miércoles, 5 de octubre de 2016

El grito de los leprosos

28º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
2Re 5,14-17  -  2Tim 2,8-13  -  Lc 17,11-19

   Jesús no va a la capital de Jerusalén para buscar glorias mundanas,
sino llevando en su corazón el sufrimiento de la gente de Galilea
y el desprecio y marginación que sufren los habitantes de Samaría
Por eso, al oír el grito de los diez leprosos, Jesús se detiene y los sana.

Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros
   En esa época, los leprosos andaban harapientos y vivían aislados.
Para no contagiar a los demás gritaban: ¡Impuro, impuro! (Lev 13).
Eran personas excluidas, despreciadas, prácticamente muertas en vida.
   Sin embargo, diez leprosos viven juntos para sobrevivir,
y también para mantener una remota esperanza de recuperar la salud.
Enterados de la llegada de Jesús, estos leprosos van a su encuentro
y, desde lejos, gritan: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.
Jesús -que vino a salvar a las personas oprimidas- oye ese grito,
y les manda presentarse a los sacerdotes. Mientras van, quedan sanos.
   Actualmente, al grito de los diez leprosos debemos añadir:
-el grito de los niños y jóvenes que viven desorientados…
-el grito de los campesinos e indígenas privados de sus tierras…
-el grito de los trabajadores explotados con salarios miserables…
-el grito de los enfermos de sida excluidos de la vida familiar…
-el grito de los ancianos marginados porque no producen (DP, 31ss).
   Son personas concretas que sufren y demandan: justicia, libertad,
respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos
Se trata de un clamor: creciente, impetuoso, amenazante (DP, 87ss).
   Ante este grito: ¿Podemos vivir encerrados en nuestra indiferencia?
¿Qué nos impide comprometernos para solucionar esos sufrimientos...
y, no solo solucionarlos en el acto, sino también destruir sus causas?
No olvidemos que los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias…
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren,
son también gozos y esperanzas, tristezas y angustias
de los discípulos de Cristo (Concilio Vaticano II, GS, n.1).

Uno de ellos, viéndose sano, vuelve alabando a Dios
      Yo tengo un corazón grande / me creció con privaciones /
      me creció con injusticias / me creció con sobrenombres.
   Esta canción refleja muy bien la situación del leproso samaritano,
que por ser despreciado y considerado hereje tiene un corazón grande.
Al ver que está sano, no sigue para presentarse a los sacerdotes,
él es “extranjero y hereje” y no está obligado a cumplir aquellos ritos
relacionados con la purificación… y el negocio del templo…
Es por eso que vuelve lleno de alegría, su vida ha cambiado.
   Ahora bien, lo primero que hace es alabar a Dios en voz alta.
Cuánta falta nos hace alabar a Dios, origen de la vida plena,
pues, la gloria de Dios consiste en que el ser humano tenga vida.
   En seguida, se postra a los pies de Jesús para agradecerle.
Agradecer es reconocer que Jesús es el Hijo amado de Dios,
que vino a este mundo para anunciar la Buena Noticia a los pobres.
   Jesús lo acoge y le dice: Levántate… vete… tu fe te ha salvado.
Animado por estas palabras, el samaritano empieza un nuevo camino.
   También nosotros alabemos a Dios como hace la gente sencilla:
-Un paralítico: Se levanta, toma su camilla y se va a su casa
alabando a Dios. Todos maravillados daban gloria a Dios (Lc 5,25s).
-Cuando Jesús resucita al hijo de una viuda: Todos alaban a Dios
diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros (Lc 7,16).
-A una mujer encorvada: Jesús le impone las manos,
y al instante ella se endereza y se pone a alabar a Dios (Lc 13,12s).
-El ciego de Jericó: Al recobrar la vista, sigue a Jesús y alaba a Dios.
Todo el pueblo, al ver esto, se pone a alabar a Dios (Lc 18,43).
   Tengamos presente que Eucaristía significa “acción de gracias”;
en ella -como los diez leprosos- decimos a Jesús: Señor, ten piedad,
y le agradecemos porque vino a hacer el bien y a sanar a los enfermos.
Que los “estipendios” no tengan apariencia de negocio (CIC, cn 947),
para que la celebración Eucarística sea de veras Acción de Gracias:
   Te damos gracias, Dios y Padre nuestro,
   por todas las cosas bellas que has hecho en el mundo
   y por la alegría que has puesto en nuestros corazones.
   Te damos gracias por esta tierra tan hermosa que nos has dado,
   por los hombres y las mujeres que la habitan,
   y por habernos dado a cada uno de nosotros el regalo de la vida.
   De veras, Señor, tú nos amas, eres bueno y haces maravillas.
J. Castillo A.

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