“¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu
de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo
destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1
Cor 3,16-17)
Es propio de un
cristianismo desenfocado la excesiva preocupación por el decoro del edificio
del templo y el escaso interés por cuidar el templo de Dios que es uno mismo y
la Comunidad.
Cuando escucho a san
Pablo decirme que soy “templo del
Espíritu Santo” (1 Cor 3,16), lo primero que se me viene a la mente es que
estoy llamado a ser Santo, porque ¿dónde va a habitar Dios si no es en un lugar
santo?
Me paro y reflexiono.
¿Temor o agradecimiento? Ser santuario de Dios es una gracia, una magnificencia
indebida a mi insignificancia. O sea, que no me lo merezco. Y sin embargo, soy
templo, lugar sagrado donde se da el encuentro
con Dios; en mi interioridad se da la experiencia gozosa de “estar con
Dios”. Dios viene a mi vida, el Espíritu Santo habita en mí. “Si alguno me ama vendremos a él y haremos
morada en él” (Jn 14,23b).
Es grande la gracia de ser templo del espíritu
Santo y correlativa la responsabilidad de no profanar este templo que soy yo.
La fe me interpela. ¡Qué ingrato que soy! No doy la talla, no respondo
debidamente a mi condición de bautizado. ¿Cómo profano este templo de Dios que
soy yo mismo? Jesús me lo indica al
señalar lo que puede hacerme impuro: “del
corazón del hombre salen pensamientos perversos, homicidios, adulterios,
fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias. Estas son las cosas que hacen
impuro al hombre” (Mt 15,19-20a), esto es lo que profana el templo que es
mi ser. Y ¿qué es lo que mejor adorna y dignifica este mismo templo?: “las obras del Espíritu que son: amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí”
(Gal 5,22-23b)
También cada uno de
los hermanos, cada hombre, es templo de Dios, su imagen más hermosa. Difamar al
hermano, explotarlo de cualquier forma, minusvalorarlo, despreciarlo, o
cualquier otro acto que le humille y degrade es una profanación. Lo dice
claramente el profeta: “Este es el ayuno
que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo,
liberar a los oprimidos, quebrar todos
los yugos, partir tu pan con el hambriento,
hospedar a los pobres sin techo,
cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos” (Is
58,6-7). Un culto agradable a Dios en el templo del hermano.
En este domingo Dios
me invita a ser templo, casa de acogida para Dios y para mis hermanos los
hombres, me enseña que el amor y la misericordia son mejores consejeros que el
odio y la venganza, que la generosidad es más gratificante que la racanería, y que la dignidad del hombre no
está en sus obras -que siempre dejan algo que desear- sino en el hecho de ser
templo de Dios, ”que hace salir su sol
sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos”. Dios, que es
perfecto, me respeta, me valora, me perdona, si Él actúa así conmigo, ¿cuál ha
de ser mi respuesta? “Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto” (cf Mt 5,38-48).
* * * * * * *
Para un comentario más amplio del Evangelio de este domingo
clickar en el siguiente enlace:
En tu nombre .... blog de la Parroquia de san Antonio de Padua. Mérida (España)
Casto Acedo. Febrero 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog