jueves, 9 de julio de 2020

Escuchar la Palabra (Domingo 12 de Julio)



La Biblia habla de los ídolos como de seres mudos (1 Cor 12,2) que “tienen ojos y no ven, tienen boca y no hablan”, (Sal 115,5); también en los evangelios aparecen “demonios mudos”, que ni hablan ni dejan hablar, condenando al hombre al abandono de la incomunicación, al silencio y la soledad como signos de muerte (cf Mc 9,17-27).

Por su parte, Dios se hace tangible en la palabra, una  palabra “viva y eficaz, tajante como espada de doble filo” (Hb 4,12); Dice el credo que Dios habló por los profetas y finalmente nos ha hablado por el Hijo (cf Hb 1,1). La Palabra definitiva de Dios nos viene dada en el profeta por antonomasia: Jesucristo, Palabra hecha carne, (Jn 1,14). En él se cumple en plenitud la profecía: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, pare que de semilla al sembrador y pan al que come; así será la Palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is, 55,10-11). 

La Palabra de Dios se hace operativa en Jesús revelando los misterios del Reino (parábolas, discursos) y realizando la promesa de salvación (milagros, conversión, sanación espiritual). De Jesús se dice que “todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37).

Dios se revela en la Palabra hecha carne

Cuando Jesús narra la parábola del sembrador, está poniendo al descubierto los corazones de los que le contemplan y escuchan. Porque Cristo es el sembrador, que ha salido del seno de la Trinidad y se ha manifestado como Palabra-revelación salvadora. Unos le reciben y otros no, los primeros permanecen en la muerte, los que le escuchan alcanzan la vida de hijos de Dios (cf Jn 1,11-12). En la escucha o el rechazo de la palabra se manifiesta la aceptación o el rechazo de Dios mismo.

La semilla es el Reino de Dios, que, en definitiva también lo podemos personificar en Jesús, ya que él es el Rey; y abrazar los valores del Reino es abrazarle a Él. En una cultura como la nuestra, donde el valor de la “imagen” parece estar muy por encima de la “palabra” no conviene olvidar que la Palabra de Dios se visibiliza en Jesucristo, que no es por tanto discurso vacío de estilo filosófico, sino vida plena. Antes que discurso la Palabra es acontecimiento.

Modos de rechazar y acoger la Palabra

Pero yendo a lo concreto: ¿Cómo reaccionamos ante la Palabra de Dios? El mismo evangelio nos da tres ejemplos de respuesta negativa  y una positiva.


1. Oídos cerrados

Primeramente está la semilla “que cae al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron”; se trata de los que “escuchan la palabra del Reino sin entenderla”, ¿porqué? Tal vez por desinterés, porque tener embotado el corazón lleno de superficialidades, incapacita para entender. ¡A mí no me hables de esas cosas! ¡Lo importante es vivir el día a día, aprovechar el momento! Como le dijeron a Pablo en el Areópago: ¡Ya vendremos a oírte en otra ocasión! (Hch 17,32).

Al borde del camino la tierra está tan dura como el corazón apisonado por la banalidad; también por la rutina de quien ha hecho de la fe un rito o una teología desconectada de la vida.  Ahí todo lo serio y profundo rebota y es incapaz de arraigar; unos simples pájaros bastan para que la semilla ni siquiera tenga la oportunidad de humedecerse. En lugar así ni siquiera merece la pena sembrar. Es trabajo perdido. ¿No fue eso lo que le pasó a Jesús con los fariseos?  

Viene bien aquí el consejo de Jesús para cuando el sembrador encuentra un terreno insensible ante las realidades espirituales o endurecido por la rutina o moralina religiosa: “no deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas a los puercos” (Mt 7, 6a).




2. La inconstancia.


Viene luego lo que “cayó en terreno pedregoso... brotó enseguida; pero cuando salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó” ... significa que la escucha y la acepta enseguida con alegría, pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe”. Faltan raíces: no ha calado en profundidad. ¡Sí creo, pero...!.

A la Palabra le basta un “sí” o un “no”, le sobran los “peros” (cf Mt 5,37); cuando aparecen los "peros" es porque no se ha puesto la palabra de modo incondicional en la base de la vida sino sólo como uno entre otros muchos recursos que se tienen para ir tirando; no hay constancia. Ahora esto, mañana lo otro. Una espiritualidad de "culo de mal asiento".

¡Qué importante es la constancia! Si hay una virtud capaz de sacar adelante una cosecha es la constancia para desbrozar, quitar las piedras, remover la tierra, sembrar, arrancar las malas hierbas con cuidado, abonar...Los tiempos que corren son tiempos de prisas e impaciencias; todo tiene que ser ¡ya!

Los ritmos de Dios son distintos, la Palabra ha de ir empapando la tierra poco a poco, como la lluvia constante y la nieve. No son malos los momentos de euforia, pero siempre que no deslumbren y se tamicen en la constancia, a veces dolorosa y cansina, del día a día. Se requiere ser constantes en la escucha (¡todos los días un tiempo dedicado a la oración-escucha de la Palabra!) para conjurar así al enemigo que no ceja en su empeño de derribarnos.



3. Ahogados por los agobios.

En tercer lugar, lo que “cayó entre zarzas ... Es el que escucha la Palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas los ahogan y se queda estéril”. 

Los afanes de la vida. Demasiadas preocupaciones. También hoy estos afanes forman parte de nuestra cultura. ¡Tengo tantas ocupaciones!: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lc 10,41-42). 

El afán de hacer (tanto vales tanto haces), el afán de poseer (tanto vales tanto tienes) acaban por ahogar la vida (tanto vales, ¡tanto!, porque eres hijo de Dios).



4. El silencio y la escucha

La actitud correcta: la semilla que “cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta... significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése da fruto”. 

Entender la Palabra de Dios. No basta con la buena voluntad. La Escritura requiere una correcta lectura; hay quienes no la entienden, porque sólo ven en ella una serie de historias inventadas por el hombre; otros la consideran desfasada; hay quien cree que basta un estudio pormenorizado de los géneros literarios y la historia de la redacción; otros la reducen a un conjunto de buenos consejos para la vida... ¡La Palabra es mucho más!

Acceder a ella es cuestión de fe y de una adecuada actitud de silencio y escucha; sólo desde ahí se percibe la Palabra como la voz de Jesucristo que habla, santifica e ilumina a sus discípulos. 

La lectura y escucha de la palabra se ha de hacer buscando en el silencio del corazón su sentido espiritual profundo, descubriendo en la meditación la afinidad entre el Espíritu que se manifiesta en la Escritura y mi propio espíritu; todo ello desde la profundidad del alma: hurgando, cavando, limpiando el terreno de mi corazón, para que entre dentro, germine y de el fruto de las buenas obras.



* * *
Sé oyente de la Palabra, como María. Escucha la Palabra y cúmplela; edificando tu vida sobre un cimiento sólido; si la desprecias o te limitas a ver en ella unas ideas preciosas sin conexión con tu vida, te estás perdiendo su riqueza, y puede que sin ella camines hacia la ruina (cf Mt 7,24-27).

No esperes grandes signos para responder a la llamada de Dios; de la escucha constante de su Palabra o del rechazo de la misma depende tu vida (cf Lc 16,29-31; Jn 15,3-5). ¡Revísate!,  ¿Qué clase de tierra eres? ¿Terreno duro sin desbastar? ¿Terreno pedregoso? ¿Vives entre zarzas? ¿Qué deberías de hacer para ser buena tierra? 

Contempla a María, Madre del Silencio, oyente de la Palabra. Ella fue tierra fértil, imagen de la Iglesia, solar fecundo donde arraiga y germina la salvación. Empapada por la lluvia y la nieve que son los dones del Espíritu, la Palabra de Dios se hizo carne en ella como en la mejor tierra; en María germinó el Salvador. Un buen modelo a venerar y un inmejorable ejemplo a seguir.

Casto Acedo. Julio 2020. paduamerida@gmail.com.

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