miércoles, 28 de septiembre de 2016

Señor, auméntanos la fe

27º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Hab 1,2-3; 2,2-4  -  2Tim 1,6-8. 13-14  -  Lc 17,5-10

   Mientras Jesús camina a Jerusalén, donde morirá crucificado,
anuncia, con palabras y obras, el Reino de Dios y su justicia.
Así mismo, denuncia la hipocresía de los escribas y fariseos,
que confían en el dinero… y en sus propios méritos y obras…
   En este contexto, los apóstoles reconocen que les falta fe.

Si tuvieran fe como una semilla de mostaza
   Cuando los apóstoles le dicen: Señor, auméntanos la fe,
Jesús les pide no “cantidad”,  sino “calidad”, es decir, fe auténtica:
fe en Dios… oración confiada... perdonar a los demás (Mc 11,20ss).
Esta fe auténtica se demuestra con obras que dan vida (Stgo 2,14ss).
   La fe es don de Dios: He rogado para que tu fe no falle (Lc 22,32),
y también es una respuesta libre: Tu fe te ha salvado (Lc 18,35ss).
   Confiemos en Jesús como aquellas personas que se acercan a Él:
-Estando enseñando en una casa, unos hombres traen a un paralítico:
 Jesús viendo la fe de ellos… dice al paralítico: Levántate (Lc 5,17ss).
-En Cafarnaúm, Jesús alaba la fe de un oficial romano, diciendo:
 Una fe tan grande no la he encontrado ni en Israel (Lc 7,9).
-Jesús dice a la pecadora: Tu fe te ha salvado, vete en paz (Lc 7,36ss).
-Con idénticas palabras, Jesús alaba la fe de una mujer enferma:
 Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz (Lc 8,43ss).
-Al escuchar que la hija de Jairo ha muerto, Jesús le dice al padre:
 No temas, solamente ten fe y tu hija se salvará (Lc 8,49ss).
-A una pagana, Jesús le dice: Mujer, qué grande es tu fe (Mt 15,21ss).
-Al padre de un joven enfermo que pide ayuda, Jesús le dice:
 Todo es posible para quien cree. Al instante, el padre del joven grita:
 ¡Yo creo, pero aumenta mi fe! (Mc 9,14ss).
-Al leproso samaritano que vuelve alabando a Dios, Jesús le dice:
 Levántate y vete, tu fe te ha salvado (Lc 17,19).
   Para vivir como hijos de Dios y hermanos entre nosotros,
arranquemos de raíz las injusticias y arrojemos al mar la corrupción.

Somos simples servidores
   Jesús sigue enseñando: Cuando hayan hecho todo lo mandado,
digan: somos simples servidores, solo hemos cumplido nuestro deber.
Jesús no quiere que sus discípulos sean “esclavos” de un patrón,
sino personas libres, “servidores” (=diaconía) del Reino de Dios,
anunciando gratuitamente: amor, vida, verdad, libertad, justicia, paz.
Es por eso que más adelante -en la Cena de Pascua- Jesús les dice:
Yo estoy en medio de ustedes como quien sirve (Lc 22,24ss;  Jn 13).
   Hacer realidad entre nosotros una “Iglesia servidora y pobre”,
fue el compromiso asumido por 40 obispos del Concilio Vaticano II.
Ellos buscan despojarse de todo lo superfluo, para servir a los pobres:
*Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población
en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción
*Renunciamos para siempre a la apariencia y realidad de la riqueza,
especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos)
y en símbolos de metales preciosos... Ni oro ni plata.
*Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen
con nombres y títulos que expresan grandeza y poder (Eminencia…).
Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de Padre.
*Evitaremos en nuestro comportamiento y relaciones sociales
todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía
o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo,
en banquetes ofrecidos o aceptados, por servicios religiosos).
*Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión,
corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas
y de los grupos económicamente débiles y subdesarrollados,
sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis (…).
(“El pacto de las catacumbas”, Roma 16/11/1965; que fue asumido
en Medellín,1968: cap.1º Justicia, y cap.14º Pobreza de la Iglesia).
   Escuchemos también a nuestros obispos reunidos en Puebla (1979):
Acercándonos al pobre para acompañarlo y servirlo,
hacemos lo que Cristo nos enseñó,
al hacerse hermano nuestro, pobre como nosotros.
Por eso, el servicio a los pobres es la medida privilegiada,
aunque no excluyente, de nuestro seguimiento a Cristo.
El mejor servicio al hermano es la evangelización
que lo dispone a realizarse como hijo de Dios,
lo libera a las injusticias y lo promueve integralmente (n 1145).
J. Castillo A.

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