12º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Job 38,1.8-11 - 2Cor
5,14-17 - Mc 4,35-41
El dinero de los dueños del capitalismo salvaje, pasa a la orilla
de
los países pobres de África y de América Latina, sin dificultad;
generalmente,
para apropiarse de sus recursos
naturales. En cambio,
si
los pobres viajan a los países
ricos, hallan muchísimos problemas.
Muy diferente, cuando Jesús y sus discípulos
pasan
a la otra orilla
(a
una región pagana), para anunciar el
Reino y dar vida plena.
Maestro,
¿no te importa que nos hundamos?
Jesús está a orillas del lago de Galilea
y, como hay tanta gente,
sube
a una barca y, desde allí, enseña
con parábolas sencillas.
Al atardecer, Jesús dice a sus
discípulos: Pasemos a la otra orilla.
Se
trata de llevar el mensaje del Reino de Dios a personas excluidas:
-a
los paganos y extranjeros despreciados como si fueran perros…
-a
los enfermos considerados pecadores y castigados por Dios…
-a
los abandonados y olvidados por la sociedad y la religión…
Hace
falta pasar a la otra orilla: arriesgando nuestra vida,
abandonando
privilegios, seguridades, comodidades, ambiciones…
simbolizados
en la tempestad… el miedo… la falta de fe…
En
medio de la tempestad, los discípulos reaccionan y dicen a Jesús:
Maestro,
¿no te importa que nos hundamos? Curiosa contradicción,
mientras
ellos están desesperados, Jesús duerme,
no ha perdido la paz.
Pero,
hay situaciones de dolor donde solo encontramos silencio:
Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc
15,34).
Al
respecto, el Papa Francisco (en EG, n.54), nos dice:
Casi sin advertirlo, nos volvemos
incapaces de compadecernos
ante los clamores de los otros,
ya no
lloramos ante el drama de los demás ni
nos interesa cuidarlos,
como si todo fuera una responsabilidad
ajena que no nos importa.
Por
eso, cuando tantas personas: tienen hambre… sufren miseria…
viven sumergidos en la ignorancia…todo derroche público o privado,
se convierte en un escándalo intolerable (Pablo VI, PP (1967) n. 53).
¿Por
qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?
A los discípulos (de ayer y de hoy) nos
falta fe, nos falta confianza,
vivimos
en medio de tanta crisis, como si Jesús estuviera ausente.
Qué diferente el testimonio de San Juan
Crisóstomo (350-407):
Muchas son las olas que nos ponen en
peligro,
y una gran tempestad nos amenaza.
Sin embargo, no tememos ser sumergidos
porque permanecemos de pie sobre la
roca.
Aun cuando el mar se desate, no romperá
esta roca.
Aunque se levanten las olas, nada podrán
contra la barca de Jesús.
Díganme, ¿qué podemos temer?
¿La
muerte?... para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia.
¿El
destierro?... del Señor es la tierra y cuanto la llena.
¿La
confiscación de los bienes?... nada trajimos al mundo,
de modo que nada podemos llevarnos de
él. (cf. Job,1,21)
Yo me río de todo lo que es temible en
este mundo y de sus bienes.
No
temo la muerte ni
envidio las riquezas.
No tengo deseos de vivir, si no es para
el bien espiritual de ustedes…
Cristo
está conmigo, ¿qué puedo temer?
Que vengan a asaltarme las olas del mar
y la ira de los poderosos,
todo eso pesa como la tela de araña (Homilía antes
de partir al exilio).
¿Quién
es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?
Con esta pregunta sin dar respuesta,
termina el Evangelio de hoy.
Sin
embargo, después de tantos siglos, ¿quién es Jesús para nosotros?
¿Bastará
invocarlo con títulos nobles que
expresan grandeza humana,
o
sepultarlo con adornos superfluos
para orgullo de unos devotos?
Para
saber quién es Jesús, sigamos el camino que Él mismo recorre,
desde
su nacimiento en un establo… hasta su muerte en el Calvario…
*A
Jesús lo encontramos en los insignificantes, los que no valen nada:
Jesús llama a un niño, lo coloca en
medio de ellos, lo acaricia y dice:
Quien
recibe a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe.
Quien me recibe a mí… recibe al Padre
que me envió
(Mc 9,33ss).
*Cuando
Jesús muere, condenado por el poder religioso y político,
un
pagano exclama: Verdaderamente este hombre es Hijo de Dios.
*Siendo
inseparable el amor a Dios y el amor al prójimo (Mc 12),
no
debemos abandonar a los hermanos de
Jesús, sobre todo,
a
los que sufren el peso intolerable de la miseria (SRS,
n.13).
J. Castillo A.
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