Cuerpo y Sangre
de Cristo (ciclo A)
Dt 8,2-3.
14-16 -
1Cor 10,16-17 - Jn 6,51-59
Para muchos de
nosotros es fácil oír misa entera por costumbre, escuchar
las diversas lecturas sin ponerlas en práctica, ofrecer el pan y
el vino siguiendo los ritos establecidos, darnos la paz y continuar encerrados
en nuestro egoísmo, comulgar sin convertirnos…
Muy
diferente, compartir el pan y el vino entregando nuestra vida, como
dice Jesús: El pan que doy es mi carne
para la vida del mundo.
Los frutos de la
tierra
Ante la propuesta
del presidente de EE.UU. de comprar sus tierras,
Seattle
-jefe de los Suwamish- le responde, diciendo entre otras cosas:
-Nosotros somos parte de la tierra y ella es
parte de nosotros.
-Los ríos son
nuestros hermanos, ellos sacian nuestra sed.
-Sabemos que el
hombre blanco no comprende nuestro modo de vivir.
-Para el hombre
blanco, la tierra no es su hermana sino su enemiga,
y después de conquistarla la abandona, y sigue
su camino.
-Él trata a su
madre, la tierra, y a su hermano, el cielo,
como objetos que se pueden comprar, saquear y
vender.
Su voracidad arruinará la tierra dejando tras
de sí un desierto.
-El aire es
precioso porque todas las criaturas respiran en común.
Esta
carta, de 1855, no pudo detener la invasión y el genocidio.
Hoy en día, la
explotación irracional destruye la biodiversidad,
y
pone en peligro la vida de millones de campesinos e indígenas,
que
son expulsados de sus tierras para vivir hacinados en la ciudad.
Lo
mismo sucede con la industrialización salvaje y descontrolada,
que
elimina los bosques, contamina el agua y convierte las zonas
explotadas
en inmensos desiertos (Doc. de Aparecida, 2007, n.473s).
Además,
el cambio climático es una amenaza para la paz mundial.
Sin
embargo al principio no fue así, porque el Padre misericordioso
nos
entregó la tierra para cuidarla y cultivarla (Gen 2,15).
Por eso,
la
Eucaristía nos compromete a trabajar para que el pan y el vino
que
ofrecemos, sean fruto de una tierra
fértil, pura e incontaminada.
Los frutos del
trabajo
Bartolomé de las
Casas (1484-1566) llegó a tierras americanas
en
1502, como un colono más. En 1507 fue ordenado sacerdote, para
entonces
ya era un rico encomendero de
tierras e indios, en la actual
República
Dominicana y Cuba. Como él mismo lo dice: Estuve
bien
ocupado y
cuidando mis granjerías, enviando a los indios a sacar oro
y hacer
sementeras, aprovechándome de ellos cuánto más podía.
En
abril de 1514, le piden celebrar la
Eucaristía en la Doctrina del
Espíritu
Santo (Cuba), y predicar sobre el Eclesiástico 34,18-22:
Robar algo a los
pobres y ofrecérselo a Dios es como matar un hijo
delante de su
padre. La vida del pobre depende del poco pan que
tiene, quien se
lo quita es un asesino. Quitarle el sustento al prójimo
es como matarlo,
no darle al obrero su salario es quitarle la vida.
Viendo
la miseria, servidumbre y esclavitud que padecen los indios,
descubre
que todo eso es ceguera, injusticia,
tiranía… y que nadie
podrá
salvarse si maltratan a los indios que también son hijos de Dios.
Ahora
bien, cuando Bartolomé comprende que el pobre es el indio,
cuando
constata que como encomendero explota a los indígenas,
cuando
descubre que va a ofrecer el pan que ha robado a los pobres…
su
conciencia le acusa que no puede celebrar la Eucaristía, si antes
no
dejaba en libertad a los indios
esclavizados en sus encomiendas.
Y
así lo hizo el 15 de agosto de 1514, día de su verdadera conversión.
Solo
después pudo celebrar la Eucaristía, ofrecer el pan de la justicia,
el
pan que es fruto de la tierra y del trabajo del hombre y de la mujer.
Ciertamente
la gloria de Dios consiste en que todos tengan vida plena.
Años
más tarde, en 1522, Bartolomé de las Casas ingresa a la Orden
de
los Predicadores y, durante 52 años, será Defensor
de los indios.
Si comemos la
carne del Hijo del hombre, pero no compartimos
nuestro
pan con los hermanos que tienen hambre, ¿de qué sirve?
¿Podemos
los cristianos beber la sangre del Hijo del hombre,
y
permanecer indiferentes ante tanta sangre derramada injustamente?
¿Por
qué decimos que creemos en la vida eterna, y no nos importa
los
pobres Lázaros que sobreviven cubiertos de llagas y con hambre?
Por
eso, si al llevar tu ofrenda al altar, te
acuerdas de que tu hermano
tiene alguna
queja contra ti, deja ahí la ofrenda delante del altar,
y anda primero a
ponerte en paz con tu hermano
(reconciliarte).
Solo así podrás volver al altar y presentar tu ofrenda (Mt 5,23s).J. Castillo A.
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