miércoles, 9 de octubre de 2019

Todos suplican... solo uno agradece

28º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
2Re 5,14-17  -  2Tim 2,8-13  -  Lc 17,11-19

   Jesús va a la ciudad de Jerusalén llevando en su corazón:
-el sufrimiento de las personas pobres de la región Galilea… y
-el desprecio y marginación que padecen los habitantes de Samaría.
Por eso, al oír el grito de los diez leprosos, Jesús se detiene y los sana.

Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros
   En esa época, los leprosos andaban mal vestidos, vivían aislados,
y gritaban: ¡Impuro, impuro!, para no contagiar (Lev 13,45s).
Eran personas excluidas, despreciadas, prácticamente muertas en vida.
   Sin embargo, diez leprosos viven juntos para sobrevivir,
y también para mantener una remota esperanza de recuperar la salud.
Enterados de la llegada de Jesús, estos leprosos van a su encuentro
y, desde lejos, gritan: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.
Jesús que vino a salvar a las personas oprimidas oye ese grito,
y les manda presentarse a los sacerdotes. Mientras van, quedan sanos.
   Actualmente, a ese grito de los diez leprosos debemos añadir:
-el grito de los niños y jóvenes que viven desorientados…
-el grito de los campesinos e indígenas privados de sus tierras…
-el grito de los trabajadores explotados con salarios miserables…
-el grito de los enfermos de sida excluidos por su propia familia…
-el grito de los ancianos marginados porque no producen (DP, 31ss).
   Son personas concretas que sufren y demandan: justicia, libertad,
respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos
Es un clamor: claro, creciente, impetuoso y amenazante (DP, 87ss).
   Ante tantos gritos: ¿Podemos vivir encerrados en nuestro egoísmo?
¿Qué nos impide comprometernos para solucionar esos sufrimientos,
al mismo tiempo destruir sus causas, y denunciar a los culpables?
No olvidemos que los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias…
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren,
son también gozos y esperanzas, tristezas y angustias
de los discípulos de Cristo (Concilio Vaticano II, GS, n.1).

Uno de ellos, viéndose sano, vuelve alabando a Dios
   Aquel leproso samaritano, despreciado por la sociedad y la religión,
tiene un corazón grande por las injusticias y privaciones que padece.
Sin embargo, al ver que está sano, no se presenta a los sacerdotes,
para cumplir ciertos ritos relacionados con el negocio del templo.
   Habiendo recuperado la salud, vuelve alabando a Dios en voz alta.
Cuánta falta nos hace alabar a Dios, origen de la vida plena
pues, la gloria de Dios consiste en que el ser humano tenga vida.
   En seguida, se postra a los pies de Jesús para agradecerle.
Agradecer es reconocer que Jesús es el Hijo amado de Dios,
que vino a este mundo para anunciar la Buena Noticia a los pobres.
   Jesús lo acoge y le dice: Levántate… vete… tu fe te ha salvado.
Animado por estas palabras, el samaritano empieza una nueva vida.
   Sobre el Evangelio de hoy, San Bernardo (1090-1153), dice:
En el texto se puede ver cómo todos saben orar bien diciendo:
Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.
Pero les falta la otra cosa de que habla el Apóstol: el agradecimiento.
De hecho, no vuelven para darle las gracias a Dios.
También hoy vemos a muchos empeñados en pedir
aquello que necesitan, pero vemos a muy pocos preocuparse
por agradecer aquello que reciben.
Y no es que esté mal pedir con insistencia,
pero el ser ingratos le quita fuerza a la petición. Y hasta, tal vez,
sea propio de clemencia el negarle a los ingratos el favor que piden.
Que no nos pase a nosotros el que seamos tanto más acusados
de ingratitud, cuantos mayores sean los beneficios que recibimos (…).
Feliz aquel samaritano, que sabe reconocer que no tiene nada
que no hubiera recibido, y regresa para agradecer al Señor.
Feliz aquel que, ante cada don, se vuelve siempre hacia Aquel
en quien reside la plenitud de todas las cosas.
(Cf. Sermón 23º: De discretione spiritum, en De diversis, 23,5ss).
   Tengamos presente que “eucaristía” significa “acción de gracias”.
En toda celebración Eucarística: Suplicamos Señor, ten piedad…
Nos reconciliamos mutuamente… Escuchamos la Palabra de Dios…
Ofrecemos el pan y el vino fruto de la tierra y del trabajo humano…
Nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre de Jesús…
   Sabiendo que la Cena del Señor es acción de gracias, evitemos:
la más pequeña apariencia de negocio o comercio (Cn 947 y 1385).
J. Castillo A.

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