jueves, 18 de abril de 2013

Discípulos, no borregos (Domingo 21 de Abril, 4º Pascua)


"Yo soy el buen Pastor, y conozco a mis ovejas" (Jn 10,14). ¿No tiene la palabra “oveja”, un matiz peyorativo y poco halagüeño? Indudablemente. Se habla de las ovejas o sus parientes los borregos como de animales estúpidos, gregarios, bobalicones. Al aplicarse a sí mismo Jesús el título de buen Pastor ¿no se da a entender que los que le siguen son unos bobos ingenuos engañados y manipulados?

Los que sabemos de qué va todo esto de la fe respondemos: ¡De ninguna manera!; pero entre la progresía intelectual y los nuevos clérigos del púlpito mediático no son pocos los que consideran que todo creyente es un adocenado a la voz de mando de los pastores de la Iglesia. Los progres establecen su supuesta independencia de pensamiento -a la postre esclavo del relativismo de las modas- recurriendo a la confrontación con lo que podríamos llamar dependencia servil del pensamiento del creyente, sometido a los dictados de la tradición, los dogmas y los jerarcas. Pero cualquier estudioso del evangelio, aún más si es seguidor, sabe que no es así. No es propio del discípulo la condición de “aborregado” del sistema, ni siquiera del sistema eclesiástico. El cristiano se somete a Cristo, buen Pastor, pero ese sometimiento no sólo le da la seguridad de tener un Pastor que le protege (cf Ez 34), sino que, además, lejos de hacerle timorato, le hace un valiente que imita a su Señor destapando los engaños de los sabios de este mundo (cf 1 Cor 1,19-20).

Un solo rebaño y un solo Pastor

La imagen bíblica de la oveja y el cordero dependiente del Pastor no es una invitación al seguimiento modorro, sino una imagen para contemplarnos como los seres indefensos, débiles, desorientados y desprotegidos que somos cuando nos alejamos de Dios, para tomar conciencia de la necesidad de ser dóciles al buen Pastor y gozar la suerte de pertenecer a un rebaño, a una comunidad que nos protege y proporciona todo un cúmulo de ventajas.

Somos,  por tanto, “ovejas”, y también somos “rebaño”. Como ovejas gozamos de conocimiento y trato personal con el Pastor: “yo las conozco y ellas me conocen”. Jn 10,14; pero esta relación cercana con Cristo no puede esquivar ni anular la relación con los otros. Para ser oveja de Cristo se ha de  vivir en comunidad. No hay seguimiento desligado del rebaño, no hay cristianismo sin pertenencia al Pueblo de Dios. Por más que lo queramos justificar, no tiene mucho sentido un pastor dedicado a cuidar una sola oveja; tampoco tiene futuro una oveja huérfana y solitaria, aunque algunos sigan empeñados en hacer de su relación con Jesucristo una relación de tinte individualista. Verdad es que el cristiano tiene necesidad de una vida de intimidad espiritual con Cristo, pero esa relación tan particular no es ni exclusivista ni excluyente: quien se acerca a Cristo Pastor sabe que se acerca también al rebaño que es su Iglesia; la oveja perdida no es buscada para ser reverenciada por el pastor sino para ser devuelta al redil (cf Jn 10,16); y así hasta que haya “un solo rebaño y un solo Pastor” (Jn 10,16).

Compaginar la identidad personal con la eclesial es importante. Sin una clara opción personal por Cristo y su Reino es alto el riesgo de ”borreguismo”, porque cuando no hay opción de vida seria y meditada  se suele desembocar en la memez del ¿dónde va Vicente? donde va la gente. Sin vida de relación personal con Cristo y sin pertenencia comunitaria, encerrados en el círculo infantil de los caprichos, no es posible un cristianismo maduro. No tiene mucho sentido una vida espiritual individualista, poco comunicativa, desligada de la realidad que son los otros creyentes y discípulos. Lo normal en una familia es que todos se sientan unidos no solo por lazos de sangre sino también por lazos espirituales afectivos y efectivos. En el bautismo nacemos a la vida de Dios, pero también a la de la Iglesia. Si esta vida no se cultiva, si no se nutre con la comunión -común-unión-, con el diálogo, con el intercambio de experiencias, con la celebración conjunta de la fe, con el apoyo mutuo, termina agostándose. Hay que evitar también el riesgo del “individualismo comunitario”, tan propio de los movimientos sectarios. Pero de esto podremos hablar en otra ocasión.

El testimonio de G.K. Chesterton (1874-1936)


Para quienes acusan a los cristianos, y especialmente a los católicos, de ser borregos, termino citando a Chesterton, converso desde el  anglicanismo, que a los que le acusaban de haberse pasado al bando de los que se someten gregariamente a la tradición y al dogma católicos les responde: “Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre de la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo”. Lo dijo hace más de un siglo, y su testimonio sigue siendo válido hoy. La oveja de Cristo ha encontrado finalmente en Él y en su Iglesia la tranquilidad y seguridad que no han podido darle los nuevos clérigos: contertulios televisivos vendidos al sistema y cómicos subvencionados, cuyo evangelio es el relativismo, la moda pasajera muerta antes de ver la luz, y que -según el decir de Chesterton- somete al hombre a la humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo.
 
Casto Acedo Gómez. Abril 2013. paduamerida@gmail.con. 61998

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