30º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Eclo 35,15-22 - 2Tim
4,6-8. 16-18 - Lc 18,9-14
En la época de Jesús, y también en
nuestros días,
hay
creyentes que se consideran justos y desprecian a los demás.
Estos
orgullosos no siguen las enseñanzas y el ejemplo de Jesús:
-que
vino a llamar a los pecadores para que se
conviertan (Lc 5,32);
-que
acoge a publicanos y pecadores, y come
con ellos (Lc 15).
No
basta decir: Señor, Señor… debemos hacer
su voluntad (Mt 7,31).
Oh
Dios, te doy gracias porque no soy como los demás
Los fariseos (=separados) son personas
que conocen la Escritura
y
son muy escrupulosos en el
cumplimiento de la Ley,
según
la interpretación que ellos y los
escribas han hecho (Mc 7).
El
fariseo que va al templo a orar no pide nada a Dios.
Es
un creyente orgulloso que está sentado en el trono de sus virtudes:
no soy ladrón, injusto, adúltero…
tampoco soy como ese publicano.
Las
obras que hace este “santo varón” son fruto de su propio esfuerzo:
ayuno dos veces por semana y pago el
impuesto de todo lo que tengo.
Su
soberbia lo lleva a despreciar a los demás, olvidando algo esencial:
el
amor a Dios es inseparable del amor al prójimo (Lc 10,25ss).
Ninguno de nosotros quiere identificarse
con el fariseo, sin embargo:
*¿De
qué sirve cumplir ciertas prácticas religiosas rutinarias,
si
descuidamos: la justicia… la misericordia… y la fe…? (Mt 23,23).
*¿Puede
un discípulo de Jesús devorar los bienes
de los pobres
y
para disimular esos robos hacer largas
oraciones? (Lc 20,47).
*¿Por
qué damos preferencia a los adornos
superfluos de los templos...
cuando
el mismo Jesús muere de hambre en sus hermanos pobres?
Pidamos
a Jesús que nos libre de: -Creer que somos mejores.
-Considerarnos
superiores a los demás. -Estar seguros
de sí mismo.
-Creer
que ya estamos convertidos. -Quedarnos
en las cosas, medios,
instituciones, métodos, reglamentos… y no ir a Dios. (Sábado Santo,
Renovación
de las promesas bautismales, tercera fórmula).
Ciertamente, el que se engrandece a sí mismo,
será humillado.
Oh
Dios, ten compasión de este pecador
El publicano, en cambio, es despreciado y considerado pecador.
El
oficio que tiene es cobrar impuestos para el imperio romano.
Habiendo
obtenido ese cargo con el pago oscuro de una “coima”,
exige
a la gente más de lo establecido para recuperar lo que invirtió.
Su
readmisión a la vida social es difícil y peor esperar su conversión.
Sin
embargo, un publicano va también al
templo a orar.
Este
publicano se queda atrás. Ni siquiera levanta los ojos al cielo.
Reconoce
que es pecador… y que necesita la misericordia de Dios…
Por
eso, lleno de confianza dice: Oh Dios, ten compasión de mí.
Esta
suplica: ten compasión de mí, nos
recuerda el Salmo 51:
Oh Dios, ten piedad de mí, por tu
inmensa compasión borra mi culpa.
Yo reconozco mi culpa y tengo siempre
presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé, cometí
la maldad ante tus ojos.
Un corazón arrepentido y humillado, oh
Dios, tú no lo desprecias.
Dios escucha con
amor de Padre el clamor de sus hijos e hijas,
que
son marginados y despreciados por la sociedad y la religión.
*Sigue
escuchando la súplica de aquel enfermo alejado de la Iglesia.
Y
ahora mientras es conducido a la sala de operaciones,
confía
en Dios, en medio de su dolor, tristeza, angustia y problemas.
Viendo la fe de ellos, Jesús dice al
paralítico: Levántate (Lc 5,24).
*También
escucha la súplica de aquella madre soltera y abandonada,
que
le pide fuerza y paciencia para cuidar y educar a sus hijos…
Dirigiéndose a la mujer, Jesús le dice: Tu fe te ha salvado (Lc 7,50).
*Jamás
permanece indiferente ante el gesto de aquel padre de familia
que
olvidó las oraciones aprendidas de memoria cuando era niño…
Pero
ahora, prende una vela ante la imagen de la Virgen Dolorosa,
mira
con angustia el rostro sufriente de María y se aleja triste,
porque
a su única hija le han detectado un tumor maligno…
Jesús le dice: No temas, basta que creas, y ella se salvará (Lc 8,50).
Jesús,
viendo a Mateo, publicano y pecador, le dice: Sígueme.
Él,
de inmediato, se levanta y le sigue. Luego, estando en casa,
llegan
muchos publicanos y pecadores, y se sientan a la mesa.
Al
escuchar las críticas de los fariseos, Jesús les contesta:
No tienen necesidad de médico los sanos,
sino los enfermos.
Aprendan lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios.
Pues yo no vine a llamar a los justos,
sino a los pecadores
(Mt 9,9ss).
Al
orar tengamos presente: quien se humilla, será ensalzado.
J. Castillo A.
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