PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
Mal 3,1-4 - Heb 2,14-18
- Lc 2,22-40
El Evangelio de hoy nos presenta a tres grupos
de personas, diferentes en edad pero unidos por la ‘experiencia’
y la ‘esperanza’. Ellos son: Simeón y Ana, personas mayores; José y María, jóvenes esposos; y Jesús, un niño de cuarenta días de nacido. Ciertamente, a juventud no es solo la falta de arrugas y de canas, la vejez no es solo la edad avanzada. Bien saben ustedes que ser joven es tener una causa a la que consagrar la propia vida (Mons. Helder Cámara).
José y María
van a Jerusalén
*Después que María de Nazaret acepta ser la
madre de Jesús, va de prisa a las
montañas de Judea para visitar a su prima Isabel. Desde aquellas montañas, ambas mujeres
gestantes alzan su voz:
-Para defender la dignidad de la mujer,
frecuentemente pisoteada por
una sociedad machista: Bendita eres entre las mujeres…
-Para valorar el don de la vida de los más
indefensos, a saber,
los
que están en el seno materno: Bendito es el fruto de tu vientre…
-Para anunciar la actuación de Dios en una
sociedad injusta:
Dios derriba del trono a los
poderosos y eleva a los humildes,
colma de bienes a los hambrientos
y despide vacíos a los ricos (Lc 1).
Más
tarde, Jesús retomará estas palabras de María su madre,
y
proclamará su mensaje liberador para: los pobres, los hambrientos,
los que lloran, los que son
odiados, excluidos y despreciados (Lc 6).
*Meses después, José y María -jóvenes esposos- van a Belén.
Allí, en un establo, María da a luz a Jesús
su hijo primogénito, porque
no había sitio para ellos en la posada. Sin embargo, en aquel establo
hay lugar para recibir la visita de los
pastores, y escuchar la alabanza
de los ángeles: Gloria a Dios en el cielo
y en la tierra paz (Lc 2).
*Cuarenta días después José y María, fieles a
la tradición (Lev 12),
van al templo de
Jerusalén, presentan al niño Jesús, y hacen
la ofrenda propia de los pobres (LG, 57). Allí también, Simeón y Ana
-personas mayores- bendicen a Dios porque
viene a liberarnos.
Simeón y Ana
van al templo
Los campesinos
saben que hay un tiempo para sembrar la semilla,
abonarla,
regarla, cultivarla… Hay un tiempo para mirar cómo crece,
florece y
brotan los primeros frutos… Y un tiempo para cosechar…
Simeón no forma parte de los funcionarios del templo de
Jerusalén.
Es un hombre justo y piadoso que espera la liberación
de su pueblo.
Por eso, cuando José y
María llegan al templo llevando al niño Jesús,
Simeón, conducido por el
Espíritu Santo, va al encuentro de ellos,
toma al niño Jesús en sus
brazos y bendice a Dios diciendo:
Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en
paz, porque
mis ojos han visto la salvación… la luz que ilumina a
las naciones.
Ciertamente,
uno es el que siembra y otro el que cosecha (Jn 4,34ss).
¿Decimos lo
mismo sobre nuestra labor pastoral? ¿Hay continuidad?
Luego, Simeón
se dirige a María para decirle: Este niño
será signo
de contradicción, pues unos le
aceptarán y otros le rechazarán;
y añade: en cuanto a ti, una espada de dolor te
atravesará el corazón.
Años más
tarde, Jesús morirá crucificado pero resucitará al tercer día.
De Ana, viuda y anciana, se dice expresamente que es
‘profetisa’.
Ella también va al templo y, desde que ve al
niño Jesús, alaba a Dios
y habla del niño a todos los que esperan la liberación de Jerusalén.
Más adelante, Jesús acogerá a muchas mujeres como discípulas,
les devuelve su dignidad y les confía la misión de
anunciar el Reino.
Hoy, en nuestras comunidades cristianas, casi no
existe el ministerio
profético. Por este motivo, es bueno recordar lo
que dice San Pablo:
Dios ha querido que en la Iglesia haya en primer lugar apóstoles,
en segundo lugar profetas, en
tercer lugar maestros… (1Cor 12,28).
El niño Jesús
crece en edad, sabiduría y gracia
El evangelista Lucas termina, todo lo
referente a la infancia de Jesús,
con estas palabras: El niño crece en edad,
sabiduría y gracia.
Jesús, que ha recorrido las
etapas de vida de toda persona humana,
es el camino, la verdad y la vida para niños, jóvenes y adultos:
Ustedes jóvenes van a recibir la antorcha de manos de sus mayores
y van a vivir en el mundo en el momento de sus más gigantescas
transformaciones. Ustedes, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las
enseñanzas de sus padres y maestros, van a formar la sociedad de
mañana; se salvarán o perecerán con ella (Mensaje del Vaticano II). J. Castillo A.
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