Santos Pedro y
Pablo, apóstoles
Hch 12,1-11 - 2Tim
4,6-8.17-18 - Mt 16,13-19
Jesús al enviar a
los Doce para anunciar el Reino de Dios, les dice: no
lleven oro ni plata. Busca seguidores que sean ligeros
de equipaje. Lamentablemente,
con el paso del tiempo, nos hemos contaminado con
el
polvo del poder, los títulos, las riquezas, la corrupción (Mt 10). Cuánta
falta nos hace practicar las enseñanzas de Jesús, para decirle: Señor, nosotros
hemos dejado todo y te hemos seguido (Mc 10,28ss).
He
luchado el buen combate
Después de su
conversión (Hch 9), Pablo se entrega totalmente
a
la causa de Jesús: Anunciar la Buena
Noticia no es para mí motivo
de orgullo, sino
una obligación a la que no puedo renunciar. ¡Ay de
mí
si no anuncio la Buena Noticia! (1Cor 9,16).
Para esta misión,
el
trabajo manual ocupa un lugar central en su vida: Recuerden,
hermanos,
nuestros trabajos y fatigas: Mientras les anunciábamos
el Evangelio de
Dios, trabajábamos de día y de noche (1Tes 2,5-9).
Al
ser agredido por la comunidad de Corintio, Pablo les dice:
En todo momento
demostramos ser verdaderos servidores de
Dios.
Con mucha
paciencia soportamos persecuciones, necesidades, azotes,
cárceles,
motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer.
Nosotros obramos
con integridad, inteligencia, paciencia y bondad;
con docilidad al
Espíritu Santo, con amor sincero. En nosotros está
la verdad y la
fuerza de Dios. Usamos las armas de la justicia para
atacar y para
defendernos. A veces nos honran y nos insultan.
Recibimos
críticas y alabanzas. Pasamos como mentirosos, aunque
decimos la
verdad… Oh corintios, dentro de mí están todos ustedes,
aunque en sus
corazones no hay lugar para nosotros (2Cor 6 y 11).
La
segunda lectura de hoy es un breve resumen de la vida de Pablo:
Llega la hora de
mi sacrificio y se acerca el momento de mi muerte.
He luchado el
buen combate. He terminado mi carrera. He mantenido
la fe. Solo me espera la corona de la justicia,
que el Señor justo juez
me entregará
aquel día, a mí y a los que desean su venida gloriosa.
¡Feliz
tú, Simón, hijo de Jonás!
Entre luces y
sombras, Simón Pedro fue fiel en seguir
a Jesús.
Cuando
el Maestro llama a sus primeros discípulos, busca personas
que
trabajan y que conocen bien su oficio. Pedro, por ejemplo,
no
es profesional en materia religiosa, él es un experto en la pesca.
Por
eso, cuando Jesús le dice sígueme, inmediatamente deja las
redes
y
sigue a Jesús. Más tarde, al
anunciar el Reino de Dios y su justicia,
comprenderá
lo que significa ser pescador de personas
(Mt 4,18-22).
Después
de confesar que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios vivo,
Jesús
le dice: Feliz tú, Simón, hijo de Jonás. En efecto, afirmar
que
Jesús es el Hijo de Dios, no es fruto de algún esfuerzo humano;
es
un don, un regalo, una gracia que Dios concede a quien quiere.
Sin
embargo, cuando Jesús anuncia a continuación que va a padecer,
morir y
resucitar al tercer día… Pedro rechaza esta posibilidad, pues
sigue
pensando en un Mesías triunfador, y no en el Siervo sufriente.
Jesús
reacciona diciéndole: ¡Ponte detrás de mí, Satanás! (Tentador).
Poco
a poco, Pedro comprenderá que seguir a
Jesús significa correr
la
misma suerte que el Maestro: cargar la cruz y entregar la vida.
Cuando
el peligro está lejos, Pedro se atreve a decir: Señor, yo estoy
dispuesto a seguirte a la cárcel y a la muerte.
Después, cuando Jesús
es
arrestado, Pedro le sigue, entra a la casa del sumo sacerdote, y allí
niega
conocer a Jesús. Luego, cuando Jesús le mira, Pedro sale y llora.
Así
es Pedro una persona débil como nosotros. Pero Jesús confía en él
y
le dice: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia.
Pedro
llega a ser ‘piedra’ no por sus
‘méritos’ sino porque Jesús
ha
rezado por él: Pedro, yo he rogado por ti
para que no falle tu fe.
Y tú, una vez
convertido, fortalece a tus hermanos (Lc 22,31-62).
Después
de los acontecimientos dolorosos de aquel viernes santo,
Pedro
y seis compañeros se alejan de Jerusalén y vuelven a Galilea…
Allí,
Jesús se aparece junto al lago, y en un ambiente de confianza
reconcilia
a Simón Pedro, quien de pescador pasa a ser el servidor
de
la naciente Iglesia: apacienta mis
corderos… apacienta mis ovejas.
Luego
Jesús le indica cómo va a morir, y añade: Sígueme (Jn 21).
Como
lo hizo Jesús, sigamos rezando por las personas que ejercen
algún
cargo en nuestras comunidades, para que con el testimonio
de
sus obras digan: Yo estoy en medio de ustedes como quien sirve…
No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna.
Solo desea ser humilde servidora de todas las personas.
J. Castillo A.
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