martes, 23 de abril de 2013

La señal de la cruz (Dom 5º Pascua C; 28 Abril)

Me enseñaron de niño que la señal del cristiano es la Santa Cruz. Por su parte, el evangelio de san Juan me dice que “la señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn 13,35). Este mandato del amor lo pronuncia Jesús en el contexto de la última cena. Antes ha dicho: “me queda poco de estar con vosotros” (Jn 13,33), dando a entender que llega la hora de su entrega. Hay, por tanto, una relación muy íntima entre la cruz y el amor como señal del cristiano: la cruz (morir dándose) es el mayor signo de amor, y el amor (hasta el extremo) se verifica en la cruz. Sin embargo, cuando te pregunto ¿qué es el amor? me respondes emocionado que es algo maravilloso; pero ante la cuestión ¿qué es la cruz?, adoptas un cierto rictus de seriedad y desolación. ¿Por qué? Tal vez porque has ido encerrando al amor en la casilla de los sentimientos, cuando el amor no es solo un sentimiento; también la voluntad y la razón tienen mucho que ver con él, aunque hay quien sigue confundiendo el amor con la pasión amorosa y está dispuesto a sostener que el amor es ciego e irracional. Y no es así. Amar no oscurece la mente sino que la enciende e ilumina, haciendo posible un conocimiento más profundo de todo.

Si amas te capacitas para adentrarte en Dios, en el mundo y en el prójimo con objetividad, porque sólo desde el respeto y el amor-perdón, puedes conocer con transparencia y honradez intelectual. El odio, por el contrario, ofusca tu mente y te lleva a la deriva, porque enturbia con prejuicios tu visión de las cosas e impide que te acerques con lucidez a la realidad de Dios, de tus hermanos y de la misma naturaleza. Por su lado, el amor genuino no oscurece tu pensamiento, sino que lo purifica dejándote ver todo con la mirada de Dios; miras así toda la realidad con su misma infinita misericordia.
“Dios es amor” (1 Jn 4,8), el paradigma del amor, sólo con él y desde él puedes entender la mayor ciencia de todas: la sabiduría de la cruz; éste saber misterioso sólo lo entiendes cuando asumes que “no consiste el amor en que nosotros amamos a Dios, sino que él nos amó primero”, (1 Jn 4,10); de ahí que el consejo evangélico no sea un “amad” o un “amaos” a secas, sino: “amaos como yo –el Hijo- os he amado” (Jn 13,34). "Ama como yo te amo".

No sólo desde la
razón, también desde la voluntad se nutre y teje su paño el amor; la lengua española lo da a entender con claridad al usar el verbo “querer” como sinónimo de “amar”. El signo más preocupante de nuestra cultura relativista y de pensamiento débil es su plasmación en una voluntad débil, lo que podemos llamar cultura de la inacción ilustrada. Tenemos asumida mentalmente la necesidad de amar y de actuar buscando el bien común, pero del dicho al hecho, hay mucho trecho, y una cosa es predicar y otra repartir trigo. Sobran ideas, proyectos, planes, pero falta voluntad personal para llevarlos a cabo. El amor genuino no brota de la emotividad y la teoría sino de la experiencia; el amor viaja de la vida a la poesía y no al revés. Hemos comprendido el amor de Dios contemplando su muerte en la cruz, no partiendo de especulaciones filosóficas.

Por tanto, no se puede entender ni se puede hablar coherentemente sobre el amor sin accionar nuestra vida con el impulso de la fe que nos aventura en la entrega sin límites. ¿Quieres crecer en tu vida? Pon manos a la obra. Practica la misericordia. Así lo dice Isaías: sólo cuando alejas de ti la maldad, liberas a los oprimidos, das comida al hambriento, hospedas al pobre sin techo, vistes al desnudo, y no rehuyes al que te necesita, -solo entonces- se te abre la mente y acaba la sequedad de tu alma (cf Is 58,5-11); sólo entonces brilla el amor, misterio que se revela a quien toma su cruz con valentía y sostiene en la debilidad a los demás. Al amor no se le espera sentado al abrigo del hogar, se le busca y se le encuentra en la calle, allí donde se le necesita. Porque no consiste en "ser amado" (pasivo) sino en "amar primero" (activo).

Aquel catecismo de nuestra infancia, tras definir que la señal del cristiano es la Santa Cruz, preguntaba: -¿Por qué la Santa cruz es la señal del cristiano?; y respondía: -Porque en ella murió nuestro Señor Jesucristo. No hay confusión entre el amor y la Cruz como señal del cristiano. La cruz es un tropo que nos habla del amor como decisión de “vivir para”: “nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Reducir el amor a experiencia sentimental, despojándole de lo que podríamos llamar la decisión de amar (cruz), es alejarse de la intención que Jesús quiso darle al mandamiento nuevo. El amor no consiste en dejarme llevar por mis sentimientos, sino en hacer míos los sentimientos de Cristo, sus decisiones y la ilógica lógica, de su cruz (cf Flp 2,5-11); se trata de amar “como yo -Jesús- os he amado”.

Casto Acedo Gómez. Abril 2013. paduamerida@gmail.com.

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