sábado, 4 de abril de 2020

Vivir confinados la Semana Santa (I)


En este año, con la situación tan concreta que vivimos a causa del Covid-19 mi comentario para toda la Semana santa lo hago en dos entregas. Aquí va la primera. ...  ¡Quédate en casa y aprovecha para vivir la Semana Santa!

Entramos en un tiempo sagrado. Entendemos por “sagrado” algo separado para Dios, dedicado especialmente a Él (espacios, personas, cosas, días…).  No cabe duda de que el cristiano no debe entender la sacralidad de nada como  cualidad necesaria para encontrar a Dios; porque todos los lugares, personas, tiempos, etc. son sagrados, porque todo está  Dios, “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). En otras palabras: Dios es omnipresente, está presente a todos y está en todo.

Sin embargo, nosotros no poseemos esa cualidad. De ahí que, sometidos a limitación espacio-temporal, como seres históricos que somos, necesitamos de elementos donde especialmente nos centramos y a través de los cuales nos resulta más fácil acercarnos a la divinidad y rendirle culto.

Bien, pues uno de esos elementos de cercanía a los que recurrimos y sacralizamos para  experimentar a Dios y sentirle desde nuestra limitación,  es el tiempo. Nosotros, y con nosotros Dios para nuestro bien, hemos establecido  tiempos sagrados. Y sobre esto hay que decir lo ya apuntado: ¿es que no son sagrados todos los tiempos ? Desde luego que sí, pero, sin pararnos a dar explicaciones detalladas del por qué, hay tiempos señalados como especiales que nos invitan a trabajar comunitariamente nuestra fe.

Este año, en la situación tan especial de alarma que vivimos a causa del  coronavirus nos van a faltar en Semana Santa algunas mediaciones que nos acercan a Dios: Santos oficios, procesiones, viacrucis comunitarios, etc., actos que alimenta nuestro sentimiento de fe y pertenencia a una sociedad. 

Pero, aunque no podamos realizar esos actos sagrados, nos queda el tiempo santo, una semana que invita a hacernos más presente a Dios. Podemos recurrir a los medios de comunicación, a la pantalla y el audio, pero esto no puede sustituir plenamente nuestra presencia física en actos comunitarios. El obispo de Teruel, en una carta pastoral prevenía a sus fieles del exceso de pantalla, porque más que a la participación  invita a la pasividad. Y vivir una Semana Santa como espectador, sin protagonismo, dormidos y embelesados ante el televisor, puede suponer un tremendo empobrecimiento espiritual. 

¿Entonces, qué hacemos? Podemos seguir los oficios por televisión u otros medios, pero considerémoslo sólo una ayuda. Seamos realistas: una foto no puede sustituir a un ser querido. Este año nos toca vivir la Semana Santa en soledad personal, o en soledad familiar, aunque teniendo de fondo otras familias y otras personas que también estarán viviendo este tiempo santo. No podemos reunirnos físicamente como Iglesia, aunque sí podemos poner ante nosotros la foto-pantalla, y  unirnos "personal e interiormente en espíritu"  a todos los cristianos de nuestra comunidad y del mundo y celebrar con ellos.


Siendo más concretos. En estos días en que nuestros sentimientos no van a ser provocados por actos tradicionales, ¿cómo vivir estos días de Semana Santa?  En primer lugar, abriendo nuestra conciencia a la presencia de Dios. Las pantallas, la transmisión más o menos bella o emotiva de oficios religiosos, no sustituye a lo esencial: la comunión con Dios. No olvidemos que los sacramentos son  mediaciones, cauces por los que Dios viene a nosotros. Estos días nos faltarán las mediaciones sacramentales, lo cual nos va a exigir un plus de fe, para nuestra relación directa, personal o familiar, con Dios. 

En situaciones normales sentimos el abrazo de Dios en la cercanía, la palabra, la sonrisa del hermano que celebra a nuestro lado; este año nos va a faltar ese signo de presencia de Dios, y por eso se nos pide abrirnos a un contacto más directa, tal vez más oscuro e incomprensible, pero no por ello menos eficaz.

No podremos entrar en Jerusalén (el templo) acompañando al sacerdote (Cristo) con nuestros ramos de olivo. Tampoco podremos caminar en directo con los hermanos  en el ejercicio de oraciones como el Viacrucis o la Siete palabras. Nos estarán vedadas las procesiones. Y todo esto puede ser motivo de desánimo, de abandono de la oración y la práctica religiosa. Pero no tiene por qué serlo necesariamente. Siendo optimistas digamos que puede ser una oportunidad que Dios nos ofrece para purificar nuestra fe y prácticas de piedad, a menudo demasiado atadas a ritos y ayudas exteriores. Cuando nos faltan esos apoyos nuestra fe puede entrar en crisis, algo  que no es necesariamente negativo, porque también puede ser una oportunidad para depurar y madurar la vida de fe. l

Yendo a cada día de la semana en concreto. ¿Cómo  vivirlos?


El  Domingo de Ramos se inicia con la única procesión propiamente litúrgica y que normalmente se realiza pasando de la calle al templo. Esta procesión la podemos vivir fácilmente en su dimensión espiritual. ¿Qué es Jerusalén sino la Comunidad eclesial a la que viene el Señor estos días? ¿Qué es el templo sino nuestra interioridad? Aprovecha, por tanto, el domingo de Ramos para entrar con el Señor en tu casa, que eres tú y que es tu Iglesia. Entra en el tiempo santo dejando a un lado otras ocupaciones y otras preocupaciones. Es tiempo de vacaciones, de "vacar", de vaciar tu corazón de negocios mundanos.  

Alégrate porque viene el Señor a hacerte partícipe de su muerte y resurrección. Quítate el manto, despójate de tus apegos y tus riquezas y pon todo a sus pies. ¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! Con alegría busca el silencio en este día y lee la Pasión (según san Mateo este año), meditando cómo el que viene quiere “pasar” (eso significa pascua) por tu vida en estos días. Si tienes oportunidad lee el evangelio de la Pasión en familia; y también puedes unirte por TV a la celebración de la misa. Eso sí, no entren en la misa con espíritu de cumplimiento, sino con el corazón abierto a Dios.

El Lunes, Martes y Miércoles Santos, son días en los que se suelen celebrar triduos de pasión o actos penitenciales. No estaría mal que dedicaras algún día de modo especial a examinar tu vida y tomar conciencia del estado de  tus relaciones con Dios. Es muy fácil: haz un examen detenido de tu relación contigo mismo y con las personas que te rodean: familia, trabajo, amistades, etc.  Así de simple. Tu comunión con la creación, contigo y con los otros son el reflejo de tu comunión con Dios.

¿Contigo mismo? Contémplate a ti mismo en estos días, mírate desde Dios; observa hasta qué punto vives con esperanza o tristeza los acontecimientos en lo que te afecta. ¿Cuál es tu nivel de confianza? Puede que tu preocupación sea individualista, que estés midiendo todo con perspectiva egocéntrica. Protegido en tu hogar no sientes como tuyo lo que ocurre fuera. ¡Sálvese quien pueda! ¿Cómo te ves a ti mismo? ¿Miedo? ¿Estrés? ¿Derrotismo? ¿Cómo vives tu fe puesta a prueba en esta situación extraordinaria? 

Puedes mirar hasta qué punto eres paciente, tolerante, pacífico, con las personas que tienes tan cerca estos días. De la abundancia del corazón habla la lengua, y hablan los actos. Si ves que pierdes los nervios, que se agota tu paciencia, no culpes a nadie de tu entorno, ni a las circunstancia; como dice Dios a Caín: “El pecado está a la puerta y te codicia, pero tú puedes dominarlo” (Gn 4,7).

Pregúntate cómo sientes sin cercanía física a todos los que normalmente tratas. ¿Te has preocupado de ellos? ¿O sólo de los que pueden satisfacer tu soledad o caprichos?  Nunca te preguntes cómo te va con Dios esperando una respuesta ideal. La respuesta la tienes en tus hermanos; la cuestión de Dios es la cuestión del hombre, y el amor a Dios, al que no ves, sólo se puede evidenciar en el amor a los hermanos (cf 1 Jn 4,20). 

Si te va bien, da gracias a Dios; de aquello de lo que te avergüenzas ante Él,  pídele perdón;  y recibe con fe su misericordia para contigo. Más adelante, cuando  puedas, podrás celebrar sacramentalmente, a solas con el sacerdote  o en comunidad,  la reconciliación. Porque este tiempo en el que estás es un tiempo de gracia y salvación, tiempo de reconciliación contigo mismo, con los hermanos y con Dios.

 (Continuará...)

Casto Acedo. Abril 2020. paduamerida@gmail.com

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