miércoles, 11 de enero de 2017

Juan Bautista anuncia a Jesús

2º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 49,3-6  -  1Cor 1,1-3  -   Jn 1,29-34

   A Jesús no solo le hemos cubierto con títulos de poder y de gloria,
también le hemos construido templos y monumentos espléndidos.
   Sin embargo, yendo a las fuentes, nos encontramos con Jesús,
persona sencilla y humana, que vino para que tengamos vida plena.
   En el evangelio de hoy, Juan Bautista da el siguiente testimonio:

Jesús es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
   Juan es la voz que grita en el desierto, prepara el camino del Señor,
y anuncia: Jesús es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
*Jesús es el Cordero de Dios.
   Para un pueblo de pastores, el cordero y la oveja son fuente de vida:
Cuando veía que alguien moría por falta de ropa,
o que un pobre no tenía con qué cubrirse,
con la lana de mis propias ovejas les abrigaba (Job 31,19s).
   Tengamos presente también aquella cena familiar del pueblo judío,
donde se come el cordero pascual, signo de liberación de la esclavitud:
Ceñidos con el cinturón, sandalias en los pies, y un bastón en la mano;
coman de prisa el cordero, porque es la Pascua del Señor (Ex 12,11).
   Ahora bien, cuando el Bautista dice que Jesús es el Cordero de Dios,
está anunciando que gracias a Jesús somos liberados de toda opresión.
*Jesús quita el pecado del mundo.
   Es preocupante que en países con muchos millones de católicos,
hay una organización social donde se da más importancia al dinero,
a costa de la destrucción de la tierra y la explotación de los indefensos.
Este sistema social -injusto, opresor, violento- es el pecado del mundo.
Responsables somos todos: unos por dominar, esclavizar, destruir;
y los demás por dejarnos oprimir: por conveniencia o por ignorancia.
   Para quitar el pecado del mundo, Jesús nos sigue diciendo:
-Ustedes no pueden estar al servicio de Dios y del dinero (Mt 6,24).
-El más importante entre ustedes compórtese como el último (Lc 22).
-Ámense unos a otros como yo les he amado (Jn 13,34s).

Jesús es el que bautiza en el Espíritu Santo
A continuación el Bautista anuncia que Jesús bautiza en el Espíritu.
   Muchos de nosotros nos hemos bautizado por simple costumbre,
sin dejarnos transformar por el Espíritu Santo.
Por eso, una de las tareas de la Iglesia es convertir a los bautizados.
Esta conversión significa: cambio de vida, cambio de mentalidad,
encuentro personal con Jesús (Samuel Ruiz, en Medellín, 1968).
   Ser bautizados en el Espíritu Santo, nos compromete para:
*Construir una sociedad más humana, fraterna, solidaria.
*Actuar con entrañas de misericordia, como Jesús que toca leprosos,
acoge y come con personas despreciadas, perdona a los pecadores…
*Poner: Amor, donde hay odio… Vida, donde hay muerte…
Verdad, donde hay mentira… Libertad, donde hay opresión…
Justicia, donde hay corrupción… Paz, donde hay violencia…
*Valorar la dignidad de todos teniendo presente lo que dice S. Pablo:
Ustedes son templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en ustedes.
El templo de Dios es santo y ese templo son ustedes (1Cor 3,17).

Jesús es el Hijo de Dios
   Finalmente, Juan Bautista anuncia que Jesús es el Hijo de Dios.
Este título “Hijo de Dios” atraviesa el Evangelio de Juan:
*Natanael (o Bartolomé), a pesar de su duda inicial, exclama:
Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel (Jn 1,45ss).
*En Betania, Jesús le dice a Marta: Yo soy la resurrección y la vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá. ¿Crees esto?
La respuesta de Marta es una verdadera profesión de fe:
Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios (Jn 11,25ss).
*El Evangelio de Juan termina con el siguiente mensaje:
Estas cosas se han escrito para que crean que Jesús es el Mesías,
el Hijo de Dios, y creyendo tengan vida por medio de Él (Jn 20,31).
   Muchos de nosotros seguimos creyendo en un “dios castigador”…
Sin embargo, el mismo Jesús nos dice que Dios es nuestro Padre:
Yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por sus perseguidores.
Así ustedes serán hijos de su Padre que está en el cielo (Mt 5,44s).
San Pablo dice que unidos a Jesús somos hijos de Dios y herederos:
Porque ya somos sus hijos, Dios envió a nuestros corazones
el Espíritu de su propio Hijo que clama “Abbá”, ¡Padre!.
Así, pues, ya no somos esclavos, sino hijos (Gal 4,6s).
J. Castillo A.

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