miércoles, 25 de junio de 2014

Nosotros, a quién seguimos

Santos Pedro y Pablo, apóstoles
Hch 12,1-11  -  2Tim 4,6-8.17-18  -  Mt 16,13-19

   
Jesús al enviar a los Doce para anunciar el Reino de Dios, les dice: no lleven oro ni plata. Busca seguidores que sean ligeros de equipaje. Lamentablemente, con el paso del tiempo, nos hemos contaminado con el polvo del poder, los títulos, las riquezas, la corrupción (Mt 10). Cuánta falta nos hace practicar las enseñanzas de Jesús, para decirle: Señor, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido (Mc 10,28ss).

He luchado el buen combate
   Después de su conversión (Hch 9), Pablo se entrega totalmente
a la causa de Jesús: Anunciar la Buena Noticia no es para mí motivo
de orgullo, sino una obligación a la que no puedo renunciar. ¡Ay de
mí si no anuncio la Buena Noticia! (1Cor 9,16). Para esta misión,
el trabajo manual ocupa un lugar central en su vida: Recuerden,
hermanos, nuestros trabajos y fatigas: Mientras les anunciábamos
el Evangelio de Dios, trabajábamos de día y de noche (1Tes 2,5-9).
   Al ser agredido por la comunidad de Corintio, Pablo les dice:
En todo momento demostramos ser verdaderos servidores de Dios.
Con mucha paciencia soportamos persecuciones, necesidades, azotes,
cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer.
Nosotros obramos con integridad, inteligencia, paciencia y bondad;
con docilidad al Espíritu Santo, con amor sincero. En nosotros está
la verdad y la fuerza de Dios. Usamos las armas de la justicia para
atacar y para defendernos. A veces nos honran y nos insultan.
Recibimos críticas y alabanzas. Pasamos como mentirosos, aunque
decimos la verdad… Oh corintios, dentro de mí están todos ustedes,
aunque en sus corazones no hay lugar para nosotros (2Cor 6 y 11).
   La segunda lectura de hoy es un breve resumen de la vida de Pablo:
Llega la hora de mi sacrificio y se acerca el momento de mi muerte.
He luchado el buen combate. He terminado mi carrera. He mantenido
la fe. Solo me espera la corona de la justicia, que el Señor justo juez
me entregará aquel día, a mí y a los que desean su venida gloriosa.

¡Feliz tú, Simón, hijo de Jonás!
   Entre luces y sombras, Simón Pedro fue fiel en seguir a Jesús.
Cuando el Maestro llama a sus primeros discípulos, busca personas
que trabajan y que conocen bien su oficio. Pedro, por ejemplo,
no es profesional en materia religiosa, él es un experto en la pesca.
Por eso, cuando Jesús le dice sígueme, inmediatamente deja las redes
y sigue a Jesús. Más tarde, al anunciar el Reino de Dios y su justicia,
comprenderá lo que significa ser pescador de personas (Mt 4,18-22).
   Después de confesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo,
Jesús le dice: Feliz tú, Simón, hijo de Jonás. En efecto, afirmar
que Jesús es el Hijo de Dios, no es fruto de algún esfuerzo humano;
es un don, un regalo, una gracia que Dios concede a quien quiere.
Sin embargo, cuando Jesús anuncia a continuación que va a padecer,
morir y resucitar al tercer día… Pedro rechaza esta posibilidad, pues
sigue pensando en un Mesías triunfador, y no en el Siervo sufriente.
Jesús reacciona diciéndole: ¡Ponte detrás de mí, Satanás! (Tentador).
Poco a poco, Pedro comprenderá que seguir a Jesús significa correr
la misma suerte que el Maestro: cargar la cruz y entregar la vida.
   Cuando el peligro está lejos, Pedro se atreve a decir: Señor, yo estoy
dispuesto a seguirte a la cárcel y a la muerte. Después, cuando Jesús
es arrestado, Pedro le sigue, entra a la casa del sumo sacerdote, y allí
niega conocer a Jesús. Luego, cuando Jesús le mira, Pedro sale y llora.
Así es Pedro una persona débil como nosotros. Pero Jesús confía en él
y le dice: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
Pedro llega a ser ‘piedra’ no por sus ‘méritos’ sino porque Jesús
ha rezado por él: Pedro, yo he rogado por ti para que no falle tu fe.
Y tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos (Lc 22,31-62).
   Después de los acontecimientos dolorosos de aquel viernes santo,
Pedro y seis compañeros se alejan de Jerusalén y vuelven a Galilea…
Allí, Jesús se aparece junto al lago, y en un ambiente de confianza
reconcilia a Simón Pedro, quien de pescador pasa a ser el servidor
de la naciente Iglesia: apacienta mis corderos… apacienta mis ovejas.
Luego Jesús le indica cómo va a morir, y añade: Sígueme (Jn 21).
   Como lo hizo Jesús, sigamos rezando por las personas que ejercen
algún cargo en nuestras comunidades, para que con el testimonio
de sus obras digan: Yo estoy en medio de ustedes como quien sirve…
                 No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna.
            Solo desea ser humilde servidora de todas las personas.  
J. Castillo A.

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