
lo que es árido. Sana lo que está enfermo. Calienta lo que es frío.
Lava lo que está manchado. Endereza lo que está desviado.
J. Castillo A.

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