17º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
1Re 3,5-12 - Rom
8,28-30 - Mt 13,44-52
¿Por qué son cada vez más numerosas las
personas,
que
no descubren el tesoro -de enorme valor- del Mensaje de Jesús?
Habiendo
encontrado el tesoro del Reino de Dios y su justicia,
¿somos capaces de dejarlo todo,
arriesgando nuestra vida?
¿Cómo
encarnar los valores del Reino de Dios en nuestra sociedad?
Lo
que “enseñamos” a los niños, jóvenes y adultos, ¿no será:
una
costumbre, una obligación y, peor, una
carga pesada (Mt 23,4)?
El
tesoro escondido… La perla de gran valor…
Dios Padre que nos ha creado a su imagen
y semejanza (Gen 1,27).
es
el mejor tesoro presente en cada uno de nosotros. En consecuencia,
debemos
vivir como hijos suyos y como hermanos entre nosotros.
Y
Él nos confía también todo lo que existe para cuidarlo y cultivarlo
(Gn
1,29), pero, la maldad humana corrompió la tierra (Gn 6,12).
Al
llegar la plenitud de los tiempos, Dios Padre que tanto nos ama,
envía
a su Hijo, no para condenar sino para salvar (Jn 3,17).
Tiempo
después, Jesús -con las parábolas del tesoro y de la perla-
nos anuncia que la Buena Noticia del
Reinado de Dios,
es un don, un regalo… y también una
tarea, una respuesta libre…
Por
el Reino, renunciamos a todo lo que nos impide conseguirlo:
No amontonen tesoros en la tierra… donde
los ladrones roban.
Acumulen tesoros en el cielo… donde los
ladrones no pueden robar.
Pues donde está tu tesoro, allí estará
también tu corazón
(Mt 6,19ss).
Para
comprometernos por el Reino necesitamos sabiduría y prudencia.
A Salomón, joven rey, no le interesa las
riquezas materiales,
por eso, pide sabiduría para gobernar con justicia (1ª lectura).
Muy
diferente la actitud del joven rico a quien Jesús le dice:
Si quieres ser perfecto, anda, vende tus
bienes y dáselos a los pobres,
así tendrás un tesoro en el cielo.
Luego, ven y sígueme.
Al oírle, el joven se fue triste, porque
era muy rico
(Mt 19,16-22).
Busquemos el tesoro que es Dios, pues quien busca, halla (Mt 7,8).
La
red que se echa al mar
Cuando Jesús llama a sus primeros
discípulos les dice:
Síganme y yo haré de ustedes pescadores
de personas
(Mt 4,18ss).
Ellos
saben por experiencia que en el mar hay peces buenos y malos.
La
separación de buenos y malos tendrá lugar al final de los tiempos,
como
sucede con la parábola del trigo y la cizaña… (cf. Mt 25,31ss).
Entre
tanto, nuestra vida debe ser una conversión permanente, pues:
Ancho
es el camino que lleva a la perdición y muchos van por allí.
Angosto
es el camino que lleva a la vida y pocos lo encuentran…
No
el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de Dios,
sino
el que hace la voluntad de mi Padre del cielo (Mt 7,13-23).
Por
diversas causas, muchos de nosotros somos mediocres, tibios:
Ojalá fueras frío o
caliente, pero como eres
tibio te vomito de mi boca.
Sin
embargo, grande es la paciencia de Dios que llama
a la puerta…
Si alguien le abre, entrará y comerán
juntos
(Apc 3,15-20).
No
tengamos miedo al odio, a las persecuciones, a las calumnias…
pues,
como dice Juan Crisóstomo (347-407): Muchas son las olas
que
nos ponen en peligro y una gran tempestad nos amenaza.
Luego
añade: Sin embargo, no tenemos miedo de ser sumergidos,
pues
permanecemos de pie sobre la roca… sobre la barca de Jesús.
El
discípulo del Reino de los cielos
Después de anunciar el Reinado de Dios
con siete parábolas,
Jesús pregunta: ¿Han entendido todo esto? Ellos le responden: Sí.
En
cambio, los especialistas en interpretar la ley (ayer y hoy),
no
estarán de acuerdo con las enseñanzas del Profeta de Nazaret,
pero
no pueden decir que no le han entendido.
Jesús
-como buen Maestro- anuncia el Mensaje del Reino, a partir
de
su experiencia (cosas antiguas y nuevas)
y de su capacidad de ver.
Sobre
los valores culturales, Juan Pablo II dijo en el Cusco (1985):
Conserven sus genuinos valores humanos,
que son también cristianos.
Sin
olvidar vuestras raíces históricas, fortificadlas a la luz de Cristo.
Así es. El encuentro con la persona de
Jesús, con su mensaje y obras,
es
el verdadero tesoro que da sentido pleno a nuestras vidas:
Conocer
a Jesús es el mejor regalo que puede recibir
cualquier
persona, haberle encontrado nosotros es lo mejor
que
nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra
palabra y
obras es nuestro gozo (DA, n.32;
cf. n.18).
J. Castillo A.
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