miércoles, 3 de abril de 2013

Creer sin haber visto


II Domingo de Pascua (ciclo C)
Hch 5,12-16  - Ap 1,9-19  - Jn 20,19-31

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana

Después de la Última Cena y cuando el peligro todavía estaba lejos, Pedro dice a Jesús: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.  o mismo decían los demás discípulos (Mt 26,35). Sin embargo, cuando tomaron preso a Jesús, todos le abandonaron y huyeron.
Después de los acontecimientos dolorosos del aquel viernes, los discípulos están con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Viven atemorizados, pues si Jesús ha sido crucificado como revoltoso, el mismo castigo pesa sobre ellos en caso de ser apresados.
Además, están preocupados pues todos ellos por salvar sus vidas, abandonaron a Jesús y, lo que es peor, Pedro negó que le conocía. Es la triste situación de una comunidad de creyentes sin Jesús…
Fue entonces cuando Jesús Resucitado se presenta en medio de ellos,
para rehacer sus vidas a través de un proceso de reconciliación.
*Jesús, injustamente crucificado, lo primero que les anuncia es la paz.
Sus discípulos saldrán de aquel encierro no para vengarse ni matar,
sino para ser mensajeros de la paz: La paz les dejo, les doy mi paz
*Luego les muestra las señales de su martirio: las manos perforadas 
y el costado abierto. Si Jesús murió así por anunciar el Reino de Dios,
sus discípulos no deben tener miedo a dar su vida por la misma causa:
Ellos se fueron contentos de sufrir por el nombre de Jesús (Hch 5,41).
*Después, recordando el soplo de Dios que da vida (Gen 2,7),
Jesús sopla sobre sus discípulos diciendo: Reciban el Espíritu Santo.
Se trata del Espíritu de la verdad que nos guía hasta la verdad plena,
para ser testigos de Jesús, incluso entregando nuestra vida por Él.
*A continuación, Jesús les habla sobre el perdón de los pecados.
Siguiendo el ejemplo de Jesús que dijo: Padre, perdónalos (Lc 23,33),
la víctima reconciliada pide a Dios que perdone al ofensor y, luego,
a perdonarlo ella misma. Este camino puede facilitar para que el
agresor pida perdón, se arrepiente y repare el mal que ha causado.

Ocho días después
Cuando Jesús se presentó por primera vez a sus discípulos
-la tarde del primer día de la semana- Tomás no estaba con ellos.
Luego, cuando sus compañeros le dicen: Hemos visto al Señor,
Tomás no les cree, solo creerá si ve a Jesús y si palpa sus heridas.
Cosa curiosa, ellos tampoco creyeron en el testimonio de las mujeres:
les parecieron puros cuentos y no les hicieron caso (Lc 24,11).
Sin embargo, teniendo en cuenta la muerte cruel que sufrió Jesús,
no era fácil creer que hubiera resucitado de entre los muertos.
Hoy, ¿somos capaces de ver a Cristo crucificado en los rostros
sufrientes de quienes soportan el peso intolerable de la miseria?...
¿Vemos como hermanos de Jesús a los que tienen hambre?...
Ocho días después, los discípulos están reunidos y Tomás con ellos.
Jesús se hace presente, acoge a Tomás y le pide tocar sus heridas,
para que compruebe que el mismo Jesús resucitado está ante él.
Después Jesús dice a Tomás: No seas incrédulo, sino hombre de fe.
Una vez más, nos encontramos ante un proceso de reconciliación…
Tomás no toca con sus dedos ni con su mano las llagas de Jesús.
Reconoce sus limitaciones y reconciliado por la acogida de Jesús,
pronuncia esta hermosa profesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío!
Las heridas de las personas torturadas, como es el caso de Jesús,
forman parte de su historia personal, no las pueden olvidar;
pero al ser asumidas de otra manera son heridas que sanan…
Por eso, para cualquier proceso de reconciliación los mejores testigos
son las personas que han hecho un camino de reconciliación.
Este camino debe de ir a las raíces de estas situaciones dolorosas.
El Evangelio de hoy termina con una significativa bienaventuranza.
Jesús mirando el futuro dice: ¡Felices los que creen sin haber visto!
En adelante, el Resucitado se dará a conocer por la fuerza del Espíritu
y por el testimonio -de palabra y obra- de sus discípulos y discípulas.
Lo dicho hasta aquí, lo resume muy bien San Pablo cuando dice:
Todo esto es obra de Dios, que nos reconcilió con Él por medio 
de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque
en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo,
sin tener en cuenta los pecados de los hombres; y confiándonos
el mensaje de la reconciliación… Por eso, les suplicamos en nombre
de Cristo: Déjense reconciliar con Dios (2Cor 5,18-20).
J. Castillo A.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog