miércoles, 20 de junio de 2018

Pasemos a la otra orilla

12º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Job 38,1.8-11  -  2Cor 5,14-17  -  Mc 4,35-41

   El dinero de los dueños del capitalismo salvaje, pasa a la orilla
de los países pobres de África y de América Latina, sin dificultad;
generalmente, para apropiarse de sus recursos naturales. En cambio,
si los pobres viajan a los países ricos, hallan muchísimos problemas.
   Muy diferente, cuando Jesús y sus discípulos pasan a la otra orilla
(a una región pagana), para anunciar el Reino y dar vida plena.
  
Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
   Jesús está a orillas del lago de Galilea y, como hay tanta gente,
sube a una barca y, desde allí, enseña con parábolas sencillas.
   Al atardecer, Jesús dice a sus discípulos: Pasemos a la otra orilla.
Se trata de llevar el mensaje del Reino de Dios a personas excluidas:
-a los paganos y extranjeros despreciados como si fueran perros…
-a los enfermos considerados pecadores y castigados por Dios…
-a los abandonados y olvidados por la sociedad y la religión…
   Hace falta pasar a la otra orilla: arriesgando nuestra vida,
abandonando privilegios, seguridades, comodidades, ambiciones…
simbolizados en la tempestad… el miedo… la falta de fe
   En medio de la tempestad, los discípulos reaccionan y dicen a Jesús:
Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Curiosa contradicción,
mientras ellos están desesperados, Jesús duerme, no ha perdido la paz.
Pero, hay situaciones de dolor donde solo encontramos silencio:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34). 
   Al respecto, el Papa Francisco (en EG, n.54), nos dice:
Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos
ante los clamores de los otros,
ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos,
como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos importa.
   Por eso, cuando tantas personas: tienen hambre… sufren miseria
viven sumergidos en la ignorancia…todo derroche público o privado,
se convierte en un escándalo intolerable (Pablo VI, PP (1967) n. 53).

¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?
   A los discípulos (de ayer y de hoy) nos falta fe, nos falta confianza,
vivimos en medio de tanta crisis, como si Jesús estuviera ausente.
   Qué diferente el testimonio de San Juan Crisóstomo (350-407):
Muchas son las olas que nos ponen en peligro,
y una gran tempestad nos amenaza.
Sin embargo, no tememos ser sumergidos
porque permanecemos de pie sobre la roca.
Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca.
Aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús.
Díganme, ¿qué podemos temer?
¿La muerte?... para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia.
¿El destierro?... del Señor es la tierra y cuanto la llena.
¿La confiscación de los bienes?... nada trajimos al mundo,
de modo que nada podemos llevarnos de él. (cf. Job,1,21)
Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes.
No temo la muerte ni envidio las riquezas.
No tengo deseos de vivir, si no es para el bien espiritual de ustedes…
Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer?
Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos,
todo eso pesa como la tela de araña (Homilía antes de partir al exilio).

¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?
   Con esta pregunta sin dar respuesta, termina el Evangelio de hoy.
Sin embargo, después de tantos siglos, ¿quién es Jesús para nosotros?
¿Bastará invocarlo con títulos nobles que expresan grandeza humana,
o sepultarlo con adornos superfluos para orgullo de unos devotos?
   Para saber quién es Jesús, sigamos el camino que Él mismo recorre,
desde su nacimiento en un establo… hasta su muerte en el Calvario… 
*A Jesús lo encontramos en los insignificantes, los que no valen nada: 
Jesús llama a un niño, lo coloca en medio de ellos, lo acaricia y dice:
Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe.
Quien me recibe a mí… recibe al Padre que me envió (Mc 9,33ss).
*Cuando Jesús muere, condenado por el poder religioso y político,
un pagano exclama: Verdaderamente este hombre es Hijo de Dios.
*Siendo inseparable el amor a Dios y el amor al prójimo (Mc 12),
no debemos abandonar a los hermanos de Jesús, sobre todo,
a los que sufren el peso intolerable de la miseria (SRS, n.13).
J. Castillo A.

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