jueves, 25 de abril de 2013

Amar como Jesús nos amó


V Domingo de Pascua (ciclo C)
He 14,20-27  -  Ap 21,1-5  -  Jn 13,31-35

Ámense los unos a los otros como yo les he amado
Estamos al final de la vida terrenal de Jesús con su comunidad, y al comienzo de una nueva relación entre el Maestro y sus discípulos.
Sabiendo Jesús que ha llegado la ‘hora’ de su muerte y resurrección, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Así se cumple lo que Él dijo: Si el grano de trigo que cae en tierrano muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto (Jn 12,23-26). Por eso, durante la cena Pascual, Jesús lava los pies a sus discípulos, y les dice: Ejemplo les he dado para que ustedes hagan lo mismo.
Judas Iscariote, después de participar en esta Cena y lavado de pies, se retira pues Satanás había entrado en su corazónEra de noche
Luego, en el discurso de despedida, Jesús anuncia a sus discípulos:
Les doy un mandamiento nuevo, ámense como yo les he amado
¿Dónde está la novedad de este mandamiento, si en el A.T. se decía:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo? (Lev 19,18; cf. Mc 12,28-34).
No se trata simplemente de amar, como hacen también los pecadores;
sino de amar a la manera de Jesús, amar como Él mismo nos amó.
*La gran preocupación de Jesús es el sufrimiento de los enfermos,
el hambre de los pobres, el desamparo de los marginados y excluidos.
Hoy, casi 900 millones de hermanos nuestros se acuestan con hambre.
*Jesús acoge a todos y a nadie excluye, pues en su mesa caben todos;
y lo hace no para buscar honores, sino porque es un servidor de amor.
*Lo más importante para Jesús no es la observancia del sábado,
sino dar vida plena a todos, preferentemente, a los pobres excluidos.
*A Jesús no le interesa los sacrificios ni las ceremonias del templo,
exige más bien que sus seguidores tengan entrañas de misericordia;
sin doble lenguaje, sin temor a que los poderosos les persigan.
*Como Buen Pastor, Jesús da la vida por sus ovejas, y nos dice:
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando.

Si se aman, todos conocerán que ustedes son mis discípulos
Los que dejan la Iglesia para unirse a otros grupos religiosos lo hacen
porque allí: encuentran una experiencia de Dios (dimensión personal),
se sienten parte de una comunidad religiosa (dimensión comunitaria),
entienden y les interesa el contenido de la fe (dimensión doctrinal).
De esta manera, buscan respuestas a sus inquietudes y aspiraciones,
lo que no encuentran -como debería ser- en nuestra Iglesia (DA 225s).
Estos hechos son serios desafíos para examinar nuestra labor pastoral,
a la luz de las enseñanzas y obras de Jesús que nos sigue diciendo:
Todos reconocerán que son mis discípulos, si se aman unos a otros.
Y, justamente, este es el testimonio de las primeras comunidades:
-Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común.
-Vendían sus bienes y los repartían según la necesidad de cada uno.
-A diario acudían al templo con entusiasmo y con un mismo espíritu.
-En sus casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez.
-Alababan a Dios y eran estimados por todos (Hch 2,42-47).
Sabiendo que los problemas no se solucionan de un día para otro,
tomemos en serio las recientes palabras del Papa Francisco:
Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma 
en la atmósfera viciada de su encierro. 
Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar 
lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente.
Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero 
mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. 
La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial;
mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella 
mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce 
a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado (…). Que el
Señor nos libre de maquillar nuestro episcopado con los oropeles
de la mundanidad, del dinero y del “clericalismo de mercado”.
(Carta a la Conferencia Episcopal Argentina, 25 marzo 2013).
Sigamos meditando en el himno al amor cristiano del Apóstol Pablo:
Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles,
pero no tengo amor, soy como una campana o un platillo que suena…
El amor es paciente, es servicial, no es envidioso ni busca aparentar.
No es orgulloso ni actúa con bajeza, no busca su interés ni se irrita…
Nunca se alegra de la injusticia sino de la verdad… (1Cor 13).
J. Castillo A.

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