27º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Hab 1,2-3; 2,2-4 - 2Tim
1,6-8. 13-14 - Lc 17,5-10
Mientras Jesús camina a Jerusalén, donde
morirá crucificado,
anuncia, con palabras y
obras, el Reino de Dios y su justicia.
Así
mismo, denuncia la hipocresía de los
escribas y fariseos,
que
confían en el dinero… y en sus propios méritos y obras…
En
este contexto, los apóstoles reconocen que les falta fe.
Si
tuvieran fe como una semilla de mostaza
Cuando los apóstoles le dicen: Señor,
auméntanos la fe,
Jesús
les pide no “cantidad”, sino “calidad”,
es decir, fe auténtica:
fe en Dios… oración confiada... perdonar
a los demás
(Mc 11,20ss).
Esta
fe auténtica se demuestra con obras que dan vida (Stgo 2,14ss).
La fe
es don de Dios: He rogado para que tu fe no falle (Lc 22,32),
y
también es una respuesta libre: Tu fe te ha salvado (Lc 18,35ss).
Confiemos
en Jesús como aquellas personas que se acercan a Él:
-Estando
enseñando en una casa, unos hombres traen a un paralítico:
Jesús
viendo la fe de ellos… dice al
paralítico: Levántate (Lc 5,17ss).
-En
Cafarnaúm, Jesús alaba la fe de un oficial romano, diciendo:
Una fe tan grande no la he encontrado ni en Israel (Lc
7,9).
-Jesús
dice a la pecadora: Tu fe te ha salvado, vete
en paz (Lc 7,36ss).
-Con
idénticas palabras, Jesús alaba la fe de una mujer enferma:
Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz
(Lc 8,43ss).
-Al
escuchar que la hija de Jairo ha muerto, Jesús le dice al padre:
No
temas, solamente ten fe y tu hija se
salvará (Lc 8,49ss).
-A
una pagana, Jesús le dice: Mujer, qué
grande es tu fe (Mt 15,21ss).
-Al
padre de un joven enfermo que pide ayuda, Jesús le dice:
Todo es
posible para quien cree. Al
instante, el padre del joven grita:
¡Yo creo, pero aumenta mi fe! (Mc 9,14ss).
-Al
leproso samaritano que vuelve alabando a Dios, Jesús le dice:
Levántate
y vete, tu fe te ha salvado (Lc
17,19).
Para
vivir como hijos de Dios y hermanos entre nosotros,
arranquemos
de raíz
las injusticias y arrojemos al mar la corrupción.
Somos
simples servidores
Jesús sigue enseñando: Cuando hayan hecho todo lo mandado,
digan: somos simples servidores, solo hemos cumplido nuestro deber.
Jesús
no quiere que sus discípulos sean “esclavos”
de un patrón,
sino
personas libres, “servidores” (=diaconía) del Reino de Dios,
anunciando
gratuitamente: amor, vida, verdad,
libertad, justicia, paz.
Es
por eso que más adelante -en la Cena de Pascua- Jesús les dice:
Yo estoy en medio de ustedes como quien sirve (Lc
22,24ss; Jn 13).
Hacer
realidad entre nosotros una “Iglesia servidora y pobre”,
fue
el compromiso asumido por 40 obispos del Concilio Vaticano II.
Ellos
buscan despojarse de todo lo superfluo, para servir
a los pobres:
*Procuraremos
vivir según el modo ordinario de
nuestra población
en lo que toca a casa, comida, medios de
locomoción…
*Renunciamos
para siempre a la apariencia y
realidad de la riqueza,
especialmente en el vestir (ricas
vestimentas, colores llamativos)
y en símbolos de metales preciosos... Ni
oro ni plata.
*Rechazamos que verbalmente o por escrito nos
llamen
con nombres y títulos que expresan
grandeza y poder (Eminencia…).
Preferimos que nos llamen con el nombre
evangélico de Padre.
*Evitaremos en nuestro comportamiento y relaciones
sociales
todo lo que pueda parecer concesión de
privilegios, primacía
o incluso preferencia a los ricos y a
los poderosos (por ejemplo,
en banquetes ofrecidos o aceptados, por
servicios religiosos).
*Daremos todo lo que sea necesario de nuestro
tiempo, reflexión,
corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de
las personas
y de los grupos económicamente débiles y
subdesarrollados,
sin que eso perjudique a otras personas
y grupos de la diócesis (…).
(“El
pacto de las catacumbas”, Roma 16/11/1965; que fue asumido
en
Medellín,1968: cap.1º Justicia, y cap.14º Pobreza de la Iglesia).
Escuchemos
también a nuestros obispos reunidos en Puebla (1979):
Acercándonos al pobre para acompañarlo y servirlo,
hacemos lo que Cristo nos enseñó,
al hacerse hermano nuestro, pobre como
nosotros.
Por eso, el servicio a los pobres es la medida privilegiada,
aunque no excluyente, de nuestro
seguimiento a Cristo.
El
mejor servicio al hermano es la
evangelización
que lo dispone a realizarse como hijo de
Dios,
lo libera a las injusticias y lo
promueve integralmente (n 1145).
J. Castillo A.
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