jueves, 20 de febrero de 2014

El templo que soy (Domingo 23 de Febrero)


“¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1 Cor 3,16-17)

Es propio de un cristianismo desenfocado la excesiva preocupación por el decoro del edificio del templo y el escaso interés por cuidar el templo de Dios que es uno mismo y la Comunidad.

Cuando escucho a san Pablo decirme que soy “templo del Espíritu Santo” (1 Cor 3,16), lo primero que se me viene a la mente es que estoy llamado a ser Santo, porque ¿dónde va a habitar Dios si no es en un lugar santo?

Me paro y reflexiono. ¿Temor o agradecimiento? Ser santuario de Dios es una gracia, una magnificencia indebida a mi insignificancia. O sea, que no me lo merezco. Y sin embargo, soy templo, lugar sagrado donde se da el encuentro con Dios; en mi interioridad se da la experiencia gozosa de “estar con Dios”. Dios viene a mi vida, el Espíritu Santo habita en mí. “Si alguno me ama vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23b).

 Es grande la gracia de ser templo del espíritu Santo y correlativa la responsabilidad de no profanar este templo que soy yo. La fe me interpela. ¡Qué ingrato que soy! No doy la talla, no respondo debidamente a mi condición de bautizado. ¿Cómo profano este templo de Dios que soy yo mismo?  Jesús me lo indica al señalar lo que puede hacerme impuro: “del corazón del hombre salen pensamientos perversos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre” (Mt 15,19-20a), esto es lo que profana el templo que es mi ser. Y ¿qué es lo que mejor adorna y dignifica este mismo templo?: “las obras del Espíritu que son: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí” (Gal 5,22-23b)

También cada uno de los hermanos, cada hombre, es templo de Dios, su imagen más hermosa. Difamar al hermano, explotarlo de cualquier forma, minusvalorarlo, despreciarlo, o cualquier otro acto que le humille y degrade es una profanación. Lo dice claramente el profeta: “Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos,  quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento,  hospedar a los pobres sin techo,  cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos” (Is 58,6-7). Un culto agradable a Dios en el templo del hermano.

En este domingo Dios me invita a ser templo, casa de acogida para Dios y para mis hermanos los hombres, me enseña que el amor y la misericordia son mejores consejeros que el odio y la venganza, que la generosidad es más gratificante que  la racanería, y que la dignidad del hombre no está en sus obras -que siempre dejan algo que desear- sino en el hecho de ser templo de Dios, ”que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos”. Dios, que es perfecto, me respeta, me valora, me perdona, si Él actúa así conmigo, ¿cuál ha de ser mi respuesta? “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (cf Mt 5,38-48).
 
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Para un comentario más amplio del Evangelio de este domingo
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En tu nombre .... blog de la Parroquia de san Antonio de Padua. Mérida (España)

Casto Acedo. Febrero 2014.
 

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